28. El cumpleaños de Isobel
Estoy esperando a Isobel afuera de su habitación para acompañarla al Salón de banquetes.
—Te ves mejor que yo —dice, al verme. Se ve convencida.
Escogí un vestido color amarillo oro a pesar de las quejas de Gio sobre que el verdemar es mi color. Y mi cabello le dejé suelto. Nada en el infierno me hará ponerme un tocado o sombrero.
—No, Alteza, usted se ve mejor —digo, con actitud sumisa.
—No. Tu piel bronceada. Tu cabello. Tus ojos. Toda tú eres hermosa.
Elijo tomar eso como una broma. —Alteza, usted es una princesa. Yo... sólo soy una sirvienta envuelta en seda.
—Ya veremos quién consigue más citas esta noche —me reta Isobel, guiñándome un ojo—. Porque desde ya te digo que tienes mi permiso para dejarme sola si algún buen mozo intenta atraer tu atención.
Me enojo de hombros. —Preferiría que no.
—Porque te advierto que conmigo te vas a aburrir. Soy la peor de las compañías.
No me lo parece y Jakob tampoco piensa eso.
En el Salón de banquetes hay por lo menos doscientas personas. Isobel luce tan sorprendida como yo.
—Yo no invité a tanta gente —balbucea, parpadeando mucho.
—¿Quién entonces?
La princesa se exalta. —Sasha, ¿quién más? No puede esperar su propia fiesta de cumpleaños.
—¿Les pedirá que se vayan?
—No —suspira, resignada—. Sería una descortesía de mi parte pedir eso a un noble. Pero te digo que no vienen por mí. La mayoría son damas. Están aquí por Gavrel, Sasha, Baron o por algún otro soldado de alto rango.
—¿Algún pretendiente suyo? —me atrevo a preguntar, porque algunos caballeros buscan atraer la atención de la princesa... y creo que la mía también.
—Ninguno lo suficiente educado, Elena.
—Tal vez si se tomara el tiempo de conocer a alguno.
Jakob...
—No. ¿Para qué? —Isobel niega con la cabeza—. Mi madre o Gavrel decidirán con quién debo casarme.
Qué pesadilla.
Hago una mueca. —Suena horrible.
Isobel suspira. —Pregúntale a Gavrel si no lo es.
Oh no, no quiero preguntarle nada a él. Nada.
—¿Qué es eso? La lucecita —señalo. Una luz roja minúscula que se apaga y se enciende segundo a segundo en el techo, llama mi atención—. Está sobre... ¿Qué es ese objeto?
—Cámara de video —responde Isobel, también mirando la lucecita parpadeante—. Así le llama Sasha. Hizo que Macabeos colocase diez aquí en el salón. Macabeos es el encargado del Heraldo —aclara—. Es nuestra voz allá afuera.
—¿Cámara de...?
—Video. Es una explicación larga. ¿Has visto alguna vez una fotografía? —pregunta y asiento—. Ese objeto —señala— conserva fotografías que se mueven.
Necesito una copa.
—¿Bien por ustedes?
—Bien por Sasha —resopla—. A él lo tienen fascinado.
¿Será valiosa esta información?
Rimona Doncel es una de las primeras en acercase a la princesa.
—Isi —saluda—, querida, tanto tiempo sin vernos.
—No veo por qué hacerlo. No somos amigas.
Golpe bajo. Isobel puede ser perra si se lo propone.
Rimona no se muestra ofendida por el desaire. —¿Y cómo formaremos un lazo de amistad si no me permites visitarte?
—Últimamente estoy demasiado ocupada con los preparativos de la boda de mi hermano.
Rimona abre mucho sus ojos, fingiendo estar sorprendida. —¿Gavrel se va a casar?
—Como si eso no fuera lo único de lo que quisieras hablar.
Me consta.
—No puedo negar que el tema me interesa. Déjame ver, ¿su prometida está aquí? —Ella intenta buscar a Farrah con la mirada—. ¿Farrah se llama?
—No tardará en bajar —la defiende Isobel.
—¿Y nos vas a presentar?
—Le han hablado tanto de ti y de tu interés por Gavrel que estoy segura de que te reconocerá en seguida. Así que pierde cuidado. Con permiso.
Y la deja hablando sola. Isobel a veces me sorprende.
—Esa zorra buscona —se queja, huyendo de más invitados incómodos.
—No tiene muchas amigas, Alteza —advierto, al darme cuenta de que intenta esconderse.
Isobel bufa. —Quizá una. Puedes tutearme si quieres.
¿Qué? Insisto en que ella me sorprende.
—¿Está segura, Alteza?
—Claro que sí. Considero que podemos hacer buena amistad.
Necesito aire.
¿Qué tan mala persona soy si a pesar de que ella me llama amiga yo hago lo imposible por sacar del poder a su familia?
No merezco tu amistad, Isobel. No la quiero. No la acepto.
El Salón de banquetes está modestamente decorado, tal como Isobel lo pidió. La música es lo suficientemente baja para que todos puedan conversar, y la comida y el alcohol, por el momento, se limita a vino blanco y canapés de mar.
Gio arriva acompañado de un hombre con apariencia de ser un aténtico lobo de mar.
