72. Canción de cuna
Hoy tres capítulos 1/3.
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Canción de cuna
ELENA
—Uno, dos tres, cuatro, cinco... —Es casi medianoche y mis compañeras se enumeran una por una bajo la supervisión de la apoderada— once, doce, trece... —Ella camina entre las filas de mujeres de pie sobre el patio principal de la alcazaba mientras la miramos con desprecio. Solo la luna y seis lámparas de gas nos alumbran.
Felaida, la apoderada, es una mujer dura de carácter, inclemente y déspota. Físicamente es lo opuesto a sus prisioneras, empezando por el hecho de que es exageradamente obesa. Ahí debe terminar la comida que nos niega. Sé por mis compañeras que Malule la puso a cargo de la Isla de las viudas, por lo que al no estar pendiente nadie de la familia real los dos hacen y deshacen aquí cuanto quieren. Aun así, ¿de qué nos serviría que los Abularach sean informados? No les importa. No les importamos. Las mujeres de esta isla somos un problema del que es mejor olvidarse.
La mitad de la comida destinada a la isla no llega. Creusa me platicó que escuchó a Felaida decir que Malule la envía a otro lugar y que recibe dinero por ella, dándole su parte a esta por callar. Lo mismo sucede con las medicinas, ropa y otras cosas que el Burgo envía. Da coraje, asco e indigna.
Meg es la prisionera número veintidós, Crista la veintitrés, Apia la veintisiete, Creusa la veintinueve y Marta la treinta. En total suman cuarenta y uno. Diez ni siquiera pasan de la mayoría de edad y Meg es una de ellas.
Al correr la voz de que Ida, Mah y Atria me sacaban a empujones de la celda, una comitiva encabezada por Marta intentó liberarme. La apoderada escuchó el alboroto y vino con pértiga en mano a detenerlas. A la vez, molesta ordenó a quienes se hallaran de mi lado salir al patio; pues quería, según ella, ver la cara de las insurrectas.
De las más de doscientas mujeres que habitamos la isla, la mitad me ha ayudado a incendiar las bodegas, pero hoy solo cuarenta y una dieron un paso al frente para decir «Yo estoy del lado de Elena», «También me niego a seguir bajando la cabeza», «Yo estoy con la revolución».
—Y saben qué les pasa a los alborotadoras, ¿no es así? —pregunta Felaida a todas. Sostener una de las lámparas de gas cerca de su granosa cara le da un aspecto tenebroso.
—¡A LA ROTA! —celebra feliz Ida y su leal secuaz Atria.
Meg, abrazando con fuerza a su mamá, desde su posición en las filas me mira con miedo. Preocupada por ella, muevo mis labios gesticulando «Todo estará bien» y eso la calma.
—Solo la reina tiene autoridad para enviar gente a la Rota —alza su voz Marta sin mostrar temor a la apoderada.
Desde que llegamos Marta ha sido valiente, en muchos aspectos mucho más que yo; puede ser que lo sucedido a Dekan y pensar en Bicho le haya dado propósito, o estar bajo presión liberara a la mujer guerrera que siempre fue parte de ella; porque nunca antes, ni en sus mejores momentos, la hubiera imaginado encabezando una comitiva o alzando la voz a nadie. Mi padre suele decir «Aprendemos a ser valientes».
—Nunca he estado de acuerdo con Reginam —admite la apoderada a modo de burla. Las caras de alarma de quienes la escuchan me confirma que no debería decir eso. «Si tan solo la bruja de Eleanor supiera»—. ¿Para qué asesinarles si puedes mantenerles sufriendo durante mucho, muuucho tiempo? La muerte es un alivio para el prisionero o prisionera.
«Eres tan tirana como Eleanor».
—Y por eso Novak estará aquí hasta que envejezca.
Me mantienen de pie frente a las cuarenta y un prisioneras para que me miren y yo las mire; veinte soldados con espadas, Ida, Atria y Mah nos vigilan a todas; pues la apoderada pretende dejar un precedente, lo llama una última advertencia. No tolerará más amotinamientos.
Pretende que nos acostumbremos a vivir así, cuando no bajar la cabeza, en nuestra condición de mujeres, continúa siendo en si mismo un acto de rebelión.
—Cada una irá a su celda por ropa, objetos de valor y una colchoneta, y llevarán todo al comedor para esperar ahí más instrucciones —ordena—. No van a salir de ahí en tres días; van a estar juntas sin agua, sin comida y sin un lugar en el que hacer sus necesidades o lavarse. Y si les permito quedarse con sus objetos de valor es solo para verlas robarse entre ustedes —La apoderada dirige una mirada cómplice a Ida después de decir eso.
El comedor de la alcazaba es un salón lleno, casi en su totalidad, por diez mesas que pueden ocupar un centenar de personas. Es cerrado y cada que nos hallamos todas las prisioneras dentro, además de que no cabemos, sudamos sin parar y sentimos ahogarnos por el calor que genera el encierro. Es un castigo desalmado.
—¡AHORA! —grita Felaida para que las cuarenta y un prisioneras empiecen a caminar—. Ninguna va a liberar a Novak esta vez —advierte al girarse hacia mí—. Ahora sí cumplirás tu castigo en el calabozo —sentencia—, igualmente sin agua, sin comida... ¡Nada!
