108. Juicio en Ijubien
Seguimos c:
---------
Juicio en Ijubien
ALAN
Guardando silencio y, por ende, respeto; al ya estar puesta la noche, uno tras otro los sigilosos terminan de prender la lumbre de cada una de las cinco lámparas de gas que extrajeron de los carromatos.
Ijubien, tu tieja santa nos povee,
Ijubien, tu vejdoso campo es un abazo
Ijubien, tu jeino es todo lo que alcanzan a vej mis ojos.
Pero no es hasta que Najla deja de cantar, que alzan la cara, vuelven a cubrirse la cabeza o dicen algo.
Respetan el cantico de su tierra y a su señora.
—Dije que no nos involucajiamos, pero ninguno de los dos quieje entaj en jazón; y, ya que ambos petenden quedajse en la Conejeja, su disputa ya le incumbe a Ijubien —concluye Najla, tarareando el final de la canción que le hace subir y bajar los brazos.
Al tiempo que Gavrel y Viktor continúan de rodillas codo a codo y los hombres de Najla se preparan con espadas, flechas y arcos.
—Poj tanto al estaj en suelo de Ijubien, hajemos un juicio como en Ijubien.
»Gavjel, el castigo poj tomaj a la hija de un hombe sin su pejmiso es la muejte —anuncia Najla para comenzar; en tanto Viktor, esbozando una sonrisa, asiente conforme.
Atemorizado, Gavrel intenta justificarse otra vez; pero es silenciado con un ademán de Najla.
—Sin embajgo, poj sej tu un pincipe, solo te cojesponde pagaj un dote. ¿O seguijas negando que ejes Gavjel Abulajach?
Al mismo tiempo que Gavrel se encoge de hombros, los seis hombres de Najla apuntan hacia él los arcos y flechas para darle muerte tal como su castigo corresponde.
—No, sí soy Gavrel Abularach —acepta Gavrel, viendo de Najla a los con arcos, y de regreso—. Su alteza real Gavrel Abularach; heredero al trono de Bitania.
—Paja empezaj —Najla, con la misma actitud histriónica, camina de un lado a otro frente a los dos hasta finalmente situarse frente a Gavrel —, debemos sabej cuántas veces hubo coito.
—Una vez... dos —contesta Viktor sin dar importancia; suponiendo.
Sin embargo, se vuelve hacia Gavrel cuando este aprieta los labios y tarda en contestar.
—¿Podemos no poner un número? —pregunta Gavrel al fin, y de nueva cuenta, Viktor, arrastrándose por aún tener los dos las rodillas en el piso, lo quiere golpear.
—¡Mi hija!
—¡Te juro que ella misma tomó la iniciativa muchas veces! —continúa defendiéndose Gavrel, pero Viktor es mejor peleando.
—Bien —De nuevo Najla los obliga a detenerse. No obstante, la siguiente pregunta no ayuda a la paz—: ¿Elena lo disfutó?
»Esto es impojtante sabejlo para definij si fue convenido.
Viktor vuelve a girar su cabeza buscando a Gavrel, y Gavrel, mantiendo la boca abierta, otra vez tarda en contestar.
—Ha-habría que preguntárselo a ella, ¿no?
—Eso es algo que tú puedes sabej sin dificultad, Gavjel —asegura Najla, de nuevo demandando la atención de uno de los suyos—: Jeodojo —llama—, ¿cuándo tenías coito con tu mujej ella lo disfutaba?
—Sin duda alguna, Najla —contesta Jeodojo.
—Jeodojo tiene el miembo como el de un tojo —explica Najla, procurando, además, ilustrar el alcance de Jeodojo con su antebrazo.
Mientras tanto, ni Viktor ni Gavrel pueden esconder en sus caras que esta situación no les resulte cada vez más hilarante.
—Enhorabuena, Jeodojo —lo felicita Gavrel.
—¿Lo quiejen vej? —les pregunta Najla como si se tratara de mostrar el codo, en tanto Jeodojo, como si en definitiva le hubieran dado una orden, comienza a bajarse los pantalones.
Viktor y Gavrel saltan en sus lugares:
—No, no es necesario.
—Pojque si te sientes incomodo Gavjel, tú también puedes enseñajle tu miembo a Jeodojo —resuelve Najla, fácil—. Lo mismo tú, Viktoj.
—Estamos bien.
—Bien —Najla alza los hombros y sin complicarse regresa al tema—: Entonces Gavjel, no sabes si Elena lo disfutó o no; y eso, en último tejmino, es egoísta de tu pajte.
—Lo disfrutó —admite Gavrel sin dar más detalles.
Viktor coge aliento al mismo tiempo que eleva sus ojos al cielo y Najla se percata de ello:
—Sejia peoj paja ti escuchaj lo contajio, Viktoj.
Pese a la incomodidad, Viktor reconoce parte de verdad en ello.
—Entonces, Gavjel —continúa Najla, de nuevo atenta al juicio—, de acuejdo a las leyes de Ijubien, le dajas como jestitución a Viktoj; un tojo café con testiculos enojmes, tes vacas gandes y gojdas, un cejdo del peso de Elena —Najla dice cada cosa mientras camina gallarda de un lado a otro—, un bujo gitón, dos yeguas mestizas, tes ovejas, un gallo y cinco gallinas ponedojas, cada una con cinco pollitos.
—Eso no es nada para él —apela Viktor, molesto, y le doy la razón.
—Pejo sí paja ti, Viktoj —asegura Najla—, y he ahí la impojtancia de que lo aceptes y el tema no se vuelva a tocaj.
Gavrel, por otra parte, parece pensarlo.
—Cuatro pollitos con cada gallina en lugar de cinco —opina.
—¡Y todavía te atreves a negociar! —Lo amonesta Viktor.
—Viktoj, siendo el caso que es Gavjel quien pagajá la jestitución tiene dejecho a negociaj —vuelve a intervenir Najla y enseguida otorga la palabra a Gavrel—. Gavjel, ¿poj qué pides que sean cuajto pollitos en lugaj de cinco? ¿Elena no eja vijgen? Pojque si no eja vijgen cambiamos al bujo poj un pato.
—Los cuatro pollitos es porque me escondía información —afirma Gavrel.
—Pejo escondejle infojmación a un pincipe es un delito gave. Poj lo que Elena debe mojij.
Contrario a lo que, al parecer, tenía previsto escuchar; Gavrel parece querer cambiar de aseveración.
—Solo te aviso que si eso pasa sigues tú. —Lo amenaza Viktor.
—¿Puedes acajnos qué tipo de infojmación te escondió Elena, Gavjel? —inquiere Najla.
Esta vez Gavrel lo piensa mejor:
—Que... el nombre de su caballo es Regalo. No me lo quería decir.
—Que bájbaja —Najla niega con la cabeza—. Poj lo tanto, admitijé que si sean cuajto pollitos en lugaj de cinco.
—Que el toro sea color negro —opina Viktor, alzando la barbilla, del mismo modo dispuesto a negociar, y al instante Gavrel inclina su cabeza hacia adelante riendo.
Al parecer hay algo a lo que soy ajeno.
—Debe sej café, Viktoj —le intenta hacer entrar en razón Najla.
—Sí, Viktor —La secunda enseguida Gavrel.
—Negro —repite Viktor, altivo.
—Café —repite Gavrel.
—Negro.
—Café.
—Negro.
—Café.
—¡Negro!
—Color café, Viktor; tómalo o déjalo —zanja Gavrel y Najla debe volver a intervenir.
—Viktoj, el tojo debe sej café.
—De acuerdo —Viktor levanta los brazos dándose por vencido—. Pero quiero tres cerdos.
—Tu hija no vale tes cejdos, Viktoj. Uno, y como ya dije, debe tenej su peso.
—Puedo dividir el peso de Elena en tres cerdos —continúa negociando Gavrel.
Solo escucho mascullar algo ininteligible Viktor.
—¿Aceptas que Gavjel divida el peso de Elena en tes cejdos, Viktoj? —Le pregunta Najla.
—Está bien. Pero las vacas deben dar leche a diario.
—¡Poj eso son gojdas, Viktoj! —Lo regaña Najla, consternada—. ¿O tienes alguna ota objeción, Gavjel?
Gavrel claramente finge pensarlo.
—No sé si estoy de acuerdo con darle las dos yeguas. Que sea una.
—Dos o no hay trato —Viktor tomó una decisión.
—Lo justo son dos yeguas —resuelve Najla, dirigiéndose con acato a Gavrel—. Eso, según mis cálculos, es lo que vale tu hija, Viktoj —De nuevo ve a Viktor—, quien, en definitiva, debe estaj confojme con este tajto.
—Oh, lo va a adorar —dice Gavrel, con la mirada distraída en el bosque.
—Gavjel tendá un plazo de tej meses paja entegaj la jestitución. Después de eso, ni Viktoj ni Elena pondán jeclamaj nada, y los tejs se pondán saludaj en las calles y cenaj en Pascua.
—Sin duda vamos a cenar —asiente Gavrel.
—Lo saludaría en las calles si el toro fuera negro —insiste Viktor.
—Viktoj, basta con lo del tojo. Dento de la Conejeja no quiejo escuchaj ninguna queja más —zanja Najla, permitiendo que finalmente los dos se pongan de pie.
El juicio ha terminado.
—¿La Conejeja? —pregunta Viktor.
—Donde ellos viven —le aclara Gavrel, viendo de Najla a los sigilosos. Pero yo tampoco comprendo. No hay covachas cerca.
«¿Coneje... ra?»
De todas formas, debo pronunciarme; porque ciertamente ya se preparan para marcharse.
Me apresuro a salir de la maleza para hacer presencia.
—¿Quién es ese jubiecito? —pregunta Najla de forma apreciativa al percatarse de que me aproximo al grupo.
—Viene conmigo —aclara Viktor con un poco de temor. No sabemos de qué manera actuarán los sigilosos.
Puede que no sea buena idea acercarme, lo más prudente pudo ser esperar, pero qué si Najla y compañía deciden no volver más aquí.
Por lo que prefiero unirme al grupo.
Aun cuando, notoriamente, mi presencia no es del agrado de Gavrel, que sabe a la perfección quién soy y también debe estar al tanto de la cercanía que tuve con Elena en el Cenicero.
Y el beso.
El beso.
—Voy con ustedes —digo con duda, decidiendo que, pese a sus peculiaridades, Najla y los sigilosos no representan ningún peligro.
—Aún no me pejteneces, jubiecito —se pronuncia Najla. De modo que, con la intención de cambiar eso, me acerco a Viktor con la intención de liberarlo.
Los hombres de Najla se apresuran a alzar sus arcos y espadas.
—Al pajecej ejes libe, Viktoj —dice Najla, confundida por mi comportamiento—. El jubiecito tomajá tu lugaj.
»Tú también puedes majchajte, Gavjel.
—Me parece bien —dice Gavrel, conforme de que yo sí tome su lugar.
—No vamos a dejar solo a Alan —decide Viktor.
—Sí lo haremos.
—No.
Najla nos ve con entredicho a los tres.
—Los tres nos quedaremos —anuncia Viktor, por lo que, Gavrel, sin otra opción, se muestra conforme con ello a regañadientes.
—Pejo, ¿quién cumplijá el tajto de intejcambio de pisionejo? —pregunta Najla, curiosa.
—El jubiecito —señala Gavrel, sonriente.
Al igual conforme, Najla me vuelve a mirar de pies a cabeza de una forma que no me gusta nada.
«No hay covachas a la vista porque no viven en el bosque», concluyo. Con Najla a la cabeza y teniendo como guardia cada uno de nosotros a un sigiloso, a los tres nos vendan los ojos y nos hacen caminar por lo menos una legua hasta llegar a una zona donde el matorral es más denso, y, a partir de ahí, sin importar que se vuelva cada vez más estrecho el lugar donde caminamos, continuamos avanzando hasta llegar una escalera que nos lleva cuesta abajo.
Nos quitan la venda de los ojos toda vez que nos detenemos, y aunque no hay mayor diferencia porque afuera ya era de noche, en la Conejeja, por encontrarse bajo tierra, el ambiente es más frío y lúgubre.
El lugar es iluminado por lámparas de gas y, en su mayoría, salvo alguna silla o mesa, a la vista nada más saltan montones de pieles de todo tipo apiladas unas tras otras.
Los sigilosos son cazadores natos.
—Viktoj, vas a ayudaj con la cena —le ordena Najla—. Jubiecito, ijas a lavajte al jio; y Gavjel, tú, poj sej tu segundo día aquí y jeconocejte todos como pincipe de Bitania, ijas a tu celda a descansaj.
—¿El... río? —pregunto.
—Sí, Majiano indícale dónde está —pide Najla a uno de los sigilosos.
—Y mi nombre es Alan, no Jubiecito —aclaro, atento a que dirección tomará cada uno.
Solo en esta cámara hay salida hacia tres pasillos distintos y, por lo que hablan, es claro que no es el único piso.
—¡Si Najla quieje llamajte Jubiecito, te llamajá Jubiecito! —me grita Majiano, molesto.
—Majiano, deja de peliaj; ya tienes hambe —lo regaña Najla—. Y tú —me señala—, jecuejda que estás en Ijubien y en Ijubien las ojdenes las da Najla.
—En realidad nos encontramos en la frontera entre Bitania y Teruel —trato de aclarar, aunque al instante recibo otra mirada de reproche por parte de Najla.
—La tieja bajo la tieja es nuesta —defiende.
—Lo que quiero decir es que...
—Jubiecito, compojtate —me interrumpe Gavrel, sonriendo de manera furtiva, a modo de que solo yo pueda verle; y, acto seguido, estira hacia arriba sus brazos, feliz de que solo irá a descansar.
Y estoy a punto de contestarle, pero Viktor, con un gesto, al igual me aconseja ser razonable y, por lo pronto, hacer lo que me ordene Najla.
Lo que me ordene Najla.
-----
¿Qué valor creen que les pondía Najla? xD
En el siguiente capítulo volvemos con Elena D:
Grupo de Facebook: Crónicas del circo de la muerte: Reginam.
Twitter: TatianaMAlonzo
Instagram: TatianaMAlonzo
¡Gracias por votar!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro