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79. La revolución de las rosas

Hoy publiqué dos capítulos (uno antes de este), en caso Wattpad solo les haya notificado este.

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La revolución de las rosas

ELENA

«Sed».

Aprieto con fuerza mis ojos sintiendo un dolor punzante en mi cráneo, espalda y pelvis; pero es la sed lo que apremia más. ¿Cuándo fue la última vez que bebí agua?

Mis ojos duelen y lagrimean al tratar de abrirlos, la luz de una vela les escose. Vuelvo a cerrarlos y me giro sobre mi estómago antes de intentar abrirlos de nuevo. De ese modo advierto que me hallo sobre una cama con almohada de plumas y sábanas blancas.

No puedo sentirme más fuera de lugar.

Paso mi lengua sobre mis labios en lo que trato de llegar al porqué. ¿Quién me trajo?

«Honorato».

Mi cráneo vuelve a doler al rememorar lo acontecido en la isla. ¿Hace cuánto se vino mi mundo abajo otra vez? La vela indica que afuera es de noche. ¿Pasaron días? ¿Fue ayer? ¿Hoy?

«Sed». Mis labios se resecan. En verdad necesito agua.

Regreso mi atención a la vela, y esta vez, al no apartar mi vista, consigo ver a través de ella: Una puerta doble entreabierta con dos hombres bien vestidos, uno le venda la mano a otro. Al que venda no lo reconozco, al herido sí. Es... Gavrel.

Aparto la vela para ver mejor todo. Gavrel está sentado de perfil y no mira al hombre o a la mano que este venda, mira la pata de la silla en la que el otro se halla sentado.

Me estoy preguntando qué tiene de interesante la pata de una silla cuando infiero que en realidad se encuentra abstraído en lo que sea que esté pensando.

—¿Hay quién te cambie la venda? —le pregunta el hombre y cierro mis ojos temiendo que se vuelva hacia donde estoy yo.

—Yo lo haré —responde la voz de Isobel.

«Entonces hay más gente afuera».

—Es esencial que no se infecte.

—Lo tendré en cuenta.

«¿Qué pasó?»

Al terminar de vendar la mano el hombre guarda sus cosas en un neceser, se despide e Isobel se ofrece a acompañarle fuera.

Gavrel les ve salir y después continúa con la misma actitud ausente. «Agua». Todavía la necesito. ¿Deberé pedírsela? Mi duda se resuelve cuando giro hacia la derecha mi cabeza y otra vela ilumina una bandeja con comida, una jarra de agua y al lado de esta un vaso con el líquido ya servido. Extiendo mi brazo pero no consigo alcanzarlo, por lo que procedo a moverme con cautela hacia este. Es entonces cuando advierto que algo metálico rodea mi pie. ¿Un grillete? Me apresuro a confirmar. Sí, es un grillete sujeto a la cama. «Grandísimo hijo de puta».

Termino de alcanzar el vaso con agua y bebo manteniendo mi cuerpo recostado para que Gavrel no me vea. Mientras tanto pienso qué hacer.

Sobre la bandeja hay una cuchara, pero no un cuchillo o tenedor. ¿Con qué me defiendo? Los soportes de las velas no son lo suficientemente grandes y la bandeja o el plato no serían buenas armas.

«El vaso».

Si consigo romper el vaso me servirá de igual manera que el pedazo de botella que utilicé con Jan y Mah. Aunque no puedo romperlo en este momento, debo esperar hasta asegurarme de que nadie escuchará.

Las dos velas alumbran poco y en ese sentido puedo percatarme de que no conocía esta habitación; es grande y mucho más cómoda que la que ocupé cuando viví aquí. «Debe ser para invitados». Aunque no es cortes colocar grilletes a tus invitados.

—¡Déjenme pasar! —escucho que grita alguien, la voz cantarina de Mina para ser precisos, y esto vuelve a captar la atención de Gavrel.

Regreso a la posición que me permite ver qué pasa.

—Es mi madre —escucho confirmar a Baron.

«También está con Gavrel».

—Ábrele —dice Gavrel.

—¿Por qué el escándalo? —pregunta la voz quejona y somnolienta de alguien que, al igual que Baron, tampoco se halla en mi campo de visión. «Sasha».

Así que también acompaña a su hermano.

Escucho el abrir y cerrar de una puerta seguido de las voces de Isobel y Mina reclamando a Gavrel no ser tratadas con deferencia por la Guardia.

—¿Por qué tanto asunto? —discute Mina.

—¿Es necesario gritar? —insiste Sasha.

—Estoy pidiendo que me expliquen —le contesta Mina.

—No saber es tu castigo por preferir chismorrear en Amarantus —devuelve el otro.

—Soy parte de la familia real, deben informarme qué sucede.

—Primero dinos de qué lado estás.

—No hay lados, Sasha —lo regaña Isobel.

—Claro que los hay. Eleanor o Gavrel. Aquí estamos los leales a Gavrel.

—Estoy con Gavrel —dice Mina.

—No nos sorprende, el único con Eleanor es Jorge; aunque no por lealtad.

—Insisto en que deben explicarme.

—Despertarán a Elena —dice Baron en voz baja.

—¡¿Elena?! —grita Mina y, acto seguido, escucho pasos apresurados más otra puerta abriéndose de golpe. «Mi puerta». Cierro mis ojos—. ¿Qué hace ella aquí? Eleanor dijo que al Cenicero.

—Primero, el plan inicial se fue al demonio —contesta Sasha—. Segundo, Eleanor ya no manda aquí.

—¿CÓMO? —La sorpresa de Mina refleja la mía.

—Tía, toma asiento y te contaremos —pide Isobel.

—Gavrel, ¿qué le pasó a tu mano? —interroga esta vez Mina.

—¡Oh, esa es la mejor parte! —ríe Sasha—. Vamos, dejen que yo le cuente.

—Pero sin añadir de tu cosecha —sentencia Isobel.

—¿Qué hay de divertido en eso?

Me arriesgo a abrir un poco los ojos. Gavrel aún se encuentra en la misma silla, aunque mirando en dirección opuesta. A todo esto, ahora, con la puerta casi por completo abierta, puedo ver a Isobel. Pero solo a Gavrel y a Isobel puedo ver.

—Todo empezó el día que Eleanor nació —comienza Sasha—. No me miren así... De acuerdo, nadie está de humor —Procede a aclarar su garganta—. Lo primero que debes saber, tía, es que Elena llegó embarazada a La isla de las viudas.

Cierro otra vez mis ojos por si deciden mirar en mi dirección.

—¿Hijo de Gavrel? —pregunta Mina.

—Ahora que lo pienso... —Sasha deja al aire la duda. «Maldito».

—¡Qué no pongas de tu cosecha! —le recuerda Isobel.

—Admitan que es una duda razonable. Pero bueno, para que dejen de mirarme de esa manera no insistiré en poner en entredicho la palabra de Elena.

»Decía que llegó embarazada a la isla, mientras tanto Gavrel buscó tener una audiencia con Eleanor para ponerle al tanto del plan «Salvar el culo de la familia real». Eleanor, por supuesto, no quiso recibirlo por aún estar enfadada con él debido a lo sucedido durante el último Reginam.

»Gavrel consiguió reunirse con ella hasta hoy cuando la misma Eleanor nos citó a desayunar a todos. Ahí discutimos utilizar a Elena para negociar con las Serpientes el fin de las revueltas. Era el plan perfecto. ¿O no era el plan perfecto?

«Saben que soy Serpiente», confirmo.

—Eleanor reconoció que era, quizá, nuestra última esperanza —continua Sasha—; sin embargo todos notamos que se veía ensimismada. ¿Recuerdas que lo comentamos, tía?

—Es por toda esa gente pidiendo su cabeza —dice Mina.

—No —afirma Sasha—. Resulta que ella ya había arruinado todo: Durante la madrugada recibió de Malule una carta de la apoderada a cargo de la isla informándole sobre el estado de Elena y las revueltas que esta organizó ahí dentro. En la carta la mujer le propuso que ella y otras internas se encargarían del problemita a cambio de obtener su libertad, entre otros beneficios. Eleanor aceptó.

»En lo que esperaba la respuesta, la apoderada encerró en un salón a las mujeres que ayudaban a Elena con las revueltas y a ella la envió a una celda incomunicada. Así, en cuanto leyó el «Sí» de Eleanor, procedió a hacerle beber aceite de clavo a Elena para que esta abortara...

—¿Ya no hay bebé? —pregunta Mina y mi pecho duele.