Ignoro a Felaida para alzar mi cabeza y buscar con la mirada a Marta. Ella avanza en fila con las demás. Le sonrío. Me sonríe. Sin dejar de caminar acaricia con ternura su vientre y me señala y se señala antes de girar en una esquina. Parece animada pese a que todavía no enviamos la carta a Gavrel. ¿O conseguiría regresar a la celda y llevarla a un soldado durante el revuelo?
—¡Es la de los ojos bonitos, Mah! —escucho gritar al retardado para, con asco, descubrir que se halla a tan solo un metro de mí. Rara vez se separa de su madre y ella es una de mis custodias.
—Llévenla a la celda de castigo en lo que esperamos la respuesta —ordena la apoderada y Mah y Atria se aproximan a mí para sujetarme de las muñecas. Me niego a avanzar pero me arrastran con ellas.
«¿Qué respuesta?»
—¿No podemos torturarla un rato? —pregunta Ida empujando con descarada coquetería a Felaida. Me atrevo a deducir por qué es la favorita.
—No sin una compensación —contesta Felaida, viéndome.
«¿Compensación?»
Hay algo en sus miradas, algo que me impulsa a querer detenernos; pero son cinco contra una.
Mah venda mis ojos y sin otra opción camino en medio de ellas escuchando burlas, amenazas y preguntas que no necesitan respuesta. Saben mucho de mí por los rumores.
—¿Tu hermano terminó como comida del león? —ríe Atria.
—¡A él no lo metan en esto!
—¿Qué tan aterrorizada estás, Elena? —me pregunta Ida, empujándome. Por la dimana de su voz sé que se encuentra a mi derecha.
Es una traidora.
—¿Por qué me odias? —le pregunto en tanto otra de ellas me hace girar con la intención de marearme—. Eres como yo o al menos lo eras... sobreviviste a Reginam.
—Y eso sirvió de nada hasta hoy —responde con aparente indiferencia.
«¿Hasta... hoy?»
—Eres una de nosotras —insisto en recordarle—. Podrás tener privilegios, pero vives dentro de la misma mierda que el resto. La misma mierda, Ida.
—Hasta hoy —repite y al instante escucho risas.
De nuevo trato de sacudirme para que me suelten pero ellos son más.
—¡Saliste de la Rota con dignidad! —Me tienen que empujar para que avance—. ¡Eras parte de la resistencia!
—Te diré algo sobre la dignidad, Novak —dice Ida en mi oído, deteniéndonos—: No se come.
—Hay que darle más vueltas —dice Atria haciéndome girar y me obligan a dar muchas vueltas antes de sacarme la venda de los ojos y después ríen al verme no poder mantenerme de pie.
Vomitaría pero no tengo nada en el estómago.
—¿Qué hay aquí metido? —se burla Mah poniendo su callosa mano sobre mi vientre. Ahora que puedo verla, molesta, la aparto con un manotazo.
—Sigue siendo brava.
—Deja en paz al heredero bastardo de Bitania, Mah —ríe Ida y entre las dos me empujan dentro de la celda.
—Bienvenida a sus aposentos, alteza; llame a una sirvienta si necesita algo.
Reconozco este lugar como el agujero mugriento al que me traen cada que reto a Ida o a Felaida, la apoderada; el suelo es heno seco repleto de mierda, las paredes criaderos de ratas y mi troceada piel está bastante segura de que hay una plaga de pulgas. Este espacio es más reducido que el del Cenicero y no hay más prisioneros aquí, pero al menos tiene una ventana con barrotes al ras del techo y por ahí entra como taumaturgia la luz de la luna. Mi madre luna.
«Madre Luna, protege de las pesadillas a mi bebé. Mécelo durante su sueño y cobíjalo con el mismo amor que yo le entrego»
Con esa canción solía arrullar a Thiago antes de que prefiriera las historias. No recuerdo lo demás, solo esa parte de la canción viene a mi mente ahora.
¿Le gustaría al bicho escucharla?
—¡Volví a ganar! —escucho gritar a Ida al cabo de unas horas y maldigo por lo bajo. Mis celadoras juegan naipes cerca de la puerta; entre risas comentan el juego, comen, beben, fuman y también hacen cháchara sobre lo que harán una vez sean libres. Eso es lo que me intriga más.
—En tu condición es dañino olisquear humo de cigarrillo —dice Atria aproximándose a los barrotes de la celda para exhalar humo en mi dirección. Le apagaría ese cigarrillo en la frente si pudiera.
—Dale algo de comer, no seas desalmada —escucho decir a Ida y Atria arroja a mi cara un hueso.
—¡Mi hueso! —lloriquea el retardado y su madre le calma y da otro rápido.
—Ese era del bastardito, Jan —dice Ida.
«Bastardo». De esa forma llama al bicho. De esa asquerosa forma lo llamarían todos de esparcirse por Bitania su origen. Otra vez mi pecho duele. No... es justo para él o ella.
«Madre Luna, protege de las pesadillas a mi bebé. Mécelo durante su sueño y cobíjalo con el mismo amor que yo le entrego»
Repito en mi mente una vez tras otra la misma estrofa mientras observo a la luz de la luna iluminar parte del techo y trato de dormir a pesar del frío, el hambre y el coraje. Dormir al menos me ayuda a no pensar. Dormir también es un alivio para el prisionero.
«Madre Luna, protege de las pesadillas a mi bebé. Mécelo durante su sueño...»
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En un rato el siguiente capítulo. Gracias por votar y comentar c:
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