90. Por eso la noche es para que descanses
Por eso la noche es para que descanses
ELENA
El agua de este río es cristalina, puedo ver mi rostro reflejada en ella, mi rostro limpio por primera vez desde hace días.
Para sacarme de Bitania sin levantar sospechas, tomando como referencia la forma en la que llegué por última vez al castillo, Adre pintó mi rostro de payaso y cada que rebeldes revisan el carromato nos presenta como artistas itinerantes. Pero hoy quise verme como yo misma otra vez.
Recorro la superficie del río con el dorso de mi mano, me distrae contar los peces que recorren su caudal, me calma sentir su humedad. Anoche tuve una pesadilla, una que ahora es recurrente: Marta en llamas, mi vientre calcinado... yo respirando ceniza.
No quiero dormir.
Cuando no duermo meto mis dedos entre la tierra, miro las hojas de los árboles caer y el viento rebelándose como un aliado me trae los murmullos de Adre al comentar las últimas noticias con el cochero. Solo por eso sé lo que sucede, y, de todas formas, es como si también formase parte de mi pesadilla.
El Partido tomó Bitania, los Abularach huyeron y la Rota fue utilizada como fosa común. A eso último es a lo que todavía no consigo poner nombre. Garay ordenó echar a la Arena a los ocupantes del primer nivel, y los que sobrevivieron al no poder con todo las bestias, perecieron a manos de la Guardia. No obstante, propio de él, Garay no pensó en las consecuencias y hoy el hedor que emana de la Rota, resultado de apilar juntos una innumerable cantidad de cadáveres, alcanza a llegar al Callado, la plaza de la Moneda y la Gran isla.
Es tan lacerante que no se puede ignorar.
Es hedor a muerte no a libertad.
Hasta acá lo siento, lo mismo el temor y la desesperación. ¿Qué en el infierno están haciendo? El viajero que platicó esto a Adre también dijo que Alastor Scarano, en medio de una fiesta que incluyó maniquíes de los Abularach, indistintivamente colgó uno tras otro a los nobles que no murieron en la Rota y esa misma noche hizo marcar carruajes, casas, comercios y armas con el símbolo del Partido. Además de que, a petición suya, todo fue inventariado y puesto a disposición del nuevo régimen.
¿Entonces por qué el viajero parecía estar huyendo? ¿Por qué habló con miedo? ¿Por qué se despidió de Adre temiendo que, de no avanzar pronto, ningún reino le permitiese exiliarse de Bitania?
Necesito regresar para ver yo misma qué sucede. Sin embargo, pese a que ya pasaron días desde que bicho se fue, todavía me siento débil. No puedo estar mucho tiempo de pie.
Soy mi propia ruina.
Cansada, me dejo caer en el río, me sumerjo hasta lo más profundo, hasta no poder contener más el aliento y después salgo de golpe para nadar de espalda. Desde mi posición puedo ver nuestro campamento, comienza a anocher aquí, Adre y el cochero platican cerca de la fogata en tanto ven pasar otro carromato que huye de Bitania. «Huye». ¿Dónde termina la realidad y comienzan las pesadillas? Me cuesta imaginar a mi padre dando la orden de asesinar a miles de personas. ¿Cómo pudo hacerlo Garay sin que socavase su conciencia? Luego de lo sucedido en la Isla de las viudas me cuesta sentirme limpia por más que me lave. Todavía miro el fuego, respiro el humo, siento caer sobre mi cabello la ceniza y escucho a las cuarenta y un mujeres pedir por sus vidas.
«Yo las insté a volverse contra la apoderada», me recrimino porque en gran parte soy responsable.
Vuelvo a contener la respiración y me sumerjo otra vez en el agua preguntándome quién soy.
Soy la que no supo proteger a bicho.
Soy la causa de que esas mujeres perdieran la vida.
Soy miembro del Partido que perpetró esa masacre.
Y mucho antes de todo eso ya era responsable de la muerte de Thiago.
¿Qué pasa si no salgo del río?
«No voy a salir», decido y pronto mis brazos se sienten demasiado pesados para impulsarme de vuelta a la superficie.
¿Cómo darle la cara a mi padre sabiendo que soy causante de tantas desgracias?
No he hecho bien nada.
...
—Ya está, ya está.
Toso, la voz de Adre resuena en mi cabeza y pronto me encuentro boca abajo regurgitando agua.