—No, ya no —confirma Sasha.

«Bicho».

—Pero eso no es lo peor...

—¿Qué no es lo peor? —exclama Mina.

Lágrimas no saltan de mis ojos porque se acabaron. Soy poco menos que un pozo seco.

—No. Verás; las internas encerradas dentro del comedor decidieron comenzar un incendio para obligar a la apoderada a abrir la puerta; pero la mujer, sintiéndose protegida por Eleanor debido a que esta le acababa de conceder privilegios, decidió no hacerlo... No razonó a tiempo. El caso es, tía, que tenemos 41 cadáveres calcinados dentro del comedor de la alcazaba, más 2 dentro de otra celda. En total fueron 43 víctimas.

«44», digo a mis adentros.

—44 —musita Gavrel, sorprendiéndome.

—¿Por qué 44? —cuestiona Sasha—. Yo vi las listas y... Ah, ya.

—44 —repite Mina sin poder creerlo, y si no puede creerlo mucho menos puede imaginar lo que significó estar ahí.

—Ahora te pregunto, tía: ¿Querrán negociar con nosotros las Serpientes? La mayoría de las viudas muertas eran esposas de soldados que sirvieron de diversión en la Rota. Hoy parte de la Guardia real desertó —La duquesa suelta un jadeo de horror—. Sí, lo que oyes. Un asesinato en masa injustificado nos hundió todavía más.

»Aumentó el número de personas que sale a las calles a pedir nuestras cabezas. Porque ahora sí piden la de todos. Están saqueando comercios en la Plaza de la Moneda, pintarrajean paredes con mensajes de la H y al castillo vienen a lanzar ratas.

»En cada sector del Callado hay grupos de campesinos reuniéndose para anunciar su apoyo a las Serpientes. Mientras, los soldados de la Guardia que nos quedan custodian el castillo para que la multitud no entre. No obstante, familia, ¿qué nos garantiza que no desertarán en cualquier momento, si no es que quieren entregarnos personalmente a Alastor Scarano y Viktor Novak?

«Mi padre. Entonces, tal como lo supuse, Gavrel ahora tiene claro quiénes somos».

—Para congraciarse con ellos —dice Baron.

—Por supuesto. Yo lo haría... Tía, pedimos al obispo tratar de calmar a las masas. Les dijo que el vulgo no debe volverse contra la mano que le da de comer. ¿Puedes creerlo? Dijo eso a los miles de campesinos que reclaman a Eleanor que no suba más los impuestos. ¿Sabes qué pasó? Primero, ya no tenemos obispo. Segundo... —Sasha parece querer soltar todo en un suspiro—. Mira, el caso es que lo lincharon al grito de «Vulgatiam»

»Hicieron lo mismo con la apoderada de la isla a pesar de que esta ya había sido sentenciada a la ahorca por el Burgo. A todo el que atrapan lo linchan al grito de «Vulgatiam» y lo hacen comer ratas.

—¿Vulgatiam? —pregunta Mina con asco al imaginarse degustando una rata.

Vulgus iustitia es la respuesta a Regina iustitia. La ley de la calle se impuso sobre la justicia de la reina.

—El incendio fue la gota que derramó el vaso —confirma Isobel.

—¿Y qué vamos a hacer? —pregunta con horror Mina.

—Gavrel está a cargo —dice Baron.

—¿Y Eleanor?

—Aquí viene la parte cómica de la historia —anuncia Sasha.

—No fue divertido, Sasha —le contesta Isobel, molesta.

—Sí que lo fue... Tía, al terminar nuestro desayuno, el cual recordemos ya había sido interrumpido por Malule, pediste un carruaje para llevarte a Amarantus, Eleanor se encerró en el Salón del trono y... Bueno, el caso es que cada uno volvió a lo suyo.

»No pasó mucho tiempo cuando Honorato entró al castillo pidiendo que alguien fuese por Gavrel y un médico; tenía a Elena en brazos. Ambas cosas se hicieron.

»Una sirvienta abrió de golpe la puerta del Salón de los Laureles, ahí nos encontrábamos Gavrel y yo comentando lo platicado durante el desayuno. Bajamos. Honorato mantenía a Elena cerca de la puerta principal del castillo. Una Elena sucia, anémica, con sangre desparramándose sobre un harapo de vestido que alguna vez fue blanco. Gavrel la tomó de brazos de Honorato, ordenó a este ir personalmente por el médico y los dos corrimos a buscar a nana, que algo sabe de sanación.

»Nana revisó a Elena y su dictamen fue «Aborto» La pregunta era, ¿voluntario o provocado por alguien más? El médico llegó, confirmó lo dicho por nana y añadió que Elena inclusive bebió «clavo» de más por ignorancia, y que eso pudo haberla matado. Aun así, todos sabemos la fama que atañe a la isla de Las viudas. Allí muchas mujeres perecen por eso.

«Mal viven en un reino que no les da opciones, Alteza», pienso, molesta.

»Aunque la verdad llegó poco tiempo después. Soldados de la Guardia buscaron a Gavrel para informarle los pormenores del incendio, trayendo con ellos a la apoderada de la isla. La mujer, repito; ya había sido condenada a la ahorca; sin embargo, para tratar de salvar el pellejo, exigió una audiencia con Gavrel alegando tener «información». Y aquí viene lo emocionante...

Al hablar con Gavrel sus palabras fueron:

—¡La reina me autorizó!

—¿La reina le autorizó dejar morir a 41 mujeres?

—¡Ellas se lo buscaron, Alteza, yo hablo de Elena!

—La apoderada concluyó que pesaría más lo de Elena—explica Sasha—. No consideró al resto de mujeres lo suficiente importantes como para ser llevada ante Gavrel. Asumió que, al soltarle esa información a Gavrel, pese a lo ocurrido en la isla; él, a cambio, sería más benevolente con ella.

¿Qué pasa con Elena? —le preguntó Gavrel.

Prisioneras le hicieron llegar a su majestad la noticia de su condición.

¿Su condición?

Embarazo. Y pidieron autorización para hacerla abortar a cambio de ser liberadas. La reina aceptó. Entonces las prisioneras, ayer ya muy entrada la noche, encerraron a Novak en una celda; la golpearon y obligaron a beber clavo. No la mataron solo porque Malule dijo que su majestad pactó con usted mantenerle con vida.

¿Malule? —La mueca de Gavrel era de asco—. Denle persecución —ordenó—. En cuanto a esta mujer, entréguenla a las multitudes. Con suerte eso los calme un poco a ellos y a mí.

¡Alteza, no! ¡ALTEZA!

»La mujer fue sacada del castillo y Gavrel, conmigo y Jakob siguiéndole, desenfundó su espada y caminó furioso hasta el Salón del trono. Yo iba detrás diciéndole «No, Gavrel, piénsalo bien».

»Al llegar abrió la puerta doble de golpe y lo interesante es que a Eleanor no le molestó. Vamos, ni siquiera parecía sorprendida; posiblemente, al tanto de todo, tenía claro que esta vez empujó demasiado su suerte.

»Gavrel empezó a caminar en dirección al trono apuntando a Eleanor con la espada, a la vez Olimpia y Giogela, por orden de su majestad, reaccionaron de acuerdo a su entrenamiento y saltaron a atacar.

¡La hiciste abortar!

»Gavrel decapitó a la primera mientras la otra le cogió la mano izquierda. Añado que Eleanor en ningún momento intentó detenerlas.

—¿La decapitó de un solo tajo? —pregunta Isobel con duda.

—Sí —contesta Sasha pasando por alto «no poner de su cosecha»,  y Gavrel gruñe, pero Sasha, sin importarle, continúa:  

»Al caer la cabeza de Olimpia al suelo, Gavrel, furioso, perpetuó su hazaña incrustándole la espada en la garganta a Giogela, para enseguida de igual forma decapitarla. Dos leonas muertas en el Salón del trono.

¡LA HICISTE ABORTAR! —volvió a echar en cara a Eleanor.

Un bastardo no vale más que mis leonas, Gavrel.

Eso lo decido yo.

Gavrel terminó de llegar hasta Eleanor y sin reparo colocó la punta de la espada contra el delgado cuello de esta.

¿Vas a matar a tu madre? —le preguntó ella.

No, voy a derrocar a la reina —contestó él.

Eleanor dirigió su atención a los soldados que uno tras uno fueron llegando luego de oír el escándalo, pero ninguno movió un dedo.

Gran error ponerte a cargo de la Guardia —dijo ella.

Levántate —le ordenó Gavrel, Eleanor obedeció y después él se dirigió a los soldados—: Llévenla al Cenicero.

¡Con qué autoridad envías a tu madre a una mazmorra! —Esa fue la primera vez que vi a Eleanor perder por completo los estribos.

Con la misma que ella utilizó para enviar al mismo infierno al hombre que una vez amó... Anda, Rosa, a él le dará gusto platicar contigo. En cuanto le expliques por qué te envié ahí y hagas saber que es libre, los soldados te devolverán a tu alcoba.

—¿Liberaste a Wenceslao? —interrumpe Mina a Sasha.

—Lo necesitamos —responde Gavrel negándose a aclarar más y pide a Sasha continuar relatando.

—Eleanor fue llevada al Cenicero y horas después fue devuelta a su alcoba dando de gritos.

—¿Wes la lastimó? —pregunta Mina con alarma.

—No físicamente —contesta Isobel.

«¿Qué le dijiste, Wes?», me pregunto.

—Una vez encerrada lo único que pidió fue las cabezas de Olimpia y Giogela —continua Sasha—. Los soldados que la custodian aseguran que lo único que ha hecho desde entonces es abrazarlas. Tétrico, ¿no? Creo que mami terminó de enloquecer.

—Debí sacarla del poder hace mucho —dice Gavrel con culpa.

—¿Y perder el respaldo de la Gran Mancomunidad? —rebate Mina.

—Ya dejaron de respaldarnos, tía.

—¿Ves? No había otra manera de alzarse contra Eleanor. Quizá si les hacemos saber que ahora estás a cargo...

—Hablaremos de eso en otra oportunidad —le corta Gavrel—. Lo importante por ahora, familia, es encontrar la manera de salir lo más ilesos posible de esto. Para empezar, ordené a Macabeos anunciar que pasado mañana habrá Reginam. Un Reginam especial.

—¡Pero en la reunión dijiste que...!

—Todo tiene un por qué, tía —dice Gavrel a la duquesa—. Te pido no preguntar más hasta que yo decida si es conveniente decirles.

—¿Qué con Elena?

—Ella es parte del plan.

«¿Qué plan?»

Es mucha información para procesar.

Minutos después alguien toca la puerta. Un soldado avisa que Adre espera afuera y Gavrel autoriza dejarla pasar.

—Perdón por no traértela antes —La escucho disculparse—. Al ver que era de Marta no quise abrirla. Wes me persuadió.

—¿Mi padre está contigo? —le pregunta Gavrel.

—Tenemos mucho que platicar.

—Más tarde me reuniré con ambos. Gracias por... esto.

«¿Esto?»

Como Gavrel se puso de pie para recibir a Adre no puedo ver qué es.

Adre recibe condolencias por parte de Isobel, quien toma la palabra en nombre de todos al manifestar su pesar por la muerte de Marta, cosa que también sorprende a Mina y acrecienta el vacío dentro de mí; después pregunta cómo estoy, y, al terminar Isobel de explicarle, se retira. Espero tener la oportunidad de hablar con Adre. ¿Qué le entregó a Gavrel?

«Oh, no»

Estoy recordando.

Como Gavrel e Isobel regresan a su lugar, de nuevo puedo verlos.

—¿Por qué te entrega algo de Marta? —escucho preguntar a Sasha.

—No es de Marta... Es la carta que envió Elena.

—¿Que envió? —pregunta Mina.

—Digamos que encontramos los borradores dentro de su bolsillo —contesta Isobel e intento hundirme en mi almohada.

—Mi favorita es la que empieza con «Grandísimo hijo de puta» —ríe Sasha.

—Y así dudas de mi paternidad —le contesta Gavrel.

—La voy a enmarcar —decide Sasha.

—No.

—La voy a enmarcar, dije.

—Sasha...

Siempre empiezan de la misma forma sus peleas.

—Tú mismo acabas de escogerla como prueba irrefutable de tu paternidad.

—Deja ver esa —suspira Isobel y le veo tomar de las manos de Gavrel la carta enviada—. Sí, esta es más diplomática —opina al leer—, aunque en lo personal prefiero la de «Ya que una rosa simboliza nuestro amor, tengo a bien informarte que entre sus abundantes espinas surgió un botoncito...» Esa la voy a enmarcar yo.

—Isobel... —La paciencia no es cualidad de Gavrel.

—Me lo debías. Sabes que me lo debías —se queja ella.

—Baron, revisa si en el listado de sobrevivientes aparece el nombre Meg —pide Gavrel ahora, atendiendo una de mis peticiones.

—No —confirma Baron al repasar dos veces y otra vez dolor escose mi piel.

Isobel coloca una mano sobre el hombro de Gavrel a manera de consuelo. «Sí, Alteza, usted y los tuyos acabaron con una niñita».

Porque ellos fueron.

Eran responsables de esa isla.

Lo son de todo. Todo.

El mismo soldado que anunció la llegada de Adre comunica que ahora es Wenceslao Balzola quien pide autorización para entrar. Gavrel le indica que Adre y Wes no necesitan ser autorizados y le hacen pasar.

«Wes».

Primero escucho su voz profunda con tintes alborozados. Saluda a todos, en especial a Mina por, según él, recordarle sus años de juventud. Y aunque le veo de espalda, puedo notar el cambio en su cabello y vestimenta. Contrario a cómo lo recuerdo, esta vez luce como un miembro más de la realeza. De cualquier manera, me asombra escuchar que el motivo de su visita es... verme.

—¿Tiene el grillete? —le escucho preguntar al cruzar la puerta.

—Sí —contesta Gavrel.

Así que fue su idea.

Pero trato de no moverme al percatarme de que ambos están cerca.

—Nunca le quites ese grillete, Gavrel. Nun-ca. Así no se meterá en problemas. De haberle puesto uno a tu madre... —Escucho a Wes resoplar—. El caso es que, Elena está a salvo. ¿El médico no pudo...? —pregunta a continuación.

«Bicho».

—No.

—Adre me lo dijo pero quería confirmarlo yo mismo. Trata de dormir.

—¿Cómo?

—Con un poco de ron y mi promesa de que todo saldrá bien si nos apegamos a lo planeado.

«¿Qué es lo planeado?»

Alguien acomoda mis almohadas, asumo que Wes...

«¿Wes?»

—Glotoncito te extraña —le escucho decir sintiendo a la vez una mano sujetar un mechón de mi cabello.

Todavía lo quiero golpear por no decirme que Eleanor es la rosa y Gavrel el hijo de los dos, aunque en el fondo reconozco que no me hubiera dejado ayudar de haberlo sabido.

—Vamos —dice Gavrel—. Le dije a nana que necesito hablar con ambos.

—¿Sobre qué?

—Afuera, padre —masculla Gavrel con advertencia.

Manteniendo los ojos cerrados, estiro mi boca en una línea para demostrarle que no me importa que se percatara de que estoy despierta.

Porque el hecho de que haya vengado a Bicho no cambia nada entre nosotros.

Nada. Al contrario.

Por su culpa Bicho está muerto. Por su culpa todo está muerto.

Al regresar ellos dos con los demás e informar que deben marcharse, el resto avisa que de igual forma se retira, es tarde y el sueño los vence. Aunque no estoy segura de quedarme del todo sola. Además, estoy al tanto de que hay soldados custodiando la puerta.

«¿En qué momento rompo el vaso?» Al marcharse los Abularach, decido envolverlo dentro de la sábana para, al golpearle, no hacer tanto ruido. Al conseguirlo de inmediato vuelvo a fingir dormir de haber alguien cerca. Pero no pasa nada. No obstante, para no arriesgarme, manteniendo una vez más mis ojos cerrados, acomodo los pedazos de vidrio en mi mano y trato de mantenerme alerta.

Pese a todo me vence el sueño.

Me siento demasiado débil como para forzarme a estar despierta.

...

De todos modos, sintiendo culpa, no sé cuánto tiempo después de cerrar los ojos, despierto justo cuando alguien cierra mi puerta. ¿Quién? «¡El vaso roto!», recuerdo.

Ya no lo siento en mi mano. Me incorporo, busco y enseguida lo miro acomodado sobre la mesa que aún sostiene la vela. «Pero estaba en mi mano». Como sea, cuando trato de alcanzarlo, algo salta de la mano que antes sostenía los pedazos de vidrio. El objeto en cuestión fue colocado en reposición del vaso.

La miro durante unos segundos sin dilucidar cómo me siento al respecto.

Es una rosa color sangre.



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