116. Un acto de rebelión en sí mismo
Bienvenidos a los dos últimos capítulos de Vulgatiam.
Perdón por tardar tanto en terminar. El cielo sabe que si hubiera podido finalizar antes lo hubiera hecho, pero hasta hace poco no tuve la fuerza emocional.
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Un acto de rebelión en sí mismo
ELENA
Cuando desperté Gio ya tenía telas, hilos y tijeras sobre la cama. Y frente a él tres maniquíes, uno a cargo de él, otro de Olya y el último con Nastia. Dice haber estado ocupado los últimos meses, diseñando atuendos para Sasha, los de una temporada y tener el tiempo encima para entregárselo.
Mi favorito es un traje blanco con pronunciados bordes dorados. Gio asegura que, al ponérselo Sasha, incluso las medias y botas que se pondrá serán blancas. Todo combinado perfecto con su piel pálida, cabello de oro y, atrás, cayendo sobre su espalda, una capa tornasol. Una tela única que Gio mandó a traer desde lejos. Con ese amor lo describe él mismo, que, en lugar de haber confeccionado otro de sus diseños, parece presentar a este en particular como su obra maestra.
Sasha siempre ha sido fuente de inspiración para Gio.
Todavía recostada en la cama, repaso con mis dedos las piezas de seda que tengo cerca. De momento no pienso en nada en particular; sin embargo, al comparar los pliegues de las telas con las colinas alrededor del Callado, es inevitable que mi mente no trate considerar algún plan o estrategia. Por ello, en adelante no hago más que pensar en cómo realizar la entrega de comida sin que la gente de Alastor se percate.
Hasta encontrarnos los dos a Bitania, Gio me dirá en dónde está la comida y más detalles del plan. Pero no puedo evitar que mi corazón ya esté con mi gente. Me emociona la posibilidad de volver a verlos.
Advierto que mis tripas chillan de hambre y salgo de la cama para vestirme; sin embargo, al percibir mi propio reflejo en un espejo de cuerpo completo en una esquina de la habitación, no puedo evitar volver a virar hacia allá mi interés.
«Esa soy yo de nuevo».
Camino en dirección a este segura de que nunca he sido vanidosa. Se me ha dicho que soy atractiva, pretendientes no han faltado y con ellos propuestas, pero nunca fueron mi prioridad.
Ya reparé en lo dañado que lucen mi rostro y mi cabello, pero ahora, con nuevos ánimos, decido hacer algo al respecto, de modo que, manteniendo mi mano firme, alcanzo una de las tijeras que Gio utiliza para trabajar.
No lo pienso demasiado cuando las tengo en mis manos, cojo un mechón de mi vasto cabello negro, dejo cuatro dedos de espacio por debajo de mis orejas y comienzo a cortar.
—¡Elena! —exclama con horror Gio a mi espalda, de nuevo consciente de mi presencia, pero yo solo puedo ver mi cabello caer.
Por más que demanda una explicación, lo ignoro; cojo un segundo mechón y hago lo mismo.
—No me tienen que reconocer en Bitania —le recuerdo pese a que ese no es mi único motivo.
Al ver mi reflejo quiero ver a una Elena diferente.
—Pues sí —dice Gio, nervioso—, pero pudimos hallar otra solución. Como, no sé, dejarte el maquillaje de payaso con el que te encontramos.
—También podemos hacer eso —propongo, viendo más pelo caer.
Pero Gio sufre.
—A Gavrel le gusta tu cabello.
Alzo los hombros y al instante los vuelvo a dejar caer.
No es como si hubiera metido la polla dentro de mi cabello.
—Me haré cargo de la parte de atrás —se apresura a decir Gio, saltando a donde estoy para quitarme las tijeras y seguir cortando el resto del cabello él.
El resultado final, una vez que Gio lo empareja todo, es un cabello corto a la altura de mi mentón.
—Me tengo que acostumbrar —opina Gio.
—Difícilmente he visto mujeres llevar el cabello corto en Bitania —digo, sacudiéndolo para desordenarlo un poco. «Luce aún mejor así».
—Solo las prostitutas —concuerda Gio, esbozando una mueca, y vuelvo a alzar los hombros.