—Escupe —pide y más agua sale de mí. Del mismo modo las venas de mi cuello se contraen con dolor exigiéndome aire y mis ojos escosen.
«Me sacaron del agua.»
—¿La ayudo a ponerse de pie? —pregunta el cochero.
—Por favor —accede Adre—. Llévala a la fogata.
El cochero tira de mí y una vez estoy de pie entre los dos dejan caer una manta sobre mis hombros. Después, en medio de una regañina, me empujan de regreso al campamento.
Casi caigo a mitad del camino.
—Está débil.
Adre suspira con pesadez:
—Casi no come.
Me sientan sobre la roca más próxima a la fogata y pronto no miro hacia otro lugar que no sea las llamas. A partir de ese instante, y por el momento mientras dure la guerra, de lo único que soy consciente es de los sonidos de la noche: grillos, viento moviendo hojas, el ulular de un búho..., el río.
El río ahora se encuentra lejos pero aún me deja saber que está ahí.
—Sh Sh Sh Sh —me consuela Adre tirando de mí para acomodarme contra su pecho—. Bebe esto —pide.
Cada tarde coloca frente a mi boca el mismo recipiente de metal con el mismo contenido.
Niego con la cabeza. «No, no beberé». Lo que contiene ese brebaje me hace dormir, me atonta, me paraliza. Sin embargo, antes de hacerme cerrar los ojos... antes de vencerme el sueño...
—Bebe —Adre empina sobre mi boca el contenido y de todas formas no lucho. No puedo.
Enseguida miro una vez más el fuego.
Y enseguida me empiezo a columpiar sobre las cadenas de la locura. O puede que esta sea la verdadera realidad. Pues, con asombro, como cada noche desde que empecé a beber lo que Adre me da, miro cobrar vida a las llamas de la fogata. De estas sale Marta moviendo sus caderas y brazos como si bailara.
—Marta —la llamo.
—Ella ahora está bien —escucho que me contesta Adre. Pero Adre ya no se encuentra aquí, aquí solo está Marta, a la única que puedo ver es a Marta, que, un segundo después, deja de bailar y comienza a gritar «¡Auxilio!»
Otra vez me pongo de pie.
—No, Elena, no.
Pero dos manos me obligan a volver a sentarme.
—Demasiadas hojas.
«¿Hojas?»
—Una infusión más ligera no la calma —contesta Adre al cochero. Pero sigo sin poder verla. En donde estoy el escenario cambió y ahora veo llover pétalos de rosas. Rosas rojas.
Cojo uno entre mis dedos.
—¿Dónde estoy? —pregunto—. ¿Por qué de pronto todo lo que me rodea se vuelve pétalos?
Y enseguida empiezo a sentir sueño.
—Recuéstate, Elena —escucho decir a una voz acogedora, ya no la inocua del cochero ni la cantarina de Adre, esta es como dejarse caer sobre plumas, es como sentir sobre tu piel rosas...
«Gavrel».
Gavrel está aquí.
Me giro para verlo. Me hallo recostada sobre su pecho.
¿Cómo llegó aquí?
—Gavrel —digo su nombre.
—Hora de dormir, Elena —insiste, haciéndome bajar de la roca para acomodarme sobre una manta al lado del fuego.
—Cree que eres Gavrel.
—Cuando empiece a ver a Eleanor dejaré de añadir tantas hojas —contesta Gavrel a la otra voz sin dejar de mirarme.
—La Rota —balbuceo comenzando a sentir pesados mis parpados.
—No hay nada que podamos hacer por ellos.
—Mi padre.
—Si es listo sabrá escuchar.
—Garay.
«Me preocupa el idiota de Garay».
—Descansa, Elena —Me vuelve a pedir Gavrel acomodando mi cabeza de tal modo que de nuevo únicamente miro las llamas de la fogata.
ALAN
Y de todas formas, aunque los días fuesen soleados, no avanzaríamos. Tenemos en nuestro poder un mapa que podría ser una trampa. ¿Seguirlo o no seguirlo? ¿En este punto, al vernos sin un rumbo propio, qué es peor?
Al comenzar el viaje, con la isla del Monasterio y el lago Leuven a la espalda y un enorme boscaje por delante, un pescador nos aseguró haber visto bajar de botes a un grupo de monjes. Monjes. Y una de las rutas que tomaron, al igual que el mapa, conduce a Teruel.
—¿A dónde lleva el otro camino?
—Cadamosti.
Para ellos del mismo modo es mejor separar en dos a su grupo.
En cualquier caso, en lo personal no termino de comprender para qué quiere Gavrel que lo sigamos por un boscaje. A menos que se trate de una trampa. No obstante, Viktor, a pesar de las dudas, y no teniendo otra alternativa, aceptó avanzar en esta dirección. Si bien trazando nuestro propio camino. No seguimos a Gavrel, no tomamos a rajatabla su mapa, tratamos de sacarle ventaja para poder interceptarle.
Por la tarde hablamos con dos comerciantes que vienen de Bitania, pedimos información puntual y lo que cuenta nos deja sin palabras. Viktor, en particular, pasa el resto de la tarde en solitario. Se adelanta al caminar y hoy no ha querido tentar nuestra suerte demasiado.
De paso invitamos a nuestro campamento a los comerciantes, les compartimos comida y dormimos por turnos para poder vigilar. Pero nada pasa. Por el momento el circo está en Bitania.
Mientras los comerciantes duermen Viktor estudia el mapa. Le tienta romperlo, lo maldice y por último lo coloca cerca del fuego para obligarle a revelar todo. No podemos confiar en Gavrel. No queremos. No sería sensato.
—No quiere negociar —le digo a Viktor—. Ya tuvo la oportunidad de hacerlo.
—¿Crees que Alastor le iba a permitir negociar? —Viktor no aparta su atención de mapa—. De seguir en Bitania la cabeza de Gavrel estaría en una pica. Le mantiene vivo que yo me negase a perder a Elena. En eso Alastor tiene razón —admite—. No puedo pensar con la cabeza fría si se trata de Elena.
La expresión de Viktor se suaviza cuando habla de Elena, parece empequeñecerse, se llena de culpa.
—Pero no traicionarías al Partido por ella. Tú...
—¿Hago esto por mi familia y ahora el precio es mi familia? —Me mira como si esperara que lo disculpase—. No es justo.
—Pero eres el corazón de esto.
—No, no le pongas cara a la revolución para que al morir el hombre no mueran con él los ideales —me advierte.
—Pero escuchaste lo que ellos hicieron. Garay. Alastor... Están fuera de control, Viktor. —Trato de no levantar mi voz para no despertar a los comerciantes pese a sentirme aterrorizado.
—¿Qué hicieron? —Viktor mantiene la cara alzada—. ¿Masacrar a la nobleza? ¿Despojarles de todo? ¿Había que pedirles todo «por favor»?
Me encojo de hombros sin saber qué decir, sin saber qué pensar, y Viktor, como un padre a un hijo, me instruye con paciencia.
¿Duda que realmente esté preparado para esto?
—Recuérdame cómo murió tu padre —pide.
—Era deudor, Eleanor lo colgó en la plaza... Mi tía era la H. —Sé a dónde quiere llegar—. No... No hubo piedad para ellos.
—Por ende, no hemos hecho nada que ellos no hicieran primero.
—¿De estar ahí tú hubiera sido lo mismo, Viktor? —Me atrevo a preguntar—. ¿Hubieras consentido un nuevo Reginam? ¿Uno peor que cualquiera que se le hubiese ocurrido a Eleanor? ¿Perpetuaremos el mismo sistema de justicia?
Viktor no contesta enseguida, dirige su atención al equipaje que trasladan los comerciantes, fardos de tela acomodados uno encima de otro. Los ha observado a ratos, los comerciantes incluso lo instaron a quedarse con alguno en agradecimiento por compartirles de lo nuestro; pero Viktor, todavía sin responder a mi pregunta, tira de uno en particular para enseguida buscar dentro.
—Este es —dice, sacando una guitarra.
Parece contento de por fin tenerla en sus manos.
—La vi cuando acomodaban todo.
—¿Te aliarás con Gavrel? —sigo preguntando—. ¿Lo escucharás? —Ya no quiero callar—. Viktor, su gente no es...
Él finge afinar la guitarra con tal de hacerme callar. Mira de la guitarra a mí, a los dos nos escudriña.
—Necesito que respondas.
—Hubiera hecho lo mismo que Garay pero sin convertirlo en un espectáculo —dice por fin—. Respecto a Gavrel, no es con él que quiero hablar.
