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117. KILLER QUEEN


Capítulo final

KILLER QUEEN


MORIA

—Acércate —gesticula hacia mí Ratón feliz y después vuelve la vista al pasillo.

Termino de acercarme con pasos ligeros y, estribándome por encima de su cabeza, también trato de oír.

Afuera las cosas están mal. La gente llegó al límite de la desesperación y hoy casi todo el Callado protesta en la Plaza de la reina exigiendo comida.

Quieren pan o la cabeza de Alastor Scarano para devorar, lo que venga primero, todo mientras soldados del Partido, los que aún le son fieles a Viktor o tienen dudas, hacen cola frente al Salón del trono pidiendo respuestas.

Hace un par de días Alastor nos aseguró que la ayuda viene en camino y elogió a la Gran Mancomunidad.

A la Gran Mancomunidad de reinos siendo él un líder rebelde.

—¡No! —oímos que le grita con ahínco Garay a Alastor.

Desde donde estamos, Ratón feliz y yo solo podemos ver el pasillo de los dormitorios de la Familia Real, en particular las puertas de cada uno. Sin embargo, a los lados de una, que de momento se mantiene abierta, hay dos soldados del Partido custodiando.

La habitación de Garay.

Y dentro de esta Alastor Scarano y Garay intentan arreglar sus diferencias. Intentan. O, cuando menos, el primero lo intenta.

—¡No tuve opción!

—¡Sí la tuviste! ¡No echar a Viktor! —le echa en cara Garay.

—¡Que asesinara a Malule enfureció a la gente de Cadamosti!

—¡Desde luego —Garay ríe sin humor— Malule era el perro fiel de Jorge!

—¡Y ellos querían muerto a Viktor, yo, por lo menos, le di la oportunidad de tomar ventaja e irse lejos antes de seguirlo!

—¡Lo traicionaste! —Garay grita con más fuerza si es que acaso eso es posible—. ¡A él! ¡A mí! ¡AL PARTIDO!

—¡Ellos nos dan el dinero, Garay, y también nos sacarán de esto!

—¡Esto es una maldita pesadilla!

—¡Si les hubiera dicho algo a ti o a Viktor no hubieran aceptado!

—¡Por supuesto que no!

—¡Duardo...!

—¡Vendiste la revolución!

Cierro los ojos al oír eso.

—¡NO!

—¡LA VENDISTE!

Cuando vuelvo a abrir los ojos me percato de que los soldados en la puerta se miran entre ellos. Pero no tienen mucho tiempo para pensar, Alastor abandona la habitación un instante después y deben seguirle.

Ratón feliz se desliza hacia las sombras para que no lo miren, pero yo, siendo una prostituta, no represento una amenaza.

Alastor pasa junto a mí, pero, al no estar de humor, apenas se detiene a cruzar palabras.

—¿Vienes a buscar a Duardo? —pregunta sin muchos ánimos. Sabe que somos «amigos».

—Este... Sí.

—Hazle entrar en razón, ¿quieres? —pide, casi súplica, y asiento.

Al perder de vista a Alastor indico a Ratón que es hora de movernos y antes de que alguien más se acerque competimos por ver quién llega antes a la habitación de Garay: un aposento elegante que, se dice, alguna vez perteneció a su mamá, la princesa Imelda.

Garay apenas está sentado en la cama.

—¿Cadamosti? —pregunto, insinuando que escuché su conversación con Alastor.

A Garay lo miro de espaldas. Si bien, no hace falta que esté de frente para notar su congoja.

—Sí —contesta, volviéndose.

Me buscaba hace mucho para platicar y hasta hoy le di la oportunidad para hacerlo, hasta hoy estuve lista, pero él debe haber olvidado mis motivos si es que le llegaron a importar.

—El rey Onicio aquí —bufo, haciéndome a un lado para que Duardo también advierta la presencia de Ratón feliz.

Lo saluda con su mano.

—Hola, Duardo —saluda de vuelta Ratón—. Entonces, ¿los Abularach recuperarán Bitania? —pregunta, preocupado. Y en su tono hay ira, pues él, como todos, creyó en la revolución.

—¿Recuperar? —Garay sonríe de lado, pero hay dolor en su reacción y lo confirma cuando enseguida deja caer los hombros mostrando decepción—. Nunca se las quitamos. Hoy más que nunca está claro que nunca se las quitamos.

—Esto está mal —digo.

—¿Hay gente de Viktor afuera del Salón del trono? —le pregunta Garay a Ratón y este asiente—. Sin que los demás se den cuenta diles que se escondan o, mejor aún, huyan de Bitania.

—¿Que se escondan dónde? —pregunta Ratón aún más preocupado.

Garay niega con la cabeza sin saber.

—Me han visto salir borracho de la guarida. No es recomendable que vayan allá.

—El sótano de Amarantus —propongo y de todos modos no hay otra opción—. Llévalos allí y dile a Saba que más tarde le explico —digo a Ratón y este asiente.

—Así que ahora estás mejor organizada que yo —dice Garay al marcharse Ratón.

—Sí. Desde que ustedes comenzaron con este desastre nos organizamos unos cuantos y ahora tengo gente en las fronteras y en el Callado —le hago saber ahora que no representa más una amenaza—. No somos muchos, pero, quién diría que, hoy por hoy soy lo único que queda en Bitania de la revolución.

Camino hacia él hasta rodearlo.

—Yo, una prostituta —agrego, recordándole lo último que me dijo antes de necesitar mi ayuda.

»No tienes idea de la cantidad de espadas que han pasado por aquí —digo, señalándole mi vagina.

—Salvo esa última vez, yo siempre te he tratado bien, Moria —intenta disculparse.

—Pero ¿me enseñaste a pelear? —exijo—. ¿En serio me consideraste uno de los tuyos? Porque el día del asedio el único que me preguntó cómo me sentía fue Alan y él está con Viktor.

—Viktor tampoco te ha humillado.

Aprieto los dientes:

—Pero ninguno me dejó de ver como una prostituta. De esa manera fue que ayudé.

—¿Y hasta hoy te quejas? —Garay se pone de pie, molesto.

—¡¿«Y hasta hoy te quejas»?! —repito, riéndome—. ¡Perdón por incomodar a Su Alteza!

—¿Qué quieres, Moria? —pregunta Garay, harto. Queriendo dejar el tema ya. Sin duda consciente de que, debido a su conexión directa con Alastor, posiblemente muera hoy.

¡Morirá hoy!

—Quiero que te disculpes —demando.

Él hace rodar sus ojos.

—¿Por la última vez o por todo?

—Tú elige.

—Está bien, Moria. Una disculpa.

Sé que no lo dice convencido, su mente está en otro lado, pero eso me basta por el momento.

Por el momento.

—Acepto. Y ahora permíteme demostrarte las ventajas de ser una simple prostituta —digo, sacando tras de mí un bolso de mano que hasta ahora le dejo ver.

Él arruga el ceño sin entender.

...

No cabe un alma más en la Plaza de la reina, se cuentan por miles, y los que no están de pie a lo largo de la plaza se asoman desde los balcones y ventanas de las fachadas que la rodean.

Garay, vestido como prostituta, me acompaña hasta la ventana de la biblioteca para verlo todo. No podemos tener mejor vista.

Pero no es algo encantador para observar.

En la Plaza hay incluso más gente que durante las protestas por la transmisión en vivo de la H el día que Eleanor los llamó «ratas». Porque ese día la turba solo estaba enojada, hoy está hambrienta, y el fuego en sus estómagos sale por su boca con estrepitosos gritos que demandan a Alastor salir a dar la cara.

Soldados del Partido son colocados como barricada sobre las escaleras del Castillo gris. Tienen en las manos palos y espadas con los que intentan echar atrás a la multitud, que, al no poder aproximarse como quieren, responden tirándoles verduras podridas al reclamo de «¡Traidores!».

«Traidores».

El tablero de juego cambió de posición otra vez.

—Soldados del Partido protegiendo el Castillo gris —río y Garay aparta la vista.

Le avergüenza a pesar de que él mismo ocupó uno de los dormitorios reales hasta hace un rato. Pero supongo que no lo ve del mismo modo ahora que ha vuelto a ser un insubordinado.

Además de las protestas, a la turba le enoja que el Partido colocara una tarima de madera frente al Castillo gris, peor aún: que aún no haya nadie sobre esta dando una solución: No hay comida. Y es lo que gritan a toda voz «¡NO HAY COMIDA!»

Por lo que, furiosos, se empiezan a organizar para echar abajo la tarima mientras los soldados se ven los unos a los otros con miedo a actuar.

Tampoco intentaría nada, la turba es mayoría y no tienen nada que perder, como dice uno de los habituales estandartes que cargan en las manos «Nos han quitado tanto, que también nos quitaron el miedo», además de referencias a la H.

Para ellos, Hedda aún no ha muerto.

—¿Qué es eso? —dice Garay viendo más allá de la Plaza, concretamente hacia las calles adyacentes.

El resplandor de una espada llama primero mi atención. Una Guardia de real, con soldados vestidos de blanco y amarillo, comienzan a abrirse paso en dirección al castillo.

—Cadamosti —digo.

Y tanto yo como Garay alzamos la cara cuando a nuestro campo de visión se incorpora lo que viene detrás. Primero parece diminuto, pero es más claro a medida que se aproxima; un caballo, pero no cualquier caballo, es uno color blanco.

«¿Un caballo color blanco?»

Su cabeza la adornan plumas, pero es aún más llamativo su jinete, al que le abren paso los soldados hasta formar un camino entre la multitud. La gente se vuelve lentamente hacia él y guardan silencio a medida que lo reconocen.

Porque hay un solo caballo blanco en Bitania. Uno solo.

«El jinete que monta el caballo es Sasha».

—No —masculla Garay empujando lo que tenga cerca y después lo grita—: ¡No!

—Los Abularach literalmente volviendo a Bitania —digo, boquiabierta, al igual que el resto de gente en la plaza.

Se necesitaba mucho valor de su parte o un ejército para poder hacerlo, y traen ambos.

Con el orgullo socavado, pero aún atento a Sasha, Garay se tranquiliza y vuelve a la ventana. Algo más llamó su atención y no es el único. Ahora, con el ejército de Cadamosti abriendo paso total hasta la tarima, cada alma, desde el primero en la puerta del Castillo gris hasta el último de pie en la Plaza, alza la cabeza para ver lo que sigue al caballo blanco de Sasha.

Es una carreta de madera de la cual tiran dos caballos. Pero no es la carreta lo que tira de nuestros estómagos, sino lo que se encuentra sobre esta: una mujer. Lo sé por el enorme vestido que trae puesto. Si bien, por la posición de su cabeza, claramente está muerta.

—¿Eleanor? —descubro a medida que la carreta se acerca y porque, al igual que con lo del caballo blanco, nadie más en Bitania utiliza vestidos con forma de carpa de circo.

Contengo el aliento que me queda y no soy la única. A pesar de la majestuosidad del caballo blanco del príncipe, ahora la atención de todos está en la reina.

Silencio total.

Casi podemos escuchar los cascos de los caballos que la siguen. A a estos los montan dos hombres: el rey Onicio de Cadamosti y Jorge, y a ellos le siguen más soldados y miembros de la corte, y detrás más carretas, una tras otra, por las que la gente rompe el estupor general al clamar felicidad.

Es comida.

Estupefacta me vuelvo hacia Garay. Tampoco tiene palabras. Solo puede ver con horror todo.

Ahora la mitad de la plaza abuchea a Eleanor y la otra mitad salta de la felicidad por la comida.

Nos concentramos en los primeros, pues, una vez pasado el asombro inicial, dirigen como dardos verduras podridas y ratas hacia Eleanor, y es curioso de ver porque la mayoría pasan por encima de la cabeza de la reina muerta y terminan en la gente al otro lado.

Es como si el gentío se la aventaran los unos a los otros.

La locura se desata.

La gente en la plaza salta bajo la lluvia de verduras, empujándose los unos a los otros para intentar alcanzar la carreta de Eleanor y las que traen la comida.

Sasha aparta con estilo un mechón de cabello de su cara cuando un tomate le roza la cara y, altivo, termina de aproximarse a la tarima con la comitiva siguiéndole.

Siendo el cadáver de Eleanor el blanco principal, sobre ella si se estrellan sin piedad coles, cebollas, tomates y ratas. Algunas lo suficiente fuerte para hacer temblar la silla.

