3. Esto es lo que en realidad soy
Sé que me alejé de la plaza de la moneda cuando empiezo a encontrar a mi paso a personas que apenas se preparan para descansar, todos campesinos como yo. El sol se está escondiendo y los grillos están anunciando la llegada de la noche. Es hora de volver a casa.
Esta es la parte de Bitania en la vivo yo, campos agrícolas en medio de un boscaje escuetamente poblado. El Callado. Durante el día nos separamos para cultivar la tierra, alimentar a los animales y pescar, pero durante la noche evitamos salir de nuestras casas a menos que nos lo ordenen o sea estrictamente necesario. No queremos tener que dar explicaciones a los soldados que rondan la zona. Vivimos con miedo de hacer o decir algo que arriesgue la seguridad de todos. Además, también somos prudentes para proteger a los rebeldes. De ahí porque el nombre del Callado. Aquí sabemos guardar silencio.
Antes de llegar a casa debo visitar a madres, esposas e hijos de hombres que están participando en el movimiento rebelde. Mi tarea es llevar alimentos a todos ellos para que los miembros del partido no tengan que preocuparse por otra cosa que no sea prepararse para la guerra. Mi padre me asignó una cuota especial para pagar lo que entrego, pero nunca le he dicho que no es suficiente. Él sabe que el dinero que Garay aporta también es importante, pero tampoco le he dicho que yo le ayudo a conseguirlo.
Distribuyo en sacos pequeños todo lo que transporto en mi carreta y dejo un poco a cada familia. También visito a la madre de Kire para entregarle lo que les corresponde. Ella me informa que Kire todavía no llega a casa. ¿Dónde está? La busqué por la plaza de la moneda pero no la encontré. La esperé una hora en el lugar donde dejamos la carreta, pero nunca llegó. Le pido a su madre que me haga saber qué pasó en cuanto sepa algo.
En cada casa que visito hay buenas noticias. La cuadrilla de Garay entregó una moneda de plata a cada familia. Lo que le robamos al recaudador de impuestos... Trabajar juntos nos facilita la vida a todos.
Oh, oh, aviso a Regalo que debe detenerse cuando llegamos a casa. Mi casa, una choza situada al pie de una montaña y que apenas ocupa un pequeño espacio de la tierra que nos toca labrar a nosotros; porque mi padre dice que debemos aprovechar la mayor parte de la tierra para la siembra.
Regalo trota hasta su pileta de agua y bebe de esta en lo que yo bajo. Acaricio su lunar para demostrarle mi gratitud. Es un caballo hermoso, todo él es color pardo, todo menos ese lunar blanco en medio de sus ojos. Lo libero de la carreta en la que hala nuestras provisiones y lo dejo libre para que paste por los alrededores.
Estoy cansada, pero estoy atenta y lo suficientemente cerca de nuestra ventana para escuchar a mi madre hablando de mí. Soy su tema de conversación favorito cuando no hay noticias nuevas de los vecinos. Tomo de la carreta las provisiones que corresponden a mi familia y con sigilo me acerco a la ventana a escuchar.
—Ella sabe cuidarse.
—Eso quieres creer tú.
Es la misma discusión de siempre.
—Nailah, ella sabe defenderse.
Mi madre está a punto de perder la paciencia.—Tiene dieciocho años.
Diecinueve en dos meses.
—Sigrid tiene veinticuatro, tres hijos y depende totalmente de nosotros.
Odio que juzguen a Sigrid.
—No me estás escuchando.
—Mujeres de cuarenta años o más dependen totalmente de nosotros. Es Elena quien las alimenta.
—Tú le das el dinero para que lo haga. Dinero que además, pertenece al partido.
Si supieras, madre.
—No desmerites el trabajo que hace tu hija.
—La estás arriesgando demasiado. Por tu culpa terminará en la Rota.
Segunda vez que escucho eso hoy. Gracias por la confianza, río por lo bajo.
Mi padre nunca se cansa de defenderme y mi madre nunca cede. Es lo mismo siempre. Tengo que parar esto ya. Camino hacia la puerta y la empujo con una patada. Mi madre grita y deja caer la taza con sopa que sostiene en sus manos. Mi padre y Micah ya están de pie y con su espada desenvainada. Micah pone los ojos en blanco al ver que soy yo.
Mi padre, cauteloso como siempre, me mira a los ojos. Me doy cuenta de que no levantó su espada en posición de ataque y aprovecho su error para sacar mis dagas y acorralarlo.
—Debí sospecharlo. Tus soldados atacan cuándo y dónde somos más vulnerables.
Mi madre empieza a gritar blasfemias.
—Calla a tu mujer, rebelde —digo—, y le permitiré tomar sus cosas y alejarse de aquí.
Sujeto mis dagas a pocos centímetros de la nariz de mi padre.
—¡Basta! —grita mi madre.
—Mi mujer sabe cuidarse sola —arremete mi padre, y con un ligero movimiento de manos consigue empuñar su espada hacia mi cara.
—¡Suficiente, Viktor! —continua gritando mi madre.
Agito mis dagas a manera de golpear la espada que sostiene mi padre y entonces empieza la contienda. El sonido metálico de nuestras armas enloquece más a mi madre. Está tan molesta que una vena sobresale en su frente.
Mi padre empuja a un lado una silla que le impide moverse de un lado al otro y eso me distrae. Patea mi mano y me obliga a dejar caer una de mis dagas.
Silencio absoluto.
—Ahora estás a mi merced, soldado.
—¡Viktor! —grita mi madre.
Ladeo mi cabeza hacia a un lado y hago una mueca de espanto. Eso hace reír a mi padre. Miro un segundo hacía un punto lejano en la pared y, como preví, él sigue mi mirada ¡Te tengo! Es mi única oportunidad. Lo ataco con mi otra daga y finalmente él deja caer su espada.
—¡Elena! —grita mi madre.
Tengo que atacar primero si quiero dejar en claro quién ganará. Obligo a mi padre a darme la espalda y coloco mi daga en su cuello. Él no pierde el tiempo, salta y con su puño golpea la mano que sostiene mi daga y esta cae al suelo. Ahora estamos cara a cara.
—¡VIKTOR, ES SUFICIENTE DIJE! —grita otra vez mi madre.
—Ríndete, Elena —me advierte mi padre, retándome—, tú madre no nos permitirá continuar.
—Jamás —respondo y golpeo con mi puño su nariz. Eso lo obliga a ocupar sus manos en ella.
Él se queja del dolor unos segundos, extiende sus brazos y me acerco a él para que me abrace.
—Bien hecho, soldado —me felicita. Yo beso su nariz.
Mi padre fue soldado de la Guardia real. Después de que un accidente le dejo cojo, a petición del rey Jorge, continuo algunos años como instructor, pero tardó un par de años más allí y se retiró.
—¡Es la última vez que hacen esto! —sigue gritando mi madre.
Micah vuelve a ocupar su lugar en la mesa, y Ana, que no parece inmutada por mi abrupta llegada y está de lo más tranquila en su cama, continua cepillando su largo cabello.
Thiago corre a abrazarme en cuanto ve que terminó la contienda. Beso su frente. Él y mi padre son lo que más amo.
—Cada vez te importan menos mis nervios, Viktor —se queja mi madre y levanta del suelo los pedazos de la taza que dejó caer—. Son un par de insensatos.
Mi padre ayuda a mi madre a recoger todo y después se sienta a esperar la cena.
—Esto pertenecerá al pasado cuando estemos lejos de Bitania. Deja que Elena use sus dagas por última vez —No puedo disimular mi preocupación—Última vez en esta casa, quiero decir.
—¡No volverá a usar armas jamás!
El dolor me golpea más duro que la hoja de una espada. Sé que mi padre quiere consolarme, pero no decimos nada, no frente a mi madre.
Thiago todavíame abraza con la fuerza que sus pequeños brazos le permite:
—Estaba esperando que llegaras. Te extrañé —dice.
Lo abrazo más fuerte. —Yo también te extrañé.
Los rebeldes no tardarán en dar el golpe definitivo, o eso es lo que ha dicho durante semanas mi padre. Y por eso, queramos o no, debemos marcharnos de Bitania. Iremos a vivir a Roncesvalles, un poblado situado a las afueras de Godreche. Mi madre está encantada con la idea. Nos espera una nueva vida, dice. Viviremos en Roncesvalles con otras familias rebeldes en lo que terminan de caer los Abularach y el PRR —Partido Rebelde Revolucionario— toma el control de Bitania. Todos están emocionados porque la victoria está cerca Todos. Aquí no hay nada más que discutir. El único problema soy yo. No me quiero ir.
No debería quejarme de abandonar Bitania. Es decir, se supone que este cambio es para bien, pero abandonar esto es abandonar todo lo que yo soy. En Roncesvalles no trabajaré, y eso está bien... pero ya no habrá razón para tener conmigo mis dagas, luchar o galopar. Por eso no me quiero ir de Bitania. No quiero ser una carga. Quiero seguir ayudando a las Serpientes.
—Una mujer debe ser protegida por su padre y posteriormente por su esposo —insiste mi madre, retomando la conversación que sostenían ella y mi padre antes de llegar yo. El rostro de mi padre refleja su hastío—. ¿Quién alimentará a Elena, la vestirá y la defenderá cuando tú no estés, Viktor?
—¿Ya me estás matando, mujer?
—Sabes a qué me refiero.
Mi padre busca mi mirada antes de responder: —Elena no necesita un esposo que cuide de ella.
Micah ríe a manera de burla, pero no me importa, aún tengo los pequeños brazos de Thiago rodeándome.
—Ven acá, soldado —me llama mi padre.
Thiago me libera y me acerco a mi padre para permitirle abrazarme.
—¿Soldado? —interrumpe mi madre.
Viktor Novak a veces olvida que su mujer carece de sentido del humor.
—La gente está murmurando, Viktor —insiste—. Dicen que Elena es demasiado independiente.
Acaricio el cabello canoso de mi padrey le doy un beso de buenas noches. Estoy cansada. Me voy a la cama.
Thiago ya me espera para ponerle la ropa de dormir.
—Y yo no puedo estar más orgulloso de ella.
—Te gusta repetir eso para hacerme sentir inútil.
—Nailah...
—Es la verdad.
Es ahí cuando ella le hace sentir culpable para poder ganar ésta discusión, y por esa razón le he odiado.
—Nailah, yo sólo quiero que Elena sepa cuan valiosa es para el partido. Como tú, como todos.
Mi madre no le cree, ella sabe que es una carga más que una ayuda. Y nunca intenta demostrar lo contrario.
—Se va a quedar solterona —continúa, sin mirarme a los ojos. Actúa como si yo nunca hubiera llegado—. Ningún hombre quiere a una mujer que no puede someter. Te deseo suerte buscándole esposo.
—La verdad me es más fácil lidiar con la idea de que se quede solterona.
Sonrío.
—¡Viktor!
Mi padre también sonríe, pero la sonrisa no llega a sus ojos, se vuelve a mí y me mira curioso. No, no tengo a nadie. Moriré sola. Lo juro... Me río. Sé que él confía en mí, y su confianza es lo más valioso que tengo. Por eso procuro demostrarle que hace lo correcto al permitirme ayudar al partido.
—Vadir se casará con ella —dice Micah, mirándome de reojo y mi madre parece aliviada. ¡Y una mierda!—. Me hizo prometerle que no permitiré que nadie más visite a Elena.
Lo dice como si Vadir estuviera haciéndome un favor.
Vadir es el mejor amigo de Micah, y ese es suficiente motivo para repelerlo. Micah es tres años mayor que yo, él tiene veintiuno y yo casi diecinueve, pero nuestra relación no ha sido buena desde que mi padre nos trata igual. Para Micah soy una gallina que se siente gallo, y para mi él no es merecedor de la confianza de nuestro padre. Micah no escucha instrucción y, por ser invitado a asistir a las reuniones de las Serpientes, actúa como si le debiéramos la vida.También lo odio. Vadir no es tan presuntuoso como Micah, pero no será mi esposo.
—Vadir no me ha pedido permiso para cortejar a Elena —responde mi padre, y como la cena ya está servida, da por terminado el tema.
—¿Qué me trajiste? —me pregunta Thiago con un susurro.
Le saco su pequeña camisa y lo abrigo bien para que los dos durmamos tranquilos, él no sentirá frío y yo no me despertaré durante la madrugada preocupada de que él pesque un resfriado.
—Un chocolate —le susurro al oído y sonríe de oreja a oreja.
Thiago es el más pequeño de mis hermanos, sólo tiene siete años pero no recuerdo la vida sin él. Yo lo he cuidado desde que era un bebé, porque Ana, por ser enfermiza, siempre necesitó más atención de mi madre. Quizá por esa razón mi madre no siente mucho apego por Thiago y Ana es su consentida.
A Thiago le gusta jugar con mi cabello, siempre lo anuda en sus pequeños dedos e intenta hacer flores con los mechones que caen a los costados.
—Mamá atrancó la puerta cuando otros niños vinieron a buscarme para ir a ver la Caravana. Pero yo me escapé por la ventana —sonríe malévolo.
—Te gusta enfadarla.
—A ti también —responde y no puedo evitar reírme otra vez.
Mi madre nos dirige una mirada castigadora.
—Escuché a algunas personas decir que Garay interrumpió el desfile. Cuéntame, Elena —suplica Thiago, con su vocecita de becerro recién nacido.
—Más tarde, cuando todos duerman —prometo y él se deja caer en mis brazos. Lo arrullo.
Después de la cena, mi padre y Micah se marchan para ir a reunirse con los miembros del PRR que viven en el Callado. A todos los esperan en medio del campo de maíz. Allí encenderán una fogata y hablarán de todo y todos. Suspiro. Esta noche ellos comentaran los acontecimientos más importantes de los últimos días, intercambiarán información y harán suposiciones, y yo aquí sin hacer nada. Qué injusto.
—Vete a la cama, Elena —me ordena mi madre.
A ella no le importa no estar allí. A ninguna otra mujer le molesta que se la haga de menos. Pero yo quisiera...
—Elena —insiste ella.
Tengo conmigo nuestra radio, pero la H no habló hoy. Eso acrecienta mi decepción.
—Tercera llamada, Elena.
Me voy a la cama antes de que me obligue a los gritos.
Mi padre y Micah regresan a casa tres horas después. Para ese momento, Garay ya mató al enemigo del rey de los osos, destruyó la espada indestructible y bebió agua de un manantial que le ha vuelto inmortal. Sí, el idiota de Garay tiene increíbles aventuras gracias a mis relatos. Thiago nunca termina de escuchar la segunda o tercera hazaña de la noche sin quedarse profundamente dormido, pero hoy está atento.
—¿Garay es más valiente que el Príncipe negro?
—Tendríamos que verlos batirse en duelo.
—¿Tiene un corazón más grande que el del Monje rebelde?
—Eso sí que no.
A Thiago le cuento historias sobre el Príncipe negro y el Monje rebelde, pero últimamente prefiere escuchar sobre Garay.
—¿Cómo consiguió escapar de los soldados? —pregunta mi hermanito, impaciente, y me entrega el diminuto caballo de madera que le regaló mi padre. Este caballo es nuestro juguete preferido—. Quiero saber, Elena.
Tose y salgo de la cama para traerle un poco de agua. No quiero tener que viajar a Roncesvalles con él enfermo.
—Anda, bebe un poco.
Esta pausa no durará mucho tiempo.
¿Por qué Gio quiere que lo acompañe a Reginam?
—¿Cómo escapó Garay? —insiste Thiago. Por lo que intento no preocuparme en otra cosa que no sea contar una buena historia a mi hermano.
Dejo a un lado el vaso con agua y empiezo a hablar y hablar una vez más, aunque ahora utilizando al pequeño caballo de madera para representar a Regalo. Una sola vela ilumina nuestra casa, pero con eso basta. Me valgo de las sombras para representar con mis manos a los enemigos del valiente guerrero que esta tarde escapó tras robar un caballo. Thiago ríe cuando imagina a los soldados de la Guardia real intentar huir del Caracal. Sin embargo, Ana no tarda en hacer una pataleta para recordarle a nuestra madre que tiene que callarnos.
—¡No tarda en sonar en sonar el arpa! —nos regaña ella.
Thiago y yo nos escondemos entre las mantas de mi cama y, en voz baja, le termino de contar la aventura de hoy.
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