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64. La Filia


Empecemos recapitulando, ¿recuerdan que en el primer capítulo de Reginam Elena vió pasar una caravana?

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Nos despertaron de madrugada para obligarnos a limpiar la Mazmorra y las jaulas de las bestias antes de partir hacia la Rota, y después nos arrojaron las cubetas con agua y jabón que sobraron.

Vi pasar la Caravana de la muerte un sinfín de veces, por eso sé cuán difícil puede ser ver esto para las familias de los Filius. Por ello, me alivia saber que mi padre, mi madre y dos de mis hermanos están lejos. Aún así, Malule decide sorprendernos. 

—No marcharan por la Plaza de la reina —decide, de pie frente a nosotros en la entrada al Cenicero. 

—¿Qué? Pero es tradición —se queja Dekan, sarcástico y el resto reímos. 

—Está infestada de campesinos —objeta el otro, a regañadientes—. Lo mejor es trasladarles en una jaula hasta la Plaza de la Moneda y empezar desde ahí el desfile.

—¿Campesinos? —pregunta Mael—. ¿Cuántos campesinos?

—Cuéntalos por miles.

Miles.

Es cierto que el coro de voces pidiendo mi liberación no ha cesado, mas no imaginé que llegara a tanto. Miles de campesinos.

Los muchachos y yo salimos del Cenicero custodiados por una veintena de soldados. Nos obligan a caminar hasta una salida del castillo que sólo utiliza la Guardia y ahí nos obligan a entrar en una jaula.

 Ahora que no nos redean paredes de piedra podemos escuchar con más claridad lo que la multitud pide.  

¡NO MÁS REGINAM!

¡JUSTICIA A HEDDA!

¡JUSTICIA A GERLAC!

¡LIBEREN A ELENA!

—Adiós, muchachos... los extrañaremos —se despide con sarcasmo Claudio de algunos de sus ex compañeros de la Guardia.

—Nadie les obligó a meterse en semejante lío —le responde de mala gana uno de ellos.

—Preferimos morir como hombres en lugar de vivir como cobardes  —le maldice Mael.

Delante y detrás de nuestra jaula sitúan otras con fieras salvajes dentro. Entre ellas, una en la que está encerrado Glotoncito. Suspiro. No me muerdas tan fuerte, gatito. Malule ordena echar a andar a los caballos que acarrearán las jaulas y con eso empieza la caravana. Una sola jaula llena de Filius sin nada de bufones o acróbatas, sólo nosotros y más soldados a caballo.

—Esto no es normal —digo a Alan—. Esta no es la forma en la que suelen llevar a los Filius hasta la Rota. Siempre los obligan a ayudar a halar las jaulas de las fieras.

—¿Te estás quejando? —me pregunta Claudio, con una mueca.

—No, pero tiene que haber una razón para cambiar toda una vida de tradición y hacerlo de esta manera.

—La hay. Escucha atenta —dice Mael, con los ojos entrecerrados.

Debo poner más atención.

Cuando nuestra jaula sale a la Plaza de la reina, vemos con asombro el mar de gente frente a nosotros.

Alan abre y cierra sus ojos un par de veces, tal vez creyendo que está soñando. —Jamás había visto algo parecido.

Son miles de personas. Desde el Cenicero sólo podíamos escucharles y, ni siendo positivos, hubiéramos imagino que fueran tantos y todos sostienen estandartes y proclamas de repudio.

"No has quitado tanto que también nos quitaste el miedo"

"Nosotros somos centenares por cada uno de ustedes"

"No somos ratas"

"Bienvenida a la revolución, Eleanor"

"Nunca más"

"ASESINA"

"¡Justicia para Hedda!"

"La H no es muda"

"LIBEREN A ELENA"

Alan da un ligero apretón a mi hombro. —Tu provocaste esto, Elena —dice, orgulloso de mi.

—No —niego, rehusándome a recibir un honor que no merezco—, fue Hedda.

—Con tu ayuda. Tú fuiste la causa, Hedda fue el canal... Pero ella ya no está. Aún así, espero que donde esté pueda ver esto.

Sin duda La H se sentiría orgullosa. Yo estoy asustada. ¿Esperé durante tanto tiempo ver esto y ahora tengo miedo?

"Tienen miedo de que ya no les tengamos miedo"

Las frases de La H destacan entre los edictos, es como si ella estuviera enviándonos un mensaje. Alan lo ve de igual manera.

Gracias, Hedda.

Gentre entre la multitud me reconoce y muchos se vuelcan hacia nuestra jaula para intentar echarla abajo. Asustada, alcanzo a ver cientos de manos empujando los barrotes que me aprisionan a mi y a los muchachos.

—¡Nos van a liberar! —vitorea Claudio, sin embargo un rugido hace huir a la multitud.

Intento ver qué pasa, y aunque no corro peligro por estar encerrada en una jaula, al igual que todos trato de ponerme a salvo. Los soldados liberaron a Glotoncito y a dos leonas para alejar a los campesinos.

Malule, la Rata y soldados de la Guardia ríen al ver la desesperación de las personas que, aterradas, tratan de huir de las fieras. 

—Si hubiéramos hecho esto desde el inicio, no habrían más protestas —escucho reír a Malule—,  pero el estúpido de Gavrel siempre tiene que arruinar la diversión. 

—Elena... —Al mismo tiempo escucho una voz justo detrás de mí. Me vuelvo para ver quién es.

Garay

Es Garay y está acuclillado junto a nuestra jaula.

—Eres una tonta —dice, notablemente molesto—, pero te juro que voy a sacarte con vida de la Rota.

Tengo poco tiempo, por lo que decido priorizar lo que le digo:

—Dile a mi papá que lo siento, dile que yo sólo quise ayudar. Pídele que siga luchando... que yo estaré bien.

¿Se puede estar bien estando muerto? En cualquier caso, lo único que necesito es que mi padre no se sienta culpable.

—Voy. A. Sacarte. Viva. De allí —repite Garay y se marcha antes de que pueda decirle algo más.

Cuando la multitud por fin se dispersa, Malule ordena echar a andar otra vez los caballos para que continúe la caravana.

—¿Duardo Garay? —pregunta Claudio.

Los muchachos parecen impresionados. Los cuatro fueron testigos de Garay... visitándome.

—¿Lo conocen? —pregunto, asombrada. Me refiero a que cualquiera conoce a Garay, pero ellos parecen saber más.

Mael me guiña un ojo. —Lo hemos perseguido por años, aunque no con muchas ganas de atraparlo.

Eso explicaría, en parte, por qué Garay siempre se le escapa a la Guardia real. 

—Crecimos juntos —digo, a manera de explicación—. Es como un hermano para mí.

—Y si él te dijo que te liberará, lo hará —suspira Alan, esperanzado—. Vas a sobrevivir, Elena.

—Yo quiero que ustedes también vivan. Debí pedirle a Garay que también les ayude.

Dekan niega con la cabeza. —Debe estar molesto con nosotros porque fallamos la misión que nos encomendó.

—¿Misión?

—Prenderle fuego a la Rota. Él nos lo pidió eso a cambio de unirnos al Partido. 

Ahora estoy enojada. —¿Están metidos en este lío por culpa de Garay?

—Ya no te preocupes por nosotros —Alan luce tan tranquilo con esta situación que empieza a preocuparme—. A mí me hace feliz saber que tú saldrás con vida de la Rota.

No puedo negar que la promesa de Garay me da una pequeña esperanza, sin embargo, el temor va en aumento. Garay ha visto marchar amigos suyos hacia la Rota y nunca ha intercedido. Porque eso no sólo lo pondría a él en peligro, sino también a todo el Movimiento rebelde. ¿Estará fiándose del apoyo de Wes? ¿Imelda es la Rosa del Príncipe negro? Me siento más ansiosa que nunca. Quiero que esto termine pronto y saber si voy a vivir o voy a morir.

El público en la Plaza de la Moneda es diferente al que teníamos en la Plaza de la reina, niños nos arrojan a la cara tomates podridos y demás gente nos insulta. Están más molestos que de costumbre porque nuestra carava no lleva ningún tipo de espectáculo.

A mi pesar, mi mirada se encuentra con la de Kire... ella está acompañada del cerdo de Nathan, pero tal como le enseñé, no demuestra ningún tipo de compasión por mí. Cojo un poco de aire y pienso en que ya no tengo amigas. Traicioné a Isobel, Sigrid debe estar camino a Roncesvalles, no sé dónde está Marta y no significo nada para Kire. Por otro lado, espero que al menos Gio esté bien. 

...

Las mazmorras de la Rota no son tan diferentes a las del castillo, lo único que cambia es que esta vez sí estoy completamente encerrada. Aquí no hay Cenicero. Mi prisión es algo así como un agujero, no puedo ver nada, me falta el aire y si no me muevo constantemente me muerden las ratas. Aquí, sola en la oscuridad, me he permitido llorar otra vez por Thiago

Papá... 

Gio... 

Kire...

Gavrel.

Nadie me alimenta y únicamente me sacan para practicar el espectáculo que daré mañana. Al menos puedo confirmar que Regalo está bien. Xavier tiene razón, no le harán daño por ser un corcel pura sangre.

No duermo, en parte por el hedor que emana de este agujero, en parte por el hambre, en parte por el frío, en parte por el miedo y en parte por las ratas que van y vienen dentro. Extraño a Alan. Extraño a Wes y a Glotoncito. Me pregunto si los muchachos se resignaron o si todavía sienten miedo. 

Y también extraño a Gavrel. Aquí, en la oscuridad, me permito admitirlo...

¡Pero él se puede ir al infierno! ¡Él y toda su familia! Se marchó a Orisol, dejándome a merced de su sanguinaria madre.

...

Llegó el día. 

Cómo iba a yo saber que mi madre tenía razón y que moriría en la Rota. Esto es una pesadilla, no obstante decidí ser valiente e intentaré no mostrar que tengo miedo. Allá afuera muchas personas esperan que no baje la cabeza y eso haré. Al menos por ti, Hedda. No puedo matar las esperanzas de la gente que confió en nosotras y mostrarme como a una campesina miedosa y débil delante de Eleanor.

Lila y yo nos encerramos en medio de cuatro cortinas y me ayuda a lavarme, después me ayuda a vestirme y peinarme. Debo estar lista para el circo. Lila diseñó para mí un vestido blanco repleto de pedrería. A mi pesar, me percato de que es traslúcido, se me ve todo salvo mis pechos y mi entrepierna. Sin embargo, puedo moverme fácilmente, que es lo importante para lo que voy a hacer. Lila recoge por completo mi cabello y lo decora con un tocado de plumas. También me maquilla.

—Este es el primer vestuario que usarás —dice, apenada.

—¿Hay uno más? 

Claro, la sorpresa.

—Un vestido blanco sencillo.

—Así que moriré vestida de blanco...

Lila se incomoda al escucharme decir eso. Oye, soy yo la que quizá muera hoy

—Elena, Adnan y yo queremos que sepas que... estamos contigo.

Ellos son buenas personas y no tienen la culpa de mis estupideces. 

—También estoy con ustedes —digo, despidiéndome.

La antesala a la Arena de la Rota está repleta de soldados y esclavos. En medio de todos encuentro a Alan y los muchachos. Ninguno viste de forma estrafalaria. A ellos los vistieron con uniformes de soldados de la Guardia real, uniformes sin insignias. ¿Qué les harán?

—Wow, Elena —me saluda sonriente Mael—, ya sin mugre en la cara te ves... Wow.

Alan codea a Mael. —¿Seguro que es su cara lo que estás viendo?

Agradezco el cumplido mientras trato de ignorar a los soldados. Ellos también me están mirando, aunque, con Wes lejos de aquí, no tienen ningún problema en faltarme al respeto con miradas y palabras.

Hay por lo menos treinta soldados y tres de ellos, curiosamente, están utilizando una armadura y un yelmo que les cubre por completo la cara. Y otro más, además de la armadura y el yelmo, tiene encima una capa. Quizá son actores, o quizá son los soldados encargados de hincarnos la espada en el corazón de no morir rápido hoy.

Alan intenta hacer callar a los soldados que me están faltando al respeto, sin embargo eso sólo empeora todo. Él y los muchachos ahora son enemigos de todos ellos, por lo que es peor para mí que intenten defenderme. Por lo mismo, doy un salto cuando siento unas manos metálicas sobre mis hombros. Me vuelvo para ver qué pasa. El soldado que además de armadura y yelmo tenía una capa negra sobre su cuerpo, se la acaba de quitar y ahora intenta colocarla sobre mi cuerpo semidesnudo para protegerme. No puedo ver su rostro, pero le doy las gracias. 

Los demás soldados le abuchean y tratan de acercarse a mí para intentar quitarme otra vez la capa. Por consiguiente, los otros soldados que también están usando armadura y yelmo los amenazan a todos con espadas.

—¿Qué mierda? —escucho maldecir a Alan.

—Nadie se atrevería a empujar una espada hacia un soldado de la Guardia real de no contar con buen respaldo —bufa Mael, también sorprendido—. Mira cómo todos callan y retroceden —le dice a Alan—. ¿Quiénes son esos cuatro?

—O quién les está respaldando —responde Alan.

