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36. Las historias de Adre

Hoy sabremos más de la familia Abularach :)

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Sigo con la molesta sensación de que Gavrel consigue más de mí que yo de él y he de hacer algo al respecto. ¿Qué información debería intentar obtener de él? La idea viene pronto a mi mente: Los soldados. Indagaré sobre qué le dijeron los soldados que trataron de prenderle fuego a la Rota. Esa información sin duda le sería de utilidad al Partido.

Por otro lado, el informe oficial de la Guardia explica que la Rota no sufrió ningún daño que no pueda ser reparado por el personal de mantenimiento. ¡Maldición! Para cualquier rebelde fue lamentable escuchar eso. Sin embargo, debemos confiar en que pronto encontraremos la forma de hacer caer a la familia Abularach. 

—Raquel escuchó que hubo un soplón —comenta Marta y mi mandíbula tiembla. Pocas cosas odio tanto como a un soplón—. Por eso una caravana de soldados llegó a tiempo a apagar el incendio. Lo que todos vimos a lo lejos fue humo.

—¿Quién pudo haberlos delatado?

Marta está de mejor ánimo, pero continúa preocupada. —Dekan metería las manos al fuego por sus amigos y su familia. Los conozco a todos y no puedo pensar en ninguno de ellos como traidor.

—Pudo ser alguien cercano a los otros soldados —digo, pensativa—. La pregunta es quién. 

Quién. 

—Mael es huérfano —explica Mata—. Dekan, Alan y Claudio son sus únicos amigos. Casi es lo mismo con Alan, que casi toda su familia vive en Teruel. Claudio no lo creo...  Aunque el delator si tuvo que ser alguien cercano a ellos. En eso estoy de acuerdo contigo.

Así es. 

Acompaño a Marta hasta la parte del castillo en la que se alojan los sirvientes. Ella quiere que visite a su abuela.

Esa la primera vez que visito este lugar. Nada extraordinario, al igual que el resto del castillo gris todo es paredes y columnas de piedra y demás decoración lúgubre. 

Tocamos la puerta de la habitación de Adre antes de entrar. —Buenas tardes —saludo tímida, siguiendo a Marta dentro. 

—¿Elena? —pregunta la anciana y Marta me presenta—. Lo Imaginé. Algo de ti he escuchado —dice, sonriéndome. ¿Qué?—. Acércate —pide, incorporándose—. Soy buena escuchando... Aunque soy mejor hablando.

Ella me guiña un ojo, haciéndome soltar una risa.

Adre está recostada sobre una cama, envuelta en al menos dos mantas. Se ve enfermiza, pero animada y tarabilla. Su cabello es largo y blanco casi en su totalidad y su cara, pese a estar muy arrugada, es bastante expresiva. 

—Te ves mejor, abuela —le saluda Marta.

Adre intenta acomodarse en su cama. —Tengo que verme mejor. Eleanor no me permitirá acostumbrarme a esta cama.

Me sorprender que llame a la reina por su nombre. 

—No, abuela —Marta intenta que Adre se recueste otra vez—. El médico dijo que una semana más.

—¿Médico? —pregunto, sorprendida. Los sirvientes y los campesinos no gozamos de ese tipo de privilegios.

Primero llama a la reina por su nombre y ahora menciona na un médico. Admito que me intriga. 

—Sí, Gavrel lo trajo —aclara Adre. Yo abro más mi boca—. No quiere que muera —Siento la necesidad de preguntar más, pero no hace falta. A Adre en verdad le gusta hablar—. No sé si Marta te ha platicado que soy la nana de esos tres: Gavrel, Sasha e Isobel —Adre me sonríe de forma astuta—. Me quieren más a mí que a la arpía de su madre.

—¡Abuela! —chilla Marta, asustada de que alguien haya escuchado a Adre. 

—Es la verdad, Marta —añade la anciana—. Yo los bañaba, los cambiaba, les daba de comer y hasta los arrullaba. Es mi culpa que Sasha sea tan malcriado. Eleanor lo repite todo el tiempo —A Adre le da orgullo decir eso. Acto seguido, me pide sentarme en el banco junto a su cama e indica que me contará una historia—. Ella los parió a los tres —empieza—, pero no sirvió para cuidarlos. No le tiene paciencia a los bebés. En cuanto salieron de ella se los entregó a las sirvientas, y estas erán jóvenes, corrieron a buscarme. Acepté el cargo a voluntad sin ningún Gracias o favor a cambio. Jamás me quejé porque los amo. Los tres siempre serán mis bebés.

Una imagen de una Adre más joven arrullando a tres niños pequeños en lo que Eleanor ordena que un león se devore a un traidor, viene a mi mente y me estremezco. En eso, otra mujer vestida como sirvienta toca la puerta e ingresa a la habitación. Tiene un parecido peculiar con Marta.

—Elena, te presento a mi mamá —señala Marta—. Su nombre es Rama. Mamá... ella es Elena

Rama extiende hacia mí su mano. —Mucho gusto, Elena. Gracias por visitarnos —A continuación, se vuelve hacia Adre—. Mamá, deberías descansar.

—No hace falta —Adre refunfuña—. Y muero de ganas por soltar la lengua y parlotear sobre la vieja zancuda.

La madre de Marta salta asustada. —¡Mamá! —También teme que alguien escuche a Adre. 

Adre echa hacia atrás su cabeza para reír cómodamente. Interesante. Salvo que ella no tiene muchos dientes, su forma de reír es similar a la forma de reír de Sasha. Eso me inquieta un poco. ¿Qué tanta información tienes, Adre?

—Entonces, ¿la reina no arrulló a sus propios hijos? —pregunto. Me cuesta creerlo.

—No —niega Adre, haciendo un gesto a Rama y a Marta para que también se sienten—. Siempre tuve la impresión de que les guardaba cierto rencor. Su padre la obligó a casarse siendo aún muy joven y Jorge, que es un cerdo pervertido, la embarazó rápido. Y después de engendrar a su heredero tampoco la dejó descansar. La follaba día y noche.

—¡Mamá!

—Es la verdad —rezonga Adre, callando a su hija—. Oye, a ti también te follaban a menudo, Rama.

—¡MAMÁ! —Todos los colores se le suben al rostro a Rama.

Marta y yo reímos en lo que Adre intenta acomodarse mejor. —Déjame seguir hablando de la vieja zancuda si no quieres que cuchichee sobre ti. ¿En qué estaba, Elena? Ah sí. Gavrel nació fuerte y saludable. El rey Fabio se sintió feliz de que Eleanor y Jorge tuvieran un varón, así que desheredó oficialmente a Imelda y anunció que la sucesora al trono sería Eleanor.

De acuerdo, esa es demasiada información.

El rostro de Marta se ilumina. —¿Vas a hablar de la princesa Imelda, abuela?

—Imelda es mi tema de conversación favorito —Me dice Adre con un aire cómplice—. Y acá entre nos, es el que más odia Eleanor.

¿Imelda? Recuerdo que Mina la mencionó. ¿Quién es Imelda? Adre ve la confusión en mi rostro.

—Ah, tu tampoco sabes de Imelda. No te culpo. Casi nadie la recuerda.

—¿Eleanor tenía otra hermana además de Mina? —pregunto. Rama y Marta se tensan un poco al escuchar que también llamo por su nombre a la reina. 

—Que es la verdadera heredera al trono —afirma Adre—. Pero desapareció después de que Fabio la echó del castillo.

—¿Por qué la echó?

—No puedo darte muchos detalles por respeto a su memoria —suspira Adre, triste—.Aunque en realidad ya no importa. Está muerta. Eleanor pidió su cabeza después de morir Fabio.

—¿Pidió su cabeza?

Los pocos dientes que tiene Adre rechinan del enojo. —Para evitar que Imelda reclamara el trono. 

—No puedo creerlo.

—Créelo. Imelda estaba formando un ejército de Serpientes para arrebatar el poder a Eleanor.

Serpientes. 

¿Por qué no conocí a Adre antes?

Me remuevo en mi asiento. —¿La princesa Imelda tuvo algo que ver con las Serpientes?—pregunto, ansiosa.

—¿Qué si tuvo que ver? —Adre ríe—. Niña, los rebeldes se hacen llamar Serpientes porque Imelda les dijo que Eleanor les tiene fobia a las serpientes.

Oh. —No lo sabía.

—Para contraatacar, Eleanor se sacó la corona que originalmente pasó de generación en generación en la familia Abularach y se mandó a hacer una especial.

—Con forma de cascabel —termino y Adre asiente. Muchas cosas tienen sentido ahora—. Su trono también tiene forma de serpiente —digo, recordando.

—Sí, es un mensaje para Alastor Scarano y Agar Bilbao —dice Adre.

¿Quiénes? Me siento herida de que mi padre no me contara nada de esto. 

—¡Esa vieja zancuda! —bufa Adre, molesta—. Mandar a asesinar a su hermana terminó de endurecer su corazón. Porque todos, sin excepción, la juzgamos... aunque nadie se lo dijo a la cara. Por eso no confía en nosotros. ¿La has escuchado gritar por las noches? —asiento, enumerando las veces que los gritos de Eleanor me han despertado—. Es el fantasma de Imelda atormentándola. 

—Imelda... —susurro, mirando un punto lejano. ¿Por qué si inició el movimiento rebelde sé poco de ella?

—Tuvo dos hijos —cuenta Adre—. Uno murió en el incendio.

—¿Incendio? 

—Mamá, no —tiembla Rama, asustada de que Adre continúe hablando.

—Déjame contar —rezonga Adre, mirando a Rama y después se vuelve a mí—. Cuando Eleanor ordenó capturarla, los soldados la sacaron a ella y a su hijo a la fuerza de su casa y después prendieron fuego a todo. Eran cuatro en total: Imelda, su esposo y sus dos hijos. Sin embargo, sólo dos cabezas fueron expuestas en la plaza de la reina.

—¿Cabezas? 

No puedo dejar de repetir todo como idiota.

—Sí. Eleanor mandó a decapitar a su propia hermana y a la familia de esta. Pero repito: Sólo dos cabezas fueron expuestas en la plaza de la reina.

Tengo que digerir todo. —¿Entonces... a quién no mataron?

—Aparentemente, al esposo y a uno de los hijos de Imelda. La leyenda cuenta que él no estaba en casa y que el pequeño escapó a tiempo.

La leyenda...

—Pero nadie sabe dónde están —añade Rama, viendo de reojo a su mamá.

—Garay —suelta Marta, aunque no sin recibir un codazo de Rama—. Los rumores señalan que ese niño es Garay.

Casi me caigo de mi asiento.

—Es posible —añade Adre.

Miro de Rama a Marta y de Marta a Adre. —¿Garay? 

Estoy boquiabierta.

Mi padre cuenta que la familia de Garay murió, por lo que tengo claro que él siempre ha sido huérfano. Pero sólo eso.

—¿Rumores? —pregunto—. ¿Qué rumores señalan que Garay es hijo de Imelda?

—Lo juran y perjuran todos los que conocieron a Imelda —dice Adre, con aire nostálgico—. Pero yo no he visto de cerca a Garay para afirmar que así es. 

—Tal vez es sólo otro mito que rodea a Garay —digo. No puede ser que...—. Porque nadie sabe quién lo crío o de dónde salió.

Ellas dudan.

A Garay lo crió mi familia y mi padre lo entrenó. Él comía, dormía y se aseaba en nuestra casa hasta que creció y decidió vivir por su cuenta. Con los años reunió una cuadrilla de pillos y pronto se volvió popular por hacer circo cada que saquean la Plaza de la Moneda.

—¿Qué edad tenía el niño que se salvó? —pregunto.

—Cinco —dice Rama.

Cinco años. Garay. Imelda. Las Serpientes...

—¿Elena, estás bien? —me pregunta Marta.

Garay nunca habla de su pasado. No tiene por qué. Nadie le hace preguntas. ¿Oculta algo? Nunca me pregunté eso. Tengo que hablar con él.

—¿Elena? —insiste Marta. 

Estoy temblando. —¿Creen que es posible? ¿Es posible que Garay sea hijo de Imelda?

—¿Qué edad tiene Garay? —pregunta Adre a Marta.

—Veintidós —digo yo, sin pensar. A Marta le asombra que lo diga con tanta seguridad. Debo justificarme—. Él salió con una buena amiga mía. Él se lo dijo.

—Veintidós años —repite Adre, pensando—. Mi memoria falla, pero sí... es posible. Imelda era de armas tomar. No dudaría que ella también haya resultado embarazada fuera del matrimonio y que esa fuera una de las razones por las que Fabio la echó del castillo.

—¿Qué ella también resultara embarazada? —pregunto. 

Rama observa a Adre y niega con la cabeza. —Mamá...

Adre le saca la lengua a su hija. —Así es, Elena... A los Abularach les gusta follar ilegalmente.

Así que es de familia.

—Algunos afirman que por eso están malditos —comenta Rama, arqueando una ceja. 

—Y que por eso la reina obligó al príncipe Gavrel a hacer un voto de castidad —añade Marta, riendo nerviosa. 

Voto de castidad que ya se fue al carajo.

—Gavrel tiene que purificar la sangre de su familia.

Tenía.

Y yo tengo que hacer cuentas. —¿El príncipe Gavrel ya había nacido cuando el rey echó a Imelda del castillo?

—Sí. Él tenía un año, creo —Adre dirige su atención a Marta—. Ahora tiene veintitrés, ¿no?

Marta asiente con la cabeza. —Hace un par de meses los cumplió. 

Dejo escapar un poco de aire. ¿Garay podría ser hijo de Imelda? Porque si lo es, ¿sería el legítimo o ilegitimo heredero al trono? ¿Lo sabrá? 

Son tantas dudas, Madre Luna. 

—Imelda estaba reuniendo un ejército, dices —digo a Adre.

—Sí, las Serpientes —confirma ella—. ¿Has sobre las Serpientes?

¿Qué si he escuchado sobre las Serpientes? No tiene idea, señora.

—Sí... algo he escuchado.

Marta cambia el peso de su cuerpo de un pie al otro. Me pregunto si sus nervios se deben a mí o a Dekan. 

—Todo eso lo inició Imelda —dice Adre.

Imelda.

Mi padre fue soldado de la Guardia hasta que quedó cojo en batalla. Fue parte del ejército de la reina Eleanor. ¿Desde entonces es insurrecto? ¿Apoyaba a Imelda? ¿Abandonó la Guardia gracias al pretexto de haberse quedado cojo? ¿Garay buscó a mi padre después del incendio? ¿Mi padre fue quien rescató a Garay? ¿Dónde está el esposo de Imelda? Porque ahora que recuerdo, tampoco conozco al padre de Garay.

Es demasiado para pensar.

—Mamá 

Rama hace un llamado de atención a Adre e intercambias miradas de advertencia.

—Al parecer estoy hablando demasiado —dice la anciana, con una mueca. ¡No, sigamos hablando de eso!—. Mejor cambiemos de tema.

—Mina —insisto—. Ella también es hija del rey Fabio 

No es una pregunta.

—Hermelinda —me corrige Adre—. Sí, ella es la menor de las tres —Ella sonríe como si recordara algo agradable—. Todos la amábamos. Era amable... Coqueta. Permitía que algunos chicos le visitaran y pasaran la noche con ella.

—¡Mamá!

—Cállate, Rama, de esto si puedo hablar sin bozal —Adre mira de Rama a mí—. Hermelinda era bellísima, Elena. Más hermosa que Imelda y Eleanor. Sin embargo... —los ojos de Adre se llenan de lágrimas. Puedo darme cuenta que ama a Imelda y a Mina tanto como odia a Eleanor—. Nunca la juzgues, Elena. Ella ha sufrido mucho.

—Lo sé —digo, triste—. Ella misma me lo dijo.

—¿Qué tanto te dijo?

Trato de recordar. —Sólo que amó demasiado.

Adre asiente con la cabeza. —Arruinó su vida al embarazarse de quien no debía. La obligaron a casarse con un idiota y... lo demás ya lo sabes. Arruinó el honor de su hijo Baron. Ahora es alcohólica. ¿Qué más? Vive sola. Es todo cuanto hay que saber sobre Hermelinda. 

—Eleanor la odia.

Adre ríe. —Já. Tener el odio de Eleanor haría sentir orgullosa a Hermelinda. Pero no, es peor. Eleanor se avergüenza de ella. No obstante, no le hace daño porque teme que su fantasma también la persiga.

—Eso es horrible, Adre.

La anciana se encoge de hombros. —Las tres cayeron en desgracia.

—Eleanor, no —digo, molesta.

—Oh... no sabes nada sobre esa sanguijuela. 

Escupe, Adre. Anda, escupe. 

Adre mira de soslayo a Rama para consensuar sin debe hablar, sin embargo, Rama le dirige otra mirada de advertencia. ¡Rayos! 

—Supongo que no puedo contarte nada sobre nuestra amada reina. Pero algo sí te diré sobre Eleanor, Elena —Adre entrecierra sus ojos—. En su juventud no fue mejor que Imelda y Hermelinda, y ahora es peor persona que lo que ellas jamás serán —Adre se agita al decir esto último y respira hondo—. ¿De acuerdo? —pregunta y asiento—. Oh, Padre, recordar todo esto me pone mal.

Adre intenta acomodarse mejor en su cama. Marta le ayuda a acomodar su cabeza sobre una almohada.—Mejor descansa, abuela.

Empuje demasiado. —Es mejor que me vaya —digo, apenada, y me pongo de pie.

—No —objeta Adre—. Me la paso aburrida aquí. Deja que te siga platicando sobre mis tres bebés —Marta me hace un gesto para que tome asiento otra vez—. Sasha no era tan fuerte y saludable como Gavrel cuando nació —continua la anciana—. Mi pequeño siempre fue enfermizo.

—Sasha es su favorito —dice Marta, mirándome con humor. 

Adre no lo niega. —Él ha sufrido más que Gavrel e Isobel —dice—. Eleanor lo repudió desde el embarazo... Te conté que Jorge no la dejó de follar estando embarazada de Gavrel —asiento y Adre continua—, pues con Sasha tuvo que parar. Eleanor se la pasó enferma durante todo ese embarazo. Todo era fiebres y vómitos. Eso enojó a Jorge... y desde entonces la servidumbre desfila por su alcoba.

—Qué horror —dice Rama.

Asco total. 

Adre arquea ambas cejas—Hasta yo.

—¡MAMÁ!

—Pero no te hagas ilusiones, Rama —ríe—, es imposible que tú tengas sangre real.

—¡Basta, madre!

Adre está sonriendo. —Eleanor cree que su marido le empezó a ser infiel durante el embarazo de Sasha —me dice—, cuando la verdad es que empezó mucho antes. Pero déjala que muera engañada. Se lo merece. 

»Sasha hace algo similar ahora. Se ha follado a todas las sirvientas excepto a las que tienen algo que ver conmigo —Marta asiente—. Esa es su manera de decirmeTe soy leal, mamá —Adre se carcajea un segundo después de decir eso y Rama hace una mueca—.Gavrel estaba por cumplir dos años cuando Sasha nació —suspira—. Yo me los acomodaba a los dos sobre mi regazo y les daba el biberón. ¿Los has visto? Son muy unidos —ladeo mi cabeza hacia un lado, confundida—. Desde pequeños los obligué a llevarse bien a pesar de las estupideces de Eleanor e insistencia en separarlos.

—Ella prefiere a Gavrel —digo. 

—Claro que lo prefiere, es el heredero al trono. Cuando mi niño por fin caminó me lo quitó para educarlo como se le dio la gana. Pero él no es como ella —dice Adre, orgullosa— y me gusta pensar que yo tuve algo que ver en eso.

Lo dudo.Tenemos opiniones diferentes respecto a Gavrel, Adre.

—¿Crees que él sería justo si llegase a gobernar? —pregunto. 

—Será justo —afirma Adre, sin dejar entrever dudas—. No será tan revolucionario como Imelda, pero sabe escuchar.

Gavrel. Me niego a creerlo. Es más, no debo ni puedo aceptar una buena referencia de él sólo porque Adre, que lo quiere como una madre, afirme algo. 

—Cuéntale de Pelusita —pide Marta.

—¿Quieres que llore? —sonríe Adre, triste.

—Perdón, abuela. Mejor no.

—¿Pelusita? —pregunto, curiosa. 

Adre me mira como si intentara averiguar qué estoy pensando. —¿Odias a Sasha, Elena? —pregunta.

Me sonrojo un poco. —¿Importa?

—Marta me pide contar la historia de Pelusita a todo el que odie a Sasha. 

—No lo odio —Miro mis manos—, es sólo que...

Tal vez lo odio un poco... aunque no tanto como a Jorge.

—Ya mencioné que de los tres Sasha ha soportado más odio por parte de Eleanor —dice Adre—. Él siempre ha vivido bajo la sombra de Gavrel. Cuando Eleanor pidió que lo educaran para aprender a utilizar armas, mi niño, por ser débil y enfermizo, fallaba y los otros niños que la Guardia también entrenaba lo golpeaban. Gavrel lo defendía, pero cuando él no estaba presente Sasha terminaba llorando y corría a buscarme.

»Reyes, duques y condes que visitaban el castillo traían todo tipo de regalos a Gavrel por ser el heredero al trono. Gavrel no es egoísta, él lo comparte todo con Sasha e Isobel, sin embargo... no recibir el mismo trato que su hermano hizo mella en Sasha. 

»En su décimo cumpleaños otros sirvientes y yo regalamos a Sasha un gatito. Un gatito color gris del tamaño de la palma de su mano. Él estaba feliz. Lo llamó Pelusita. Lo llevaba de un lado al otro jugando con él y dándole de comer. Pidió al carpintero real hacerle una casita y al modisto ropita —Intento maginar al gatito vestido como Gio—. A Sasha le gustaba molestar a Gavrel diciéndole que él no tenía uno igual y que por fin tenía algo que él no tendría —Adre sonríe al recordar—. Era algo divertido para ver. A Gavrel realmente no le importaba, sabes. A él le gustaba ver feliz a Sasha y le dejaba ser... —La sonrisa de Adre se descompone poco a poco—. Mi niño presentaba a todos al gatito como su hijo y les invitaba a jugar con él. Muchas veces otros sirvientes y yo nos encerramos en la habitación de Sasha para jugar con él y el gatito.

»Quizá el error de Sasha fue ser agradecido y mostrarnos afecto a nosotros los sirvientes... porque eso enfadó terriblemente a Eleanor. Un día me hizo llamar a mí, a Sasha y a Pelusita al Salón del trono. Lo único que dijo fue "Así empezó Imelda", e hizo que Malule le arrebatara el gatito a Sasha para dárselo de comer a una de las leonas que siempre la acompañan —La voz de Adre se quiebra—. Fue terrible ver a Sasha tratar de correr hacia la fiera para arrebatarle al gatito... Lo detuve y lo abracé con todas mis fuerzas, y como pude lo saqué del Salón del trono mientras Eleanor se carcajeaba... Mi niño temblaba del miedo y lloraba como un bebé, Elena —Adre se limpia un par de lágrimas. Yo también estoy llorando—. Fui testigo de como se adueñó poco a poco de él el resentimiento. No hablaba. No comía. Pasó así varios días. Los sirvientes informamos a Eleanor y la piraña esa sólo dijo "Ya comerá y para mi desgracia jamás se callará".

» Sasha pasó así días hasta que Gavrel regresó de una de sus visitas al Monasterio y se encerró con él. No sé qué pasó, qué le dijo o qué hizo para convencerlo, pero consiguió que Sasha comiera, saliera de su habitación y con el tiempo volviera a hablar. Eso sí, mi niño se alejó de los sirvientes. Incluso se alejó un poco de mí, y con los años se convirtió en lo que ahora es. En lo que muchos creen que es. 

Miro mis manos, desgastadas por tanto arar la tierra. ¿Por qué tanta maldad, Eleanor?

—Mamá, ya no cuentes más —pide Rama a Adre—. Estás demasiado cansada 

Ella tiene razón. 

—Había malcriado tanto a Sasha y a Gavrel cuando niños —continua Adre, ignorando a Rama—, que cuando Isobel nació Eleanor pidió que no le pusiera tanta atención. ¿Puedes creerlo? Pidió que su hija no recibiera atención. Ordenó mantener a la niña en los lugares del castillo que ella no frecuentara, así que a Isobel le tocó vivir entre su habitación y la biblioteca. Entre una que otra nana e institutriz además de mi.

—Qué triste —musito.

—Sí.

—¿Todavía los ves? —pregunto—. ¿Todavía ves a Gavrel a Sasha y a Isobel?

—Todo el tiempo —La mirada triste se borra y una sonrisa se extiende sobre el arrugado rostro de Adre—. Ahora que estoy enferma han venido a visitarme. Isobel es quien cambia la ropa de mi cama y cuida de mi dieta. Gavrel viene todas las noches a leerme y a platicarme qué ha hecho la vieja zancuda. Ya no tardará—Instintivamente miro la puerta. Debo irme antes de que él venga—. No te asustes, ya te dije que no es mala persona —comenta Adre. Oh, no es eso, Adre—. Sasha sólo ha venido una vez, pero se quedó todo el día y me trajo de obsequio un sombrero con plumas moradas. Así de diferentes son, pero sé que los tres me aman. 

—Te los mereces —digo, de corazón—. Son más hijos tuyos que de Eleanor. 

Adre asiente. —He de verlos ser felices a pesar de las penas que tienen —dice, mientras escuchamos que alguien toda la puerta. Oh, no—. ¿Ves? Debe ser Gavrel.

Rama abre la puerta y sí... es Gavrel. Él se sorprende un poco al verme. Sasha viene con él.

El rostro de Adre se ilumina al ver a sus bebés. —¡Qué hermosa sorpresa! —dice, agitando sus hombros y sus manos. 

—Este lugar huele a algodón de azúcar —canturrea Sasha, ignorando un poco a Adre y escondiendo sus manos detrás de su espalda.

—¿Qué? —pregunta Adre, tratando de llamar su atención—. No me lo parece. Estos últimos días sólo como patatas y legumbres.

—Es por tu bien, mamá —dice Rama, mirando de forma tímida a Gavrel y a Sasha. 

La otra salta. —¿Por mi bien? Si estoy por morirme. 

—No es así, Nana —Gavrel le sonríe a Adre.

—Es muy rezongona, Alteza —se queja Rama con Gavrel y Adre la mira con indignación. 

—Ya. Ya. Déjenla en paz —broma Sasha y se instala delante de Adre—. Adivina qué traigo conmigo, Nana.

—¿Qué? —los ojos de la anciana se iluminan más. Sasha no la hace esperar y le muestra lo que esconde. Un algodón de azúcar—. ¡Ah, mi favorito! 

Rama hace una mueca al ver a Adre empezar a comer grandes cantidades de azúcar , sin embargo no puede reclamar nada a un heredero al trono.

—Ahora pregúntale a Gavrel que traigo en mi otra mano —continúa Sasha, con actitud cómplice. 

Ahora tengo claro por qué Adre lo prefiere. 

—¿Qué trae, Gavrel? —pregunta Adre al otro, emocionada y dejando entrever el algodón de azúcar ahora alojado en sus dientes.

—Sasha sólo intenta incluirme en la conversación, Nana —dice Gavrel—, pero es él quien se muere por decírtelo. 

Sasha nos muestra poco a poco su otra mano. —Helado—dice a Adre, sonriente. —Tengo un artilugio en mi habitación que se encarga de hacerlo. ¿Ves que Gavrel luce molesto porque yo tengo algo así y él no?

Gavrel niega con la cabeza. —No estoy molesto. 

—Claro que lo estás. 

Lucen como dos niños dando queja a su mamá. 

Sasha se acomoda a un lado de Adre para permitirle comer el helado de su mano. —¿Te gusta, Nana? —Adre asiente feliz—. ¿Quieres, Elena? —me pregunta a mí, sorprendiéndome—. Gavrel puede llevarte a mi habitación y darte un poco —Me guiña un ojo.

Siento mi cara arder.

—Sasha... —empieza Gavrel.

Sasha entrelaza su pierna con la de Adre. —Que aguafiestas son los dos —se queja, mirándonos.

La anciana se incorpora. —¿Ya conocen a Elena? —pregunta. Trato de esconder mi cara. 

—Bastante bien, Nana —confirma Sasha con actitud bribona—. Sobre todo Gavrel. Anda, pregúntale 

Adre, obediente, se vuelve hacia Gavrel. —¿Conoces a... —empieza. 

—Está bordando el vestido de Farrah —la interrumpe Gavrel, conservando un tono de voz neutral y mirando amenazante a Sasha. 

—Pues vino a verme —comenta la otra, contenta de tenernos a todos aquí.

Gavrel me saluda con un modesto asentimiento de cabeza. No obstante, yo me pongo de pie para hacerle una reverencia. Príncipe y sirvienta. En cualquier caso él no toma de buena manera mi actitud y me mira como si intentara deducir qué intento hacer. 

—Elena es excelente bordando vestidos, Nana —prosigue Sasha. Mis piernas tiemblan en lo busco evitar la mirada inquisidora de Gavrel—. ¿No ves lo contento que luce Gavrel con su trabajo?

Alguien cállelo ya. 

—Basta, Sasha —le manda Gavrel. 

—Hermanito, yo sólo...

—Eres tan malo con tu hermano —regaña Adre a Sasha, codeándolo.

El otro finge ofenderse. —¿Yo? —pregunta—. ¿En serio no has notado que Gavrel luce más feliz ahora? —Gavrel le dirige otra mirada de advertencia a Sasha. Mis piernas tiemblan más—. Está menos tenso, Nana. Y todo gracias a que liberó una gran cantidad de —Sasha simula buscar la palabra adecuada. Mi cara enrojece—. Una gran cantidad de...

—De tensión —termina Gavrel por Sasha—. Gran cantidad de tensión. Sasha me aconsejó tomar un curso de floristería con el maestre Adnan para liberar... tensión. 

—Y para no tener que ver a su futura suegra —añade Sasha, acomodando con ternura la blanca cabellera de su nana.

Yo tengo que irme ya. ¡Ya!  

—Si me disculpan, debo retirarme —me despido, con otra reverencia. Y sin esperar a saber si tengo permitido irme o no, empiezo a caminar hacia la puerta. 

—Era en serio lo del helado, Elena —insiste Sasha, burlón, aunque lo ignoro. Ya entiendo por qué todos hacen lo mismo.

Esa noche, antes de dormir pienso en princesas rebeldes, princesas alcohólicas, hijos de princesas rebeldes, hijos de princesas alcohólicas y también pienso en un gatito lanudo y gris.


Mensaje de la H

Los rumores son ciertos. El humo que sus ojos vieron provino del anfiteatro que todos llamamos la Rota. No fue un accidente. ¡La Guardia real se dividió! Por ello cuatro de sus soldados intentaron acabar con la Rota. Sin embargo, hubo un soplón. ¡Traidor!

Dos soldados fueron capturados,dos continúan huyendo. ¡Corran rápido!

No sabemos el motivo por el que los soldados decidieron prenderle fuego a la Rota. Sin embargo, estamos agradecidos por la iniciativa de traer abajo algo tan horripilante como Reginam.

Gracias, soldados. Verdaderos soldados del pueblo.


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¿Qué tal las historias de Adre? Hubo de todo un poco xD

¿Extrañaban a Sasha?

Ahora sabemos un poco más sobre qué hay detrás de la familia real ♥

Les dejo con una imagen de La Gran isla (Juro que se ve más lúgubre de noche) Lugar en el que está el Burdel de las telas, la casa de Mina, la iglesia con todo y la Cúpula del Heraldo, la plaza de la reina y el castillo gris de la familia Abularach. 

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