A continuación saca de nuestro equipaje la rosa que nos entregó el anciano y la coloca cerca del fuego, yo la observo en lo que él decide qué tocar.
—Cuando eran niños a Micah, Duardo y Elena los llevaba a otros sectores del Callado para ayudarme a cambiar parte de nuestra cosecha por carne, leche, especias... lo que fuera. Y como ninguno quería volver a casa, al menos no enseguida —sonríe como si recordara una travesura—, al volver a nuestro sector buscábamos donde sentarnos y ahí preparábamos una fogata.
—¿Los campos de maíz?
—Sí. Ahí es donde se reúne nuestra gente.
—Entonces yo sacaba mi guitarra y cantaba. A los tres les encantaba oírme —Viktor acaricia con nostalgia la guitarra—. Eran niños. Tenían preguntas. ¿Qué mejor manera de explicarles todo que con una canción?
—¿Qué les explicabas?
Como si esperara que preguntara eso, Viktor termina de acomodar la guitarra sobre su regazo, la palmea con expectativa, y, al final, sin importarle hacer ruido, como si de hecho no hubiera nada que temer, toca.
—El sol y la luna no se encuentran —Palmea la guitarra cada que hace una pausa—. El sol y la luna no se encuentran, él es rey mientras ella vive en las tinieblas... Mece la cuna. Mece la cuna, despierta de madrugada y trabaja bajo el calor del sol, hijo de la luna... Duardo era el más emocionado —cuenta con su voz quebrándose.
—Reconozco esa canción —digo—. Me la cantaba mi tía. Ella la escuchó de los campesinos.
Por eso la noche es para que descanses.
Por eso la noche es para que descanses. Tienes un padre tirano y una madre amable...
Mece la cuna. Mece la cuna, despierta de madrugada y trabaja bajo el calor del sol, hijo de la luna.
Viktor echa la cabeza hacia atrás con dolor:
¡Él la mira de lejos! —canta mirando la rosa comenzar a marchitarse por estar tan cerca del fuego—, sabe que le dolerá despertar... No la ama. No la ama.
No ven de igual forma a sus hijos. Él es un amo. Ella vive de duelo. Uno frente al otro bailan pero no sobre el mismo cielo...
—No sobre el mismo cielo —termina Viktor—. El poder de la nostalgia —agrega después, sacando de su bolsillo un pañuelo para secar con este sus ojos—. Me preocupan mis hijos. No tengo a ninguno cerca.
—Elena, Ana —digo. Elena me platicó sobre Ana—, Micah...
Viktor vuelve a dejar en su lugar la guitarra:
—No solo Elena, Ana y Micah —explica, empujando con su zapato las cenizas que no hace mucho eran una rosa. El fuego no tuvo piedad de ella.
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Esa canción es propia mía de mi misma 7u7 Lo digo por si pensaban buscarla. La compuse -Y me llevó días jajaja- para el mundo de Reginam.
HISTORIA: Mi papá fue rebelde universitario. Cuando yo tenía dos años vivimos en la frontera de Guatemala con Belice por miedo a que el ejército lo estuviese buscando (Hizo sus desmadritos en la USAC / Universidad de San Carlos de Guatemala, la única universidad pública aquí). Y estábamos en la frontera para, ya saben, por si en cualquier momento, de haber necesidad, cruzar a Belice y que ya no lo pudieran capturar. De eso ya 30 años. Pero durante mi niñez escuché mucho una canción. Mi papá la ponía seguido porque en ese entonces él oía mucha música en LP, pero tenía pocos discos: Kiss, Queen, Bee Gees, The Beatles... y los Guaraguao, como buen revolucionario. Él ahora es un hombre bastante tranquilo. Lo molesto diciéndole que se adaptó al "sistema" porque era un Viktor Novak xD. Pero en mi memoria se quedó esa canción - obvio crecí con ella- y me sirvió de inspiración para la que leyeron hoy (ya se lo había comentado a alguien capítulos atrás). Solo que -advertencia- esta de los Guaraguao es mucho más cruda, refleja de mejor manera la realidad, tanto que lleva por nombre "Casas de cartón", por si la quieren escuchar:
https://youtu.be/bE1QAFNO_8o
Era imposible no terminar escribiendo una historia como Crónicas si creciste escuchando una canción como esa, ¿cierto?
Gracias por votar ♥
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