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115. La negociación



La negociación

ALAN

Separándolas en tres pilas, dependiendo del tipo de animal que salieron y el tamaño de cada una, terminamos de colocar una sobre otra cientos de pieles.

En especial llamaron nuestra atención dos capas color café que a simple vista parecen abrigos; pero que, al revisarlas, destacan por no tener pelaje o escamas.

—¿Esto es un moretón? —dijo Viktor al ver una de cerca.

Pero fui yo quien dejó caer la otra al hallar lunares.

Viktor y yo nos miramos el uno al otro.

—De manera que esto resuelve la duda respecto a si solo desollan animales —opinó Gavrel con tranquilidad.

Al terminar allí nos trajeron a otra cámara, la que parece el comedor, Jaúl nos pidió tomar asiento en una enorme mesa de madera sobre la que descansa una olla de metal y con un cucharón nos sirvió de comer. Sin embargo, de mala manera tanto Viktor como yo comprendimos por qué Gavrel guardó parte de su cena la noche anterior.

La comida es vísceras, pan duro y cerveza.

—Jeodojo me dijo que en el día comen vísceras para alentar su instinto de caza —dice Gavrel, feliz, mientras yo con solo mirarlas quiero vomitar.

El olor a sangre es inquietante y cada plato, además de poco atractivo a la vista, tiene moscas encima.

—¿Y yo soy el «principito»? —se burla de mi Gavrel que sin miramientos se anima a probar de primero las vísceras.

Viktor, sentado a mi derecha, le sigue mientras yo solo pruebo el pan y la cerveza.

—Si Elena comió ratas yo puedo con esto —dice Viktor, convencido.

—He comido vísceras —objeto—. Pero preparadas.

—Lamentamos que el servicio no esté a su altura, Alteza —continúa burlándose de mí Gavrel.

¡Gavrel!

Coge entre sus dedos lo que parece un pedazo de hígado, lo rasga a la mitad con los dientes, lo mastica y traga. No limpia ni su mano ni el contorno de su boca al coger la cerveza y repite la acción hasta devorar todo.

—Inténtalo, Alan —me insta Viktor y, tras verlo a él saborear algo que tiene una hemorragia, me doy valor y llevo a mi boca un delgado pedazo de tripa de algo que sabe a...

Qué importa el sabor; se siente viscoso.

Pero avanzo a pesar de la incomodidad y Viktor da una palmada a mi hombro para seguir alentándome. Pero tiene razón; si Elena comió ratas nosotros podemos con esto.

El resto de los Sigilosos, como es su costumbre liderados por Najla y balbuceando palabras ininteligibles, ingresan a la cámara minutos después.

De lo poco que alcanzo a entender, dicen estar cansados y hambrientos tras un largo día de caza y el olor a tierra, sangre y sudor que se desprende como un pitillo de ellos lo deja constatar.

Por otro lado, en un gesto que parece más amabilidad de su parte que costumbre, Najla ocupa el asiento frente a nosotros a lo largo de la mesa, e imagino a Gavrel sonriendo, pues, cuando todavía ordenábamos las pieles, le comentó a Viktor la posibilidad de que Najla nos considerase más sus invitados que sus prisioneros.

—Jaúl, les debiste ofecej algo más apopiado, ellos no salen a cazaj —señala Najla a Jaúl y este se apresura a esbozar una mueca de disculpa.

Y aunque celebro con una sonrisa el poder comer algo más «apopiado», para corresponder Viktor le dice a Najla que comer del mismo modo que el resto de los Sigilosos está bien para nosotros.

Najla parece conforme, lo mismo el resto de su clan, y me regaño mentalmente por no estar atento a cómo se está desarrollando todo; pues, mientras yo me me quejo, Gavrel y Viktor ya comenzaron la negociación.

—¿Fue un buen día de caza? —le pregunto a Jeodojo para involucrarme—. ¿Capturaron muchos animales?

«Tal vez de manera similar podría preguntar qué tipo de animales».

Jeodojo alza la barbilla y al mirarme contiene el aliento de una forma que no me gusta.

—No está poniendo en duda tu capacidad paja cazaj, Jeodojo —lo tranquiliza Najla, al igual que Jeodojo posando la vista en mí, pero sonriendo—, solo intenta sej amable.

Sin querer enojé a Jeodojo.

—Sí, fue un buen día paja cazaj —agrega Najla con voz dulce al tiempo que, por debajo de la mesa, Gavrel me lanza un puntapié que de inmediato devuelvo.

»Alan —continúa Najla, pillando de nuevo mi atención y reparo en que al menos esta vez me llamó «Alan» y no «Jubiecito», lo que me anima a mostrarme serio—, al terminaj de comej, Majiano te llevaja ajiba paja amajajte al ajbol y así dajte la opojtunidad de que alguien ocupe tu lugaj.

Escucho boquiabierto a Najla, sintiéndome como si en lugar de llevar un día aquí fuesen semanas y, a su vez, inquieto por la pesadumbre con la que dijo eso. Es claro que no le es fácil dejarme marchar.

«Llegó el momento».

Gavrel respira fuerte al procurar contener su risa y, disimulando mi enojo pues la atención de Najla aún está puesta en mí, lanzo otro puntapié en su dirección.

—Me lo diste a mí —masculla en voz baja Viktor.

Pero no hay tiempo, debo decir algo rápido de acuerdo con el plan, de modo que para espabilar sacudo mi cabeza antes de hablar.

—Mi señora —me dirijo a Najla—, justamente le quería pedir su anuencia para continuar cerca de usted un día más.

Al otro lado de la mesa, los Sigilosos que escuchan la conversación respingan. Najla, por otro lado, suelta un suspiro quedo.

—Alan —musita.

—Es para mí un honor —continúo.

—Pejo, ¿qué decij...? 

Pese a todo, percibo en sus ojos que está a punto de decir que sí. No obstante, a nuestro alrededor el ambiente se torna extraño, tal como si en lugar de utilizar palabras hubiera dado a entender que tengo escondida tras de mí una espada.

—Najla, ¿podemos habaj a solas? —interrumpe Jeodojo con preocupación y es algo que ni Viktor, Gavrel o yo esperábamos.

El resto de Sigilosos, al igual que Jeodojo, parecen más nerviosos que de costumbre.

—No me intejumpas, Jeodojo —lo hace callar Najla.

—Pejo, Najla...

—No; dije.

También le lanza gestos de advertencia a sus demás hombres y ahora me pregunto qué tipos de reglas se aplican al intercambio de prisionero.

—Si esa es tu decisión puedes quedajte, Alan —me dice Najla—, lo mismo tus compañejos —a continuación se vuelve tranquilamente hacia Viktor y Gavrel—, aunque me sigue inquietando el poj qué.

Y que pregunte eso agudiza las miradas de los Sigilosos.

—Eso me corresponde explicarlo a mí —pide la palabra Gavrel cuadrando los hombros y Najla asiente.

«Por lo menos nos escuchará».

—Confío en que ya se enteró por la voz de algún viajero que mi reino está en guerra —empieza Gavrel, indagando, pero Najla no demuestra si está al tanto o no y eso es astuto de su parte.

»Y necesito aliados —continúa Gavrel, directo.

Uno a uno los Sigilosos vuelven a mostrarse inconformes.

—Calma —les dice Najla.

—¡Pejo Najla, él no puede hablajte así, no le cojesponde! —protesta Majio.

—Gavjel es un pincipe —les recuerda Najla—. Y sé que no estamos acostumbados a tajta con uno, pejo en este caso sí le cojesponde.

«¿En este caso?», me cuestiono.

De todos modos, en vista de la molesia de Majio y el resto de sus compañeros, me temo que si Gavrel no es astuto al negociar terminaremos como capas.

—¿Intentas aliajte con Ijubien, pincipe Gavjel? —le pregunta Najla.

—Así es —Él no baja la cara.

—Quiejes nuestas ajmas...

—Armas, respaldo y refugio —pide Gavrel—, pues siendo espectador de su ingenio preveo que esta no es la única Conejeja.

—No, no es la única Conejeja —confirma Najla y Gavrel sonríe con victoria.

Le apostó a Viktor que tendría razón con eso.

—Pejo aún no me explicas en qué nos beneficiajia a los Sigilosos ayudajte —replica Najla.

—Cuando me capturaron dijeron reconocerme porque fueron a Bitania —dice Gavrel—. Y no sé si erraré al suponer lo siguiente, pero, tomando en cuenta las cantidades de pieles que conservan con ustedes, presumo que no las han podido vender o intercambiar.

¿Una conjetura arriesgada?

—Así es. En tu jeino nos dijejon que solo pueden comejciaj miembos de la Gan Mancomunidad —constata Najla—. Solo hemos podido entaj a Tejuel y aun así es complicado pojque somos extanjejos.

—La gente no confía en nosotos —la secunda Jeodojo.

—Aunque les sonjiamos e intentemos no mataj a nadie fente a ellos —nos explica Majiano.

Gavrel carraspea.

—Comprendo —se dirige a todos los Sigilosos ahora—. Pero eso cambiaría de aceptar aliarse con nosotros y ganar esta guerra. Podrían comerciar libremente en Bitania y, desde ahora mismo, en Teruel como garante.

—¿Y tu puedes decidij poj Tejuel? —cuestiona Najla.

—Sí, señora. El nuevo rey es mi padre.

—Tejuel no tiene nuevo jey —Najla se muestra reticente.

—Sí lo tiene —le asegura Gavrel—, y puede venir él mismo a terminar de negociar con ustedes.

Al terminar de decir lo último, Gavrel se vuelve un instante hacia Viktor, ya que este, habiendo escuchado antes a Gavrel, también quiere hablar con Wenceslao Balzola antes de intentar llegar a un acuerdo.

—¿El jey vendá? —Najla no lo termina de creer y hasta lo toma a broma.

—Así es, señora. Si yo se lo pido vendrá acompañado de su Guardia real, miembros de la corte y un majestuoso león.

—¿Un león paja que lo desollemos? —pregunta Jaúl con expectativa.

—No. —Gavrel carraspea, incómodo—. El león es muy especial para él, es su amigo y lo acompaña a todos lados.

—No te atevejías a mentij con algo así —supone Najla.

—Por supuesto que no —le asegura Gavrel con precaución—. Más cuando soy vuestro... invitado. Mi padre vendrá si le envío una carta que alguno de ustedes puede llevarle a Teruel.

Najla, visiblemente acostumbrada a desconfiar, alza las cejas; pensando.

—Está bien, pincipe —decide—. Esquibele una cajta a tu pajde.



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