—En la Isla de las Viudas las internas se lo cortaban por los piojos y falta de jabón.
—En la isla de las Viudas —remarca Gio.
—La H también utilizaba el cabello corto —le recuerdo, emocionándome.
—Y mira cómo terminó.
—Y también usaba pantalón —pienso en voz alta, tentativa, de nuevo repasando con la mirada las cosas que Gio tiene botadas por la habitación.
—Elena; no —dice él, cauto, y moviendo de más las manos para enfatizar su punto—. Te recuerdo que la idea es que no llames la atención.
Arrugo mi gesto con decepción, y, distraída en otra cosa, estoy por zanjar el tema cuando vuelvo a reparar en Olya y Nastia.
Una hora después, las tres vestimos camisa, pantalón, cinturón y botas.
—Me gusta —repito, pues yo, en particular, elegí pantalón y botas altas color negro.
Y, por cómo veo las cosas, siendo personal a cargo del modisto Giordano Bassop, si las tres usamos pantalón no llamaremos tanto la atención a diferencia de si lo hago yo sola.
—Mala idea —musita Gio llevando una mano a su cara.
Pero yo, en un intento de empezar a dejar todo atrás, ya no quería verme como la vieja Elena Novak y lo he conseguido.
—No es la primera vez que me pongo pantalones —le digo a Gio—. Es solo que antes eran cortos y me los dejaba debajo del vestido. A Mah hasta le enfadó verlos la noche que me preparó para Jorge.
Gio esboza un gesto de repulsión.
Mientras, Olya empuja a Nastia cuando esta suelta una risita y nos volvemos hacia ellas para ver qué pasa.
—Dije que los siento cómodos —dice Nastia y Olya la vuelve a empujar.
—Mala idea —repite Gio, sacudiendo con negativa su cabeza—. Eleanor se burlaba de Hedda por esto.
«Otro punto a favor de la H».
Me cruzo de brazos.
—¿Y que Eleanor no la aprobara no lo convierte ya en un desafío? —cuestiono—. ¿En... un acto de rebeldía en sí mismo?
Arqueo una ceja para enfatizar mi punto y Gio, tal como supuse, comienza a flaquear.
—Eres el modisto de la corte —le recuerdo, decidida a convencerlo—, ¿qué tal si se vuelve tendencia?
Mi amigo por fin se descubre el rostro y enseguida también busca entre sus cosas.
—Pero tendría que mejorar esos pantalones —decide, viendo de estos a las tijeras en su mano—. Porque fueron diseñados para hombre. —Sin demora nos vuelve hacia el espejo, colocándose detrás de mí del mismo modo que el primer día que visité su taller—. Como ahora será para un cuerpo femenino —coloca la manos sobre mis caderas sin dejar de vernos los dos al espejo—, lo ceñiré más aquí y aquí —Trata de ajustarlo ahora mismo con alfileres.
—Y hazme otro color negro, como quieras, pero negro, y con una tela más brillante —propongo y los dos nos sonreímos.
Porque soy ladrona, soy estafadora, soy traidora y ahora también una prófuga y asesina... pero con un modisto como amigo.
—«Un acto de rebeldía en sí mismo», eh —dice Gio, repitiendo mis palabras—. ¿Se te ocurrió a ti? —agrega, curioso, y asiento.
«Porque sí; se me ocurrió mí».
—No solo se pelea con armas —agrego y Gio alza con diversión las tijeras.
Los dos siempre hemos protestado a nuestra manera.
—Ya verás, esto se volverá tendencia y harás historia —doy ánimos a Gio.
—O seré historia —dice entre dientes Gio, sujetando las tijeras a modo de simular que son clavadas en su cuello.
Niego con la cabeza conteniendo las ganas de reír y, quiero decir otra cosa, pero un instante después Piojo empuja la puerta con Eleodoro y el conde de Abastoa siguiéndolo.
—¡Piojo! —lo abrazo, porque hasta ahora no había tenido el ánimo.