Algunos más atrevidos, pasan de los soldados y suben a la carreta para estrellárselas a Eleanor directamente al rostro sin que estos intenten nada, aparte de contener al resto de la multitud para no arriesgar la seguridad de su rey, Jorge o Sasha, a quien parecen custodiar con especial empeño.

Garay toma mi hombro para que desvíe mi atención hacia la entrada del Castillo gris, pues allí, custodiado por los soldados del Partido, ahora se halla el hombre más solicitado en Bitania, el «señor gobernador» o rey autoproclamado: Alastor Scarano. Agita feliz los brazos para recibir a Cadamosti.

—Estúpido —masculla Garay.

Manteniendo la barbilla en alto y custodiado por sus propios soldados, Sasha sube a la tarima y es entonces cuando entiendo a qué apunta Garay al llamar «Estúpido» a Alastor, pues Sasha ignora por completo a Alastor. Este, pese a estar de pie en la entrada del castillo con su propio sequito, ni siquiera merece la más mínima consideración por parte del príncipe, quien además, entre aplausos toma su habitual protagonismo.

Garay pasa las manos sobre su cara y niega con la cabeza con horror.

Pues ahora Alastor, con el brazo estirado para saludar de mano a la comitiva, se queda de pie junto a las escaleras de la tarima siendo ignorado uno tras otro por el rey Onicio, Jorge y demás miembros de la corte.

Esta no es una visita diplomática.

De pie sobre la tarima, Sasha alza los brazos para dejarnos apreciar su traje, del que, ahora que lo vemos de espaldas a nosotros, destaca una capa. Una maravilla tornasol que encandila la vista. Por lo demás, hace honor a los colores de Cadamosti, pues es blanco con bordes dorados.

Sasha se mueve de un lado a otro en la tarima pidiendo ser aclamado, pero la gente solo le ve con asombro. No saben si aplaudir o redirigir hacia él las verduras podridas y ratas que aún recibe por intervalos Eleanor.

El mismo Alastor parece reaccionar, pues, notablemente molesto, se vuelve a parar firme y también sube a la tarima.

—Estúpido —vuelve a repetir Garay.

Miembros destacables del Partido siguen a Alastor mientras el resto se mantiene firme en la barricada frente al castillo.

En la tarima, Alastor quiere dirigirse al rey Onico, pero este se lleva el dedo índice a la boca para indicarle que debe guardar silencio, pues Sasha aún tiene la atención de la gente.

Eso finalmente consigue molestar por completo a Alastor que no guarda silencio, y, por el contrario, parece decidido a robarle la atención a Sasha.

A Sasha.

Mientras tanto, soldados de la Guardia Real de Cadamosti suben a la carreta y cogen de cada pata la silla en la que se encuentra el cadáver de Eleanor y en hombros la bajan para subir con esta a la tarima.

La multitud aún no parece decidirse entre aplaudir o abuchear.

Tanto Garay como yo seguimos sin poder creer lo que vemos, y saltar al oír la puerta de la biblioteca abrirse pone al descubierto nuestra tensión.

Es Ratón feliz y, como señal de que estaba corriendo, no deja de jadear.

—¡Nos asustaste! —lo regaño.

Al igual que Garay, el chico ahora puesta peluca y vestido.

—Dejaron carruajes, más carretas con comida y soldados en la entrada de la Gran isla —informa Ratón y para Garay parece ser más una confirmación que una noticia.

Los tres volvemos a la ventana con el chico instalado en medio de nosotros.

—Y traen a otro tipo en la carreta —agrega, siendo evidente que él lo vio de cerca, pues Garay y yo solo alcanzamos a ver un bulto. No obstante, confirmando lo dicho por Ratón, más soldados cargan con este y lo empujan fuera de la carreta.

Pero el interés general sigue en Eleanor, pues, con un ademán de su mano Sasha ordena a los soldados hacer saltar la silla bailando.

—Está haciendo de esto un espectáculo —masculla Garay.

—¿Hay algo, lo más mínimo que sea, que Sasha no haga un espectáculo? —digo.

»Aunque, si me lo preguntas es de familia —agrego sardónica.

Garay gruñe molesto.

Alastor no puede soportarlo más, desobedece a Onicio y corre hacia la orilla de la tarima para que la gente vuelva su atención a él.

—¡Les he traído a Eleanor Abularach muerta! —grita a toda voz alzando los brazos con victoria y enseguida señala al cadáver aún en manos de los soldados.

Y es evidente que espera aplausos, pero nadie da valor a lo que dice y, por el contrario, lo ven con repulsión.

Garay niega con la cabeza.

El rey Onicio alcanza a Alastor, le dirige una mirada fría y esta vez es él quien grita a la multitud:

—¡Les hemos traído a Eleanor Abularach muerta!

Esta vez sí se escuchan vítores. Por miles. Y el cadáver de Eleanor manchado con restos de verduras podridas y sangre de rata, vuelve a dar vueltas sobre el escenario.

—¡Murió a manos de su hijo Sasha! —agrega el rey Onicio y la gente ve de Eleanor a Sasha.

—Imposible —susurra Garay anonadado y la expresión de Ratón es similar. La de cualquiera.

Sasha vuelve a alzar los brazos y esta vez un cuarto de la gente aplaude.

¡We Will, We Will Rock You! —grita alguien alzando la cabeza entre el gentío y, como si fuera algo mecánico, el resto comienza a dar de palmadas al ritmo de We Will Rock You.

Todos en la plaza, sin excepción.

—¡No! —corrige Sasha bajo la mirada asolada de Alastor, que otra vez no parece saber cómo reaccionar, él no esperaba a Sasha—. ¡Esta vez hay otra! —anuncia el príncié y la multitud calla, esperando.

Listo para volver al espectáculo, Sasha se vuelve hacia el cadáver de Eleanor, lo señala con el dedo y empieza a cantar. Sí, a cantar.

Ella es una reina asesina, pólvora, gelatina, dinamita con un rayo láser, garantizado que te maravillará, en cualquier momento. Recomendada dado su precio, de apetito insaciable. ¿Quieres probar?

La gente aplaude con él al mismo tiempo que su capa tornasol gira. Pues, como si siguiera una coreografía, Sasha va de un lado a otro sobre la tarima animando a todos a cantar:

¡Asesina, asesina, es una reina asesina!

En un santiamén, ella está tan dispuesta, juguetona como una gatita. Entonces, y por un momento, fuera de acción, temporalmente sin combustible para volverte absolutamente loco, loco. Su único propósito es atraparte.

El cadáver de Eleanor, apenas reconocible debido a los desperdicios que tiene encima, es cargada sobre los brazos de los soldados para elevarse en su silla lo más en alto posible.

Atrás quedó el trono de oro custodiado fielmente por sus leonas, las reverencias a Su Majestad o el dedo pulgar señalando hacia abajo o hacia arriba. Esta tarde, Eleanor, es un número más del circo que ella misma comenzó.

—¡Ella es una reina asesina, pólvora, gelatina! —canta la gente con Sasha—, dinamita con un rayo láser, garantizado que te maravillará, en cualquier momento. Recomendada dado su precio, de apetito insaciable. ¿Quieres probar?

»¿Quieres probar?

»¿Quieres probar?

Termina con una carcajada, o al menos él lo hace, porque la multitud aún no se cansa de gritonear «Reina asesina».

Para no defraudarlos, Sasha pide a los soldados bajar a Eleanor, se coloca detrás de ella, tira de sus brazos tiesos debido al rigor mortis hasta fracturarlos y los levanta hacia los lados para simular que Eleanor continúa bailando.

—Escalofriante —dice Ratón.

La cuerda que sujeta a la reina asesina a su silla se afloja con el vaivén y de la cabeza termina de caer su emblemática corona con forma de cascabel, ¡Ella es una reina asesina, pólvora, gelatina!, lo que aumenta la emoción de la multitud que celebra con más devoción a Sasha.

La euforia aumenta cuando los dos soldados de terminan de subir a la tarima al hombre que bajaron de la carreta. Al que, al hacerle girar del mismo modo que a Eleanor, se le ve colgado a su cuello un letrero en el que se lee «Príncipe Gavrel».

Doy dos pasos atrás.

No me desvanezco donde estoy solo porque Garay cruza los brazos y se apresura a señalar:

—No es Gavrel.

Lo dice seguro. De modo que cojo aire y me calmo.

—¿E-estás seguro? —titubeo.

—Sí. Primero, mira el rostro desfigurado —advierte y me doy cuenta de que no había reparado en eso—. Segundo, la estatura. —Apunta con su dedo a Sasha—. Lo acaban de parar junto a Sasha y la altura de los hombros es dispar. ¿Desde cuándo Gavrel es más bajo que Sasha? Cualquiera que los haya visto juntos sabe que miden lo mismo, y Gavrel, en particular, tiene la espalda ancha.

—Y el cabello de Gavrel es liso y castaño, no encrespado y negro como el de ese sujeto —agrega Ratón.

Eso en particular es más notable al colocarle a la luz del sol.

—¿Cómo pueden haber cometido un error así? —cuestiono, y Garay entrecierra los ojos con interrogante aún atento al espectáculo.

El supuesto «Gavrel» saluda con su mano al público, mientras Sasha, jugando con este al «ventrílocuo», lo obliga a admitir que de los dos él es mejor.

Garay quiere contestar mi pregunta, abre y cierra la boca dispuesto a opinar. Sin embargo, reconsiderándolo, echa la cabeza hacia atrás riendo ligeramente al tiempo que niega con la cabeza.

Es la primera vez que luce relajado.

—Así que aún no tienen a Gavrel —dice a nadie en particular sin dejar de sonreír.

—Y cualquiera que no sea tonto se va a dar cuenta de eso —dice Ratón—. Nosotros lo notamos y lo estamos viendo de lejos.

—Puede que un par de cabezas rueden hoy —digo pero Garay, virándose cómplice hacia mí, solo sonríe.

»Sin Gavrel muerto nadie más puede ocupar el trono —agrego, pero Garay no dice más.

Devolviendo su atención a la plaza y como si de una broma privada se tratara, susurra para sí mismo «Malditos» y solo eso.

Y qué sé yo, son sus primos.

—¡Basta! —Alastor se esmera en volver a recuperar el protagonismo.

No deja de gritar «Basta» para interrumpir a Sasha que no parece contento con eso.

Y no es el único; tampoco está feliz nadie en la tarima ni en la plaza.

—¡Olvidan que esto es gracias a mí! —exclama, señalándose.

»¡Y esto! —Apunta con el dedo índice a Eleanor.

»¡Y esto! —Y también a las carretas con comida.

»¡Yo busqué la ayuda de Cadamosti! —añade molesto, volviéndose hacia el Rey Onicio— ¡De Cadamosti! —recalca, lanzando un puño al aire en dirección a Sasha que, por lo que alcanzo a ver, le sonríe retador.

»¡El que tienen aquí es otro Abularach! —agrega. Pero eso no merma la sonrisa de Sasha.

—¡Así que esto es gracias a ti! —le contesta con humor a Alastor— ¡A TI! —repite, carcajeándose.

«Oh Alastor, no debiste provocar a Sasha».

—¡Lo tenemos claro, Alastor Scarano! —Le dice el príncipe de Bitania a la multitud—. ¡Estamos aquí por ti!

»¿O volvimos por ti? —finge preguntarse a si mismo—. Por tu culpa.

»Por tu culpa —repite sin dejar a Alastor contestar.

»Estamos aquí por ti. Volvimos por ti. Por tu culpa.

La gente no sabe cómo reaccionar a eso.

—¿Quién tiene hambre? —les pregunta Sasha pidiendo con un gesto de su mano a los soldados que le traigan parte de la comida.

»Díganme, ¿quién tiene hambre? —repite, volviendo la vista de la multitud a Alastor.

»Cuéntalos tú mismo, Alastor —le dice al gobernador.

Alastor gira el cuello de la multitud a Sasha con horror.

De la multitud enfurecida que acaba de recordar por qué está reunida aquí.

Asustado, Alastor echa dos pasos hacia atrás, pero es tarde, desde atrás hacia adelante, hasta la última alma en la plaza comienza a palmear We Will Rock You.

—¡A quien buscan es a él! —les dice Alastor señalando a Sasha.

—¿Estamos aquí por ti o por tu culpa? —no deja de repetir Sasha en oposición mientras los palmeos de la gente no hacen más que aumentar.

Los soldados acaban de volver con un cesto de comida, Sasha pide la manzana que se ve por encima y esta le es entregada con solemnidad al mismo tiempo que saca su espada.

Alastor ve del rey Onicio, a Jorge y a la corte, pero es tarde incluso para llamar a sus soldados, la Guardia real de Cadamosti los supera en número además de que tienen mejor formación militar y ya se han colocado detrás de cada uno en la barricada y alrededor de Sasha.

—¿Tú tienes hambre, Alastor? —le pregunta Sasha al «gobernador» mientras atraviesa con la punta de su espada la manzana.

Alastor niega con la cabeza con alarma y quiere correr, pero dos soldados de Cadamosti lo cogen de los brazos y dando de patadas lo obligan a pararse frente a Sasha.

—Provecho —saluda Sasha a Alastor y con este dando de gritos le atraviesa la boca con la espada.

Me vuelvo hacia Garay, pero este solo se mantiene serio, sabía que este era el final desde que aceptó vestirse como prostituta y no hay nada que pudiera hacer por su padre o por nadie.

Agarrándolos entre dos, soldados de Cadamosti degollan a cada soldado del Partido en la barricada o a los que intentan huir, siendo devueltos enseguida por la gente en la plaza.

Y mientras Sasha baila en la tarima con el charco de sangre de Alastor a sus pies, más y más soldados de Cadamosti entran a pie y a caballo a la Plaza de la reina abriéndose paso entre la multitud.

Son miles. Demasiados. Pero son recibidos con ovación gracias a Sasha, que, pidiendo acercarle el cesto con comida, escoge de este huevos, pan, quesos y frutas que comienza a lanzar hacia la gente.

—¡VIVA EL REY SASHA! —grita a toda voz el rey Onicio a la multitud.

—¡VIVA! —contesta la gente esperanzada de algún huevo o pan le caiga en la cara.

El rey Onicio dos pasos al frente y vuelve a clamar lo mismo:

—¡VIVA EL REY SASHA!

—¡VIVA!

«Muerto el rey, viva el rey».

Sasha es el nuevo Rey de Bitania. 

Garay, Ratón y yo nos volvemos al oír las puertas de la biblioteca abrirse de golpe.

«Son soldados de Cadamosti revisando el castillo».

—Somos prostitutas —digo con tranquilidad.

Entran, revisan tras los sofás, el escritorio y libreros. Sin embargo, al no encontrar nada como un valiente y bravucón hombre que sepa pelear con armas, nos dejan en paz y se marchan.

Le dirijo a Garay una expresión de «¿Ves?» y devolvemos nuestra atención a la Plaza.

Si nos lo hubieran contado no lo creemos. Sasha, de pie sobre los hombros de un grupo de soldados, yendo de unos a otros, baila con su capa tornasol en medio de la multitud al mismo tiempo que les lanza más huevos, pan, pedazos de carne seca, especias y... monedas de oro.

Estas, en particular, las coloca sobre la punta de su bota y hace que cualquiera que la quiera coger le bese la mano o la misma bota.

Garay y yo nos volteamos a ver el uno al otro.

—¡VIVA EL REY SASHA! —continúa gritando la multitud, y tanto el rey Onicio, como soldados y miembros de la corte aplauden a Sasha.

VIVA. EL. REY. SASHA.

—No puede ser —ríe Ratón—. ¿Acaso...?

Deja la pregunta en el aire y le señala a Garay la carreta en la que venía Eleanor. Sobre esta, también custodiadas por soldados, ahora se encuentran las que por su complexión física parecen tres mujeres con la cara pintada de payaso, pantalones y botas. Las tres acompañadas por Giordano Bassop y otro jovencito que permanece debajo de la carreta. Pero de una de las mujeres en particular le habla Ratón a Garay, la que tiene el pelo corto, pantalón negro y ve el espectáculo de Sasha con horror.

«Elena».

Por la cercanía que han tenido, a Ratón no se le dificultó reconocerla y ahora es Garay el que, serio, no aparta los ojos de ella.

Elena, su amada, su aliada, su hermana... ha vuelto.

Hago girar mis ojos y sigo mirando a Sasha mientras su última declaración no deja de repetirse en mi cabeza.

«¿Estamos aquí por ti o por tu culpa?

¿Estamos aquí por ti o por tu culpa?

¿Estamos aquí por ti o por tu culpa?»

Qué más da... lo importante es que llegaron.


FIN DEL SEGUNDO LIBRO


https://youtu.be/ZM3s68g4UhY

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