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105. Un payaso triste


Un payaso triste

ELENA

A Risitas le gustan los menores. A Cositas espiar. A tonterías le da placer amputar miembros. A Aderezo el exhibicionismo. Lisonja es masoquista y Pelotilla, peor aún, es sádico.

El vaivén del carro sobre suelo empedrado me mantiene alerta, me ayuda a alejarme de sus ocupantes cuanto quiero y a disimular la incomodidad; ya que, sin pudor alguno, cada uno de los payasos ha comentado lo que les satisface. Tres de ellos, en particular, paladeando con humor mi nombre y resaltando mis características físicas.

Me irrita. 

Me desespera. 

Me hace querer incrustar una cuchillo en el cuello de cada uno, matarles y escupir sobre sus cadáveres; pero trato de lucir calmada. En lo que ellos platican y babean al imaginar mis pechos desnudos, mantengo la mirada fija al frente, sonriendo a cada «broma» o comentario, fingiendo coger con buen humor las indirectas.

—Las jovencitas suelen valorar la experiencia de un hombre mayor —asegura Risitas a sus compañeros.

—Primero habrá que ver si ese hombre es capaz de cumplirles —le cuestiona Tonterías que al menos en apariencia es más joven.

—¡¿Estás insinuando algo, bastardo?! —inquiere Risitas casi perdiendo los estribos, pendiente de cómo tomo yo el comentario. Teme... decepcionarme.

—Yo solo bromeo —se disculpa Tonterías, del mismo modo depositando su interés en mí. Ninguno de los dos deja de sonreírme.

«¿Por qué siempre despierto el interés de los cerdos?»

—Demasiado alcohol ya, caballeros —los regaña Pelotilla.

—Les hacen falta las prostitutas de Amarantus —comenta Cositas, desviando con «disimulo» su atención a la parte baja de mis pantorrillas; siendo eso la único que no cubre mi vestido.

—Les hacían falta —destaca Tonterías y de nuevo hay silencio, es así cada que esperan mi reacción a una nueva «broma» o comentario. Me ponen a prueba. De manera que, relajando mis hombros, sonrío en dirección de Tonterías y él lo agradece guiñándome un ojo.

Aunque el armatoste en el que se trasladan estos sujetos es pintoresco por fuera, casi un espectáculo andante, por dentro es maloliente y sucio. Dejando fuera de la función el aseo, aquí guardan ropa enmohecida, zapatos con la suelas untadas de mierda, botellas de licor vacías y, para concluir, los catres que utilizan como cama se encuentran repletos de pulgas. Son dos carromatos encadenados el uno al otro, halados por cuatro caballos, uno de ellos Regalo; y Aderezo, por ser quien pasa más tiempo en sobriedad, es el cochero.

—Yo no echo de menos a las prostitutas de Amarantus, hay muchas otras mujeres por ahí y que no cobran —cuenta Risitas—. Como ejemplo Sabina, una morena con camino recorrido, y obediente como buena esclava —su expresión es de orgullo—. Como pago a su amo, le pedí a Xavier permitirle sentarse en las primeras filas de la Rota durante un año, y este aceptó. Desde esa noche tengo a esa mujer y al hijo que nació de ella en mi cama.

Risitas saca un cigarrillo de su bolsillo.

—El dueño original reclamó al crío, pero le recordé que al venderme a la madre también me lo cedió, la madre lo traía en el vientre; aun así, para que no se fuera a pasar de listo, ya los marqué con hierro quemado a ambos. 

¡We will, we will, rock you! —le celebra Tonterías con complicidad y eso parece encantarle a Risitas. 

Al fin y al cabo son payasos listos para el espectáculo.

—¡Mi turno! —exclama Aderezo, hasta ahora el que menos ha hablado por estar encargado del trayecto—. La conocían como Vera —dice mirando de nosotros al camino—, hija de un reconocido carpintero de la Plaza de la Moneda... Lisonja, tú sabes quién —hace recordar al otro—. La tomé una madrugada en el mismo taller de su padre porque él me debía oro, y de esa forma se lo cobré. ¡Vamos, canten... CANTEN! —ánima al resto.

¡WE WILL, WE WILL, ROCK YOU!

—También tengo una —se apresura a decir Lisonja—. Mercedes —codea a Pelotilla—. ¡Pero ella sí quería garrote! ¡ES VIUDA! —El tipo se echa a reír solo.

—¿Dónde está la gloria ahí? —se queja Cositas.

—¡En que me pagó para hacerlo! —explica el otro.

—¡We will, we will, ROCK YOU! —reanudan la celebración palmeando y zapateando como si la familia real estuviera presente.

Ya habían terminado de beber una, pero dado el ambiente de festejo, Lisonja se apresura a destapar una nueva botella de licor.

—Me toca —dice Pelotilla pidiendo absoluto silencio—. Esta era campesina —Mis hombros se tensan—. Terca como una yegua la muy condenada, ya la había visto los domingos en la plaza y la seguí hasta el sector cinco del Callado, no la dejé entrar a su covacha y la perseguí por el campo de cultivos; cuando tropezó y cayó, me monté sobre ella —El resto le mira expectante—, le arranqué el vestido y, una vez la cabalgué hasta la saciedad, cogí un palo —ríe—, uno grande, y...

Cuando era niña los campos de cultivo del Callado era uno de los pocos lugares que tenía para divertirme, me escondía entre el maizal con granos de un amarillo muy intenso, el favorito de los pájaros, y mi padre me buscaba silbando tras de mí una de las muchas canciones que le gustan con la intención de que rápido advirtiera cuando estuviera cerca. Al encontrarme me cargaba y daba vueltas conmigo en brazos.

De noche también era un lugar mágico. Mi padre encendía una fogata, sacaba su guitarra y tocaba canciones para Micah, para Garay y para mí. 

A menudo pasamos de la medianoche hablando, cantando y escuchando leyendas mientras comíamos mazorcas asadas.

—¡Ah, como daba de gritos...! —continúa platicando a todos Pelotilla—. Era una de esas potras que merecía ser llevada con el rey Jorge, pero era para mí. Esa era para mí.

Enfurecida, empuño una de mis manos con tanta fuerza que inevitablemente mis uñas se clavan en la palma.

¡We will, we will, rock you! —prosiguiendo con la fiesta, el grupo estalla en carcajadas tan sonoras que la mayoría termina sofocándose al ya no poder más con la risa—. ¡We will ROCK YOU! —Las paredes del carro tiemblan.

Pelotilla me mira, de nuevo cada uno está al tanto de mi reacción, de modo que les vuelvo a sonreír y siguen celebrando.

¡We will, We will ROCK YOU!

—¡Sírvanle ron! —ordena Cositas y Pelotilla me ofrece el mismo vaso que él estaba utilizando. Lo acepto y, tan pronto como aprieto mis labios, finjo que bebo un trago largo.

En breve no hago más que sujetar el vaso en mis manos, y ahí contemplo mi reflejo; mi cara perfilada con colores brillantes: un payaso triste; máscara que, si tengo suerte, como ya lo hizo antes evitará que otros me reconozcan. Elena Novak ya no es ignota. Los seis tenemos la cara pintada, por fuera parecemos traer alegría, pero por dentro somos poco menos que demonios.

—¿Vamos a detenernos para merendar? —pregunto, devolviendo el vaso a Pelotilla.

—Podemos hacerlo en ruta —contesta Aderezo. Ya los he hecho parar dos veces.

—Podemos, sí —Estoy de acuerdo—. Pero para una mujer el viaje resulta especialmente extenuante y... necesito —abanico mi cara con las manos dirigiéndome únicamente a Pelotilla— un descanso.

A Pelotilla parece complacerle que le tome en cuenta mucho más que al resto, pero no es casualidad, los he oído hablar y sé que es el líder.

—La dama ha hablado —dice brindando, moviendo su brazo de tal modo que, es inevitable, llegue a mí su olor a sudor mezclado con licor. Los aborrezco a todos.

¡A todos!, insisto. Aun así, al bajar, trato de no dejar entrever que mi enfado es tal que mis manos tiemblan a medida que las utilizo para colocar sobre el fuego la jarra con café. Soy la encargada de preparar todo. Nos detuvimos al lado del camino a comer y, mientras la merienda está lista, y aunque ha sido inútil desde el primer carro que pasó cerca, los payasos insisten en detener a los viajeros para hacer malabares y así obtener alguna paga, ya sea comida o más licor. Pese a que hasta ahora solo han conseguido heno seco. Por lo que, derrotados, desisten; y en lo que yo termino de cocinar se reúnen al otro lado del camino, donde yo no pueda escucharlos, y cuchichean mirándome con expectación..., y ríen..., y con hipocresía silban «We will rock you»

Debo salir de aquí.

Tomo asiento y los espero cerca del fuego, el café está listo y el pan que nos obsequió Adre para el camino igualmente ya se encuentra rebanado en seis íntegros pedazos.

A su regreso se acomodan alrededor de la fogata y, en lo que continúan haciendo bromas, entrego café y pan a cada uno. 

Una vez servidos, los seis comemos.

Siendo el caso que ahora el ambiente es tranquilo, reacciono con sorpresa cuando Cositas empieza a ahogarse, y aunque sus compañeros primero le dan poca importancia, al notar que pronto sucede lo mismo con Aderezo se apresuran a auxiliarlos. Después, alarmando al resto, Risitas empieza a gritar asegurando que leones de la Rota lo persiguen y se echa a correr hacia el bosque.

Lisonja también comienza a verse en dificultades, dice tener un vahído, y Tonterías, a la par, está a punto de meter las manos al fuego creyendo que este es oro. Por último, Pelotilla, luego de afirmar tener hormigas encima, empieza a convulsionar mientras a lo lejos se siguen escuchando los gritos de Risitas.

Bebo mi café tranquilamente, y porque no me gusta el tipo de semillas que Adre agregó al pan, me entretengo quitándoselas en lo que la saliva espumosa de Pelotilla, ahora tirado al ras del fuego, llega hasta mis botines

El último en perder por completo la razón es Lisonja, que antes de caer me dedica una mirada de furia.

Adre dijo que para dormir a los payasos solo debía echar una cantidad determinada de hojas al agua caliente, pero yo quería averiguar qué pasa si añado un puñado. Tenía... curiosidad.

Cuando termino mi café, sintiéndome por fin descansada, me inclino sobre Pelotilla para tomarle el pulso. Muerto. Lo mismo Aderezo. Lo mismo Lisonja. Lo mismo Tontería.

Sin mucho ya para hacer, busco una botella y deposito dentro del resto del café; lo que me queda de hojas lo tengo escondido dentro de un pañuelo a salvo en mi pecho. Reviso los carromatos para sacar los objetos de valor y paciente espero al siguiente grupo de viajeros para intercambiar eso y los tres caballos por información.

Preparo a Regalo con lo que sí necesito llevar conmigo al Olivo: un viejo cuchillo que encontré en el equipaje de Lisonja, pintura para la cara y el sobrante de comida que preparó Adre. Monto a mi caballo y, dando un último vistazo a los payasos, y porque esa es la manera en la que a ellos les gusta celebrar, me despido silbando We will rock you.


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Yo :) sé :) que :)  extrañaban :) a :) Elena :)

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