104. Un prisionero peculiar
Un prisionero peculiar
ALAN
Contener la respiración no es fácil; pese a que, después de pasar el día sobre un árbol, bajo el impecable calor del sol, el agua fresca es bienvenida.
Viktor tira de mi camisa y entiendo eso como un aviso de que él sacará la cabeza primero; si bien, dadas las circunstancias, puede que sea preferible morir ahogados.
Ayer por la tarde, en lo que intentábamos hacer caer frutos de un árbol, vimos a través de la maleza vimos aproximarse a un grupo de hombres que reconocimos como Serpientes. No en vano no hace mucho compartimos techo con ellos. Terminamos de trepar el árbol, nos ocultamos entre las ramas lo más que pudimos y esperamos. No paso mucho tiempo cuando, al escuchar nuestros nombres, resultó flagrante que vienen tras nosotros.
—Ellos en particular —murmuró molesto Viktor, identificando a cada uno—. Alastor supo a quiénes encomendar la tarea —rió, maldiciendo por lo bajo.
En marcha, bajo nosotros, se encontraban los tramposos que por poca paga hacen trabajos sucios para el Partido. Y esperamos a que continuaran buscándonos; pero entrada la noche, preocupados de encontrarse demasiado expuestos, solo acamparon cerca.
No son más que perros files, despreciables caporales, porque ni por asomo se harían llamar jamás auténticos revolucionarios.
En este punto el engaño es notable. Alastor nos había dado cacería. Envió a los que alguna vez llamamos aliados a buscarnos. Aun así, con el pasar de las horas Viktor dijo algo que escasamente nos dio ánimo: si los hombres le dieron caza por este tramo, significa que Garay no le habló a Alastor del mapa que Elena hizo llegar al Partido. A menos que los dos previeran que Viktor, como hombre sensato que es, no iba a seguirlo.
—Tal vez asumieron que Gavrel nos tendió una trampa —opiné y con culpa vi bajar el ánimo de Viktor.
—Es posible.
—Lo lamento —Me disculpé por hacerle dudar de Garay. Puesto que, contrario a lo que cualquiera pudiera pensar, a Viktor parece preocuparle más la lealtad de Garay que la estima de Alastor.
Cuando Mael y yo llegamos al campamento rebelde, enseguida de que Garay nos sacara de la Rota, quien debió estar de acuerdo en que nos quedáramos fue Viktor. Ni el mismo Garay quiso decidir. Confió en el criterio de su tutor y Viktor, por otro lado, conoce mejor que nadie a sus hombres, a sus hijos, por algo todavía duda. Aunque puede estar engañándole su corazón de padre.
Ya pasó por eso cuando Gavrel le hizo creer que si habría un intercambio.
Al alba, una vez exploran la zona, escuchamos al grupo encontrar caballos. Nuestros caballos. Desmontar todo y, de ahí que, luego de verlos marchar, al ya no oírlos cerca, suponiendo que el peligro había pasado, bajamos.
Sin caballos.
Nos hallábamos cerca del tramo conocido como la Cerra sin transporte y a una distancia considerable de las Tres cruces, bifurcación que indica la entrada a Teruel, como para intentar volver; y en nuestra posición resulta riesgoso pedir ayuda a viajeros. Cuántos no nos venderían por información o comida.
E íbamos a seguir a pie, tomándonos un tiempo prudencial para de nuevo indagar la zona, cuando empezó la persecución.
Las Serpientes regresaron o tal vez nunca se marcharon. ¿Algo que vieron en los caballos nos delató? O puede que tan solo quisieran acorralar a un par de viajeros y ni siquiera sospecharan quiénes son. No tuvimos tiempo para pensarlo.
Nos adentramos aún más en el bosque con ellos pisándonos las suelas, y tan veloz como nosotros, tras hacerles hablar llegaron las respuestas.
Tras una larga expedición finalmente nos habían encontrado.
—¡Viktor! —gritó uno, carcajeándose.
—¡¿Por qué huyes, viktor?! —rumió otro.
Y llevaban la razón. ¿Por qué no detenernos a platicar con los hombres que, no hace mucho, peleaban junto a nosotros para cambiarlo todo? Para mejorar la vida de sus esposas e hijos.
No hace mucho luchábamos en el mismo bando.
Pero ya no confiamos.
Esta persecución fue nuestra salida oficial del Partido.
La huida nos trajo hasta un revestimiento de agua estancado, sin pensarlo dos veces nos lanzamos y, como pudimos, nos sumergimos entre el fango tratando de escondernos sin sacar la cabeza.
—¡Viktor! —repite a distancia otra voz con burla—. ¡Alastor te quiere dar audiencia!
¿Cuánto tiempo más aguantaremos?
A pesar de que los sedimentos nos ayudan a preservar el equilibrio, contener la respiración y movernos dentro de la porquería no resulta fácil o seguro. Parece un bebedero de animales o una trinchera abandonada, un meandro seco cubierto de matorrales.
—¡Dentro del fango! —escuchamos y tomo una nueva bocanada de aire para llenar otra vez mis pulmones, y sin otra opción me vuelvo a zambullir dentro del el agua.
Viktor del mismo modo se sumerge hasta el fondo con desesperación. Nos tienen acorralados. Si salimos nos capturarán y llevarán como trofeo a Bitania; pero cuánto más podremos aguantar no respirar, apenas cubriéndonos las espaldas.
Es por ello por lo que, al ser estas las circunstancias, y llamando nuestra atención en el acto, nos confunde escuchar gritos.
Uno tras otro, gritos de dolor.
Y las sorpresas no terminan.
—¡Eso les enseñaja a no jobaj en nuesto tejitojio! —grita amenazante la voz carrasposa de una mujer, y nos vos vemos preguntándonos quién puede ser. De modo que, sintiéndonos incapaces de contener durante más tiempo la respiración, terminamos de sacar la cara.
Nadie cerca.
Aun así, tememos que de todas formas la huida se haya complicado. No había nada a nuestro favor. Nada.
Viktor aprieta mi hombro para advertirme que sea cauto y enseguida, él mismo, con la intención de averiguar qué pasa, sale hasta la cintura del fango.
—Están muertos —Es lo primero que dice sin apenas poder creerlo y da una vuelta sobre su eje listo para volver a sumergirse de ser necesario.
Pero no pasa nada.
—¿Cómo...?
—Flechas —Se apresura a aclarar—. Les dispararon flechas.
—¿Flechas?
De todas formas, que los hombres que nos dieron persecución ahora estén muertos no significa que el peligro terminó. Pudiera ser lo contrario.
Esperamos.
Permanecemos quietos hasta que pase «algo». No nos sentimos lo suficientemente confiados como para salir a investigar. Desde nuestra posición es imposible advertir quién vino en nuestra defensa, o si nos quiere aprehender o matar.
¿Qué quiere?
Como sea, visiblemente cansados, al ver que nada pasa, y de nuevo sin mucho que perder; salimos del agua del lado contrario al que saltamos para no tener que atravesar el mismo tramo.
Nadie cerca.
Fuera del fango nos sacamos la camisa e intentamos escurrir nuestras botas.
No nos queda nada además de que lo tenemos puesto.
—Vamos —dice Viktor al estar listos, todavía mirando con duda el bosque alrededor de nosotros, echando además un último vistazo a los cuerpos que yacen al otro lado. Pero sin sentir lastima. Sin llorarlos.
—¿Y si nos atacan? —dudo, esperando que en cualquier momento una flecha venga por detrás.
Al tanto de aún tener un largo camino por delante, Viktor se encoge de hombros.
—No hay más opción que correr el riesgo.
El siguiente recorrido es cuesta arriba, aunque confiados de que no necesitamos un mapa para constatar que nos encontramos en «la cerra», una cumbre que acogió ese nombre al tener la forma de una mujer tendida de forma horizontal. La leyenda asegura que dormirá tranquila mientras Teruel no sufra otro ataque. La buena noticia es que todo viajero sabe que cerca hay un camino, por fin nos hallamos más cerca de Teruel que de Bitania pese a no tener idea de en qué nos beneficia eso.
Como podemos, con todo y la incomodidad de caminar mojados, llegamos a la cima de la cerra en horas de la tarde. Nos sentimos hambrientos. Nos sabemos cansados, y hasta un poco trastocados por oír en nuestra cabeza zumbidos.
Zumbidos ininterrumpidos.
Seguimos.
Comentamos lo que pasó, nos preguntamos qué hacer, intentamos decidir cuál sería el mejor punto de partida; por lo que, dejando atrás lo sucedido, llegamos a suelo llano; comparado a otros apenas cubierto de maleza y, por su posición, una garantía de estar próximos a volver a la ruta.
—Carromatos —dice Viktor, adelantándose unos cuantos pasos para confirmarlo.
Los cuenta haciéndome una seña para que me detenga. Debemos ser precavidos. No sabemos quién puede estar cerca.
—No escucho a nadie —comento en voz baja, tratando de encontrar algún indicio de actividad humana en los alrededores.
—No parece haber nadie.
El campamento puede pertenecer a los dueños de las flechas.
—Esto no es normal —duda Viktor, colocándose en cuclillas tras la maleza. Y, sin dejar de cubrirle la espalda, hago lo mismo.
De igual forma doy mi atención a los carromatos. Hay objetos dispersos bajo sus ruedas. Al encontrarse cerca del camino, los ocupantes pudieron haber sido víctimas de un robo y ahora mismo estar muertos.
Pese a haber pertenecido a la Guardia he salido poco de Bitania, pero he escuchado mucho sobre este lugar, no es seguro. Por ser una frontera la cerra es morada de ladrones.
Viktor calla. Su interés se mantiene en algo. Sigo la dirección de su mirada y lo veo: un hombre joven atado a un árbol. Cabecea con dificultad, como si procurara continuar despierto pese a que el cansancio, es notable, lo está derribando. Aun así, mi compañero no apostilla nada, denotando tirantez en su rostro sigue observándole.
—Es... —Su voz es apenas un murmullo.
Para poder ver de frente al hombre, Viktor empuja mi hombro para que avancemos un poco más hacia la derecha, donde el árbol que lo aprisiona hace sombra. Entonces lo veo. Su cabello castaño cayendo a los lados, su nariz respingada digna de un miembro de la realeza a pesar de su nueva vestimenta de forajido y sus botas de cuero con palas de primera.
Viktor tampoco lo puede creer.
El hombre atado al árbol es Gavrel.
----
Y por fin se encontraron D:
OJO: Si ya habían leído en la versión anterior la platica entre Gavrel y Viktor, de todas formas no se la salten porque hay muchas cosas nuevas c:
Grupo de facebook: Crónicas del circo de la muerte: Reginam.
Instagram: TatianaMAlonzo (Allá encontrarán muchos FanArt de la historia)
¡Gracias por votar!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro