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35. La realeza también necesita de las putas

Moria

Usualmente duermo hasta medio día porque Amarantus vuelve a abrir a eso de las siete. Pero hoy Saba nos sacó de la cama a cinco de nosotras. A sus mejores cinco putas. Tienen que haberle pagado mucho dinero para atreverse a negociar nuestro sueño.

El salón principal está un poco oscuro y vacío, las únicas de pie frente a una mesa son la duquesa de Jacco y una mujer escuálida de apariencia mentecata.

—Hola, divinas —nos saluda Mina.

La duquesa de Jacco siempre es bienvenida aquí. Saba cuenta que desde muy joven vino a buscar putas para que fueran a entretener a su esposo el duque, pues ella se negó a acostarse con él.

Saludamos a Mina con una modesta reverencia.

—Les presento a Farrah de Vavan —dice Mina, causando al instante revuelo—. Sí. Sí. Ella es la joven dama que se va a casar con mi sobrino. Gavrel.

¿Y la trae a un prostíbulo? Arqueo una ceja en dirección a ella y doy media vuelta.

—Moria, espera —dice rápido Mina. Me vuelvo para ver qué quiere—. Necesitamos tu ayuda —dice, preocupada.

—No le voy a hacer una reverencia a la princesa —suelto, con veneno en mi voz.

—No es necesario —dice Farrah, viéndonos tímidamente a todas—. No soy princesa.

Todavía.

—Quédate, Moria —me pide Saba, mi madama. Así que debo ceder.

—Hermoso vestido, Alteza —dice Celeste a Farrah y las demás también le felicitan por algo.

Todas excepto yo, que intento disimular mi antipatía por ella y por lo que representa.

—¿Qué necesitas, Mina? —pregunto, inquieta, colocando una mano en mi cintura.

Mina nos mira orgullo a todas. —Verán, Farrah es una mujer tímida. Estamos aquí porque necesita algunos consejos para seducir a Gavrel.

Bufo. —Que le muestre el culo.

Farrah baja su mirada. ¿En serio ella será reina de Bitania?

—Es un poco más complicado que eso, querida —señala Mina, con actitud cómplice.

Ya veo.

—Gavrel no es tan complicado —dice Anel con coquetería—. Le gusta la sodomía y el tentempié de tetas.

Todas reímos.

—¿Gavrel ha estado aquí? —pregunta Farrah, un poco dolida.

—Oh, muchas veces—dice Lea—. Con él hemos hecho tríos y orgías.

Mina se echa a reír.

—El príncipe Gavrel nunca ha venido aquí —aclaro yo, seria.

Farrah me mira agradecida, pero es la única. A las demás les acabo de echar a perder la guasa. No obstante, es la verdad. Gavrel es un caballero honorable y correcto.

—Entonces, ¿quién aconsejará primero a Farrah? —pregunta Saba, sirviéndole una copa de vino a la duquesa.

Imagino que la paga dependerá de que tan buenos resulten esos consejos.

Celeste, Anel, Lea y Ginebra se muestran serviles y colaboradoras con Farrah, ofreciendo sus mejores técnicas de seducción. En cambio yo, la miro manteniendo mis brazos cruzados, desafiándola ¡Anda, dime algo, perra! Porque pienso que eso la enojará y me retará, pero no, ella me mira amable y compasiva. Eso me molesta más.

A diferencia de la vuestra, mi historia no es encantadora, lozana y mucho menos romántica. No siempre fui la puta Moria. Apenas era niña cuando soñé por primera vez con mi príncipe. Mi padre era marques, un marques importante, adinerado y gran comerciante; por lo que crecí escuchándole decir que un día iría conmigo al Castillo gris a ofrecer mi mano a la reina Eleanor para casarme con el príncipe Gavrel, el heredero al trono. Yo atesoré ese sueño. Sabía que Gavrel y yo teníamos la misma institutriz, así que con ella le enviaba cartas, dibujos, poemas y mechones de mi rubio cabello. Lo hice desde los ocho hasta los quince años, pues mi padre repetía que presentaria sus respetos a la reina cuando yo cumpliera dieciséis... No obstante, murió antes de esa fecha y con él murieron mis sueños.

Pero no fue por ese motivo que terminé en un prostíbulo. Sin embargo, quería dejar claro que Gavrel es mi primer amor. Es el príncipe que eligió para mí mi padre.

—Hola —Farrah, la intrusa, se acerca amable a saludarme. Las demás intentan atraer su atención, pero da la impresión de que a ella sólo le interesa verme.

Mala decisión.

—¿No es lo suficientemente obvio para ti que no me agradas? —pregunto.

—Gracias —dice, sorprendiéndome.

—¿Gracias?

¿Qué le pasa?

—Es el primer recibimiento honesto que recibo desde que llegué a Bitania.

Si será ridícula. Me río en su cara.

—Bien, pero no esperes más honestidad de mi parte, princesa.

Farrah no aparta de su rostro la sonrisa mentecata.

—A ti te luciría mejor el título de princesa —dice, sin una pizca de sarcasmo en su voz—. Yo preferiría ser, no sé, algo menos abrumador.

A ti te luciría mejor el título de princesa.

Admito que provocó un picor en mis ojos y un ligero nudo en mi garganta. Papá...

—Yo soy prostituta —contradigo, a la defensiva.

—Lo sé, pero mírate —señala ella, mirándome afable —. Tienes una piel hermosa. Tus ojos y tu cabello también son bellos. ¿Cómo te llamas?

Cambio mi peso de un pie al otro sin comprender. ¿Por qué está siendo amable conmigo? ¡Déjame odiarte!

—Moria —digo, confundida—. Y le aconsejo gastar sus halagos en Celeste o Anel. Ellas dan los mejores consejos de putería.

—Ya veo. Aunque aquí entre nos, dudo que funcionen —me dice Farrah, cómplice.

—Gavrel no es un mal hombre —defiendo a mi príncipe.

—No, no lo es —lo dice resignada—. Pero soy demasiado insignificante para que él pueda amarme.

Insignificante. Tengo experiencia sintiéndome insignificante.

Rasco mi cabeza. Muy bien, Farrah por fin consigue que sienta lastima por ella, por lo que me coge del brazo y caminamos juntas hastaa una mesa.

—Además tengo competencia —dice.

—¿Quién? —Nos sentamos para conversar.

—Rimona Doncel.

Me río. —Gavrel no tomaría a esa yegua en serio. Podrá ser cortesana, pero tiene el culo más abierto que la vieja Saba.

—Y a Gavrel no le gusta eso —dice Farrah, dudosa.

—No. Él es un caballero honorable y correcto —repito.

—Hablas con donaire de él. ¿Lo conoces? —pregunta, curiosa.

—Ya le dije que él no visita Amarantus.

Miro mis manos. Duele.

—Pero allá afuera...

—¿Por qué iba a notar él a una puta? —digo, herida.

Aunque a veces me pregunto si conserva mis dibujos, mis poemas, mis cartas de amor y mis mechones de cabello. Así soy de estúpida.

—No te menosprecies, Moria.

Ya no quiero seguir esta conversación.

—Dígame qué le gusta hacer a él. ¿Por lo menos le ha observado?

Te voy a ayudar, así que empieza a hablar, yegua.

—Le gusta el pastel de limón —dice, recordando.

—Entonces prepárele uno de ciruela. No le permita compararla.

Farrah asiente pensativa. —Buena idea.

—¿Usted sabe cocinar?

—Sí. Sí. Increíblemente soy buena en eso.

Al menos en eso. —Bien. ¿Él tiene mascotas?

—Un perro.

—Gánese el cariño del perro.

—De acuerdo.

Al otro lado de salón, Mina me dirige una mirada de agradecimiento.

—También pregúntele por su día, qué se yo... consuélelo cuando se sienta triste y déjelo ser cuando esté enojado, y siempre, siempre, póngase de su lado. Suficientes enemigos tiene aquí afuera.

Farrah también mira agradecida. —Es cierto.

¡Claro!

—Y no meta a su madre en esto. La suya, no la de él. La de él es la reina.

Farrah ríe. Tiene una risa bonita. Debería reír más seguido.

—No tienes idea de cuánto me ayuda que me aconsejes eso —admite, sonrojándose.

—Es la verdad. No hay hombre que quiera el sermón de su suegra. Ahora hablemos de la cama. Déjelo ser ahí también. Sólo hágale saber que usted está presta y dispuesta.

—¿Cómo?

Tóquelo. Rocen sus caderas, sus manos, sus piernas, sus labios...

—De acuerdo —dice, menos convencida—. También intentaré eso.

Arqueo una ceja. —Usted es virgen, ¿cierto?

—Sí —dice, apenada. Supongo que por la edad que seguro tiene—. Pero también lo es él.

Algo sobre eso escuché.

Farrah sonríe. —Bien, entonces habrá que provocarle un poco.

Aconsejé durante una hora a Farrah. Le insinué hacer todo lo que a mí me gustaría hacer con Gavrel Abularach y prometió informarme si todo resulta bien.

No hubiera hecho esto por nadie más. A otra le hubiera tenido envidia, pero por Farrah Vavan siento lástima.

Y qué más decir, la realeza también necesita de las putas.


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¿Qué tal les cayó esta nueva narradora? :)

¿Y qué me dicen de Farrah? Está compitiendo.

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