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51. Payasos y Prostitutas

MORIA

Risitas. Cositas. Tonterías. Lisonja. Aderezo y Pelotilla.

Garay quiere que Lea y yo consigamos información sobre los interrogatorios de los soldados capturados. Me estoy preparando para otra noche en Amarantus.

Me gusta verme como muñeca y los clientes disfrutan jugar conmigo a que soy una niña pequeña. Asqueroso, pero adoro ponerme vestidos de seda; de preferencia grises, con un corsé que apriete bien mi cintura y una falda abullonada que caiga sobre mis muslos, y en mis piernas medias altas a rayas. Mis pies los meto en tacos altos, mi cabello dorado lo anudo en dos coletas revueltas y, finalmente, coloco en mi cuello un listón con una flor. Adoro este listón. Mi maquillaje tiene que ser artístico por requisito, y de circo, pero no me gusta pintar mi nariz de color rojo. Yo suelo destacar más mis labios, sobre los que dibujo un corazón pequeño; y mis ojos... mis ojos los pinto tristes... como si llorasen.

Estoy lista para salir a escena.

A Amarantus vienen la mayoría de artistas que participan en la Rota. Cantantes. Actores. Trapecistas. Acróbatas. Y con todos me llevo bien. A fin de cuentas todos nos prostituimos.

—Ahí están...

Lea señala discretamente a un grupo de payasos mientras se acomoda um roído corsé. Ellos son seis y como buenos payasos vienen cubiertos con colores chillones y maquillaje exagerado. Me aterran, pero pagan bien.

—Anel escuchó que quieren participar en una orgía —dice Lea.

Estos enfermos.

—Pero hay que embriagarlos primero —propongo.

Insisto en que mi historia no es encantadora, lozana y mucho menos es romántica. Después de que mi padre murió, mi madre, en vez de ofrecer mi mano al príncipe Gavrel, me obligó a ayudarle en el negocio familiar: Trueque de esclavos. Intercambiábamos gente de color por tierra o dinero. Sin embargo, en nuestras manos el negoció cayó. Los clientes habituales sólo querían negociar con mi padre.

Años después estaba por casarme con un joven adinerado cuando, el día de la boda, en la puerta de la iglesia, vi a cuatro soldados llevárselo al filo de la espada. Acusaban a mi prometido de ser Serpiente. ¡Qué mentira! Él no era Serpiente, él sólo estuvo mal parado un día. Glen —ese era su nombre— se resistió a la captura y dio batalla hasta el último momento. Mi valiente Glen. Pero murió en mis brazos después de que uno de los soldados lo atravesó con su espada. El soldado se llamaba Calzo.

No entré a la iglesia. No volví a casa. Caminé por las calles sola y desesperada. Fue entonces cuando Saba me encontró, elogió mi vestido de novia y me preguntó si quería trabajar en Amarantus de mesera o de puta. Empecé como mesera pero Anel me convenció de sacarle provecho al vestido y montar un número en el que Saba ofrecía a los mejores clientes a una novia joven y virgen. No era tan joven para entonces, ya había cumplido los veinte y definitivamente no era virgen. Pero funcionó. Cayeron muchos hombres, entre ellos Calzo.

La noche en la que Calzo quiso tomarme, lo maté. Lo amarré a la cama y lo asfixié con una almohada. ¿Por qué no me arrestaron? Fácil. Acusé del asesinato a Duardo Garay, que para entonces ya era un alborotador famoso; y como también uno de mis mejores clientes es Juno Malule, la libré. O eso pensé.

Duardo Garay me visitó una noche y, a su modo, me reclamó acusarle de asesino. Temí por mi vida, así que le ofrecí mi cuerpo y mi cama, pero no aceptó. Dijo que prefería la información. Me pidió contarle por qué asesiné a Calzo y también me obligó a escupir lo que sabía de Malule y algunos hombres del Burgo. Lo que escuchó lo fascino y empezó a venir con frecuencia a Amarantus por más información. Con los años nos hicimos socios y amigos, y pidió a Viktor Novak aceptarme como espía de las Serpientes.

—¿Quién la tiene más grande? —pregunto, apresurando a Pelotilla a que encienda mi cigarro—. ¿Un payaso o un soldado?

—Un payaso —responde el más osado de los seis. Risitas.

—Aunque un soldado también es payaso —digo—. Me pregunto si un payaso también puede ser soldado.

Lea coge la oportunidad. —Últimamente prefiero a los payasos —dice.

Los seis payasos, ahora ebrios, celebran lo dicho.

—¿Por qué, Lea? —pregunto fingiendo no saber.

Ella finge preocupación. —Porque no sea que un soldado quiera prenderme fuego... de más —guiña un ojo.

Todos reímos tontamente.

—¿Ves? —me dice al oído Risitas—. Ni siquiera eso pueden hacer bien. Los atraparon a los cuatro.

Ahí quiero llegar...

—Uno folló conmigo —miento.

—¿Alan o Mael? —pregunta de mal humor Aderezo—. Porque Dekan y Claudio son maricas.

—Ambos. ¿No les contaron?

—Ellos no le cuentan nada a nadie —ríe resentido otro payaso, que también está cayéndose de borracho—. Son como tumbas.

Todos nos carcajeamos otra vez. Sigan hablando, cretinos.

—¿Por qué tumbas? —pregunto, coqueta.

—No quisieron soltar la sopa en los interrogatorios —dice con un bostezo Lisonja.

Bien.

Lea ya está encima de otro de los pintarrajeados, me toca dar el siguiente paso: Me siento en las piernas de Risitas y le susurro al oído:

—¿Y si uno de ellos era Serpiente y quiere venir a asesinarme?

El bufa, aunque, para no perder el tiempo, me sube la falda.

—¿No escuchaste a Cositas? No dicen nada. Nada.

Estamos escondidos dentro de la habitación de Lea, por lo que me animo a preguntar lo que sea sin temor de ser escuchada por algún soldado de la Guardia.

—No te creo —le cuchicheo a Risitas, empezando a jugar con él y mi corsé—. ¿No dijeron para quién trabajan?

Risitas ríe grotescamente cuando paso mi lengua por su oreja. —Lo hicieron todo solos.

—¿Seguro?

El payaso me sorprende cuando me coge del cuello.

—¿Qué es lo que quieres saber, Moria? —pregunta, molesto. Sus ojos centellan. Él no está lo suficientemente ebrio—. ¿Por qué tanta insistencia con el mismo tema?

—Sólo curiosidad —digo con un mohín e intentando no perder la calma.

La sala squedó en silencio, pero todo vuelve a la normalidad cuando Risitas libera mi cuello. No más preguntas al respecto.

Maldito. Me encargaré de envenenarlo la próxima vez que venga.

Cuando nos deshacemos de los payasos ayudo a Lea a acomodar su ropa. Ella quiere unirse al Partido Rebelde. Tengo pendiente una plática con Garay respecto a ella y Anel.

Pensé que mi día estaba perdido hasta que vi pasear por el prostíbulo a Baron de Jacco. Estoy de suerte. Este pez es mucho más gordo que los otros.

—Baron —lo saludo, blandiendo mis pestañas.

Él está mirando en redondo el lugar. ¿Buscando qué, Cariño? Soy su favorita, pero hoy no parece estar interesado en mí.

—Esta noche no, Moria.

—¿Qué busca entonces, Excelencia?

—Ayúdame a encontrar otra puta, una que tenga el cabello largo y negro, ojos zarcos con pestañas largas y piel acaramelada.

Resoplo. —No, tú no buscas una puta... Por cómo la describes, tú buscas a alguien en especial. ¿A quién, Baron?

Él hace su camino hasta la mesa de exhibición. —No veo campesinas —jadea, desesperado—. ¿No hay?

—¿Campesinas? —pregunto, confusa—. Son las más baratas, ya deben estar ocupadas.

—¿Hay alguna con la descripción que de ti?

—Ninguna —digo, cruzando mis brazos sobre mi pecho—. La mayoría se tiñó el cabello, por cierto y las única aquí con ojos zarcos somos Saba y yo.

—¡Maldición! —ladra Baron.

Me subo a la mesa situada frente a él, sentándome cómodamente en una esquina y abro mis piernas para provocarle.

—¿Hoy no intentarás rogarme que abandone el burdel por ti? ¿Conociste a alguien más, Cariño? Me voy a poner celosa.

Intento jugar con él, pero poco funciona esta vez.

—¿Al menos tienes una peluca negra?

Procuro disimular mi enojo. —Sí. Sí tengo.

—Vamos entonces —pide— y quítate ese maquillaje ridículo.

Una vez estamos desnudos en mi habitación, Baron me pide dejarme trepanar por detrás. Él sabe que eso le costará más, pero vamos, él puedo costearlo.

Todo va normal hasta que lame mi espalda y entre jadeos me llama "Elena, mi dulce Elena".

¡¿ELENA?!

No es sólo el hecho de que la única Elena que conozco es hija de un líder de las Serpientes, sino que ella estuvo aquí preguntándome sobre el noble oficio de la putería y Garay insinuó que tiene que ver con Gavrel. Esto me está dando mucho en que pensar. Vaya, vaya.

Que Baron de Jacco venga a Amarantus significa que no consiguió nada de ella. ¿El resto de la nobleza sí?

—¿Elena? —me atrevo a preguntar.

