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91. No enojes a una puta


No enojes a una puta


MORIA

La luz del sol apenas se filtra por la rendija que separa a este sótano de uno de los callejones más recónditos de la Plaza de la Moneda. No conocía el lugar, antiguo escondite de Garay y su cuadrilla, pero Ratón feliz sí y asegura estamos a salvo. Él fue quien me siguió aquella terrible noche, vigiló, encerró en mi alcoba y distrajo a los miembros del Partido que saqueaban casas para que no me encontraran.

Tardé días en reaccionar. Mientras tanto Ratón me alimentó, vigiló y protegió; le pregunté por qué y solo contestó «Se supone que eres parte del Partido». Sí. Un Partido al que vio abusar de mí para luego abandonarme en un callejón. «Viktor jamás hubiera permitido eso», agregó con pesar y no puedo estar más de acuerdo.

Por otra parte, siendo el caso que Alastor pidió inventariar todo para llevar un registro de lo arrebatado a la nobleza de Bitania, nos tocó abandonar la casa, escondernos y tomar este recoveco como refugio temporal. Si bien algo sí es claro, estemos dentro o afuera, el hedor que proviene de la Rota llega a nosotros. 

Bitania apesta a muerte.

En adelante no he quiero salir. Hasta hace poco no encontré motivos. Pero Ratón si lo ha hecho para conseguirnos comida e información: resulta que Alastor ha pasado los primeros días de su mandato colocando a sus «hombres de confianza» en puntos clave. Su hermano es el nuevo encargado de la Guardia real, conformada ahora por los soldados desertores que juraron servir al PRR en lugar de a la familia Abularach; su sobrino controla la Plaza de la Moneda, su tío es consejero y Garay pidió estar a cargo de El callado.

Quisiera decir que me sorprende.

A propósito de Garay, ya sabemos por qué estaba molesto el día que masacró a toda la nobleza de Bitania. Según contó un nuevo aliado a Ratón, además de no localizar por ningún lado a los Abularach, ese día, al revisar las arcas de la tesorería de Bitania, dentro solo encontraron una rosa color rojo sangre. Lo mismo al forzar la bóveda privada de la familia Abularach.

Esto no había sido informado a Alastor, que empezó a celebrar demasiado temprano, y desde luego que está furioso. 

Del mismo modo están vacíos las bodegas de medicinas, granos, aceites, especias y armas. Y durante la noche anterior al último Reginam, los barriles de vino y animales de granja fueron contaminados. Por orden de Gavrel de igual forma se adulteró la comida almacenada en las bodegas del castillo gris. 

Cada vez es más claro que no le tomamos por sorpresa —dijo Alastor.

Ya echaste al traidor —argumentó alguien más insinuando que se trata de Viktor.

«Viktor». Ahora sabemos que fue enviado a perseguir a los Abularach.

AHORA SABEMOS QUE FUE DISTRAÍDO.

La mitad del Partido fue distribuido por la bahía del lago Leuven, Plaza de la Moneda y el Callado para «vigilar». La mitad leal a Viktor. Ninguno que pregunte por Novak fue escogido por Alastor para ostentar un cargo de poder. Cualquiera que haya trabajado directamente con Viktor, que se atreva a llamarlo «amigo», que fuese reclutado por él, tiene que tocar la puerta del Salón del trono para hablar con Alastor.

Y por lo mismo a Ratón feliz le ha costado conseguir información. Al ser asociado con Garay, la gente, nuestra gente, no confía en él para sincerarse. Lo llaman «oídos» Aun así, sabemos que muchos han pensado abandonar Bitania para seguir a Viktor.

Garay tampoco lo ha tenido fácil. La mitad se arrodilla delante de él para quedar bien con Alastor y de esa manera obtener favores, y la otra, además de no hablarle, a escondidas ha comenzado a llamarle «Duardo Abularach».

Por otro lado, sé que todavía me busca, pregunta a todos por mí, Conejo tuerto y Ratón. «¿Qué quieres, Duardo?»

Por lo mismo me intrigó verlo bajar con dificulta las escaleras. No debería sorprenderme que venga, esta fue su guarida durante mucho tiempo; pero me pregunto por qué ahora. ¿Qué hace aquí, sin lugar a dudas ebrio, cuando ya tiene todo lo que siempre quiso? ¿Por qué no está en el Castillo gris con Alastor?

Me escondí para no ser descubierta y después le vi avanzar hasta un sofá en el que se dejó caer como si de un costal de patatas se tratara. Han pasado dos horas desde entonces.

Este no es un lugar para descansar. Por ser un sótano se encuentra en penumbra; hay humedad, polvo, ¡ratas! Los pocos muebles que quedan están estropeados. Por ello, cuando escucho llegar a Ratón, temiendo que Garay lo detecte, salgo de mi escondite para advertirle que no haga ruido.

—Allá —susurro señalando a Garay. 

Ratón muestra la misma sorpresa que yo.

—Tenemos que encontrar otro lugar —dice al acercarse—. Aunque ya nada es seguro.

—Sé dónde nos pueden recibir.

Y a pesar de que duda, me sigue.

Antes de dejar el sótano damos un último vistazo a Garay. Nunca pensamos que un líder nos decepcionaría tanto.

Al cruzar la puerta la luz del día encandila mis ojos, pasé mucho tiempo encerrada y, por lo visto, de esa forma debí seguir. La Plaza de la Moneda ahora es un lugar triste, luce abandonada a comparación del día anterior al último Reginam, escasamente veo vendedores. De cualquier modo los miembros del Partido custodian. Y no es de sorprender que al reconocernos muchos de ellos se acerquen.

—¿Dónde has estado? —me pregunta uno.

—¿Sabes algo de Viktor? —quiere saber otro. Uno por uno preguntan. 

—Lo único que sabemos es que fue en búsqueda de los Abularach —les contesta Ratón.

—Le preguntamos a Moria —le reprochan. 

«De nuevo no confían en Ratón por haber sido cercano a Garay».

—Les prometo que pueden confiar en Ratón —les aseguro—. También se esconde de Duardo. Me ha ayudado.

Y aunque todavía lo ven con recelo, al menos lo dejan en paz.

Y es que por alguna razón estos hombres confían en mi palabra. Asumo, tiene que ver, el hecho de que abiertamente fui traicionada por quienes considerábamos aliados.

En tal sentido, por separado más Serpientes decepcionadas de Alastor se acercan, preguntan por Viktor y, como si esta fuese una reunión más del Partido, hacen un círculo alrededor nuestro. Soy cautelosa con la mayoría, pero si pido quedarse a Cay, Rubén y Fernán, que sé, tienen la confianza de Viktor.

«Creo que tengo un plan».

Les pido vernos dentro de tres horas en la puerta de Amarantus.

—¿Amarantus? —inquiere con incomodidad Fernán. Por lo que, de los cuatro, sospecho, es el único que no ha visitado un prostíbulo. Es demasiado timorato para eso. 

Mis ojos se entrecierran con diversión.

—¿En dónde más te citaría una prostituta, Fernán?

...

Las calles de la Gran isla también lucen desoladas. No más carruajes finos, gente vistiendo con elegancia ni soldados de la Guardia real pululando al cruzarse con miembros de la corte. Se acabó. Todo fue tomado por el PRR.

Ningún miembro del Partido nos intercepta. Somos una prostituta y un crío de dieciséis años intercambiando secretitos, bromeando y compartiendo una botella de alcohol. Eso nos facilita movernos de una calle a otra sin levantar sospechas. No pasa nada. No somos una amenaza.

Llegamos a la puerta oculta tras una cortina de terciopelo rojo que sirve de entrada a Amarantus, la aparto y entramos. En el vestíbulo nos esperan Cay, Rubén y Fernán.

—Agradezco la puntualidad, caballeros —saludo.

Bajamos con precaución los escalones que conducen a la siguiente puerta. Silencio. A pesar de la hora no se escucha música, jolgorio, ni se percibe el acostumbrado olor a tabaco; y llama mi atención que al ingresar las mesas estén acomodadas de lado y las bancas una junta a la otra a modo de formar una barrera. 

—¿Qué quieren? —escucho que pregunta con enojo la voz de Saba.

—Soy yo. Moria —digo, pidiendo con un gesto a mis aliados colocarse junto a mí para que la meretriz mayor vea sus caras.

—Sí es Moria —confirma la voz de Ginebra alzando su cabeza tras la barrera y sonrío en su dirección.

—¡Pero viene acompañada! —advierte a todas Saba y mi amiga vuelve a esconderse.

—Son aliados, Saba —aviso.

—¿De quién? 

De mi respuesta depende que esta conversación continúe.

—Viktor Novak.

De una en una mis compañeras sacan la cabeza. Saba también, aunque sujetando con firmeza una espada.

—El Partido ha venido a tomar mujeres a placer —habla molesta—. Y ese es mi negocio pero los Abularach pagaban.

—Tenía con que —musita Ratón y al instante los dos se miran con desconfianza.

—Venimos a pedir asilo —Le recuerdo.

Saba me lanza un gesto de desaprobación al percatarse de cuántas Serpientes me acompañan. Ya no confía en el Partido.

—Tenemos que volver a unirnos —digo.

—¿A ellos? —Su repulsión al decir «ellos» deja claro que no será fácil de convencer.

—Los cuatro que vienen conmigo. Son mis amigos —prometo—. Los necesitamos —Le pido bajar su espada—. Ellos tampoco confían en Alastor.

—¿Dónde está Viktor? —Lo pregunta con miedo. 

—Alastor lo envió lejos.

La vieja pero astuta Saba, dueña de Amarantus, finalmente baja el arma que de todas modos no sabe usar.

—Ellos son muchos y nosotras seis —dice, con desanimo—, pero prostitutas. No sabemos utilizar esto —ríe, mirando con tristeza la espada que dejó caer—. ¿Cómo les haremos frente?

—En nuestra posición reside nuestra ventaja —aseguro, girándome para verles a todos. Hablaré de mi plan—. ¿Cómo me infiltré en el Partido Rebelde? ¿Por qué he sido útil? —Nadie contesta—. Puedo conseguir información —Les recuerdo—. Puedo...

—Alastor sabe quién eres —me interrumpe Fernán.

—Y por lo mismo deberá darme una recompensa. Le ayudé a recuperar lo que legítimamente pertenece a Duardo. 

—Pero eres prostituta —señala Ginebra como si la vida me permitiera olvidarlo.

Y es precisamente porque no me permiten olvidarlo que, harta, decidí actuar.

—Y no voy pedir consideración más allá de eso —aseguro, tirando de mi vestido hecho harapos. 

Me voy a vengar.

—Moria...

—Fernán, eres el más allegado a Viktor, las Serpientes leales a él confían en ti; organízalos —empiezo—: que se mantengan donde les asignó Alastor, pero que recolecten información y se preparen para salir de Bitania.

Fernán no contesta de inmediato. Me mira como si estuviera loca. Y puede que lo esté un poco.

—¿Cómo van a salir de Bitania sin ser vistos? —duda.

«Lo resolví».

—Se ofrecerán para resguardar las fronteras. Semanas atrás escuché decir a Viktor que eso es importante y Alastor, ocupado en ubicar a los suyos donde le convenga, no lo ha hecho. Tampoco es que tenga mucha gente, tiene a sus hombres de confianza organizando a la nueva Bitania —digo «la nueva Bitania» con rencor— y no le encargaría esa tarea a los desertores de la Guardia real. Aprovecharemos eso.

—¿Quién se lo va a proponer? —Fernán da un paso atrás. 

—Yo y te pondrá a cargo —aviso.

—Moria...

Ahora está seguro de que perdí la cabeza. Lo ignoro y esta vez le hablo a Rubén:

—Conoces el Callado —Él asiente—, su dinámica, tu familia vive en el sector 22. Tenerlo de nuestro lado es importante. Ratón se encargará de pedir a Garay reubicarte en esa zona. Vigila todo.

—¿Qué yo le pediré a Garay qué...? —Ratón no consigue cerrar su boca.

—Reubicar a Rubén en esa zona —repito.

—Pero ya no hay cuadrilla, Moria. Ahora estoy por mi cuenta. Él...

Lo detengo.

—Sí hay cuadrilla. Aún formas parte, y si no, harás que Garay te acepte en una nueva alianza.

—¿Cómo justifico mi ausencia? —Ratón está por entrar en pánico

—Me cuidaste. No mentiremos respecto a eso. Él te lo va a agradecer.

—Saba —Mi patrona respinga al oír que ahora me dirijo a ella—. Tú y las demás harán lo que saben: conseguir información. De esa forma te pagarán.

Ella asiente. No perdona las deudas.

«Venganza». Porque, siendo el caso que Alastor no quiso «romper el tablero», volveremos a cambiarlo de posición. 

No soy soldado. No soy estratega. Ni siquiera soy el tipo de mujer que alguien mire con devoción. Pero a mí nadie me traiciona. 

—¿Y qué hará nuestro nuevo líder en batalla? —pregunta Ratón con sarcasmo.

Arqueo una ceja:

—Anel, préstame tu mejor vestido —pido a otra de mis compañeras al mismo tiempo que comienzo a desatar mi cabello—. Yo iré al Castillo gris. Esta misma noche Alastor Scarano beberá cualquier licor que le ofrezcan mis pechos. 

No enojes a una puta. 


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Es en vano predecir qué va a pasar, ¿verdad? :/

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