7. Reginam: el circo de la muerteen asiento VIP
Les quiero presentar a "la Rota", un lugar inspirado en el coliseo romano, con todo y sus atroces espectáculos :)
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—¿Otro vestido de esos?
—Es un evento de lujo, no puedes ir en esas fachas.
—Pues no voy.
—¿Tengo que recordarte que ahora trabajas para mi?
—Gio, viste la cara de Malule anoche. Tengo. Que. Cuidarme.
Por lo menos tiene la decencia de lucir un poco apenado:
—Quizá yo también exageré un poco, pero si te sirve de algo: Te prometo que mientras estés conmigo nadie te hará daño.
Un momento, capitán. ¡Es usted el que mantendrá el culo a salvo con Elena Novak a cargo!
Gio y yo llevamos una hora discutiendo si me pongo o no otro vestido. Seguimos en El burdel de las telas y ya deberíamos estar camino a la Rota.
Busco otra excusa: —No puedo andar a caballo cuando utilizo vestido.
—Te enviaré a tu casa en carruaje.
Mierda. Él no se va a rendir.
—Bien. Pero me pagarás más —le advierto y me pongo el vestido.
—No sé de qué te quejas. Entre todas mis amistades te escogí a ti para acompañarme hoy a la Rota.
Creo que entre todas sus amistades soy la única a la que eso no le parece un cumplido.
El espectáculo más esperado por nobles y campesinos es Reginam. Mi padre y mi hermano lo han visto, pero nunca quisieron llevarme. Aún así, asistas o no a la Rota, todo aquel que vive en Bitania conoce el propósito de Reginam: Nadie, absolutamente nadie, puede traicionar o afrentar a su Majestad, la reina Eleanor, y no recibir un castigo ejemplar.
Reginam inicia después de medio día, pero puede alargarse hasta la noche. Dependerá del tipo de actividades dispuestas por jornada: baile, teatro, acrobacias, exhibición de animales salvajes, MUERTE. En el primer número, si los hay, soldados forasteros que fueron capturados por la Guardia real se batirán en duelo entre ellos o contra soldados de Bitania. Si el enemigo gana el duelo, la reina decidirá si le permite vivir a él y a nuestro soldado... si este no está muerto. Que mejor le valdría estar muerto por deshonrar a Britania cayendo ante el enemigo; que, como recompensa por su victoria, regresará como prisionero a las mazmorras del castillo gris. Pero jamás se le liberará.
Cuando finalizan los duelos inicia la parte del espectáculo más altisonante: actos ilusorios, así los llaman. Números artísticos en los que participan actores, músicos, soldados, Filius y fieras salvajes. No puedo entender bien de qué va eso, pero supongo que pronto lo descubriré.
Eso es Reginam, una condena a muerte, porque más que un espectáculo, es una ejecución pública.
—La reina dice que Reginam da a los Filius la gracia de ser perdonados —dice Gio, a manera de disculpar a la vieja.
Ya estamos en el carruaje camino a la Rota y no deja de hablar de lo mismo.
—Filius —repito con un sabor amargo.
—Significa Hijo.
Ya lo sé, pero insisto en que eso no tiene sentido.
—¿La reina castiga a sus propios hijos, Gio?
—Una madre tiene la obligación de castigar a sus hijos.
Y de alimentarlos y de protegerlos.
—¿Asesinándolos en un espectáculo para divertir a sus demás hijos?
Gio mira hacía todos lados preocupado de que alguien me haya escuchado. Pero estamos solos y Francis nos está ignorando.
—Un espectáculo —dice Gio, intentando corregirme—: que hace recapacitar a los demás hijos al mostrarles que es su deber portarse bien.
Discuto con Gio todo el camino. Pero él no comprende Reginam desde mi punto de vista, el punto de vista del pueblo, los traidores, los rebeldes. Los Filius. Él vive en la Gran isla, donde nadie se queja, pues tienen todo cuanto necesitan. Él no vive en el Callado, el lado de Bitania que es obligado a bajar la cabeza, que padece hambre y ve como sus mujeres son secuestradas para ser ultrajadas. Gio vive en justicia. Mi padre y mi hermano arriesgan su vida en la lucha por la igualdad, como lo hizo Enzo, el hijo de Amalia y Fernán, a quien veré morir hoy. Ellos son nuestros soldados, que cuando son capturados son obligados a participar en Reginam, acusados de traicionar a "su madre". Porque claro está, es nuestro deber proteger a la reina de los traidores, pero nadie, nadie protege a los traidores de la reina.
—No sólo plebeyos son obligados a participar en Reginam, Elena —continúa Gio, esta vez con un tono conciliador—. He visto morir en la Rota a cortesanos que yo vestí. Nosotros también somos hijos y nos equivocamos y traicionamos.
—Son el hijo preferido.
El malcriado y consentido.
—Pero aún así...
—Los condenados a morir en Reginam, en su mayoría, son plebeyos, Gio —insisto— Siempre.
—Pero no todos.
No, el jamás comprenderá.
—Ni siquiera uno de cada diez Filius es noble o cortesano —digo, cansada de esta discusión—. Apuesto a que puedes contar con tus dedos cuántos de los tuyos han muerto en la Rota. ¿Y por qué habrían de ser la mayoría? Ustedes no tienen razones para traicionar a Eleanor.
Miro a Gio intentando encontrar algo de mi pueblo en él. Pero no hay nada. Él no tiene hambre, su cabello pelirrojo está perfectamente encopetado, su rostro no tiene una sola gota de sudor; su ropa, de seda e hilos de oro, está limpia y perfumada. No, él jamás comprenderá por qué me exaspera tanto esto.
Hay muchos caminos que te llevan a la Rota, tal como reza el refrán. El enorme anfiteatro está en medio de la ciudad, rodeado por una verbena de música, espectáculos callejeros y vendedores ambulantes; porque esto es una fiesta para todo el que no esté condenado a morir aquí.
Francis aparca el carruaje en un área reservada para la nobleza y seguimos a pie el resto del camino.
A Gio lo saludan muchas personas, algunas que van y vienen, y otras que se detuvieron a comer o comprar globos, serpentinas y antifaces.
Sombrero recibe a todos en la entrada principal de la Rota:
—¡Damas y caballeros! ¡Niños y niñas! ¡Nobles y plebeyos! —anuncia, acompañado con música de acordeón—. ¡Bienvenidos a la Rota! ¡Reginam, el circo de la muerte! ¡Usted, sí, usted, busque dónde sentarse y aplauda que usted si saldrá vivo de aquí!
Cuando termina de decir lo último se echa a reír.
Gio saluda a Sombrero grande y su ayudante recibe nuestros pases.
La Rota tiene diez entradas y un aforo para veinticinco mil personas. El ingreso al graderío es gratuito, pero está dividido en tres niveles y obtienes un pase conforme a tu clase. En el primer nivel hay asientos para la nobleza, un palco especial para la familia real y el obispo, y una tarima para los artistas y el animador. En el segundo nivel se sientan plebeyos importantes: comerciantes, soldados y forasteros. Y hasta arriba, de pie uno junto al otro porque en el tercer nivel no hay ningún maldito asiento, ve el espectáculo el resto de Bitania; todos los que son lo suficiente astutos para conseguir un pase a como dé lugar haciendo final durante horas frente al Burgo.
Gio y yo ocupamos dos asientos en el primer nivel, cerca del palco de la familia real.
Las pilastras que sostienen la Rota tienen forma de serpientes y en todo el andamio hay esculturas de soles, leones y serpientes. El motivo es que el símbolo de Bitania es el sol, y el reino está lleno de leones y serpientes. Eso también tiene una historia, pero de momento otra cosa llama mi atención:
—¿Qué son esas cosas, Gio? —dos áreas del graderío fueron modificadas para colocar dos rectángulos gigantescos.
—No tengo idea —Gio también los mira con extrañeza—. No estaban aquí hace un mes.
Toda persona que entra a la Rota se percata de inmediato de este cambio.
De pronto esas cosas titilan y destellan luz blanca. Todos saltamos y gritamos asustados ¿Qué en el infierno es eso? ¡La cara de Mina! ¡En esas cosas acaba de aparecer la cara de Mina! Nos espantamos más.
Una anciana intenta tranquilizarnos: —Tranquilos todos, es un televisor gigante.
¿Un qué?
—Sombrero grande lo explica seguro —dice Gio mirando los objetos con horror.
Mina, que está sentada una fila debajo de nosotros, tampoco parece asustada.
Las dos cosas gigantes continúan centellando y mostrando caras de personas sentadas en el graderío. No tardamos en acostumbramos. Aún así, hay muchas cosas que nos estamos preguntando. Tambores. Una tuba. Ahora los gritos son de alegría. Aplausos. Poco a poco la Rora se llena y esto se convierte en una fiesta. Las miles de personas sentadas alrededor de la palestra piden a gritos que el espectáculo comience. Llegó la hora de avivar a la Rota.
—Eres plebeya y evidentemente no estás de acuerdo con Reginam —Gio quiere demostrar un punto—. Pero allá arriba puedo ver plebeyos que si disfrutan el espectáculo.
Es una acusación. Miro hacia el tercer nivel y veo saltar a personas que conozco. Ysí, parecen felices de ser parte de esto.
—No sé qué decirte, Gio. Un espectáculo es un espectáculo.
—Exacto.
Sonrió como si esa fuera la respuesta que esperaba.
El graderío fue ocupado por completo en menos de media hora. Tambores. Música. Globos. Risas. Serpentinas. Muchos trajeron máscaras de fieras salvajes, algodones de azúcar y manos gigantes hechas de cartón que pueden ser colocadas con el pulgar señalando hacia arriba o hacia abajo.
Trompetas.
—¡BIEEEEENVENIDOS! —un hombre gordo, que mide un metro y usa un sombrero enorme está frente a un micrófono, de piesobre una tarima colocada cerca del palco de la familia real. Se llama Hank, pero todos lo llaman Sombrero grande—. ¡Damas y caballeros! ¡Niños y niñas! ¡Nobles y plebeyos! ¡BIENVENIDOS A UN NUEVO REGINAM!
Todos aplauden.
—Aplaude, Elena —me codea Gio—. Esta es mi parte favorita ¿Sabes por qué le dicen Sombrero grande a Hank? —Sí, pero niego con la cabeza. Lo quiero escuchar de Gio—. En ése sombrero guarda los mejores secretos de la nobleza.
Sombrero grande es el maestro de ceremonias de este circo, la mayoría dicen amarlo y hasta ríen con él, pero en realidad es un tipo pedante y todos, sin excepción, lo quieren matar; por eso no tiene un ojo, cojea y está lleno de cicatrices. Pero nadie ha podido callarlo, y por esa razón es uno de los consentidos de Eleanor.
Pero algunos no disimulan el odio que le tienen.
—¡Cuántas caras largas! ¡Ríanse! —dice—. No se enojen, duques, condes, marqueses... que les hará más daño lo que verán y escucharán hoy —Algunos nobles ya están preocupados y Sombrero grande todavía no empieza a escupir—. ¡Primero vamos a recibir a la ilustre familia real! —anuncia.
Se escuchan trompetas.
Silencio. Todos, nobles y plebeyos, debemos ponernos de pie. Ahora escuchamos el sonido de tambores. En el palco, a pocos metros de los asientos que ocupamos Gio y yo, finalmente hace acto de presencia la familia real. Los Abularach. Los rectángulos gigantes muestran una por una sus caras.
Todos aplauden.
¡PUAJ!
—Majestad —dice Hank, quitándose el sombrero y haciendo una reverencia a Eleanor—. Háganos el honor de inaugurar esta festividad.
La reina destaca más que su prosapia. Su corona, con forma de cascabel de serpiente, está adornada con plumas de colores. Su vestido es verde esmeralda y, como siempre, parece una enorme carpa ambulante. Ella usa perlas y diamantes, pero entre todas sus joyas destaca su bastón de oro, también con forma de serpiente. El pálido rostro de Eleanor no es bello, pero es simétrico y está exageradamente maquillado. ¡Payasa! No puedo ver el color de sus ojos, que muchos dicen parecen dos llamas de fuego, pero ahora que puedo verla un poco más cerca, la curioseo: frente amplia, nariz pequeña y pómulos pronunciados. Su cabello es dorado y está sujeto en un moño alto, simulando ser la melena de un león.
Al lado izquierdo de Eleanor está el rey Jorge, que es alto, muy alto, como todo hombre o mujer de Cadamosti, pero en contraste es rollizo y grotesco. A la derecha de Eleanor está el príncipe Gavrel, el heredero al trono.
—¡Aplaude, Elena! —me vuelve a regañar Gio.
Nunca he pensado en el príncipe Gavrel como "el heredero", pues toda mi vida he visto a Eleanor Abularach a cargo de todo cuanto conozco, y a nadie más. Y es que, el príncipe Gavrel tampoco representa una esperanza para nosotros. Esas son palabras de mi padre.
Detrás de ellos tres están de píe el príncipe Sasha, la princesa Isobel, dos mujeres que nunca antes había visto y el obispo.
Eleanor da un mensaje de bienvenida y nos recuerda cuánto lamenta entregar a sus amados hijos a las fieras salvajes bla bla bla. Nos pide que confiemos en que, cada decisión que toma, primero piensa en nosotros los plebeyos bla bla bla. Pero también nos amenaza con ser inclemente si decidimos traicionarla.
Mientras la reina se dirige a sus súbditos, el rey asiente con la cabeza, conforme; el príncipe Gavrel tiene una mirada hermética, el príncipe Sasha parece aburrido y la princesa Isobel se encoge de hombros. Los nobles sonríen condescendientes y los plebeyos escuchan, pero sólo porque de lo contario seríamos llevados al cepo.
Circo.
Todos aplauden cuando la reina termina su discurso. Nobles. Plebeyos. Yo también tengo que aplaudir. Pero lo hago para celebrar que por fin se calla.
Murmullos. No sé qué indica que ya nos podemos sentar o hablar, pero lo hacemos.
—Son tan diferentes —susurra Gio a mi oído, señalando discretamente a Gavrel y Sasha, que están siendo mostrados en los rectángulos gigantes.
Sé cuál es el motivo de su nerviosismo. Sasha.
—¿Por qué son diferentes? —pregunto, porque quiero que él me explique lo que yo no puedo ver. Para mí un príncipe es un príncipe sin importar cómo se ve.
—Los rasgos de Sasha son tan delicados y sublimes —dice—. Es como si su rostro hubiese sido esculpido por el Padre sol.
No estoy de acuerdo. Es cierto que el aspecto de Sasha es mucho más delicado, pero Gavrel es más varonil. Me recuerda a los hombres que suelen estar al frente de un ejército. Se ve fuerte y severo; y destaca más entre los Abularach porque es el único que no tiene el cabello dorado, el suyo es marrón y está un poco rizado.
—La princesa Isobel es amiga mía —dice Gio—. No tan amiga como lo es Mina, pero suele visitarme. Yo le hice ese vestido.
Isobel es de apariencia tímida y débil, pero yo no me dejo engañar por apariencias. Todos ellos tienen nuestra sangre en sus manos y juramos vengarnos.
—¡Ahora sí les doy la bienvenida a un espectáculo más de Reginam! —celebra Sombrero grande.
Todos aplauden a Sombrero grande. Él es un espectáculo por si mismo con sus gestos y ademanes exagerados.
Gio está expectante: —¿Ya dije que esta es mi parte favorita?
Sí.
De momento lo único que hace Hank es lisonjear a los Abularach:
—Majestad, no soy merecedor de su exquisita presencia...
Bla, bla, bla...
—Es un adulador —señalo.
—¿Qué le queda? Sólo ella lo protege.
Cuando Hank termina de vomitar adulaciones, empieza a saltar sobre su pierna que no cojea.
—A partir de hoy tendremos entretenimiento nuevo —dice, señalando uno de los rectángulos—. A nuestra reina, que además de magna es creativa, se le ocurrió desempolvar algunos artilugios que fueron hacinados durante el reinado del rey Fabio —ovaciones para la reina—. A partir de hoy tendremos dos pantallas gigantes en la Rota. ¿Qué tal? Y próximamente, también una en la plaza de la reina —¿Qué? ¿De dónde salió eso?—. No, no hagan preguntas. A nadie le gusta los preguntones —amenaza Hank, a su habitual manera. Así que nadie puede cuestionar—. Pero yo sé qué están esperando todos —baila otra vez, cambiando sutilmente de tema—, Jejeje, pero me divierte verles corroer sus uñas a la espera de que no les toque esta vez. ¿Qué dice, Majestad, empiezo a hablar sobre los últimos embrollos de la Gran isla?
Eleanor asiente con la cabeza y el auditorio alienta a Sombrero grande a empezar.
A mí me produce asco escuchar a Hank, pero Gio me aclara que él es el bufón de la corte.
Hank continúa saltando sobre su pierna buena:
—¿Qué, qué dije? —pregunta con cara tonta—. No esperaban que me parase aquí a bailar, ¿o sí? —sonríe astuto—. Lo que todos esperan es que les recuerde que ya está cerca el cumpleaños de la princesa Isobel —Se escuchan aplausos para Isobel en el graderío—, y también el cumpleaños del príncipe Sasha —Sasha recibe con soberbia sus aplausos. Yo tengo que detener a Gio antes de que salte de su asiento. Ya veo por qué estamos aquí—. Sí, felicidades princesa Isobel y felicidades príncipe Sasha —destaca Hank—. Esperemos que esta vez ningún vizconde termine ahogado en vino en el Salón de banquetes del castillo. ¿O no, Jaen?
Hank señala al tal Jaen y todos se ríen de él. Su rostro ya está en lo que Sombrero grande llamó pantallas gigantes.
—Hizo el ridículo durante el cumpleaños del rey Jorge —me explica Gio.
Jaen intenta esconderse inútilmente.
—Que bien hace al espíritu el bailar horas y horas —sigue bailando Hank, haciéndose notar—. Sino preguntémosle a Bruno de Oscar, que se entretiene tanto en Amarantus que olvida dónde dejó a su mujer —risas. Gio me da un codazo y me señala con la mirada quién es Bruno, él está sentado dos filas abajo del palco de la familia real y está rojo por la ira de ser el hazmerreir de todos—. Pero no se enoje, mi señor —le pide Hank con un aire burlón—. Ya supimos que su esposa llegó a salvo a casa. ¡Un aplauso por ello a Rafi de Maces, por favor! —En las pantallas gigantes aparece el rostro de Rafi—. ¡Les aseguro a todos que las damas de Bitania siempre podrán contar con su caballerosidad! ¿O no, Rafi?
Rafi de Manches está sentado lejos de Bruno de Oscar y la mujer de este, pero de nada le ha servido. Los tres son el hazmerreír de todo el graderío.
—Son amantes —canturrea Gio.
Mina busca la mirada de Gio para disfrutar juntos la cháchara.
—Dejen que su hija Viana se ría a gusto, conde, condesa —Hank señala a más personas—, ¿para qué pierden el tiempo en esconder su vientre? —La mujer que está señalando Hank se queda de piedra—. Ya todos sabemos que lleva algunos de meses de encargo. ¡Ahí les encaaaaaargo! —se burla.
Risas. Burlas. Aplausos. ¿Por qué disfrutan ver la humillación de alguien más?
Miro hacia el palco de la familia real y con asco descubro que Eleanor, Jorge y Sasha también están doblándose de la risa, pero me sorprende ver la severidad con la que Gavrel e Isobel observan a Hank. Las otras dos mujeres en el palco tampoco ríen, pero si cuchichean entre sí. El obispo es indiferente... aparentemente.
—Es la segunda vez que la condesa de Vavan y su hija Lady Farrah vienen a la Rota —Ahora la atención de todos está puesta en las dos extrañas mujeres en el palco—. Esperemos que esta vez no se desmayen.
Más risas y burlas.
—Pensé que Hank no se metía con la familia real —digo.
Gio ríe tan alto que toma aire antes de hablar:
—Primero, ese par todavía no son parte de la familia real. Segundo, no es un secreto que la reina no soporta a su consuegra y a su nuera. Tercero, seguramente ella misma le pidió a Hank que hiciera esto.
—¿Consuegra?
Gio señala a las dos mujeres:
—Ellas son la condesa Odra de Vavan y su hija Farrah. Son familia del rey de Beavan.
—¿Ella es quien se casará con el príncipe Gavrel? —observo sorprendida a Farrah—. Se ve mayor que él.
—Es seis años mayor que Gavrel, pero ¿a quién le importa? —ríe Gio—. A Eleanor menos que a nadie. Tenemos que aliarnos que Beavan, ¿no?
La condesa y su hija tratan de recibir la burla lo más dignas posible.
—Falta poco para la boda del príncipe Gavrel. Tan tan, tan tan —hipa ridículamente Hank y la atención se vuelve hacia el príncipe heredero—. Se ve tan emocionado que nos conmueve hasta las lágrimas a todos, ¿a qué sí?
Las carcajadas no se hacen esperar. En el palco también ríen todos, salvo la condesa de Vavan, Farrah, Isobel y el mismo Gavrel, que no se inmuta por los comentarios de Sombrero grande; es más, ni siquiera lo está viendo, ni a él ni a nadie en especial.
—Él no nos permite ver o suponer nada, es tan aburrido —escucho murmurar a alguien detrás de mí.
—No tiene mucho sentido del humor —dice Gio, refiriéndose también a Gavrel—. No podemos esperar demasiada diversión por parte de nuestro futuro rey.
—¿Es por qué lo están obligando a casarse? —pregunto.
—Sí. Es el tema de cuchichero de la Gran isla desde que el Heraldo lo sentenció, digo lo anunció.
—Tan tan, tan tan. Alteza —Hank sigue jodiendo a Gavrel—. A lo mejor lo rescata un secuestro oportuno de Rimona Doncel.
Más risas. Rimona Doncel recibe con orgullo la mención. Además, sonríe radiante al ser mostrada en las pantallas gigantes.
Gavrel se inclina a susurrar algo a Eleanor y esta hace una seña a Hank para que se detenga. El otro no se lo piensa dos veces.
—En fin. Suficiente por hoy. Y si no le tocó, no se preocupe, que aún tengo demasiado información dentro de este sombrero —termina Hank, con un baile y otra ovación—. ¡Ahora sí, que empiece el espectáculo!
El primer número es una pelea a muerte entre dos soldados de otro reino. Ambos están usando dos espadas.
—¡ABURRIDO! —grita Gio, y no es el único.
—¿Qué pasa?
—Odio esperar el plato fuerte.
Aunque hay un ganador, Eleanor tiene que decidir si morirán los dos.
La gente en el graderío empieza a dar saltitos de emoción. Algunos ya están cantando. Y es que por esto es popular la Rota: Todos en el auditorio se unen para aclamar en coro dando dos aplausos y un zapateo, dos aplausos y un zapateo, y así muchas veces... hasta que Eleanor extiende su brazo derecho hacia adelante con los dedos empuñados.
—¡We will, we will rock you... —corean todos. Dos aplausos y un zapateo, dos aplausos y un zapateo— We will, we will rock you!
La Rota tiembla. Gio es uno de los que aplaude con más emoción.
—¿Conoces la historia del por qué cantamos está canción? —pregunta entre gritos y niego con la cabeza—. Todo empezó hace cinco años cuando un Filio, a los gritos, amenazó a la familia real con regresar del mismo infierno para vengarse de ellos. Entonces Sasha se puso de pie y alentó al graderío a cantar con él.
We will, we will rock you!
—¿Eleanor lo aprobó así de fácil?
—Según Mina, le encantó —Gio sigue aplaudiendo—. Antes de We will rock you teníamos que escuchar los lloriqueos de los Filius suplicando piedad a su Majestad. Ahora nuestro coro los ahoga.
Si Eleanor toma la decisión de señalar el pulgar hacia arriba, los soldados viven, si lo señala hacia abajo...
¡MUERTE!
¡SANGRE!
¡MUERTE!
¡SANGRE!
Gritan algunas voces que se salen del coro. Creo que soy la única que no aplaude o zapatea. En realidad todo esto me resulta tan...
Eleanor levanta su mano izquierda para imponer silencio. El auditorio de la Rota calla. La reina finalmente señala su dedo pulgar apuntando hacia abajo. Todos celebran la decisión.
Un soldado de la Guardia real hace su camino hacia los soldados forasteros, que por honor morirán de pie.
—Soldados de Godreche —dice Gio.
No hace falta que me lo aclare. Puedo ver el anzuelo y el mar bordados en los uniformes de los soldados, esos son los emblemas de Godreche, un reino aliado a las Serpientes. Cierro los ojos. No quiero ver. El soldado de la Guardia blandirá su espada directo al corazón de cada aliado.
Ovación del auditorio. Abro los ojos. Los cuerpos de nuestros aliados son retirados de inmediato. Ahora hay sangre en la Arena de la Rota. Más sangre. Siento nauseas.
Un hombre y una mujer, presentados por Sombrero grande como cantantes de ópera, se ubican a un lado de la palestra. Un conjunto de instrumentos de cuerda les acompaña. Gio me explica que él es un tenor y ella una soprano ,lo que sea que signifique eso, y que actuarán durante el primer acto ilusorio. Ambos empiezan a cantar, acercándose el uno al otro como si estuvieran enamorados.
Amado mío, la prueba de tu amor debe ser un corazón, canta la soprano.
Amada mía, ¿pero con qué corazón te amaré yo?, responde triste el tenor, también cantando.
Amado mío, la prueba de tu amor debe ser un corazón...
—El primer Filio —dice Hank, interrumpiendo la canción en el momento oportuno. La atención se vuelve hacía a una esquina de la palestra. Dos soldados traen casi arrastrando al primer Filio, ahora vestido como esclavo.
Amado mío, la prueba de tu amor debe ser un corazón, sigue cantando la soprano, cada vez en un tono más alto y demandante.
Amada mía, ¿pero con qué corazón te amaré yo?, sigue respondiendo con tono triste el tenor, ahora llorando.
Amado mío, la prueba de tu amor debe ser un corazón...
Los soldados obligan al Filio a arrodillarse frente a la tarima donde están los cantantes de ópera. Todos en la Rota están atentos a cada uno de sus movimientos.
El tenor se arrodilla ante la soprano, suplicando:
Amada mía, necesito mi corazón, no puedo dártelo. Amada mía, necesito mi corazón para guardar en el tu amor...
Amado mío, la prueba de tu amor debe ser un corazón.
Amada mía, mis soldados han traído para ti a uno de mis esclavos... —canta él y yo tiemblo—. Amada mía, yo te entregaré envuelto en oro SU corazón.
La música se detiene. El público se une otra vez en coro para exigir más sangre: dos aplausos y un zapateo, dos aplausos y un zapateo, y así cinco veces más hasta que Eleanor vuelve a extender su brazo derecho con los dedos de su mano empuñados...
—¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU! ¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU!
—Gio, esto es espantoso —grazno, asustada.
—Han habido mejores números, sí, pero me gustó el giro inesperado de sacarle el corazón al esclavo —comenta él.
Él no comprende. ¿POR QUÉ NO COMPRENDE?
Eleanor levanta su mano izquierda para imponer silencio. La Rota calla una vez más.
La música vuelve a empezar.
¡CORAZÓN!, canta la soprano.
¡TE PROBARÉ MI AMOR!, responde el tenor.
¡CORAZÓN!
¡TE PROBARÉ MI AMOR!
El tenor y la soprano cantan alternándose, mientras los soldados de la Guardia obligan al Filio a erguir la espalda. Uno de ellos lo está cogiendo de los cabellos.
—La reina se lució con esto —chilla emocionada la vieja emperifollada a mi lado, señalando una de las pantallas gigantes—. Ya no tenemos que bloquearnos los unos a los otros para ver qué está pasando en la Arena.
Es cierto, los televisores gigantes lo muestran todo a detalle.
¡MUERTE!
¡MUERTE!
¡SANGRE!
La gente está pidiendo más. Eleanor, para complacerlos, finalmente muestra su pulgar apuntando... hacia abajo. El público celebra su decisión.
La cara del Filio que está a punto de morir es arcana, sus ojos no me dicen nada. Él está completamente ido. ¿Por qué? ¿En qué estará pensando? ¿Estará arrepentido de lo que hizo o dijo? No lo conozco, pero lo compadezco en silencio. Tengo que hacerlo en silencio.
Cierro los ojos. No quiero ver esto.
—Abre los ojos, Elena, te estás perdiendo lo mejor —escucho decir a Gio.
Abro mis ojos cuando sé que lo peor pasó. Pero no. El tenor y la soprano siguen cantando, pero ahora ella tiene en sus manos el corazón del Filio. Al final besa el corazón, y así, con sus labios ensangrentados, después besa a su amado.
Espeluznante, pero el público aplaude. El cuerpo del primer Filio muerto es retirado de inmediato.
Escuchamos el sonido de tambores y el humor del auditorio se torna más serio. Ahora todos entonan una letanía religiosa_
—Los hijos son un regalo del Señor; los frutos del vientre son nuestra recompensa. Los hijos que nos nacen en nuestra juventud son como flechas en manos de un guerrero. Uh... ¡Dichoso aquél que llena su aljaba con muchas de estas flechas! No tendrá de qué avergonzarse cuando se defienda ante sus enemigos.
Gio ve mi sorpresa y responde antes de que le pregunte.
—También es tradición cantar esa letanía —¿Para qué? Él también me lo dice—: Supongo que para justificar esto. Reginam. Regina iustitiam. La justicia de la reina.
Y la reina es una mujer ávida de sangre. Sí, me quedó claro.
Y aunque el canto es del agrado de quienes están sentados en la parte inferior de la Rota, los plebeyos echan fuera insultos. Quieren que continúe el espectáculo.
—Los salvajes no deberían ingresar a la Rota —se queja una anciana cerca de mi asiento.
Tengo el impulso de responder a ese buitre pero Gio no me lo permite:
—Aprende a mantener la boca cerrada.
No sé por qué estoy aquí. No debí permitir a Gio convencerme de venir. Cierro los ojos. No quiero ver u oír esto. El público de la Rota sigue coreando Los hijos son un regalo del Señor... Por alguna razón prefiero que canten We will rock you.
Veinte hombres, por su vestimenta y su color de piel azabache advierto que son esclavos, entran a la Arena a montar lo que parece un laberinto.
—¡Sí, el laberinto! —Celebra Gio, cogiendo mis manos—. No lo hacían desde hace meses.
—¿Por qué?
—Deben haber al menos diez Filius en las mazmorras de la Rota.
Conté once el día de la caravana.
—¿Estás celebrando que vaya en aumento la cantidad de personas que traicionan a la reina? —pregunto.
—Shhh. No es mi culpa que suceda eso.
Un pequeño triunfo para las Serpientes.
—¿Cómo funciona el laberinto?
Gio sonríe de oreja a oreja y explica:
—Tiene seis salidas en forma de trampillas. ¿Ves? —me explica. Asiento con la cabeza viendo el andamiaje de este—. En cada una será expuesto un Filio. Tienen que adentrarse en el laberinto, buscar llegar a otra trampilla y encontrar otra salida —Seis personas. Seis salidas—. Sí lo logran... viven.
Viven, pero no libres.
El frenesí de los presentes va cada vez en aumento. Una parte del laberinto es una fosa llena de agua, otra un corredor que está custodiado por serpientes cascabel. Otro tiene paredes de espejo, pero también es una trampa mortal.
Varias trampillas en la Arena se abren a la vez, y así, las fieras salvajes son liberadas. El entusiasmo en la Rota aborda la locura.
—Todavía hay personas ahí dentro —exclamo asustada al ver que los esclavos no han terminado de montar un corredor del laberinto.
Gio me mira con compasión.
El público ríe cuando algunos esclavos intentan huir de las bestias. Claro, esto lo hacen a propósito. La mayoría de los esclavos consiguen escapar por las trampillas, pero tres no lo logran y son atacados por las fieras. Quiero llorar.
—Puedo entender porque nadie ha sobrevivido a esto —digo.
—Casi nadie.
Los esclavos que sobrevivieron lo lograron gracias a que corrieron hacia las trampillas por las que salieron las fieras. Los Filius no tendrán la misma suerte. Esto está diseñado para que nadie dentro salga vivo. Es una sentencia más que una oportunidad para conseguir la indulgencia de la reina.
Gio y yo hacemos un inventario de las fieras que están dentro del laberinto: un león, un tigre, un leopardo blanco, una pantera, el caracal, dos leonas, dos pumas y tres hienas. Son doce en total. Dos para cada Filio.
—No son dos para cada Filio —corrige la señora sentada al lado de Gio—. Al león lo dejan solo. Las tres hienas atacan juntas.
Dejo salir el aire que estoy reteniendo. Gio saca de su bolso una máscara con forma de rostro de león para ponérsela. Me aclara que además de máscara, son binoculares. Cientos de personas hacen lo mismo. Muchos compraron todo tipo de cosas a los vendedores ambulantes allá afuera. En el público ahora hay hienas, tigres, pumas, leopardos. Ahora sí toda la Rota es una exhibición de salvajismo.
Confeti. Música. Otra vez los tambores.
¡We will, we will... ROCK YOU!
¡We will, we will... ROCK YOU!
¡We will, we will... ROCK YOU!
Tres soldados, cada uno montado sobre un caballo que tiene los ojos vendados, ingresan también al laberinto. Los tres buscan un camino diferente, manteniendo su distancia de las fieras.
—Un soldado está cabalgando cerca de donde está el león —advierto, asustada.
No sé por qué me preocupa esto cuando en un abrir y cerrar de ojos seis personas morirán frente a mí.
—No te preocupes. Ellos están a salvo. Saben dónde están las salidas y eso. Preocúpate por los Filius.
¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU!
Los tambores siguen palpitando al compás de cada corazón, una vez más están repiqueteando el coro hipnotizador. Gio coge mi mano. Seis de las compuertas que bordean la Arena se abren y vemos salir a los Filius de la oscuridad.
La Rota tiembla. ¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU!
Los seis Filius visten un modesto atuendo color blanco y están descalzos. Una vez más, me pregunto qué pasará por su mente en este momento.
—Temo saber a quién se le ocurrió hacer esto —digo.
¿Quién puede estar tan mal de la cabeza para crear un Reginam?
—¿El difunto Rey Fabio? —pregunta Gio—. ¿Su Majestad la reina Eleanor? No lo sé, pero es tan buena idea que una ciudad llamada Roma nos está copiando.
Eleanor levanta su mano izquierda para imponer silencio, pero la derecha aún no la extiende. Aún no.
Gritos eufóricos envuelven la Rota cuando el público termina de cantar.
Me siento temerosa. Busco respuestas en la mirada de los Filius posicionados cerca de mí y veo miedo, enojo, nerviosismo y...Ahí está Enzo. ¡NO! ¡ENZO! Mi amigo de la infancia. Mi compañero de juegos. Mi compañero de escuela. Su mirada es la de un guerrero valiente. Sonrío triste. A pesar de todo, me siento orgullosa de que no se deja vencer facilmente.
Los tambores empiezan a repiquetear una vez más y los Filius empiezan a caminar hacia al frente, hacia el laberinto. Los dos que se niegan a dar un paso adelante son empujados por soldados. Madre, ¿cuántos de ellos confiarán en encontrar una salida?
Las pantallas gigantes lo muestran todo: a las fieras salvajes, a los Filius, a la reina, al público... Con miedo escucho el rugir de una de las fieras y las risas extrañas de las hienas.
—La fiera más cercana a nosotros es el Caracal —dice Gio, sosteniendo entre sus dedos su máscara de león.
Mi viejo amigo el Caracal, refunfuño a mis adentros.
El Caracal es pardo rojizo, excepto por su pecho, que es blanco. No tiene rayas o manchas. Sus orejas son largas y puntiagudas, negruzcas por fuera. El animal ronda de un extravío a otro, desesperado. En el otro extremo de esa zona del laberinto está la pantera.
—¿Cómo pueden estar seguros de que las fieras querrán atacar? —pregunto.
—¿Por qué son fieras? —dice Gio.
—No. Me refiero a que ¿no sienten miedo por el escándalo que hace el auditorio? ¿Y si no tuvieran hambre hoy?
—Ay, Elena. Preparan a las fieras para esto. Además, ellas tampoco están en sus cinco sentidos.
—¿Ellas tampoco? —pregunto, sin comprender
Gio se mueve incómodo en su asiento.
—¿Qué? —pregunto.
—No le digas a Mina que te confíe esto —Gio calla unos segundos pero finalmente escupe—. Amodorran a las fieras salvajes con sustancias, digamos... ilegales.
—¿QUÉ?
Gio mira hacía todos lados para constatar que nadie nos está escuchando.
—¿Por qué crees que son tan fieras? —dice—. ¿Por qué crees que son enormes? Más que cualquier otro animal. No es normal. Las preparan para esto. Y también necesitan calmar un poco a los Filius.
—¿A ellos también los drogan? —pregunto horrorizada, mirando uno por uno a los Filius.
—¿No es obvio? ¿O acaso tú entrarías a una Arena a morir sin dar batalla?
—¡Pero ya tienen las de perder! —me quejo.
No es justo.
—Pero los necesitan lo más sumisos posible. Ya verás —Gio mira expectante hacia la Arena.
No puede ser. ¿Por esa razón el primer Filio estaba ido? Esto es peor de lo que pensé.
Uno de los Filius vuelve su mirada hacia el palco de la reina. Es un anciano, y está asustado:
—¡Piedad, Majestad! ¡PIEDAD! —suplica a gritos. Uno de los soldados a caballo apresura el paso mientras el graderío vuelve a cantar We will rock you—¡PERDONE MIS FALTAS EN NOMBRE DEL PADRE SOL, MI SEÑORA!
La princesa Isobel se pone de pie, el obispo la coge del brazo y parece pedirle que se siente otra vez. La reina, el rey y los príncipes no parecen sorprendidos o conmovidos.
—¡PIEDAD, MAJESTAD! —llora el Filio—. Tengo hijos. Tengo nietos, dos de ellos enfermos...
Limpio lágrimas de mi cara y miro a todos a mi alrededor. Aunque la mayoría canta o guarda silencio, nadie más demuestra compasión.
El andar del caballo del soldado alerta al Filio, que se arrincona, se arrodilla y una vez más insiste en obtener clemencia. Sin embargo, el soldado a caballo lo encara y blandiendo una espada... lo decapita.
—¡PROTEJAN A LA REINA DE LOS TRAIDORES! —celebra Sombrero grande.
Miles de personas se ponen de pie para contar una vez más We will rock you. Están festejando la muerte del anciano. Madre. No sé el nombre del hombre y el de ningún otro, sólo conozco a Enzo, pero intento levantar un ruego a ti por ellos. Lloro. Miro hacia el palco de la reina. No veo emoción alguna en el rey, la reina o los príncipes. Nada. Además de la princesa Isobel, que está llorando sobre el hombro del obispo, sólo están la condesa y su hija, que también se muestran un poco aterrorizadas, pero se contienen. Quizá para evitar más burlas de Sombrero grande. La reina ordena que retiren a Isobel del palco, pues parece avergonzada por la actitud de ella. Me pregunto si habrá compasión en las venas de la princesa. ¿Será diferente a su madre? No. No. No lo es. Quizá sólo es débil. Eso debe ser. Ellos no son buenos, Elena.
—Seis Filius. Seis salidas —dice Sombrero grande—. Ah, perdón, cinco Filius —se corrige. Todos ríen. Espeluznante—. Ya sabemos las reglas del Laberinto de la justicia. Si alguno de los Filius encuentra la salida. Tan tan tan, tan... se le perdonará la vida —Aplausos—. Ojalá eso no suceda, claro. Porque qué aburrido espectáculo —Los tambores empiezan a sonar otra vez—. Encontraron el camino para llegar a la Rota —sentencia Hank, dirigiéndose a los Filius con malicia—. Ahora, encuentren la salida —anima. Los Filius, entre ellos Enzo, empiezan a adentrarse al laberinto.
BOM BOM. BOM BOM. BOM BOM. Tambores.
Un niño sentado cerca de mi señala el laberinto, sigo su mirada y veo a un Filio, que sigiloso busca ya una salida, sin saber que está a pocos metros del Caracal. Oh no.
—¡Gio! —grito, pero él no me escucha. La euforia en la Rota ahoga mi voz.
Casi todos están de pie siguiendo con la mirada los pasos de cada Filio. Todos miran del laberinto a las pantallas gigantes una y otra vez.
Otro Filio, también anciano, está ahogándose en la fosa. Ha caído en la trampa.
Un rugido. El caracal. La fiera está en dos patas y de un zarpazo logra coger al Filio frente a él y lo aprisiona entre sus garras ¡NO! Éste no tiene ningún arma en sus manos para defenderse. ¡No! Me siento y encorvo mi espalda para poder ocultar mi cara, apoyándome temerosa sobre mi regazo. No, yo no puedo ser testigo de esto.
¡MÁTENLOS A PUNTA DE ESPADA!
¡NO LES PERMITIRÁN SALIR VIVOS DE AQUÍ!
¡LOS ESPERA EL INFIERNO, TRAIDORES!
Gritos. Sed de sangre. Risas. Cantares felices. Olor a humo y licor. Otra vez el sonido de los tambores y la incesante letanía que hipnotiza.
Los hijos son un regalo del Señor; los frutos del vientre son nuestra recompensa. Los hijos que nos nacen en nuestra juventud son como flechas en manos de un guerrero. ¡Dichoso aquél que llena su aljaba con muchas de estas flechas! No tendrá de qué avergonzarse cuando se defienda ante sus enemigos.
¿Por qué les alegraba ver esto? ¿Qué entienden ellos que no entiendo yo? Incluso los plebeyos gritan emocionados. Soy testigo de eso y demando una explicación. Me yergo otra vez, limpio el sudor de mi frente y algunas lágrimas de mi cara.
Me pongo de pie y observo el palco de la reina. Ella y el rey también vigilan a los Filius. La princesa Isobel ya no está en su asiento y en ningún otro lado, se fue y el obispo se fue con ella. El príncipe Sasha se ha inclinado sobre el palco para escuchar lo que sea que quiera decirle una doncella, y, junto a él, el príncipe Gavrel, tampoco está atento a lo que está ocurriendo en sus narices, porque está mirándome. Cielo santo. Está mirándome a mí.
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Para la pregunta de por qué decidí utilizar esa canción de Queen, tengo tres respuestas:
1. Freddie Mercury es mi ídolo. Nombro a Queen en muchas de mis historias. Y ojo a esto: Queen significa "reina".
2. La canción es popular y contagiosa.
3. Y la razón más importante es: Por la letra. Aquí se las dejo.
https://youtu.be/ySihhb7sUyE
La letanía que también cantan en la Rota es el Salmo 127 3-5 RVC
¡Gracias por sus votos y comentarios! :)
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