Baron.

Observo detenidamente a los soldados vestidos con armadura negra y yelmo. Tres de ellos tienen labradas hojas puntiagudas sobre el peto, pero el otro, él que me cubrió con su capa, no tiene una hoja... tiene una rosa.

El Príncipe Negro. 

Me estremezco. ¿Por qué Wes no me puso al tanto de esto?

Cuando todo vuelve a la calma, los cuatro soldados con armadura se reúnen en una esquina para hablar.

—Claudio, ¿qué cargo tiene Baron en la Guardia real? —pregunto, confusa.

Le escuché decir que es la mano derecha de Gavrel, pero quiero saber qué tanta autoridad tiene.

—Es la mano derecha de Gavrel, es el segundo al mando.

—Y al no estar Gavrel en Bitania, ¿él queda a cargo?

—Sí. Él y Malule.

—¿Conoces a Baron? —me pregunta Alan, siempre sorprendido con mis amistades.

—A su madre —Trato de pensar con cuidado mis palabras para no ser indiscreta—. Yo la ayudé y Baron prometió que me devolvería el favor. Creo que él ha estado protegiéndome.

No puedo decirles que Baron es hijo de Wes.

—Baron es un imbécil —zanja Alan—, me es difícil creer que esté ayudándote.

Alan es el único que no luce muy convencido de lo que digo, mas no hace más preguntas y sigue mirando de manera sospechosa a los soldados con armadura.

No pasa mucho tiempo cuando Xavier se acerca a nosotros con cinco pajitas en mano. 

—Cada pajita tiene diferente tamaño —advierte—. Quien coja la más pequeña será el primero en participar en Reginam, y así hasta terminar. En el caso de Alan y Mael, que harán su número juntos, uno de ustedes debe coger una pajita.

Los cinco nos deseamos suerte y elegimos. La mía no es tan pequeña... Observo las demás y deduzco que saldré tercera. Moriré después de Claudio y Dekan. 

Será difícil, pero por lo menos no veré morir a Alan. Sin embargo, Alan no quiere que así sea. 

—Nosotros vamos a intercambiar nuestra pajita con la de Elena —dice a Xavier, tras intercambiar palabras con Mael.

—No —me niego—. Yo no quiero verte morir. De hecho, quisiera intercambiar mi pajita con la de Claudio. Ya quiero que esto acabe.

—Yo también me niego a verte morir, Elena —Alan está decido. Me arrebata mi pajita y me obliga a coger la suya... después me da un abrazo—. Eso le dará más tiempo a Garay —susurra a mi oído.

Xavier no piensa igual. —Nadie cambiará su suerte con la nadie —rezonga—. El espectáculo se quedará en el orden que establecimos al principio. Ustedes —señala a uno de los extraños soldados con armadura—. Encárguense de custodiar a los Filius mientras empezamos.

Alan no para de mirar hacia todos lados, buscando... Sigue esperanzado de que Garay vendrá. Yo también creo que cumplirá su promesa, pero me asusta pensar en las consecuencias que tendremos todos si algo sale mal.

La Rota no tarda en llenarse. Al estar nosotros en la parte subterránea del anfiteatro, el techo y el suelo tiemblan constantemente. No sé cómo nadie teme que esto se venga abajo. 

Ojalá se viniera abajo.

La voz de Sombrero grande invade pronto nuestros oídos. Dice lo de costumbre: Los traidores deben ser castigados bla bla bla, somos hijos de la reina y debemos pagar aquí para que nuestras almas tengan paz eterna bla bla bla; y recuerda a todos que todo rebelde será castigado. Hace énfasis en esto último. Debe ser por las protestas. Finalmente presenta a la bruja de Eleanor y resto de la familia Abularach y dan por inaugurado el espectáculo. 

Así que hoy no va a criticar a nadie...

El sonido de los tambores nos alerta a todos. Claudio no da la cara, él ya nos lo había dicho en el Cenicero. No quiero que se despidan de mí. Xavier le pide que se aproxime y lo encamina hacia la portezuela más cercana. Vemos a Claudio hacer su camino hacia la Arena y el público vitorea.

—¡El primer Filio! ¡Un soldado que traicionó la confianza de la reina! —Sombrero grande presenta a Claudio—. Si quiso ir a la guerra en contra de ella, aquí en la Rota tendrá la oportunidad...

Empieza la música y en esta destaca el sonido de una tuba.

