
114. Rosa Príncipe Negro. PARTE 2
Continuamos...
----
Rosa Príncipe Negro. PARTE 2
—Gavrel sí me ofreció dinero —le digo a Gio, sorprendiéndolo; pues solo yo lo sé—. Quiso reparar su «error» dándome una dote para que me casara bien y después me pidió marcharme del castillo para no seguirlo provocando.
—Por lo que sé ahora, creo que se refería más a que Sasha no te siguiera utilizando para provocarlo —Gio utiliza sus manos al explicar—. Eso antes de demostrarle que se interesó genuinamente en ti.
—No sé qué significa «interesarse genuinamente», pero sí sé que yo tenía un propósito: quería información para el Partido.
»Sabía de una prostituta que ayudaba a las Serpientes. Y pensé que...
—¡Elena! —Gio se muestra horrorizado.
Agacho la cara.
—Solo quería que dejaran de subestimarme —recuerdo con tristeza—. Quería ser importante para la revolución.
—Y ya lo eres.
—A un precio alto. Entonces no sabía cuánto estaba arriesgando.
—Así son las guerras.
«Sí».
—Y cuán diferente sería hoy mi vida si hubiera subido con mi familia a una de las primeras carretas que salió de Bitania.
—¿Te arrepientes?
—A veces sí, a veces no.
—¿Hoy es un sí o un no?
—Solo intento aceptar las consecuencias de las decisiones que ya tomé.
—Haces bien.
Levanto la cara al seguir hablando:
—Le propuse a Gavrel seguir y aceptó. Eso sí; dijo que no debía esperar nada de su parte, que iba a casarse con Farrah y entonces lo nuestro debía terminar.
Gio sonríe con burla.
—Siguió yendo a la biblioteca para que nos acostáramos —prosigo, ignorándolo—, y no sabía cómo empezar lo de «sacarle información».
—Porque solo le sacabas otra cosa.
—Gio.
—Perdón.
—Ahí fue cuando reconocí que no tenía idea de lo que hacía, así que busqué a la prostituta que ayuda al Partido para pedirle consejos... y dijo que debía hacer sentir a Gavrel querido, comprendido e importante. Pero no fue fácil.
—¿Te gustaba acostarte con él?
Pestañeo unos segundos antes de responder.
—Sí. —Apenas abro mis labios al decirlo—. ¿Eso está mal?
—No. Pero no entiendo por qué pareces tener ganas de llorar.
Alzo mi voz:
—Porque quiero responder que no; que no lo disfruté y que hasta lo odié.
Trago duro.
—Eso le diría a mi padre de preguntármelo él, o Garay, o Adre, o cualquier otro. Pero no sé por qué no es lo mismo contigo —Mi voz se quiebra—. A ti no te puedo mentir.
—Porque yo soy tu amigo —me hace ver Gio—. Sabes que puedes confiar en mí de la misma manera que yo confío en ti. De modo que, si no quieres que lo diga; no lo haré.
—No... Por favor.
«Mucho menos a Sasha».
Gio endereza la espalda.
—Aunque sí te diré que el día que Gavrel y tú nos vieron a Sasha y a mí en un pasillo del Castillo gris, ya sabes: cuando él iba vestido como Eleanor y yo como un león. No sé si recuerdas eso.
Relamo con inquietud mis labios.
—Lo recuerdo perfectamente, Gio. Jamás lo olvidaría.
Gio se vuelve a concentrar en recordar aquel día.
—Pues ese día, a pesar de que no hablamos, noté lo cerca que caminabas de Gavrel, casi juntando los dos vuestros hombros, y, de momento, eso era lo único que necesitaba ver.
Vuelvo la vista hacia otro lado avergonzada, repaso una vez más todo en mi memoria y le sigo platicando a Gio:
—Me esperó afuera de la biblioteca la primera vez que salí del castillo después de estar con él y parecía molesto.
—Te vigilaban —insiste Gio, consiguiendo que respingue—. Él, Jakob y Sasha.
—Entonces, ¿supo que fui a ver a la prostituta?
Gio alza los hombros sin saber qué responder a eso.
—No lo sé. Pero sí te garantizo que no tardaron en concluir que no eras una espía. Sasha me lo dijo.
—Ese mismo día, durante la primera conversación amable que tuvimos, Gavrel me preguntó sobre Thiago y me dio un obsequio para él —sigo.
—Así que no le llevó mucho tiempo deducir que lo más importante para ti es tu hermanito.
«Era», corrijo en mi mente con nostalgia.
—Supongo que no —musito a continuación.
»Nos seguimos acostando en cada oportunidad que tuvimos, incluso no tuvimos vergüenza y lo hicimos el día que la Rota se incendió —A Gio otra vez se le suben los colores al rostro ante tal declaración—, y empezó a pasar más tiempo en mi cama —digo, perdiendo sin querer el aliento—. Ya... no tenía prisa por marcharse.
»Ni miedo a que nos descubrieran.
»Y fue más gentil con sus palabras, con sus besos y con sus dedos.
Gio ahoga un gritito.
—Antes de que me marchara fuimos al monasterio —sigo platicando.
—Su lugar especial —dice Gio.
«Supongo que ahora lo es».
—Sí. Hablamos como nunca antes, fuimos en bote hasta la isla y caminamos por la playa —sonrío al recordar—. Hablamos de mí y de él, y más tarde vimos las constelaciones. Y... me sentí feliz —confieso—. Por un rato lo olvidé todo y disfruté de estar con él.
»¿Ni él ni Sasha dijeron algo de ese día?
—No. —Gio lo dice como si fuera obvio
—Cuando anocheció entramos al monasterio y me presentó a sus amigos... A mí. Me presentó a mí, y después lo oí tocar el piano. Dijo que Sasha lo hace mejor —río apretando los dientes y Gio asiente—. Pero me gustó oírlo. Y luego, sin su permiso, vi a escondidas un óleo que él pintó.
»Y en el óleo estaba yo, Gio. Estaba yo... mirándolo.
Gio, un gran romántico, no puede contener las ganas de expresar su emoción con lágrimas.
Niego con la cabeza.
—No debería hablar de algo tan ridículo.
—No es ridículo.
Pero me siento incómoda al hablar de eso.
—¡Quería gritar! —digo, gritándolo para remarcar mi punto—. ¡Quería huir y llevarme a otro lado lo que sentí en ese momento!
«¿Quién te pinta con esmero en un óleo?»
—Pero estaba en una isla.
»Él me encontró, me hizo mirarlo a los ojos... y ahí lo supe —jadeo fuerte.
—¿Qué supiste? —Gio vuelve a abanicarse el rostro con las manos.
—Que no recordaba cómo odiarlo —Desvío mi atención hacia un punto lejano volviendo a ese momento.
»Y algo ardía dentro de mí, era el fuego de la revolución, pero sin duda esta ya no tenía que ver con el Partido.
»Me llevó a su habitación, me hizo decirle más cosas sobre mí, de hecho me hizo decirle mucho sobre mí —dejo caer los hombros— me confesó que sabía quién es mi padre y, para distraerlo, nos volvimos a acostar.
»Pero esa vez fue diferente. Además de que ninguno de los dos tenía prisa por acabar, no dejábamos de besarnos.
»Al día siguiente le dije más de mí —vuelvo a reír sintiéndome una idiota—, lo que opinaba de su familia, de Bitania y también de Reginam... y por último me pidió escoger una flor como símbolo de nuestro amor. Esa parte ya la sabes.
»Y sí, al volver al Castillo gris naturalmente caminamos hombro con hombro —digo, retomando el comentario anterior de Gio.
—Conociste al Maestre Adnan.
—Y antes que Farrah —me causa satisfacción decir eso—. Y a petición de Gavrel me obsequió más cosas para Thiago. Y-y esa fue nuestra última cita —Me enjuago lágrimas— y un día antes fue la primera —río de nueva cuenta sin humor—. Porque Isobel me mandó a llamar y se pudrió todo.
—Para todos —señala Gio con tristeza.
—Gavrel no quería que me marchara del castillo, me pidió una noche más y lo complací... Los dos nos complacimos. Pero Farrah nos descubrió y me abofeteó.
—¡Cómo se atreve! —chilla Gio, fingiendo indignación y de nuevo me suelto a reír.
—Ya se había dado cuenta de todo y Gavrel evadió darle una explicación. De hecho, ni siquiera le importó que ella o alguien más se fuera dando cuenta... Pero no tenía por qué vernos en una cama.