—¡No quiero que hables hasta que yo te lo pida! —grazna molesto el bastardo del duque.

Todo se pone más raro cuando me pide agradecerle haber rescatado mi caballo. ¿Mi caballo?

Cuando por fin terminamos, invito a una copa a Baron sin salir de mi recinto.

—¿Entonces no hablaremos de Elena? —arrojo el guante otra vez.

—No la conoces —replica, indiferente.

—No. La única Elena de cabello negro y largo, ojos zarcos y piel acaramelada que conozco es campesina y se apellida Novak. Si no es ella, no tiene caso que quiera saber más.

Y si no es ella, no tengo curiosidad.

Sin embargo, que Baron se vuelva a mí en redondo, me confirma que si hablamos de la misma Elena.

—¿De dónde la conoces? —pregunta.

—Somos bien putas las dos —Él no pesca bien la broma—. De acuerdo, no. La verdad es que tenemos un amigo en común —acepto y será mejor que no ahonde en eso.

—Eso no me dice mucho.

—¿Cómo la conoces tú? —devuelvo.

Baron bebe un poco de vino y habla.

—Ella trabaja para Giordano Bassop, un... amigo de mi madre.

El modista.

—¿Y por qué no estás con ella ahora? ¿Elena, mi dulce Elena?

Soy curiosa.

Escuchar que me burlo de su devoción por Elena hace chirriar los dientes de Baron.

—No quiero hablar de eso —gruñe.

¿Hay una historia detrás? Quiero saber.

—Conozco a Elena —digo, indiferente... aparentemente—. Hija de un ex soldado. Es una yegua difícil de domar.

—No si el jinete tiene corona —se queja Baron.

¿Corona? Eso explicaría por qué alguien le quitó una mujer a Baron. El rey Jorge, Gavrel o Sasha. Porque nadie más, nadie más está por encima del hijo de la duquesa de Jacco.

Lo pienso un poco. Al rey Jorge le gustan las campesinas e insisto en que Elena estuvo aquí haciéndome muchas preguntas. Me río un poco. ¿El rey Jorge, Elena? Me hago de un cigarro. Hasta para mi es demasiado perverso ese terreno, pero todo parece indicar que la niña de papá se acopló bien al cerdo. La subestimé. Yo nunca pasé de Baron.

—Corona, ¿eh? Jorge debe pagar bien —tanteo.

—¿Jorge? —Baron hace una mueca.

—¿No es Jorge? Sasha entonces —me río un poco más.

¿Con Sasha, Elena? Já. Eso no va a durar nada.

—Tampoco.

Baron me mira molesto.

No puede ser. No puede ser. ¿Gavrel? ¡No, no puede ser él!
¿Me está confirmando que Elena se acuesta con mi príncipe?

—¿Gavrel? —pregunto, irritada, porque si es él...

Lo crispado que está Baron me lo confirma.

—Maldito —gruñe.

¿Gavrel? ¿Con mi príncipe, Elena Novak? Me arranco la peluca.

¡Maldición! A la muy puta no debe estarle costando nada abrirse de patas para Gavrel.

Baron y Sasha, bien, pero Gavrel. ¡Gavrel no! Él es... mi príncipe.

Gavrel es mi príncipe y yo soy la hija el marqués.

Ahora soy yo la que está chirriando los dientes.

—No me digas que también te gusta Gavrel —me reprocha Baron.

Veo que eso lo pone un poco loco. Que no me sermonee cuando él me obligó a ponerme una estúpida peluca para fingir ser Elena.

—Como si él volteara a ver a una puta —grazno, dolida.

Incluso estoy sintiendo pena por Farrah. Yo, que le di consejos...

—Además, te tengo a ti —me burlo—. El cuarto en la línea a ocupar el trono.

—El cuarto en la línea a ocupar el trono —repite Baron, disgustado—. A nadie le interesa el cuarto. Más si es un bastardo.

Cierto. Le pido que se recueste sobre mi cama para darle un masaje, eso nos relajará unpoco a ambos.

—Pero un día serás duque.

—Un duque bastardo.

—Y capturaste a los soldados que prendieron fuego a la Rota...

Claro que iba a aprovechar la ocasión.

—No fui yo —gruñe—, fueron Gavrel, Honorato y Jakob.

Mi príncipe...

—Pero tú lo estás interrogando, amor.

—Estoy allí porque los soldados eran de mi escuadrón.

Decir eso lo pone tenso otra vez.

—Espero que no te culpen por eso.

—No. Los imbéciles no me señalan a mi o nadie. Admiten que trabajaron por su cuenta.

Información obtenida. De nada, Garay.  

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¿Extrañaban a Moria?

¿Listos/as para lo que se viene?
🙈

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