Una veintena de actores vestidos como soldados y rebeldes entran a la antesala. Representan dos ejércitos diferentes, los de la Guardia real y las Serpientes. Xavier les da indicaciones y pronto les permite el ingreso a la Arena.

—Vestido como uno de los nuestros le harán pelear en contra de los enemigos, pero después montarán un número de traición y le quitarán la investidura frente a todos... y le dejarán desnudo. Después de eso se lo entregarán a las leonas —cuenta Xavier, a nadie en particular.

Es más de lo que queríamos saber. Pobre Claudio.

Esperamos. Después de lo que se siente como una eternidad escuchamos el rugir de las leonas y los gritos desesperados de Claudio.

Me pongo de pie. —¡Son unos sádicos! —le estoy gritando a Xavier y a los soldados.

—No llores porque arruinarás tu maquillaje —objeta él y que me responda eso me enfurece aún más.

—¡Vete al infierno! ¡Porque si existe un infierno, estoy segura de que ustedes irán directo a él!

—¿Si existe un infierno? ¿Acaso estás poniendo en duda al santo libro? —Xavier señala a uno de los soldados de la Guardia real y después me señala a mí—. Castígala como se castiga a un hereje.

Me van a quitar la lengua. 

Alan, Dekan y Mael intentan ayudarme, pero los soldados los detienen y otros dos me cogen cada uno de un brazo mientras uno más se aproxima a mí con espada en mano. Todo sucede tan rápido que no puedo reaccionar a tiempo. Sin embargo, cuando mi verdugo está a unos cuantos pasos de mi, el soldado que tiene grabada una rosa en el peto lo intercepta y le coloca una espada justo debajo de la barbilla.

—Atrás —demanda. El soldado de la Guardia no se lo piensa dos veces.

—¡ACABO DE DAR UNA ORDEN! —le grita Xavier, furioso.

—La única orden que debe respetarse fue la que dio su Majestad, la reina Eleanor, y ella ordenó que esta Filia muera en la Rota —responde otro de los soldados cubiertos con armadura.

Si este hombre se atreve a pasar sobre la autoridad de Xavier debe tener un buen respaldo. Eso dijo Alan. Baron. Aunque Garay también está lo suficientemente loco como para fingir ser alguien más. ¿Eres tú Garay? ¿Eres tú quien lleva puesta la armadura de su padre e intenta ayudarme? ¿Y quiénes son los otros tres? Conejo tuerto, Ratón feliz...  ¿Se arriesgaron tanto para ayudarme?

Xavier no discute con el soldado y se traga su veneno, pero mi pequeña victoria se ve opacada cuando un par de esclavos entran de regreso a la antesala con lo que queda Claudio.

Dekan es el siguiente. Él no tiene el mismo temple que Claudio. No puede evitar derramar un par de lágrimas.

—Lo siento tanto por Marta —lamenta, temblando.

Lo abrazo e intento consolarlo un poco. —Confiemos en que ella estará bien.

—Que en los bares del pueblo se diga que morí intentando defender el honor demi pueblo —dice, valiente.

—Así será, hermano —declara Alan y también le da un abrazo. Mael también le dice adiós a Dekan.

Yo seré la siguiente en despedirme. Quizá, al igual que Claudio, debí decirles que tampoco quería hacerlo y así evitar que esto sea más difícil.

Sombrero grande presenta a Dekan y, acto seguido, se escucha el redoblar de los tambores. El público allá afuera está cantando en coro.

¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU!

¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU!

¡WE WILL, WE WILL ROCK YOU!

Como Xavier está molesto no tenemos idea de cómo le tocará morir a Dekan, pero que agua en bastedad se esté filtrando por las portezuelas nos da una ligera idea. Tampoco se escucha el sonido de ninguna fiera. ¿Qué está pasando?

Un soldado de la Guardia decide espiar y regresa con noticias para todos. —Hay un barco en medio de la Rota.

—Un barco pirata —chilla Xavier para aclarar.

Mi cara horrorizada hace sentir avergonzado al soldado. —Sólo eso diré.

Xavier aclara todo, más por maldad que por considerado. Él quiere que sepamos cómo va a morir Dekan. —Es un soldado traidor en manos de piratas. Lo harán caminar por la tabla y morirá despedazado por cocodrilos.

Rezo a la Madre pidiendo consuelo y resignación para Marta e intento distraerme platicando con Alan.

—¿Cómo un barco?

—No es la primera vez que lo usan —me intenta explicar Alan. Xavier le enseña los dientes por insinuar que está siendo poco original—. No es exactamente un barco, al menos no uno de verdad. Es sólo escenografía.

¡WE WIL, WE WILL ROCK YOU!

¡WE WIL, WE WILL ROCK YOU!

Los aplausos y zapateos hacen temblar las paredes.

El graderío no está a favor de Dekan. No nos sorprende, porque casi nunca están a favor de nadie. Pronto todo acaba... 

Dekan está muerto.

—Tardarán un poco en volver a preparar la Arena —musito.

—No hay prisa —sonríe triste Alan.

—Ya quiero que todo termine.

Alan rechina los dientes molesto. —Si pudiera lo mataría.

—¿A quién?

—Dijo que te liberaría.

Garay... —Bueno, aún no estoy muerta y a él le gusta hacer sus hazañas en público.

Porque es un fanfarrón.

—Es cierto —Alan se da nuevos animos—. No debo ser negativo.

—Oye —cojo su mano— pase lo que pase estaré bien, ¿de acuerdo? No me arrepiento de nada. Y le pedí a ya sabes quién que le pida perdón en mi nombre a mi padre. Puedo morir en paz.

—No digas eso.

—Sólo quiero saber que estarás bien.

Mis ojos le suplican a Alan una respuesta. Necesito saber que él estará bien. 

—Te prometo que estaré bien —dice por fin—. Estaré bien la hora o dos horas que me queden más de vida.

Entrelazamos nuestros dedos y esperamos. ¿Todo pudo ser diferente si lo hubiera conocido antes? Nunca lo sabré.

—Elena Novak, sigues tú.

La enorme sonrisa que tiene Xavier en el rostro me demuestra el gusto que le da decir eso.

No le doy la satisfacción de verme de rodillas. Con la dignidad que me queda quito de mis hombros la capa con la que me cubrió el Príncipe negro y camino hacia la portezuela por la que me está indicando Xavier que debo salir a la Arena.

—¡Traigan al caballo! —exige.

Lila decoró la cabeza, la silla y las patas de Regalo para que están a juego con mi vestimenta. Se ve hermoso. Así es como quiero recordarlo.

—Entrarás a la Arena montada en el caballo —me ordena Xavier—. Cuando escuches la música empiezas.

Cuando Xavier me ofrece echarme una mano para que pueda montar a Regalo, es interrumpido por el soldado que tiene grabada una rosa sobre el peto. El Príncipe negro. 

—Yo le ayudo —dice, de mala gana y obliga a Xavier a apartarse. Escuché su voz, pero no puedo reconocerla. Debe ser por el yelmo.

¿O será posible que me esté ayudando alguien que ni siquiera conozco? Pero, ¿por qué? No me puedo detener si quiera a pensar en eso.

Cuando veo a Alan acercarse, corro a abrazarlo. Es quizá la última persona que tocaré. Él busca mi boca y me pide despedirnos con un beso. Si esa es su última voluntad, que así sea. Nada de palabras, sólo nos damos un beso. Un último beso.

El Príncipe Negro, todavía custodiándome, me dice que ya es hora y me ayuda a montar a Regalo. Quisiera poder agradecerle, pero temo equivocarme y poner en riesgo a alguien. Si menciono a Garay y no es él, podría estar arruinando su plan de sacarme con vida de aquí y así advertir a la Guardia que él está cerca; y si menciono a Baron y tampoco  es el Príncipe Negro, sabrán que intentó ayudar a una traidora y también correría riesgo. Así que no puedo decir nada. Por lo que me limito a dirigirle una mirada de agradecimiento. 

Seas quien seas, gracias por ayudarme.

—No estarás sola allá afuera  —afirma, para mi sorpresa, sin embargo se marcha antes de que pueda decirle algo a cambio.

Hago mi camino hasta la Arena. El griterío es ensordecedor, pero debo soportarle. Regalo se asusta y se para en dos patas. Consigo tranquilizarlo al acariciar su melena. A la postre, eso también me tranquiliza a mí.

—Pocas veces tenemos a una Filia en el espectáculo —dice Sombrero grande, con micrófono en mano de pie sobre una tarim—, por eso la aprovecharemos lo más que podamos. ¿Qué opinan? —Escucho gritos y aplausos y empieza el redoble de los tambores—. Pero esta no es cualquier Filia, esta mujer es la campesina bocona que arruinó la fiesta del príncipe Sasha.

Campesina bocona.

Escucho que la multitud me abuchea, mas no logro ver mucho. Un reflector colocado frente a mi cara me está encandilando. Cuando lo mueven puedo ver mejor.

La Rota se ve mucho más grande desde aquí. Me siento pequeñita al darme cuenta de que miles de ojos están mirándome, aún así levanto la barbilla para mostrarme valiente. Las pantallas gigantes aún están colocadas en el anfiteatro y ahora mismo muestran a Sasha. Gavrel no está sentado a su lado. ¿Qué esperaba? Él dijo que no iba a verme morir.

—¿Verdad que no le perdonaremos a esta Filia que haya arruinado la fiesta de cumpleaños de nuestro príncipe?

¡NO!

Eso no es lo que me trajo aquí. A Eleanor debió encantarle que la fiesta de Sasha saliera mal. Me están castigando por lo que dije.

Las pantallas gigantes siguen mostrando al auditorio la cara de Sasha que, para mi sorpresa, no es de gloria o burla. Sasha está serio. Serio y en silencio, actitud poco usual en él.

Música. Debo echar a andar a Regalo y empezar mi acto.

—¡Por eso ahora dará un espectáculo para nosotros! —celebra Sombrero grande y empiezo. Primero doy una vuelta a la Arena sentada en la silla, después, tal y como lo practiqué cientos de veces, me pongo de pie sobre esta—. ¡Asombroso! Arruina una fiesta y ahora está dispuesta a darnos una. ¿Qué tal la vista, caballeros?

Un silbido. Dos. Tres. Cientos. Ahora veo el por qué de esta vestimenta. Quieren que muera totalmente humillada.

La música que eligieron para mi incluye el sutil sonido de un violín. Intento concentrarme en eso y en lo que estoy haciendo mientras caen miles de serpentinas sobre mi cara. Una por una hago las acrobacias acordadas sin fallar alguna. El público me celebra y ovaciona. Aún así, no tardan en empezar a pedir mi sangre.

¡WE WIL, WE WILL ROCK YOU!

¡WE WIL, WE WILL ROCK YOU!

¡WE WIL, WE WILL ROCK YOU!

Cuando termino de presentar mi última acrobacia, me pongo de pie sobre la silla de Regalo para darle la cara a la reina. Desde su palco ella me mira con los ojos entrecerrados. A su lado están el rey Jorge, el obispo, Sasha, la condesa y Farrah. Los únicos ausentes son Gavrel e Isobel.

La reina levanta su mano izquierda para indicar al auditorio que debe callarse.

—No se desesperen, queridos —pide a todos Sombrero grande, aplaudiendo—, que la Filia no ha terminado. Irá a cambiarse el vestuario y volverá para continuar con el espectáculo.

Como lo teníamos planeado, montando a Regalo regreso a la misma portezuela por la que salí. Ahí me esperan Lila y una sirvienta, que pacientes me ayudan cambiarme de vestuario. Ahora llevaré el cabello suelto y vestiré de blanco. Mientras, tal como me lo prometió, Xavier ordena que Regalo sea devuelvo a las caballerías. Por lo menos él estará bien.

Antes de irse, Lila sostiene con fuerza mi mano y me promete que todo saldrá bien. No entiendo a qué se refiere. ¿Espera que muera rápido?

Sombrero grande anuncia que va a narrar una historia, la historia de una hermosa, pero tonta campesina que se aventura y se enamora de un rey.

De pie bajo el marco de la portezuela que me conducirá de regreso a la Arena... 

—Mírame —escucho que Xavier me llama y me vuelvo hacia él para ver qué quiere. 

Es entonces cuando un soldado me coge por la espalda de los brazos y otro me sujeta las manos. De esa forma, Xavier vierte sobre mi boca un liquido transparente y después me empuja de regreso a la Arena.

—Aplaudiré con todas mis fuerzas tu muerte —se despide, cerrando el enrejado de la portezuela por la que acabo de salir.

—La campesina caminaba por el bosque cierto día... —cuenta Sombrero Grande. 

Hay árboles falsos sobre la Arena, árboles y flores... Las flores son narcisos blancos. No puede empeorar más mi suerte. 

Camino despacio mientras Sombrero Grande continua narrando: 

—Iba tranquila hasta que escuchó a lo lejos una hermosa voz.

A continuación, escucho la voz de un tenor.

Arriba el cielo. Abajo el infierno. En medio del bosque mi amor.

Arriba el cielo. Abajo el infierno. En medio del bosque mi amor.

Arriba el cielo. Abajo el infierno. En medio del bosque mi amor.

Un hombre con estómago enorme y flácida papada, que además está disfrazado de rey, está de pie sobre una tarima en la zona debajo del palco de la famila real. 

