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48. Se deberían de poner de acuerdo el corazón y la razón

Una vez termino de empapelar el vestido de novia, guardo en una caja pequeña el material de costura de Gio. Le prometí a Isobel que me iría hoy mismo del castillo. Ya lo pensé y no voy a despedirme de Gavrel. La fecha de la boda está próxima, por lo que él deberá comprender que esto se acabó.

Se acabó.

Pero una cosa es lo que uno tenga planeado y otra lo que depara el infame destino, porque Gavrel acaba de entrar a la biblioteca.

—No —dice, al darse cuenta de lo que estoy haciendo.

No lo miro directamente. —Sabíamos que esto iba a pasar, Alteza.

—¿Por qué insistes en llamarme Alteza? —reclama, dolido.

—Porque usted es un príncipe y yo una plebeya.

Gavrel niega con la cabeza. —¿Por qué si yo sólo te miro como una mujer, tú no puedes verme sólo como un hombre, Elena?

No voy a llorar.

Agacho la cabeza. —Es mejor tener presente quiénes somos: Príncipe y sirvienta.

—Elena, yo...

Sasha abre la puerta de golpe, interrumpiéndonos.
—¡Sabía que te iba a encontrar aquí! —grita dificultosamente a Gavrel. Está borracho. Sasha está borracho.

—¿Dónde demonios has estado? —le pregunta el otro.

—En un paraíso que echa fuego —ríe burlón Sasha. En su mano sostiene una botella que despide un olor viciado.

—¡Estás borracho! —Gavrel está enojado.

—¡No me digas! —ríe Sasha—. Me di cuenta cuando una sirvienta huyó de mí por venir con la polla de fuera.

Ay, es cierto. Vuelvo mi vista hacia el vestido en lo que Sasha acomoda su pantalón.

—Hice una pausa para detenerme a orinar en el Salón del Trono ahorita que Eleanor anda fuera —explica.

Gavrel gruñe. —Eres un cretino.

—¡Que ahora también odia ese vestido! —rezonga Sasha, señalando con molestia el vestido de novia de Farrah ¿Qué le pasa?—. ¡Quemémoslo, Gavrel! —pide—. ¡Prendámosle fuego sobre la cama de Eleanor!

—¿Tú quieres que mi madre te mate?

—¡No le des el gusto! —grita Sasha, teatral—. ¡Mátame tú, Gavrel! ¡Mátame, cobarde! ¡Anda, ahógame en una botella de champagne rosado! 

¿Champagne rosado?

Sasha cae de rodillas frente a Gavrel, luciendo devastado. No sé qué le pasa, pero me permito sentir pena por él. No es normal ver así a Sasha

Gavrel se acuclilla para poder ayudarle a levantar.
—¿Y desperdiciar una bebida tan fina en ti? —bromea, aunque en sus ojos hay compasión hacia Sasha—. Anda, vamos a mi habitación... Creo que necesitas hablar.

—No sabes lo feliz que me hace escuchar eso —resopla el otro, sin perder el humor—. Al fin podré hablar de sexo con mi hermano —Sasha me mira—. Gracias, Elena. Bendita seas.

Gavrel roda un poco los ojos. —Déjala fuera de esto, ¿quieres?

—¿Interrumpí algo acaso? —pregunta Sasha, mirándonos—. Perdónenme los dos. No estoy en mi mejor momento ahora. Gio te manda saludos, Elena —añade, sonriendo tontamente—. Él te quiere mucho, sabes.

—No lo lastimes, por favor —me atrevo a pedirle.

Gavrel arrastra a Sasha hacia la salida.

—No te preocupes por él —ríe—. Ni yo la tengo tan grande ni él tan pequeña —agrega, para mi total incomprensión.

—Eres un imbécil —se queja Gavrel.

—¿Qué tan grande la tienes tú, Gavrel? —Sasha me mira—. Veamos qué opina, Elena.

—Maldita sea, ni borracho puedes callarte.

—¡Ni muerto, carajo!

Gavrel se vuelve hacia mi antes de irse —Te prohíbo salir del castillo antes de que hablemos, ¿de acuerdo?

Asiento tímidamente, tomando en cuenta que una orden es una orden.

—¿Se va a ir? —Esta vez Sasha me mira con recelo—. ¡Déjala que se vaya, Gavrel! ¡No le supliques! ¡Ya te conseguiré otra!

Sasha intenta caminar por si mismo hacia mí y cae.

Gavrel vuelve a acomodarlo sobre su espalda. —Cállate, ya. Vamos.

—Vamos cantando, ¿sí? Como cuando Adre nos arrullaba... ¡Yo tenía diez perritos! ¡Yo tenía diez perritos! —canturrea Sasha—. ¡Pero uno se me fue a la mierda y ya no más me quedan siete!

—Nueve, imbécil —lo regaña Gavrel—, y que Nana no te escuche cantar esa versión.

Cuando cierran la puerta me siento a pensar qué hacer con mi vida, mi caótica vida.

...

—¡Elena, abre la puerta! ¡Toc, toc! ¿Quién es? ¡Soy yo!

La algarabía afuera me despierta. Es la voz de Sasha. Oh, Madre. Corro a abrir la puerta.

Afuera en el corredor están Sasha y Gavrel. Madre pura, ahora ambos están borrachos.
Sasha mira de mí a Gavrel. —¡Anda, dile quién manda en este puto castillo! —le ordena.

Gavrel camina hacia mí con dificultad y me abraza. —Ella podrá ser la reina de Bitania, pero tú siempre serás la reina de mi corazón, Elena —dice, a borbotones y sonríe como idiota.

Apesta de lo borracho que está, pero sus palabras avivan un fuego en mi interior.

—Lo mismo, Alteza —susurro, sin pensarlo mucho y lo acaricio.

—Ay, que cursis son —se queja Sasha.

—No debió emborracharlo, Alteza —le reclamo.

Sasha entrecierra sus ojos en mi dirección. —¿Qué te hace pensar que no fue él quien me emborrachó primero? —objeta.

—Usted ya estaba borracho —señalo.

Sasha mira de soslayo el techo como si intentara recordar...

—Ay, es cierto.

—Ya me trajiste. Vete —lo echa Gavrel.

—Mierda, eso intento pero las paredes aquí se mueven.

Sasha, como puede, hace su camino de vuelta al tercer piso.

Que no lo vea Eleanor, Madre.

Cuando estamos a solas Gavrel me abraza con más fuerza.

—¿Quiere entrar? —le pregunto.

—No —niega—, hoy en mi habitación...

Me coge de la mano para que le acompañe.

—No, Alteza.

Esto es mala idea.

—Ya no me llames Alteza —pide, dolido.

No comprende que así es más fácil no darle cabida.

—Bien. Pero quedémonos aquí... Gavrel.

—¿Ves lo fácil que es? —sonríe—Ahora ven —Me suelta para coger entre sus manos mi rostro—. Quiero beber de tus labios mi nombre —agrega y me besa.

Es el beso más intenso que me ha dado hasta ahora. Bendito sea el alcohol que emana de tus labios. Mis piernas tiemblan.

—Sólo un hombre y una mujer —dice, jadeando sobre mi boca—. Sólo un hombre y una mujer, Elena.

Su comportamiento me obliga a cuestionarme si quizá se enamoró de mí...

Imposible.

No soy nadie junto a él.

¡No debo ser nadie para él!

¿Por qué se empeña en hacer esto más difícil?

—Alteza, yo...

—Que no me llames Alteza —dice, cerrando sus ojos. Mis palabras le afectan.

No, él no puede estar complicando esto para ambos. No puede.

¿Puede?

Me convence de ir con él a su habitación, no obstante debo ayudarle a caminar. ¿Qué tanto bebieron?

Rudo salta feliz al ver a Gavrel, tomándonos desprevenidos a ambos y nos hace caer de espaldas sobre el  piso. Gavrel acaricia con ternura a su sabueso.
Yo, por otro lado, subo a la cama y como puedo lo arrastro dentro, hasta acomodar su cabeza sobre una almohada.

Esperaré a que se duerma para irme del castillo, decido. Ya empaqué.

Gavrel tiene los ojos cerrados, pero sé que aún está despierto.

—Elena.. —susurra.

Tal vez debería irme ahora.

Eso intento, y aunque trato de hacer mi camino hacia la puerta, no puedo evitar volverme otra vez para mirarle. Lo voy a extrañar.

Si tan sólo pudiera...

Quizá una vez más.

No, no es correcto y sólo me hará más daño.

Sin embargo... quiero, necesito hacerlo.

Sólo una vez más.

Está borracho, no lo notará, me convenzo y decido acercarme otra vez a él, por lo que camino de vuelta.

Inclino la mitad de mi cuerpo sobre la cama para que mis labios lleguen hasta su boca y sostengo con una mano mi pelo para que no caiga sobre su cara. Sólo una vez más...

Me acerco un poco más y me detengo a nada de la comisura de sus labios. Quiero beber su aliento. Apesta a cerveza, pero no me importa porque es él.

Rozo mis labios contra los suyos. Mi respiración se acelera. El colibrí. ¿Por qué me siento así cerca de él? Me inclino un poco más y lo beso. Sólo una vez más. Sólo quería un último beso. Sostengo sus labios entre los míos... y ya. Es suficiente.

Suficiente.

Intento alejarme, sin embargo, sin previo aviso una mano sujeta mi cintura.

Oh, no...

Gavrel abre los ojos y me atrae nuevamente hacia él.

No.

—No —digo, con voz cansada.

—Me toca—dice, halándome.

...

Me desnuda torpemente porque está borracho, aunque sí consigue deshacerse rápido de mi vestido. Admito que también se lo estoy poniendo fácil. Quiero hacerlo. Necesito hacerlo.

Sólo una vez más.

Acaricia mis pechos y después y después besa la comisura entre ellos. Sabe que me gusta que haga eso. Hemos llegado a conocernos tanto. Tanto.
Mi cuerpo, débil y traidor, me entrega por completo a él... otra vez. Por última vez, me recuerdo.

Este es el hombre del que no debería enamorarme y menos entregarme por voluntad propia.

Besa mi cuello y con su aliento traza un camino hasta mi vientre mientras sus manos me recorren. Esto es nuevo para mí. No hay fuerza. No hay brutalidad. Ternura. Me posee sin prisa y sin aprensión... y no puedo evitar llorar.

No.

—No —le ruego.

—¿No qué, Elena?

No puede hacerme esto. Es más fácil cuando él es un bruto. ¿Por qué decide ser tierno ahora?

Y no empezó hoy. Desde la primera vez en el balcón de la iglesia, ha ido cambiando la forma en la que me toma.
Empezó cual bestia y terminó hasta lo que está hace hoy...

Me está haciendo el amor.

—Te amo, Elena —confiesa—. Te amo por... odiarme tanto.

—Está borracho —susurro, asumiendo que no puede pensar con claridad.

No puede estar pensando con claridad.

Me siento tan vulnerable y débil, por fin siendo consciente sobre qué tanto me he entregado a Gavrel Abularach.

Me he entregado, Madre.

Él ahoga mis quejas con un beso en los labios y me acaricia hasta que soy yo la que se posiciona sobre de él para que me haga suya de esa manera.

—Eres mía, Elena —dice—. Eres mía...

Nos rompemos al mismo tiempo y caigo sobre él. Cansada. Satisfecha. 

Y de esa forma nos quedamos un rato más. Sólo una vez más.

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... 🙈

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