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111. Protejan a los traidores de la reina




Protejan a los traidores de la reina.

ELEANOR

Is this the real life?

Is this just fantasy?

No pude dormir en toda la noche.

La cama por momentos se vuelve arenas movedizas, un nido de serpientes o un nido de ratas. Cada escenario con risas, música de acordeones y tambores.

Circo.

Fanfarria.

La Rota.

La voz blanda de Imelda recita poesía en mi oído, da de gritos o ríe a carcajadas recordándome que sigo siendo su hermana menor.

¿Pulgar arriba o pulgar abajo, Eleanor?

Cuando éramos niñas las tres hermanas Abularach nos sentábamos en los pies de nuestra madre a escuchar sobre el día en el que Imelda sería coronada. Mina era quien más preguntas hacía, Imelda se las respondía y yo, atenta a los gestos de afecto por parte de mi madre, me quedaba en silencio.

Silencio.

Sin hablar me entendía mejor a mi misma. Me gobernaba yo.

Pero los cielos se abren, debe haber fuego, a nuestra tierra no la alumbran velas.

Quiero dormir porque al dormir vuelvo a ver a mi madre, pero también la veo a ella y a Bitania ardiendo en llamas.

Porque, ¿quién gobierna al miedo? No yo; la soberana, la gran señora de la Gran Mancomunidad, la reina sanguinaria, que ahora me rodeo de renegados y no soy merecedora de una buena cobija o cama. 

...

Pasos sonoros que atraviesan el pasillo afuera me obligan a abrir los ojos devolviéndome de nuevo la realidad, o lo que parece la realidad; porque aún despierta escucho dentro de mi cabeza el barullo del circo, recordándome constantemente que la función debe comenzar.

¿Pulgar arriba o pulgar abajo, Eleanor?

Ni siquiera tengo que preguntar quién está afuera, porque además de la sirvienta que de ninguna manera se atrevería a despertarme antes del alba, es el único que me visita.

—Eleanor —escucho llamarme a la voz de Sasha enseguida de que abre la puerta—. Es hora de despertar, Eleanor.

—¿Qué... hora es? —Calor dilata mis poros, apenas me percato de que estoy sudando y necesito agua.

—De madrugada — La silueta delgaducha de Sasha baioleta por la habitación cogiendo mi vestido, guantes y zapatos—. Pero la Guardia de Cadamosti ya está aquí.

»Que te encuentren presentable, madre.

La lámpara de gas que Sasha trae en sus manos es la única que alumbra la habitación, pero esto lo agradece el cansancio de mis ojos y sopor.

—Odio a la gente de Cadamosti.

—¿Me creerás si te digo que es mutuo?

Sasha ríe con una nota de nerviosismo.

—Vamos, siéntate en la esquina de la cama —pide y lo hago con desgana, sacándome yo misma la ropa de dormir para terminar rápido—. Te ayudaré a meterte en este vestido.

Es color esmeralda con amplia gorguera, corpiño, arandelas, saya entera trabajada a mano, manguillas con puños de punta de randas y verdugado de terciopelo.

Las manos de Sasha tiemblan al tirar de las cintas que ciñen el vestido a mi espalda.

—Ahora los guantes, las medias y los zapatos —musita, hincándose delante de mí para terminar de colocarlo todo.

—¿Por qué estás tan nervioso, cielo? —pregunto, obligándome a estirar mis labios, usualmente herméticos, en una blandengue sonrisa.

Sasha una vez más se toma su tiempo para meterme en las medias, el roce de sus dedos es gentil y tanto las medias como los zapatos, igualmente revestidos de terciopelo, lucen encantadores.

Por primera vez desde que salimos de Bitania vuelvo a verme como una soberana.

—Ahora tu cabello —determina Sasha. Por lo que coge el espejo de mano que dejé en el mueble al lado de mi cama, me lo entrega y yo me miro en este mientras él con un cepillo de paleta desenreda mis rizos rubios.

Al terminar de acomodar cada hebra en un moño, Sasha coge de mi cajón una peineta con plumas de pavo real y la acomoda del lado derecho.

—Ya solo falta la corona con forma de cascabel.

—No sé dónde está. —Lo digo indignada—. No recuerdo si la traje o desapareció de uno de mis cajones. Tal vez la sirvienta...

—Fueron las ratas, madre —me sonríe Sasha, mientras conjuntamente los dos nos vemos en el espejo—, los leones —En esa misma posición reparte colorete en mis mejillas—, los cerdos, las ovejas y las serpientes.

Enseguida se instala delante de mí y para concluir aplica brillo carmín a mi boca.

—Eso es, mírate. —De nuevo los dos nos miramos en el reflejo de la reliquia en mi mano, una joya invaluable obsequio de mi hermana Imelda, un adeudo—, ahora sí pareces su majestad la reina Eleanor, no una piltrafa.

Y en esa posición, los dos uno al lado del otro contemplándonos, guardamos silencio.

—¿Por qué vinieron tan temprano? —me quejo, volviendo a acomodar yo misma la peineta.

—No sé, yo tampoco quería madrugar.

—¿Hay algún representante de tu abuelo afuera?

—Solo su... Guardia personal.

—«Guardia personal».

—No merecías menos, mami.

Al estar lista me incorporo. Sin embargo, como aún me siento débil por mal vivir las últimas semanas, Sasha me ayuda a caminar.

Me ofrece su mano, la cojo y manteniéndolas por encima de nuestros hombros avanzamos.

Lo hacemos tranquilamente por el pasillo mientras por el rabillo del ojo husmeo las ventanas. Afuera ya se ven las hojas de los árboles, no está tan oscuro, y también dejaron de cantar los búhos, los grillos y las cigarras. Ya es el amanecer. Momento estratégico para trasladar hasta Cadamosti a la reina de Bitania, cuya presencia no es del agrado de nadie allá ni nunca lo será.

En eso pienso cuando Sasha y yo empezamos a acercarnos a la puerta principal y desde mi posición, además de la luz del día, ya puedo ver a los soldados de Cadamosti. ¿Qué pretenderán negociar a cambio de darme asilo político? Porque a Jorge, su hijo bien querido, jamás se lo negarían; ni a Sasha, el nieto varón del rey.

—A partir de aquí caminaré yo sola —le digo a Sasha y al salir pórtico de la vieja casa que habitamos, veo de uno en uno a los soldados, justo como dijo Sasha; son la Guardia personal del rey, altos, orgullosos, de cabellos rubios como ningún otro ejército dentro de la Mancomunidad.

Y todo parece marchar bien, salvo porque tienen en sus manos espadas y, en su formación, en lugar de hacer un pasillo para invitarme a que suba a un carruaje, dan a entender que me acorralan.

Me acorralan.

En la manera de venir por mí no entreveo ninguna muestra de respeto.

Bajo la mirada sonriendo porque en el fondo ya lo sabía. Sasha, por molestar, nunca me pone las peinetas del lado correcto y de ayudarme a ponerme las medias primero las habría rasgado.

Y ahora Jorge, a un costado del pelotón de soldados, da un paso al frente para dejarse ver.

—Vienen... a capturarme —digo, sin rodeos.

—No es personal, Eleanor —dice Jorge—. Con una guerra en puerta, al reino de mi padre no le conviene dar asilo a la reina tirana.

—Y en cambio harán uso de su estrategia de antaño: ya saquearon a Teruel y ahora vienen por Bitania.

—Gavrel te dio a escoger entre quedarte en Bitania, ir a Teruel o esperar a Cadamosti.

—Y en cualquiera de las opciones mi destino es terminar muerta —Aliso con mis manos mi vestido.

Jorge desvía hacia un lado su mirada, riendo.

—En cuanto a ti —No lo dejo de mirar—, eres un traidor; siempre lo has sido —Lo digo poniendo toda mi ponzoña en ello—. Belfegor.

—Sasha, hazlo —pide Jorge a Sasha con un ademán de su mano.

Entonces lo veo, Sasha saliendo tras de mí para, al igual que Jorge, plantarme cara, pero con una espada en las manos.

Tal como lo estaba allá adentro, luce nervioso; sin embargo, con su padre mirándolo, intenta disimularlo con la idiotez que le caracteriza.

—Primero quiero dejar en claro cuánto me molesta quedar en medio de las peleas entre papi y mami.

Sasha, aunque sonríe, no deja de jugar con la espada; la mira como si intentara hacerla más pequeña y constantemente la cambia de manos.

—Siempre has sido un inútil comparado a Gavrel —lanzo y me ve de vuelta.

—Estás tan podrida por dentro, Eleanor —Los ojos de Sasha lloran.

—Y tú eres mi heredero.

Sin bajar la mirada, sin volver a cambiar de manos la espada, haciendo a un lado con su mano libre sus mechones dorados y avanzando con paso firme, Sasha toma un lugar fijo a un palmo de mí.

De nuevo nos vemos, aunque esta vez reconociéndonos en los ojos del otro, diciéndonos que no hay nadie a quien más odiemos.

¡Damas y caballeros! ¡Niños y niñas! ¡Nobles y plebeyos! —Casi puedo ver a Sombrero grande saltando frente a los soldados de Cadamosti—. ¡Bienvenidos a la Rota! ¡Reginam, el circo de la muerte! ¡Usted, sí, usted, busque dónde sentarse y aplauda porque si saldrá vivo de aquí!

»¡De aquí!

«Tantantararan, tantantararan».

La espada tirita en la mano de Sasha porque este una vez más no puede dejar de llorar.

Se limpia con su mano libre la nariz y trata de no bajar la mirada a pesar de que su cuerpo delgaducho se sacude con espasmos.

—Esto va tan mal; ustedes también prepárense —ordena Jorge a la Guardia de Cadamosti que, con rapidez, cambian de mano armas.

—Volvería a matar una y mil veces a tu maldito gato —mascullo y Sasha trata de limpiar sus ojos y pararse más derecho.

»Y dile... dile Isobel que también es una inútil y que, estoy segura, jamás hará nada importante.

»Y a Gavrel que haría las cosas igual, y que si hubiera podido habría matado con mis propias manos a su bastardo.

»En cuanto a ti —Doy una última mirada a Jorge—. Solo espero que mueras con un palo atravesado en el ano.

—Tú siempre en los detalles, mami —Sasha levanta la espada y toma una bocanada de aire.

—¡Vamos, que no te tiemble la mano! —lo insto.

Por lo que, con sus ojos todavía lagrimeando, farfullando oraciones que no entiendo, Sasha por fin empuja hacia mis costillas el acero.

Me echo hacia adelante perdiendo el aliento, sujetando con mi mano izquierda mi estómago, dejando de ver hacia el frente, con los espectadores casi aplaudiendo.

La sangre corona todo acto final.

—No, de rodillas no, mami —llora Sasha, evitando que caiga arrodillada y, por el contrario, ayudándome a tenderme boca arriba sobre el pórtico—. De... rodillas no.

Toso dejando salir sangre a borbotones. Morí por primera vez con Teruel y no lo acepté cuando trajo para mí rosas, fui un león en un jardín al confundir las espinas con colmillos.

¿Pulgar arriba o pulgar abajo, Eleanor?

Los rayos del sol se filtran a través del roído techo de madera, ya no es de madrugada, ya amaneció, pero no para mí.

Para nadie.

¡Aplausos, señores, aplausos; que se escuchen los vítores hacia su majestad!

Easy come, easy go

Will you let me go?

«Tantantararan, tantantararan».

Nothing really matters

Anyone can see

Nothing really matters

Nothing really matters to me.



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*les da agua pal susto*

Y DE NUEVO MIL GRACIAS POR ESTAR VOTANDO TODO Y APOYAR DE ESA MANERA MI TRABAJO ♥

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