—Será peor conmigo y Sasha, estoy seguro —resopla Gio y arrugo mi frente con extrañeza. No entiendo.
»Después de que te marchaste del castillo Sasha sedujo a Farrah —explica.
Me inclino hacia adelante anonadada.
—Eleanor le dijo a Sasha que lo iba a casar para sacarlo de Bitania, Gavrel ya tenía una prometida en espera y no se quería casar; sin embargo, esa unión es importante para que el rey de Beavan, que es tío de Farrah, estreche lazos con Bitania y nos apoye con su ejército. Entonces a Sasha se le ocurrió que Farrah se case con él en lugar de Gavrel y le pida a su tío quedarse los dos en Bitania. Eleanor aceptaría si se lo pidiese el rey de Beavan.
No salgo del asombro en tanto Gio lo dice con total tranquilidad.
—¿Y-y-y tú? —No puedo creer que no tome en cuenta eso.
—Elena —Gio coge aire—, si para Gavrel fue difícil que la reina te aceptara siendo tú una campesina; imagínate a Sasha conmigo siendo yo un tipo.
—Que se vaya al infierno.
—¿Y la corte? ¿Y la gente de la Gran isla? Todos.
—Hasta donde sé, ya no hay «gente de la Gran isla» —bufo y Gio suprime una risita.
Garay acabó con todos.
—Pero, con todo y eso, es algo que Sasha ya habló con su abuelo, el rey de Cadamosti, y con Jorge y ellos no me aceptan.
—El que te tiene que aceptar es Sasha.
—Deben guardar las apariencias.
—Pero Sasha...
—Esto ya es lo suficiente difícil para él —Gio agacha la cara—, no se lo haré más difícil, me pidió paciencia.
Me echo hacia atrás al sentir una punzada en el corazón.
—Y los planes de casarse con Farrah continúan. Esa alianza le conviene a Bitania.
—Gavrel me pidió lo mismo —digo, con mi voz temblando—: esperar por el plan de Sasha y tener paciencia —No sé qué hacer con mis manos—. Pero yo ni siquiera quise oír el plan. Me llegó a buscar al Callado y lo eché.
»Le dije que no me interesaba, que pensaba casarme y tener hijos, y que él no podía darme eso. Y fue un pretexto.
—Elena... —Gio me contempla con tristeza.
—Y... lo hice por lealtad al movimiento rebelde, a la revolución, al Partido —digo con dolor.
»¡Al Partido! —En mi voz hay rabia.
Me pongo de pie analizándolo todo:
—¿Qué hubiera cambiado de haber aceptado la propuesta de Gavrel, Gio? —Mis manos tiemblan—. ¿Thiago estaría vivo? —yo tiemblo—. De haberle pedido ayuda a Gavrel ¿él me la hubiera dado? Ahora sé que sí —vuelvo a llorar, señalando la puerta—. Sé que de irlo a buscar hubiera pedido el mejor médico para mi hermanito. ¡Lo sé! ¡LO SÉ!
»¡¿Y por qué no lo busqué?! ¡Por lealtad al Partido, Gio! —grito— ¡AL PARTIDO!
Asustado, Gio salta de la cama y corre hacia mí para tomar entre sus manos mi cara.
No dejo de verlo al gritar.
—¡Marta estaría viva, Gio! ¡No me hubiera seguido a la Isla de las viudas!
»¡O, como mínimo, si yo no hubiera sido tan orgullosa, le hubiera escrito a tiempo esa carta a Gavrel y él nos hubiera sacado a ella y a mí de esa maldita isla!
»¡No hubiera ocurrido el incendio! —lo intento empujar pero Gio tira de mí para abrazarme y de ese modo los dos nos dejamos caer con las rodillas dobladas al piso.
—¡Y bicho!¡Mi bicho!
»¡MI BICHO!
Gio intenta hablar al mismo tiempo que me sujeta con fuerza.
—¡Quiero hablar con él! —exijo.
—¿Con quién?
—¡Con Gavrel! —lo vuelvo a gritar— ¡Quiero que me diga si hubiera ayudado a Thiago!
»¡Quiero que me diga si nos hubiera sacado de allí a Marta y a mí!
»¡Quiero que me diga si Bicho le hubiera importado! —exclamo, aún temblando—. ¡Si lo quería! ¡Si hubiera aceptado conocerlo!
»¡Pero tú sabes la respuesta, Gio! —Echándome hacia atrás dejo me caer sobre el piso—. ¡Tú la sabes y yo también! ¡Yo también! ¡Pero necesito escucharlo de él! ¡De Gavrel!
»¡Y-y-y por mi bien será mejor que diga a todo que no!
»¡Que no!
Gio me busca con sus manos para pegar su rostro al mío, pero casi enseguida me libera y se vuelve a poner de pie con decisión.
Y antes de hablar finge limpiar sus solapas.
—Deja de culparte —exige y lo veo hacia arriba desde el piso—. Porque él tiene la misma responsabilidad o más.
—Y antes de hoy lo único que he hecho es culparlo de todo a él —grazno—. Por orgullo, por evasión, ¡por lealtad al Partido! ¡AL PARTIDO!
—Tú eres lo que los Abularach han hecho de ti, Elena —sentencia Gio—. Tú eres.
»Eres la campesina que trabajaba bajo el sol una tierra cuya reina le reprochó que no le pertenece.
»Eres el agua de un pozo contaminado.
»Eres una humilde covacha.
»Eres el hambre que te llevó a estafar.
»Eres la mujer que secuestró con infamia una carreta.
»Eres el abuso del rey dueño de esa carreta—Gio lo dice con asco.
»Eres el valor que le costó encontrar a un príncipe para por fin enfrentar a su madre tirana.
»Eres la sed de justica por tanta injusticia —La voz de Gio se torna compasiva.
»Elena, eres el verdadero movimiento rebelde y no necesitaste de un líder o Partido para gritárselo a todos.
»Porque eres la que fue a hablarle de frente a Eleanor sobre revolución sin miedo a las consecuencias.
»Tú eres las consecuencias.
Gio estira un brazo en mi dirección para ayudarme a ponerme de pie.
»Eres la necesidad de hilos y agujas y el no tener cómo pagarlos cuando decidiste entrar a la tienda de Cobo a robar —solloza, recordando el día que nos conocimos.
»Eres una Filia.
Y todo, todo, todo eso es culpa de los Abularach. Eres lo que Bitania hizo de ti, la reina, el mismo Gavrel y todos, todos, todos los que te mirábamos por encima del hombro y jamás hicimos nada.
En silencio Gio me hace sacarme los zapatos, volver a la cama y recostarme allí apoyando mi cabeza en una de las almohadas.
Y con paciencia espera a que deje de sollozar.
Después él mismo se prepara para dormir, cierra la ventana, deja llameando cerca de nosotros una sola lámpara, saca la bandeja de pastelillos de la cama y se acomoda a mi lado al mismo tiempo que nos cubre a los dos con la misma sábana.
Primero persiste el silencio.
—Hablas tan diferente al día que me llevaste por primera vez a la Rota —digo, girando sobre mi hombro para poder mirarnos a los ojos.
—Porque ya tuve mi propio Reginam, Elena —suspira Gio con sus ojos de niño brillando.
»Y tú también. Muchas veces... Demasiadas, ya. Debes descansar.
»Y respecto a Gavrel —agrega, tirando de mi nariz con ternura—. Por el momento no te puedo ayudar a hablar con él. Está lejos... Pero si te puedo conseguir audiencia con alguien que estuvo a su lado en cada momento que mencionas y, si prometes dejar de culparte, sé que con gusto te dirá todo.
Gio gira sobre la cama a modo de ahora ver el techo.
—Si todo sale bien ya debe venir en camino —asegura.
«En camino».
—¿De quién hablas?
—¿Quién más?
Sonríe y me vuelve a dar su atención unos segundos para dejarme ver que sus ojos brillan diferente cuando lo dice:
—Sasha.
----
Y sí, en la siguiente intervención de Elena (que será la última de ella) tendremos de regreso a Sasha.
Para estar atentos a noticias:
Twitter: TatianaMAlonzo
Instagram: TatianaMAlonzo
Grupo de Facebook: Crónicas del circo de la muerte - Reginam
GRACIAS POR APOYAR MI TRABAJO DEJANDO TU VOTO ♥
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro