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74. 41, 42, 43, 44...


41, 42, 43, 44...


ELENA

El sonido de la puerta de mi celda abriéndose me despierta de golpe.

—De esa manera las demás prisioneras no escucharán sus gritos —escucho decir a Mah y con miedo recuerdo dónde estoy; sin embargo, cuando si quiera intento incorporarme, cuatro pares de pies me rodean y manos me sujetan arrastrándome rápido hacia una esquina.

—¡No! —Mi voz sale afónica. Apenas despierto o quiero despertar aún de esta pesadilla.

—¡Sujétenla con fuerza! —exige Ida. Debido a la escasa luz apenas puedo verlas.

—¡No! —vuelvo a gritar cuando mi espalda golpea con fuerza una pared. Intentan inmovilizarme—. ¡NO! —Lanzo golpes.

Mi puño termina en una nariz.

—¡Me golpeó! —se queja Atria.

—¡No hay luz!

—¡Jan, ve por la lámpara! —ordena Mah a su hijo.

Caigo de rodillas sobre el heno y vuelven a levantarme.

—Mírame, Elena, mírame —Alguien sujeta con fuerza mi barbilla, empujando al mismo tiempo mi cabeza aún más contra la pared, obligándome así a dejar de moverme. Es Ida—. Aunque grites o llores esto va a pasar —me advierte.

Va a pasar.

—¡NO! —continuo gritando sacudiéndome en sus manos.

Cuando el retardado regresa con la lámpara de gas puedo ver perfecto a los cuatro. Ida frente a mí, Mah a mi izquierda y Atria a mi derecha. Me recuerdan a las hienas de la Rota, igual de ruines, igual de asquerosas, igual de hambrientas.

Tengo que alejarlas del bicho.

—¡SUÉLTENME! —exijo.

—La reina tardó solo horas en contestar —me informa Ida aproximando su boca a mi boca. Su aliento fétido me produce nauseas—. Suponemos que hasta quería venir ella misma a darte... esto —añade alzando su brazo para que pueda ver la botella que sujeta en su mano. No tiene que decir qué es.

Me muevo con más violencia.

—¡NO, MALDICIÓN, NO!

—Incluso envió al mismísimo Malule con la respuesta —Ida ve con humor a las otras—. Tu bastardo vale nuestra libertad, Elena.

—¡No, por favor, no!

Entre las tres no consiguen inmovilizarme del todo al conseguir mover con lo que queda de mis fuerzas los brazos a la vez que les lanzo patadas.

—¡JAN, GOLPÉALA! —ordena Mah forcejando con mi brazo izquierdo y el retardado camina hasta mí para darme un puñetazo.

Vuelvo a estar oscuras durante algunos segundos. Dolor insoportable viene a mí. Mi cabeza zumba. La sacudo y parpadeo para intentar volver a la irreal realidad... Escucho las voces de las hienas como si fuesen eco y liquido tibio comienza a escurrir hacia mi boca. Es sangre.

—¡De rodillas! —grita Atria y me obligan a dejarme caer de esa manera sobre el heno.

—No —trato de suplicar pero de mi boca apenas salen quejidos. Alguien me coge por el cuello y obliga a echar la cabeza hacia atrás. Intento zafarme y en respuesta recibo una patada...

dos patadas...

tres...

—¡Coge su cabello, Jan!

De nuevo hay manos en mis brazos, cuello, quijada... cabello. Aprieto con fuerza mis dientes cuando siento la boca de una botella sobre mis labios...

«¡No, maldición, no!»

Somos nosotros dos contra ellas.

No obstante, cuando el retardado tira con más fuerza de mi cabello consigue obligarme a abrir la boca... Pronto en mi garganta se mezclan la sangre que proviene de mi nariz, el aceite de clavo y mis lágrimas.

Entre gritos, golpes y más jaleos me obligan a beber la botella completa.

—¡Vigilen que no regurgite nada! —ordena Ida sacando de su vestido un cigarrillo. «Terminaron».

—Como da trabajo la maldita —protesta Mah.

—Un último mensaje de parte de la reina, Novak —ríe Atria, inclinándose sobre mí para poder susurrar a mi oído—: We will rock you.

Después golpea contra la pared la botella que contenía el aceite de clavo para romperla y, con lo que quedó de su boquilla, asustarme.

«Bicho».

En segundos me hallo boca abajo sobre el heno, apenas levantando mi cabeza para verles burlarse de mí y bicho. Lágrimas de inquina salen de mis ojos.

«Madre Luna, protege de las pesadillas a mi bebé...»

No sirvió de nada.

—No me mires así, Elena; te hice un favor —se burla Ida.

La mataré.

Juro que la mataré.

—Dame un cigarrillo —le pide Atria y las dos salen de la celda preguntándose a qué hora vendrá Malule por ellas para sacarlas de la isla.

Trato de apoyarme en mis brazos para incorporarme.

—No —ríe Mah y con su pie vuelve a presionar mi cabeza contra el heno—. Tú no.

—Está muy herida, Mah —escucho decir a su hijo.

—No es nada comparado a lo que ella nos hizo, Jan. Nada.

«Nos hicimos».

...

«...Mécelo durante su sueño y cobíjalo con el mismo amor que yo le entrego»

Todavía no termino de creerlo y hace horas amaneció.

Mah bebé alcohol en una esquina de la celda en tanto el retardado juega con cinco frascos de pintura desusada que le obsequió Atria para que la espera no sea larga, yo continuo recostada sobre el heno.

Aún canto la canción de cuna en mi mente, pero ahora con resignación. Hay un charco de sangre bajo mis caderas.

—Payaso —dice el retardado, acercándose... y comienza a recorrer mi cara adolorida con sus dedos, pintándola. Ya pintó payasos de la Rota en dos paredes de la celda—. ¡Mira Mah, payaso! —Ahora ríe.

—Sí, Jan —contesta la vieja todavía concentrada en la botella de alcohol. Parece intentar dormir.

Está distraída.

Llevo mi mano derecha hasta mi boca y con mi dedo índice advierto al estúpido que debe guardar silencio. Él asiente pensando que jugamos. Levanto un poco mi cabeza y palpeo el espacio a mi izquierda. Nada. Hago lo mismo a mi derecha. «Aquí está». Encontré uno de los pedazos de la botella de aceite de clavo rota. La alcanzo con mi mano, con esfuerzo me coloco de rodillas y sonrío con complicidad al «pequeño» Jan. Mah cabecea a un costado nuestro.

—¡Payaso jugando! —grita él con alegría infantil y asiento sin apartar la mueca tartufa de mis labios. A continuación, le señalo a su madre para que al verla se gire y me dé la espalda.

En esa posición lo cojo del cuello y, como si fuese una afilada espada, paso la botella rota sobre este; desde la oreja izquierda hasta la derecha, haciéndole desangrar.

—Mah —farfulla, cayendo de espaldas sobre el heno en tanto yo me aparto, y sangre comienza a brotar de su boca.

—¡JAN! —grita Mah, abriendo los ojos de golpe; y al verle se lanza sobre él para, inútilmente, tratar de detener la sangre—. ¡¿Qué hiciste, demente?! —me reclama—. ¡¿QUÉ HICISTE?! ¡JAN! —lloriquea.

—Ahora estamos a mano —contesto, sosteniendo con fuerza el pedazo de botella rota.

—¡JAN!

—Ahora quiero que pienses en los cientos de mujeres que preparaste para el rey a cambio de nada. Porque al final eso eres para él. Nada. Mientras nosotras, sus víctimas, siempre te veremos como una traidora.

—¡JAN!

De ese modo, aprovechando que ahora ella también me da la espalda, la cojo del cabello y hago lo mismo que a su hijo; mientras, sonriendo con dolor, susurro en su oído We will rock you.

Salgo de la celda a tropezones, el intenso dolor en mi vientre no me permite avanzar rápido. Afuera dirijo mi atención a la mesa que Ida, Atria y Mah utilizaron durante la madrugada. Hay naipes, alcohol, restos de comida y cerillos. Dejo el pedazo de botella sobre la mesa, cojo los cerillos y prendo uno...

Cuando lo tengo listo lo lanzo sobre el heno en el que ahora yacen Mah y Jan, y cierro la puerta de la celda.

Mientras el fuego comienza a dispersarse cojo otra vez el pedazo de botella rota ensangrentado y como puedo comienzo a avanzar hacia la salida.

Van dos y faltan dos.

...

Cuando termino de salir de los túneles que separan a las mazmorras del patio de la alcazaba, ver humo, fuego y soldados de la Guardia real me confunde. Soldados sacando como pueden agua del lago.

¿Estoy delirando?

¿Cómo es posible que haya fuego frente a mí si el incendio comenzó en lugar que acabo de dejar atrás? Aunque este parece venir de...

—No —musito, procurando de avanzar más rápido; sin embargo, me cuesta por también haber fuego dentro de mí, quemándome.

Mi cabeza da vueltas en lo que camino y tarareo la canción de cuna a la luna para arrullar en mi mente a bicho para que no sienta dolor.

Al llegar al patio principal de la alcazaba intento pasar desapercibida al ver a Ida, Atria y a la apoderada platicar con Malule en tanto señalan el fuego.

«Malule».

—... me vas a ayudar a redactar la carta —dice la apoderada a Malule entre jadeos que permiten entrever su desesperación. La mujer luce aterrada.

—No fue tu culpa, Fela —dice Ida para consolarla.

Malule pasa una mano sobre su cara mientras, a su derecha, soldados de la Guardia real aún intentan controlar el incendio y suben a decenas de prisioneras aterrorizadas en botes.

No veo a ninguna de las cuarenta y una.

«¿Qué pasa?». Una vez más miro con miedo todo.

«¿Qué, según explican, no fue culpa de la apoderada?»

—Tengo que avisarle —escucho decir a Malule igualmente asustado—. La familia real está reunida.

—No me vas a involucrar —dice rápido Felaida, más para ella misma que para quienes la escuchan —No queda ninguna —De nuevo dirijo mi atención a las llamas saliendo del techo de la alcazaba, aunque esta vez sintiendo terror; abarcan desde el salón de comedor hasta los dormitorios—. Ellas se lo buscaron —agrega la mujer—. Ellas lo iniciaron. ¡No podía dejarlas salir!

Me tambaleo sobre mis pies. «No».

«¡NO!»

El fuego...

El fuego comenzó en el salón del comedor.

Al escuchar el grito horrorizado que sale de mí las tres mujeres y Malule se giran bruscamente en mi dirección.

—¡ELLAS SE LO BUSCARON! —me grita la apoderada—. ¡JUNTARON LAS COLCHONETAS Y LES PRENDIERON FUEGO PARA OBLIGARME A DEJARLAS SALIR! ¡ELLAS SE LOS BUSCARON! —La mujer tiembla y yo también.

«¡NO!»

—Debo irme ya —dice Malule, todavía mirándome.

—¡Nos tienes que llevar! —le recuerda Ida.

Malule da un último vistazo a la alcazaba antes de huir y le aconseja a la apoderada también marcharse cuanto antes.

Yo arrastro mis pies hacia donde se encontraba el salón del comedor. Abro mi boca queriendo gritar, pero nada sale; me sacaron todo ya. Todo.

Me arrodillo, tiemblo, lloro y golpeo con mi puño el suelo. Me siento derrotada. Nada queda, nada importa ya... Creusa, Apia, Crista, Meg... Marta...

Todas estaban dentro.

—¡Elena! —escucho que grita alguien que pronto se acuclilla a mi costado—. ¡Elena! —Lo miro. Es Honorato el amigo de Gavrel—. No te reconocía por la pintura en tu cara.

Cierro y vuelvo a abrir con dolor mis ojos.

—Cuarenta y una —susurro, tirando de su camisa. El viento hace llegar el humo a nosotros—. ¡Cuarenta y una! —consigo gritar, por fin, y señalo con insistencia el lugar donde se encontraba el salón del comedor—. ¡Ahí dentro hay cuarenta y una, mujeres! ¡CUARENTA Y UNA!

«Crista, Apia, Creusa... Meg... Marta»

Honorato mira con horror la sangre que escurre por mis piernas.

—¿Qué... qué es esto?

—Cuarenta y una —Es lo único que sigue saliendo de mi boca rogándole prestar atención a eso.

—Elena...

—¡Cuarenta y una, Honorato! —Me retuerzo del dolor.

—Elena —Él niega con la cabeza llevando sus manos hasta mis hombros para apretujarlos—. Ellas —Su voz es un murmurio aciago—. Ellas hace mucho dejaron de suplicar que las saquemos —explica.

«Hace mucho dejaron...»

Dirijo una vez más mi atención hacia el incendio. El fuego ya consumió en su totalidad el comedor.

No hay ni una viva.

—¡MARTA! —grito, intentando correr hacia allá, pero Honorato me detiene—. ¡MARTA!

La recuerdo señalando mi vientre y el suyo...

—Vamos —dice Honorato.

—¡MEG! —Mi niña, mi pequeña...

—Vamos —insiste Honorato, tomándome del brazo—. Vamos, Elena.

«No».

—¡Traigan otro bote! —le escucho ordenar—. ¡No, de esos no; de los de la Guardia, este va para la Gran isla!

—Parece necesitar un médico —dice otro soldado al acercarse.

—Sí. Hay que llevarla al Castillo gris —contesta Honorato.

—¿Al Castillo gris?

—Sí. Con Gavrel... ¡Rápido! ¡Necesito ayuda aquí! ¡Preparen el bote!

Honorato me carga y nos movemos en dirección al lago. Yo aún veo el incendio. «Marta... Meg... Bicho». Es demasiado. Coloco una mano sobre mi vientre y lloro... y tiemblo... y lloro... y grito.

No puedo más.

Mis ojos se cierran cuando estoy boca arriba de cara al cielo y echan a andar el bote.


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No sé ni qué decirles.

¿Impresiones?

Algo más :Este capítulo está dedicado e inspirado en las 41 niñas que murieron el 8 de marzo de 2017 en el «Hogar Seguro Virgen de la Asunción» en Guatemala. Irónico el nombre, ¿no? Esas niñas estaban a cargo del Estado y por quejarse de abusos sexuales, falta de comida, entre otras cosas, las encerraron. Ellas, para obligar a la encargada a abrir la puerta, juntaron colchones y comenzaron un incendio. De cualquier manera, la encargada/apoderada no abrió la puerta. Las 41 murieron. No hay justicia hasta ahora. Pueden buscar/confirmar la información en Google. 

Foto de un periódico nacional ↓

Este capítulo primero se llamó 43 (Entonces, por estar reciente la tragedia, no tenía claro el número de víctimas del incendio) y, aprovechando el simbolismo de ese número, también fue publicado en honor a los 43 estudiantes desaparecidos en México. No olvido eso pese a todo y por eso, en el título, tanto el número 41 como el 43 están remarcados (y de ser publicado este libro así quedará) y en el siguiente capítulo, de nuevo cobrará sentido. 

Lamento extenderme con mi nota de autora, pero, saben; en general, en Crónicas del circo de la muerte hay mucho de mi país (Guatemala) Muchas situaciones fueron inspiradas por cosas que se viven acá y ES TRISTE e IMPACTANTE leerles dejar comentarios tipo «Esto es Venezuela», «Esto también pasa en México», «Esto es Colombia... Argentina... Nicaragua... Honduras... Chile... Ecuador...». SOMOS TODOS. 

Por eso Crónicas del circo de la muerte toca profundo.

En todo caso. AQUÍ es cuando en verdad comienza Vulgatiam. AQUÍ inicia la justicia del pueblo. A los que releen: Se nos viene más material nuevo.

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Gracias por dejar tu voto. 

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