—Vivo solo. Muero solo. Porque a todos sólo les interesa mi oro —canta el gordo.

Vivo solo. Muero solo. Porque a todos sólo les interesa mi oro.

Vivo solo. Muero solo. Porque a todos sólo les interesa mi oro.

—La campesina al escuchar el lamento de aquel rey, se compadeció de él —continua Sombrero grande. 

En una pantalla gigante de la Rota aparece mi cara. No tengo cara de que esté compadeciendo a alguien. Estoy enojada.

Arriba el cielo. Abajo el infierno. En medio del bosque mi amor.

Arriba el cielo. Abajo el infierno. En medio del bosque mi amor.

Arriba el cielo. Abajo el infierno. En medio del bosque mi amor.

Sombrero Grande explica a todos que el rey intenta atraerme con su canto, pero como yo soy tonta no encuentro el camino hacia él.

Empiezo a sentirme mareada.

—¡Es por eso de que antes de que la campesina encuentre al rey, un enorme y hambriento león la encuentra a ella!

Una parte del suelo se abre de par en par mecánicamente y de esa forma Glotoncito entra a la Arena. El graderío aplaude que la muerte me está rondando. Todos aplauden dos veces y zapatean una vez, y así muchas veces.

Ya empezaron.

¡WE WIL, WE WILL ROCK YOU!

¡WE WIL, WE WILL ROCK YOU!

¡WE WIL, WE WILL ROCK YOU!

Me apoyo en un árbol para no caerme, pues mi aturdimiento va en aumento. ¿Qué me dieron a beber? Es por esto que los Filius no dan batalla en la Arena, son narcotizados para que resulte más fácil matarlos.

Todos están esperando que pelee por mi vida e intente huir de Glotoncito, pero permanezco cerca de él. Si muero espero que sea aburrido el espectáculo y termine rápido.

Glotoncito da vueltas alrededor mío para menguarme y acorralarme. No hace falta, le voy a recibir con los brazos abiertos. En cualquier caso, no sé si es porque cada vez me siento más embriagada y estoy imaginando todo, pero para mi asombro le veo estrechar sus ojos y mover dos veces su cola cuando por fin consigue reconocerme. Torpemente me acerco a él para acariciar sus orejas,

—¡La doncella ha domado a la bestia! —alaba con asombro Sombrero grande y el público rompe en aplausos—. ¡INCREÍBLE! ¡Con su belleza e inocencia le ha hipnotizado!

Puedo ver en los ojos de Glotoncito un fugaz e inocente brillo. Te están usando para hacer daño. Wes tiene razón, estos animales también son víctimas de Eleanor.

Me siento al pie del árbol y Glotoncito se echa a mi lado, el público, aún sin poder creerlo, aplaude con admiración. Si quiero salir viva de aquí tengo que conmoverlos y tenerlos de mi lado. ¿Quiero salir viva de aquí? Mi duda finaliza cuando las pantallas gigantes muestran el simétrico rostro de Eleanor. No se ve contenta.

—¡Es hora de que la reina decida si la Filia vive o muere! —anuncia a todos Sombrero Grande.

¡VIVE!

¡VIVE!

¡VIVE!

El público está cantando que me dejen vivir, el pulgar de la mayoría en el graderío está apuntando hacia arriba. Me cuesta creerlo pero en verdad está sucediendo. Me eché a la bolsa al auditorio de la Rota. ¿Eleanor los complacerá? Gio dijo que tiene que hacerlo.

—¿La Filia VIVE? ¿Qué dice usted, Majestad? —Sombrero grande dirige la atención hacia Eleanor, pero ella está ocupada dando indicaciones a un grupo de soldados. ¿Qué les está pidiendo?—. Al parecer todavía no es hora de decidir si la Filia vive o muere, damas y caballeros —avisa Sombrero Grande, señalando nervioso una de las portezuelas—. Hay otra sorpresa.

¿Otra sorpresa?

Como puedo me incorporo para ver mejor. Una por una, las portezuelas a mi derecha se abren dos minutos más tarde y de esta salen una veintena de bestias.

Hienas.

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Yo: —Eleanor no quiere dejar vivir a Elena :'(

Lectores: —¡Eres tú, Tati! 

Yo: —Eleanor, dije... :'(

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¡GRACIAS por estar votando y comentando!

Les dejo con otro lindo dibujo de Monse Sarabia compartido en el grupo de Facebook Tatiana M. Alonzo - Libros

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