Él parece sorprendido, quizá por cómo me miro o porque nunca fui afectuosa con él, o tan solo ya no es aquel crío áspero y maleducado que respondería mal; parece más alto e incluso, tal como lo hace Gio, camina manteniendo el cuello estirado, la cara alta y los hombros hacia atrás.
—Elena, es un placer verte —saluda, una vez pasada la sorpresa inicial.
Sí, sin duda «Piojo» no es el mismo y me da gusto porque fue un cambio para bien de él.
—Le di clases de etiqueta —me dice Gio, mostrándose comprensivo con mi sorpresa— y Nastia le enseñó a leer y a escribir. Por lo demás, con el pago que recibe además las propinas, se ha comprado botas y otras cosas, porque, como modisto, yo me sigo encargando de su ropa.
Tengo una deuda de por vida con Gio.
—Me da gusto verte bien, Petí Lonú —le digo a Piojo sujetándole de los hombros, y, en respuesta, una sonrisa de agradecimiento resplandece en su rostro.
Y esa es una preocupación menos. De hecho, una de las cosas que hice bien, pero que, desde mi dolor, no recordaba.
—Excelencia, un hombre pregunta por usted allá abajo —informa con seriedad Petí Lonú a Gio, el segundo ahora ocupado saludando a los dos perros poodles.
—¿Será el tabernero? —le pregunto a Gio.
—Es el tabernero —confirma a los dos Petí Lonú.
Al que Gio prometió una audiencia con el rey de Cadamosti a cambio de liberarme, y, aunque estoy preocupada, mi amigo no le da importancia.
—Dile que lo atenderemos luego del té de la tarde —le manda a decir Gio al tabernero con Petí Lonú y este, tras un asentimiento de cabeza, se retira para dar el mensaje.
»Porque, si mis cálculos son certeros, hoy será el día —me dice Gio a mí, sonriente.
«¿Hoy... será el día?»
...
Tal como predijo Gio, luego del té de la tarde Petí Lonú vuelve a abrir la puerta para informar que ya es hora. Y ni siquiera tuve que volver a preguntar de qué. Al bajar las escaleras de la Remoza nos topamos con gente yendo emocionada hacia la calle, y otros, afuera, se asoman a la puerta principal a gritar que una comitiva real se acerca. A pesar de todo, yo no puedo compartir la emoción, pues, como ya había advertido Petí Lonú, el tabernero, en compañía de un soldado del Partido, me esperan afuera; ya que, al encontrarse el Olivo en la frontera, corresponde ver por él tanto a Bitania como a Orisol.
El tabernero primero no me reconoce, esta vez mi maquillaje es más elaborado, además de traer el cabello corto y pantalón. Aun así, soy la única acompañando a Gio y ¿quién olvida la cara de quien hizo cenizas tu negocio?
El hombre me ve de arriba abajo malhumorado.
—Señor Bassop —intercepta enseguida a Gio.
—Ah, señor tabernero —lo saluda de regreso mi amigo con la barbilla alzada.
—Usted me prometió que lo de mi taberna se resolverá hoy.
—Desde luego. —Gio pasa de él—. ¿Acaso no oyó que una comitiva real se acerca?
El tabernero vuelve su atención hacia la calle en tanto yo no aparto los ojos del soldado del Partido, no lo reconozco, pero es no es noticia, solo conozco a pocos y a este en particular no me interesa conocerle porque viene por mi cabeza. Si, tal como prometió Gio, el rey de Cadamosti no interviene, me devolverán a Bitania acusada de asesinar a tres personas e incendiar una taberna.
Y si alguien allá me reconoce, me terminarán usando para hacer daño a mi padre o a Gavrel.
El revuelo que hace la gente al oír cada vez más cerca el trote de caballos me saca de mi ensoñación. Los tres carruajes que aparcan frente a la Remoza son ostentosos, por su tamaño necesitan solo para ellos la mitad de la calle, además de que, por su importancia, están custodiados por soldados de Cadamosti a caballo.
«Cadamosti».
Una vez más confirmo lo que Adre, renegados y Gio me han dicho.
Por ser de noche no alcanzo a determinar si el color que predomina en los carruajes es azul oscuro o negro, pero sí distingo cortinas blancas en las ventanas y acabados de oro tanto en los bordes como en el ornamento de los caballos. Del primero tiran seis color negro, cada uno con su respectivo jinete, y cuatro del segundo y tercero, porque son más pequeños.
«Pequeños» comparados al primer carruaje, porque para nada son insignificantes o algo frecuente de ver.
Más gente se acerca a ver boquiabierta el espectáculo, incluido el tabernero que, al menos, dejó de reparar en mí.
Así pues, denotando estar familiarizado con cada montura de la comitiva, Gio pasa del primer carruaje y con una envidiable sonrisa en los labios avanza directo hacia el segundo, pues de este, con más curiosos aproximándose para mirar, comienza a bajar Sasha.
Primero apoya su mano en la puerta, saca la cabeza y a esta, prácticamente cayéndose, la sigue el resto del cuerpo; siendo lo que más destaca de él su complexión delgada y cabello dorado atado en una coleta a la altura de su nuca.
Parece tomarse su tiempo para terminar de bajar, pues, con la otra mano ocupada sujetando una botella de licor, apenas conserva el equilibrio de pie sobre el estribo.
«Está ebrio», pienso y lo confirmo al verlo apoyar de forma torpe el primer pie en el piso.
—¡Llegó el rey! —ríe.
Gio lo ve terminar de bajar guardando una distancia prudencial. En todo momento procurando no demostrar demasiado, pero, como era de esperar, sus ojos hablan por sí solos.
Una trompeta suena en manos de un jinete del primer carruaje. Oportuna para que no se escuche el ruido que hace Sasha al a vomitar a un lado de la calle. Cosa que a Gio no le importa, pues, rompiendo el protocolo, se acerca a él para ayudarlo a incorporarse.
La trompeta es para anunciar la llegada de un anciano encorvado que baja con ceremonia del primer carruaje, sobre su cabeza lleva puesta una corona y de los zapatos hasta el cuello viste emperifollado.
—Onicio, el Rey de Cadamosti —dice alguien a mi espalda. Posiblemente el tabernero.
Aprieto con fuerza los dientes al ver quién le sigue: Jorge.
No repara en mí, por lo pronto soy solo un payaso con pantalón negro y botas.
Desde su posición y porque les salta a la vista, los dos ven con horror a Sasha vomitar.
—Tenía ganas desde que salimos de Orisol —ríe Sasha.
—¿Y tenías que hacerlo justo ahora? —regaña Jorge a Sasha como si tratara con un niñato.
—¡El vómito no es algo que puedas controlar, Jorge! —se queja Sasha, limpiándosela la boca con el dorso de la mano.
Gio da de saltitos para reclamar su atención y saludarlo. Hace bastante tiempo no se ven. Si bien, Onicio y Jorge lo ven con desagrado y luego, de soslayo, parecen contar a los soldados a nuestro alrededor. Tal vez temen dar un «espectáculo».
Sasha tensa la mandíbula al sentirse evaluado, el mismo Gio da un paso atrás al recobrar el «sentido común» y se apresura a hacer una reverencia a Sasha. A continuación, y pese a ser tomado de mala manera por Sasha, hace lo mismo con Onicio y Jorge, refiriéndose al primero como «Majestad» y al segundo como «Alteza».
Lo imito al ser otra vez su sirvienta.
Sin apartar una expresión de asco de la cara, Onicio vira hacia la puerta de la Remoza demandando que le sirvan una cerveza. Jorge quiere seguirlo, pero antesda una mirada de enojo al vómito en el piso y a Gio, y después le dirige otra a Sasha, que poco o nada parece importarle.
—Compórtate —masculla Jorge, entrecerrado los ojos y da media vuelta.
Una vez que su padre se marcha, Sasha vuelve a beber de la botella de licor y despide con un gesto de su mano a los soldados que están cerca.
—¡Necesito libertad para poder decir lo que me dé la gana! —le dice a Gio—. Tú también márchate, ¡shú! —me echa, cual perro.
—Es Elena —le hace saber Gio discretamente y el semblante de Sasha se relaja.
Me da gusto que la pintura en mi cara funcione.
—Sí vino —dice Sasha, viéndome sonriente, aunque de nuevo tambaleándose de lo ebrio que está.
—Claro que vino —dice Gio—. Aunque tiene un problema que solo tú le puedes ayudar a solucionar —agrega, dirigiendo una sonrisa hipócrita al tabernero aún de pie junto a la puerta.
—Sí... la comezón en la entrepierna no es tan grave como parece —comienza a aconsejar Sasha.
—No ese tipo de problema —lo regaña Gio.
Sasha bosteza manteniendo derecha en su mano la botella.
—Asesinó a tres personas en una taberna y después la incendió —explica Gio como si se tratara de haber quebrado un vaso que no es mío.
Sasha me ve de pies a cabeza.
—Bueno, de seguir con mi hermano, hacer un mierdero y después querer salir absuelto es algo muy de la realeza.
—Tuve mis motivos —defiendo.
—Yo siempre digo lo mismo —me da la «razón» Sasha.
—Ahí están el tabernero y un soldado del Partido —le explica Gio a Sasha que con otro gesto de su mano les pide a los dos que se acerquen.
Y cuando pienso que va a dialogar con ellos mi situación, lo que hace Sasha es extraer un saquito de un bolsillo de su pantalón, sacar de este un puñado de monedas y lanzarlas una tras otra al piso.
Los dos hombres se apresuran a dejarse caer a gatas para pelear por las monedas.
Gente que aún observa con asombro los carruajes se da cuenta, y Sasha, para no defraudarles, arroja más monedas. En segundos convierte la persecución de monedas en un espectáculo de intermedio para Reginam.
—¿Algo más? —les pregunta al tabernero y al soldado y estos niegan con la cabeza al mismo tiempo que ven con adoración a Sasha.
»Listo —me dice a mí y nos pide seguirlo.
»Gavrel lo hubiera solucionado dialogando —agrega— pero yo más práctico.
Pero cuando creo que caminamos en dirección al tercer carruaje, Sasha da otro trago largo a la botella y seguimos avanzando.
Llegamos hasta una carreta vieja rodeada por soldados de Cadamosti, son al menos veinte comentando entre ellos lo que hay en el interior. Ya es de noche y debo esforzarme en reconocer lo que veo. En la carreta hay una silla de madera y sobre esta una persona sentada, una mujer, lo sé porque en sus pies tiene puestos tacones forrados con terciopelo esmeralda y medias blancas. Los que usaría una dama fina de la Gran isla. Pero no puedo ver quién es porque encima, casi cubriéndole por completo, tiene una lona y alrededor de esta una cuerda que la mantiene aferrada a esta, a la silla y a la carreta.
Parece ser una prisionera.
Sasha pide a los soldados alejarse y eso me permite ver más de cerca la carreta. Por fuera sobresalen las botas de un hombre acostado a lo largo, aunque, del mismo modo que la mujer, cubierto por una lona que sujeta una cuerda.
—No se mueven —dice con temor Gio a Sasha.
Sasha gira sobre sus pies soltando una carcajada y, sin dejar de sujetar la botella en su mano, sube a la carreta para él mismo removerle de encima la lona a la mujer.
Doy tres pasos hacia atrás, atónita.
La reconoces fácilmente por el cabello rubio peinado a lo alto con finas plumas adornándole.
La vi de cerca ocasionalmente, y, la última vez, no en los mejores términos, pero es suficiente para reconocerla.
Su rostro luce purpúreo a pesar del maquillaje y está ligeramente hinchado. Por lo demás, tiene los ojos semi abiertos y la cabeza inclinada hacia un lado sobre el cuello.
Sasha la coge del cabello para enderezarla, pero, por ser un cadáver, sus extremidades ya están rígidas y debe forzarle.
La cabeza cede volviendo a su lugar; si bien, cuando Sasha la suelta, vuelve a caer de lado.
Eleanor está muerta.
Pese a tratarse del ser más malévolo que jamás conocí, un ser perverso que juré matar, verla en ese estado me hace sentir escalofríos, e, inevitablemente, llevo mis manos a mi boca.
—Lo hiciste —le dice Gio a Sasha.
Él deja caer los hombros.
—¿Por qué siempre me subestiman?
¡¿«Lo hiciste»?! Giro la cabeza con alarma, mis ojos van de Sasha a Eleanor con horror. Pues Sasha, todavía de pie junto a su madre, la vuelve a sujetar del cabello para enderezarle otra vez la cabeza y, a continuación, se inclina sobre el hombro a modo de poder rozarle con los labios el oído y que esta «lo escuche».
—No tenías que ser tan mala —le susurra con palabras entrecortadas.
Vuelve a soltar la cabeza de Eleanor dejándola caer con fuerza y da un último trago a la botella. Luego, apretando los labios para presumiblemente ahogar un grito de dolor, la arroja fuera de la carreta para que se haga añicos en el piso.
La actitud de Sasha es un vaivén entre la dicha y la agonía.
¿Él... asesinó a Eleanor?
—¿Y él quién es? —pregunta Gio señalando con temor las botas del hombre en el piso junto a Eleanor.
—Ah. Es Gavrel —dice Sasha restándole importancia y para mí eso es todo.
Dejo caer las manos al apartarlas de mi boca y siento que vuelo sobre el piso al apresurarme a llegar a la carreta. Allí abro lo más que puedo mi boca al rozar con las yemas de mis dedos las botas y, con mi alma a punto de desbordarse, otra vez vuelvo la vista hacia a Sasha.
—Lo siento. Tenía que hacerlo —se disculpa.
—No —le digo, con un hilo de voz—. ¡No! —repito, gritando afónica y como puedo me subo a la carreta.
»¡GAVREL! —grito con todas mis fuerzas, arrastrándome, para intentar apartar lo más rápido que puedo la lona.
»¡NO, GAVREL! —vuelvo a gritar, empezando a desatar cómo puedo la cuerda.
Está demasiado apretada, mis dedos duelen al luchar por desatarla, y al terminar con esta, desesperada clavo lo más que puedo mis uñas en la lona hasta que consigo rasgarla.
Con fuerza inhumada la rompo de un tirón hasta la mitad y, dando más gritos, cojo la cabeza del cadáver en un intento por abrazarle. Aunque, pronto, pese a que mi boca continúa abierta, de esta ya no sale ningún sonido.
El hombre no es Gavrel.
Tenso los hombros al escuchar reír a Sasha.
Ríe a carcajadas.
Dejo caer la cabeza del infortunado y restregándome lágrimas de los ojos me incorporo y viro enfurecida hacia Sasha.
—«¡Ay no, Gavrel no!» —me imita, agudizando la voz—. ¡Y tu cara! —continúa riendo—. ¡Gavrel amará oír esto!
Y esa es suficiente amenaza para mí.
Doy dos largas zancadas hacia él, cojo de mi bota mi cuchillo y comienzo dándole un puñetazo en el rostro.
—¡No, no! ¡Espera!
Sasha lanza un chillido al darse cuenta de que no lo soltaré rápido.
—Sasha, ¿qué te he dicho sobre hacer bromas crueles? —lo regaña Gio—. Elena no se está riendo.
Acto seguido, rodea la carreta para instalarse delante de mí, y, al igual que a Sasha, reprenderme alzando su dedito índice.
—Y a ti, Elena, ya te hablé sobre la agresividad y el querer resolver las cosas con violencia.
—¿Te quedan ganas de volver a hacer eso? —le digo a Sasha, amenazándolo con mi cuchillo.
—Tal vez —dice, tratando de esquivar un segundo puñetazo.
»¡Ayuda! —les grita a los soldados.
—No, no es necesario que vengan —los detiene Gio en cuanto estos alzan las armas—. Esto lo resolveremos dialogando —asegura, evitando con sus manos que le estampe la cara a Sasha en la carreta.
Algo que Eleanor, de no estar muerta, adoraría ver.
...
No me arrepiento de nada a pesar de ayudarle a Gio a curar las contusiones en la cara de Sasha, las que, por otro lado, en lugar de molestarle, parecen darle «paz». De regreso en la habitación de Gio, este le pasa un espejo de mano para mirarlas y Sasha les sonríe.
No estoy segura de cómo interpretar su actitud. Cuando lo liberé dio a los soldados la orden de terminar de desfigurar el rostro del hombre que hizo pasar por Gavrel, y después, por comentarios que hicieron los mismos soldados, supe que mañana partimos de vuelta a Bitania.
—¿Gavrel está bien? —le pregunto.
—Eso espero. —Él no deja de verse en el espejo—. Con suerte ya encontró a tu padre.
Es la tercera persona que me lo dice.
Camino de regreso a la ventana y observo la calle. Además de los carruajes, la carreta con el cadáver de Eleanor, soldados y caballos allá abajo, ahora se suman al menos treinta carretas más repletas de comida. Eso es lo que alcanzo a contar pues soldados de Cadamosti, organizándolo todo, constantemente señalan más allá de la calle.
De nuevo me vuelvo hacia Sasha.
—Es para quedar bien —digo.
»Y harán pasar por muerto a Gavrel.
Sasha deja caer sobre su regazo el espejo de mano y asiente.
Dejo atrás la ventana manteniendo mi atención sobre los trajes de primera que diseñó Gio para Sasha. Es eso, sumado a todo lo que hablamos la noche anterior Gio y yo, lo que da una idea.
—Tomarás el trono de Bitania —digo, pero Sasha no reacciona a mis palabras.
»La comida allá abajo —continúo—. Se supone que yo debía entregarla.
—Y eso harás —contesta Sasha, aún sin demostrar nada.
—Pero la trae Cadamosti.
—Ay Elena. —Con Gio aún curándole los hematomas, Sasha se cruza de piernas—. No me digas que es la primera vez que verás apropiación indebida de alimentos.
«Já».
—No.
»Eso sí —espeto—. Lo pensé y no me atendré a lo que mi padre negocie con Gavrel. —Me cruzo de brazos—. Si yo haré el trabajo, yo negociaré y pondré mis condiciones.
—Eso me parece justo, budincito —le hace ver Gio.
—Pues habrá que ver si Gavrel está de acuerdo —asegura Sasha.
Frunzo el ceño.
—¿Si Gavrel... está de acuerdo? —pregunto, burlona—. ¿Y cuándo, si se puede saber, he necesito que Gavrel esté de acuerdo para yo hacer algo?
—Nunca —contesta Gio por mí.
—Nunca —repito, alzando el rostro.
»De hecho, ha sido lo contrario —me apresuro a agregar.
—Y todo te ha salido de maravilla, ¿no? —se vuelve a burlar Sasha.
No dejo de mantener en alto la cara.
—Si necesitan al Callado para llevar a cabo su plan, me necesitan a mí —resuelvo—. Por lo tanto, quieran o no, estaré en la negociación. En la misma mesa que Gavrel, Wes y mi padre... o no hay trato y vuelvo a trabajar por mi cuenta.
—¿Por qué la dejaste ponerse pantalón? —se queja Sasha con Gio.
—No me preguntó si podía hacerlo.
—No, no le pregunté si podía hacerlo —repito—, y, sin embargo, me diseñará otros.
—No tan apretados en el centro —«aconseja» Sasha y estoy a punto de darle otro puñetazo.
»Reparte la primera tanda de comida y yo mismo te enviaré con Gavrel —intenta mediar—. Le escribiré a Wes para que lo localice.
—Es lo mejor porque tú gente tiene hambre —se pone de su lado Gio.
—De acuerdo —alzo las manos, rindiéndome—, lo haré, pero enseguida me llevarán a hablar con Gavrel para negociar mi participación en el plan directamente con él —remarco.
—Sería divertido intentar verte hacer eso —dice Sasha, altivo—. Sé de lo inflexible que puede ser mi hermanito; quien, además, a diferencia de ti, lleva más tiempo con los pantalones puestos.
No me dejo intimidar.
—Es gracioso que lo menciones cuando yo sé lo flexible que puede ser Gavrel sin pantalones —devuelvo y los ojos de Gio saltan en mi dirección.
Sasha ríe, le gusta reír a costa de Gavrel, y de mí, o cualquiera, mientras no se le subestime.
Claro está.
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