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80. La lección aprendida es: obedecer a un solo amo


 La lección aprendida es: obedecer a un solo amo

ALAN

Es una madrugada calurosa, aunque aquí el aire es más fresco que en el campamento, eso más una vista envidiable.

Desde esta sierra podemos ver el Callado, las plazas y todo lo que se encuentre dentro del lago Leuven: La Gran isla, el Monasterio, La isla de las viudas con los botes que van y vienen de esta y el Monasterio. De la primera aún sacan cadáveres calcinados, en la segunda preparan las honras fúnebres para un obispo funesto. Aun así, necesitamos confirmar que Elena está bien. Por ello seguimos esperando.

Tres de nuestros hombres murieron hace una semana al tratar de entrar a la alcazaba para liberarla. Alastor se negó a enviar más, situación que tuvo de malas a Viktor, pero lo entendió. Con todo y eso, lo sucedido hoy nos tomó por sorpresa.

Mael se halla de pie a mi izquierda, Viktor y Garay a mi derecha; los cuatro observamos al grupo que intenta escalar la cúspide de la sierra, hasta nosotros: Malule acompañado por tres soldados de la Guardia. Les custodian cinco de nuestros hombres además de los centinelas.

Estoy atento a cada reacción de Viktor, por el momento fuma un cigarrillo y la lumbre en el extremo de este es lo más brillante cerca.

—Viktor —saluda un Malule jadeante al terminar de subir la sierra. El hombre suda como un cerdo pese a traer un bastón con él—. Me es difícil avanzar rápido por la condición de mi pierna —explica—. Maldito, Gavrel.

Malule espera alguna reacción de Viktor pero este se mantiene en silencio. A la distancia solo se escuchan saltan saltamontes, grillos y cigarras.

—Elena está viva —informa Malule con prisa al notar que no estamos para trivialidades—, eso es lo primero que quería decirte y... gracias por darme audiencia... Gavrel me busca. Ahora soy un fugitivo, Viktor.

La confirmación de que Elena vive es lo que más nos interesa de dicha información, pero no lo demostramos.

—¿Por qué estás huyendo de Gavrel? —pregunta Viktor dando otra calada a su cigarrillo.

Su tono de voz aún es quieto.

—Supo que estoy de tu lado, que hace mucho te paso información... Hoy te traigo información. Quise... quise entregártela personalmente.

—Te escucho.

—Su plan es ofrecerte no matar a Elena a cambio de que pongamos fin a las revueltas. No matarla y devolvértela. Eso fue lo que le planteó a su madre hoy más temprano. Quiere que ambos se reúnan sobre el puente de piedra.

Al darse cuenta de que Viktor se muestra críptico Malule de nuevo habla más rápido:

—Mis hombres también me informaron que Gavrel se volvió contra su madre y ahora él gobierna, ordenó liberar a Wenceslao... De igual forma pidió al Heraldo anunciar un nuevo Reginam. Un Reginam especial. Mi sospecha es que hará oficial que ahora está al mando, que el Príncipe Negro lo respalda, y, por último, te citará públicamente para que hablen. Sabe que Wenceslao fue tu amigo, de Alastor, de Imelda. Quizá confía en que él nos puede convencer.

¿Por qué habla en plural?

Una nube de humo procedente de la boca ensanchada de Viktor es expulsada hacia donde se encuentra de pie Malule.

—¿Es todo? —pregunta.

—¿Te parece poco?

—Claro que no. Ahora repíteme por qué estás huyendo de Gavrel —insiste Viktor y trato de disimular mi sonrisa al ver apuro en el semblante de Malule. Esperaba un recibimiento más cordial.

—Descubrió que estoy contigo, que la Guardia dejaba ir a Garay porque yo se los ordené —Garay suelta una carcajada—, que te pasó información, Viktor. Siempre te la he pasado.

—Por orden de... alguien —dice Viktor señalando con un gesto de su mano a Malule que de inmediato cambia su bastón de una mano a otra.

—No. No. Viktor, yo era el hombre de confianza de la reina. Le di la espalda para venir con ustedes.

—Le diste la espalda ya que la derrocaron.

Malule palidece y es claro que, el vencedor de la pulseada entre ellos, se decidió desde el principio.

—Aquí está —escucho decir a una voz que se aproxima a nuestra espalda. El rostro chucho de Malule se termina de descomponer al ver quién es.

Moria.

—Tardaste —le recrimina Garay.

—Si eres más rápido, hubieras ido tú por él —La mujer echa hacia un lado su cabello plateado y entrega un saco mediano a Viktor—. Ah, hola Malule —saluda al otro—. Me recibieron más rápido que a ti, ¿puedes creerlo?

Malule deja salir un respiro sonoro.

—¿Conoces a Moria, Malule? —le pregunta Garay—. Es una de nuestras mejores informantes.

—Repíteme por qué estás huyendo de Bitania, Malule —insiste Viktor buscando dentro del saco que acaba de entregarle Moria.

—¡Fue la reina quien autorizó darle a beber aceite de clavo a tu hija! —empieza a escupir por fin Malule. Ya hasta dejó caer su bastón.

—¿Quién llevó a la apoderada esa información? —inquiere Viktor sin dejar de buscar dentro del saco—. Específicamente, Malule, ¿quién hacía negocios sucios con la mujer que dejó morir a 41 de nuestras viudas y ayudó a escapar a las que golpearon a mi hija?

Los dos hombres que entrenaron a la mayoría de soldados de la Guardia real se ven cara a cara.

—Cumplía órdenes, Viktor.

—Ahora recuérdame por qué motivo utilizas bastón.

—¡Gavrel me atacó... te lo dije!

—¡¿Por qué?! —explota Viktor, dando una mirada de advertencia a Malule. El hombre traga saliva antes de contestar.

—Eso también me lo ordenó Eleanor.

—Quiero escucharlo de ti —Viktor da una nueva calada a su cigarrillo y después lo coloca entre sus dientes, para así tener ambas manos libres y continuar buscando dentro del saco. Hay muchos objetos dentro.

—Me habían pedido matar a tu hija —Malule empieza a sentir la necesidad de arrodillarse—. Pero, Viktor, yo...

—Eso fue durante el último Reginam.

—¡Intenté contactar a Garay para ayudarle a sacar a Elena del Cenicero! —alega esta vez. ¿Funcionaría como «patadas de ahogado» si no tuviera una pata mala?

—No confío en él —dice Garay a Viktor y este asiente.

Malule mira aterrado de uno a otro.

—Ahora aclárame por qué asesinó Gavrel a tu hombre de confianza. ¿Cuál era su nombre? —pregunta Viktor a Moria, haciendo a un lado unos segundos el saco.

—Zandro —contesta ella.

—Por... Por intentar abusar de tu hija en el Cenicero. ¡Pero yo no soy Zandro!

—Mis hombres de confianza jamás intentarían abusar de alguien que yo protejo —dice Garay, rascando con aparente desinterés su barbilla.

—Los míos tampoco —añade Viktor, por fin encontrando lo que busca en el saco: un par de dagas—. ¿Reconoces esto? —le pregunta a Malule y el hombre, todavía más aterrado, tensa su mandíbula.

—N-No.

—Acércate para verlas bien —ordena Viktor y a Malule no le queda más remedio que obedecer—. Le pertenecen a Elena —Sin soltar el cigarrillo, Viktor aguanta una daga en cada una de sus manos a modo de encuadrar con estas la cara de Malule—. Las llevaba con ella el día que tus hombres la metieron dentro de una carreta y la llevaron con tu amo para que este se aprovechara de ella. Así terminó mi hija en el Castillo gris.

Malule mira con apuro a Moria. Ya sabe quién habló.

—Entonces no sabía que era tu hi...

Un solo movimiento rápido define todo. Viktor, sin pensarlo dos veces, tuerce sus muñecas a modo de que las dagas encuentren el camino a la justicia.

—Ahora no lo olvidarás —sentencia, incrustándolas al mismo tiempo en el cuello de Malule, y cuando este cae de rodillas frente a él igualmente aprovecha para apagar el cigarrillo sobre su frente—. También fuiste tú el que avisó a Eleanor que la H transmití en vivo —añade— e hiciste tratos con los miembros del Burgo que construyeron el pozo que enfermó a mi hijo.

Malule es casi decapitado. Su cuerpo no termina de caer al suelo solo porque Viktor aún aplasta el cigarrillo contra su frente. Sangre brota a borbotones de su cuello y boca.

Finalmente cae.

—Y ahí va otro buen cliente —lamenta Moria, pidiendo con un gesto de su mano a Garay ayudarle a prender su propio cigarrillo.

—Ustedes —dice Viktor a los soldados que, a su vez, le observan con terror. Son testigos silenciosos—. Regresen con los demás arrastrando el cuerpo de Malule con ustedes y digan lo sucedido aquí. Si todavía quieren unirse al Partido Rebelde, primero deberán probar su lealtad; de lo contrario regresen por donde vinieron.

—Sssí, señor.

Cuando los soldados empiezan a bajar, Viktor nos pide acercarnos; pese a ser un hombre poco expresivo, aún se muestra irritado.

—Enviaremos hombres a ese Reginam para averiguar qué quiere Gavrel. Porque a mí no me ha citado.

—Wenceslao está con él —gruñe Garay pateando una roca. El Príncipe Negro era su héroe. El de todos.

—Tiene buenos motivos —contesta Viktor sin entrar en detalles.

Curioso, doy mi atención a Moria para saber si ella tiene la respuesta, pero luce tan liada como nosotros. ¿Por qué el Príncipe Negro está del lado de Gavrel? ¿Por qué el Monje rebelde de igual forma lo estuvo? Hasta hoy supe que el primero lleva por nombre Wenceslao.

Pero no me animo a preguntar.

Tanto Mael como yo fuimos bien recibidos en el campamento rebelde, lo mismo la familia de mi tía, somos aliados y sobrevivientes; pero como ex soldado tengo claro que uno debe aprender a respetar el silencio de un líder. Sobre todo de un líder que ama a su hija.

—¿Negociarás con Gavrel? —pregunta Mael a Viktor.

—Esto no se trata de mí. Esto es nosotros... y Elena lo sabe.

—Ella estaba dispuesta a morir en la Rota por el Partido —agrego.

—Lo sé —contesta Viktor, sacando de un bolsillo de su camisa otro cigarrillo. Visiblemente está nervioso.

—Eso es algo que Gavrel debería tomar en cuenta—señala Garay, mirando la roca que pateó.

—No tiene más cartas —dice Viktor—. Elena y Wes son su mejor apuesta... Espero.

—¿No le agradecerás haber ayudado a Elena? —le pregunta Moria, altiva.

—Él ya tuvo su recompensa por ello.

Viktor empieza a caminar de vuelta al campamento. Moria consiguió ponerle de malas otra vez, lo hace cada que el tema de la conversación es «Elena», por lo que obtiene miradas de reproche por parte de Garay.Yo vi cuando Viktor les recriminó no detener a Elena.

Estaba decida a seducir a Gavrel —informó Garay con miedo— y este no se resistió.

¡Por supuesto que no se resistió! —protestó Viktor.

No distinguí si lo que le hacía brillar sus ojos era afrenta o decepción, pero sí vi el miedo.

Miedo a que Elena se encuentre vulnerable.

Miedo a que los Abularach aún la tengan en su poder.

Miedo a fallarle.

Viktor se culpa por muchas cosas y ver su sentir como padre me hizo doblegar el mío al enterarme de lo sucedido entre el imbécil de Gavrel y Elena.

«Inclusive la embarazó».

Y, con todo y eso, tuvo la pusilanimidad de abandonarla. De verla como estrategia más que como mujer. Su mujer.

No la protegió.

—Ahora informemos a Alastor que los Abularach perdieron más soldados —dice Viktor—. Es ahora o nunca.

«Ahora o nunca».

Me quedo atrás para dar una última mirada al lago, preguntándome dónde dormirá Elena hoy o si quiera se encuentra bien. ¿La devolvieron al Cenicero? ¿Viktor realmente está dispuesto a dejarla morir por el bien mayor o solo habla de dientes para afuera? No le gusta tocar el tema. A Garay tampoco. A mí también me afecta. ¿La amenaza de Gavrel se cumplirá de no dar el brazo a torcer nosotros?

No es una decisión fácil para un padre. 


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Oh, vamos, no lloren por Malule. 

Llegó la hora de que tomen protagonismo las serpientes :O

Esto les dará una mejor perspectiva de todo, o quizá les confundió más *carita de duda* Cuenten teorías. Yo solo diré que aún no bajo la intesidad. Se viene lo mejor, señores/as, lo mejor.   

Les espero en el grupo de Facebook: Crónicas del circo de la muerte: Reginam. 

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Muchas gracias por dejar su voto en cada capítulo, de esa forma me ayudan a posicionar de mejor manera esta novela :) ♥

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