Oh, Madre es Garay.
¿Qué hace aquí?
Si también le sorprende verme lo disimula muy bien.
—Alteza —saluda a Isobel con una reverencia—. Me informaron que hoy es su cumpleaños. La felicito y deseo de todo corazón que vea más veranos. La vejez jamás podrá devastar tanta belleza.
—¿Quién es él, Gio? —pregunta Isobel, un tanto dudosa de aceptar los cumplidos de este caballero.
—Es Lamar Vela, princesa, capitán de un barco pesquero.
¿Qué él es QUÉ? Miro a Garay con sospecha.
—¿Un barco pesquero de Bitania? —pregunta Isobel, dudando.
—De Orisol, Alteza. Pero deseo quedarme un largo tiempo en Bitania.
¿A qué está jugando?
Garay está disfrazado. También finge tener modales. Insisto en preguntarme a qué está jugando.
—Necesita la autorización de nuestro capitán naval, señor.
—Por hoy su autorización me basta, princesa.
Le guiña un ojo a Isobel. ¿Qué intenta?
Las mejillas de Isobel se ruborizaron un poco, mas no pierde la honrilla. Es una mujer educada.
—Supongo que entonces puede quedarse.
Garay le sonríe astuto, aunque a continuación me mira buscando mi ayuda. —Elena, que grata sorpresa —saluda, cínico.
Isobel mira de él a mí, curiosa. —¿Lo conoces, Elena? —pregunta.
—Eh...
—Por eso lo dejé acompañarme, Elena —Uno siempre puede contar con Gio—. Llegó al Burdel de las telas buscándote.
—El padre de Elena es pescador —interviene Garay, dirigiéndose a Isobel—. Él me ayudó cuando yo no era más que un paje de escoba.
¿QUÉ?
—No sabía que tu padre es pescador, Elena.
Claro que no lo sabe.
—No hemos platicado mucho sobre mi familia, Alteza.
Sonrío para no verme tan tensa.
—Cierto. Entonces, ¿para qué necesita usted a Elena? —le pregunta Isobel a Garay.
—Somos viejos amigos —El supuesto Lamar Vela me tiende su brazo, quiere que lo acompañe—. ¿Me permite, Alteza?
Isobel asiente y Garay y yo nos alejamos de Isobel y Gio para poder platicar.
Todos nos ven curiosos, y cuando digo todos, es todos.
—¿A qué estás jugando? —le pregunto, cuando Isobel no puede oírnos.
—Lo mismo iba a preguntarte —Él me mira de pies a cabeza—. Bonito vestido.
—¡Isobel me lo regaló!
—Así que eres una invitada de honor. Patético.
—No de honor, pero si soy una invitada. Aunque no por mi propio gusto y gana.
Detesto que asuma que estoy del lado de ellos.
Me guiña un ojo. —Lo sé, Serpiente.
Garay me toma por la cintura y empezamos a bailar. La música es lenta, lo que nos permite relajarnos y hablar un poco.
—Entonces las preguntas sobran.
—Sobre eso sí. ¿Ya tienes más información o al menos un algún plan para conseguirla?
—Tal vez.
—Te conozco, Elena Novak —Me mira significativamente—. El otro día lastimé tu ego. Por eso estoy seguro de que ya tienes algo.
Tengo el mapa.
—Te dije que casi todo el tiempo estoy encerrada en la biblioteca.
—Ajá.
Ahora que lo pienso ya debería tener algún otro plan. Aún así, trato de enfocarme. —Conseguí un mapa —le informo.
—Otro mapa. Eso suena interesante. ¿Qué lugares señala está vez?
La burla de Garay se debe a que está escéptico. No me cree capaz de lograr algo importante.
Veamos si esto sí sirve.
—Déjame recordar —Finjo esforzarme en recordar—. Señala Tres cruces. Ojo de agua... Es una ruta de Bitania a Teruel.
Garay borra la sonrisa burlona de su cara. —¿Qué dijiste?
Así que esto sí es algo.
—Es una ruta sinuosa que señala una ruta a Teruel.
A Garay casi le saltan los ojos. —Dámelo —pide, ansioso. Incluso tropieza con sus pasos de baile.
¡No que no!
—Pensé que no era capaz de conseguir información importante —me burlo.
—¿Quieres que te aplauda? Venga ya, dame el mapa.
Está enfadado.
—¿Qué le dirás a mi padre sobre cómo lo conseguiste?
Él arquea una ceja. —Si quieres te doy el mérito.
Ruedo los ojos. —Sólo asegúrate de que llegue a sus manos. Primero tiene que llegar a sus manos.
—Como siempre. Ahora dámelo.
¿Por qué tan impaciente?
—Te lo enviaré con alguno de tus muchachos o te lo llevaré yo misma otro día.
—Bien —Él deja escapar un poco de aire. ¿Qué le pasa?—. Eso es todo entonces, ¿o qué harás ahora? ¿Huirás del castillo?
Já.
—De ninguna manera. Puedo hacerlo mejor.
Garay me mira con la misma actitud escéptica de siempre. —No puedes arriesgarte tanto y lo sabes.
—Puedo hacer esto, Garay.
—Lamar. Hoy soy Lamar, linda.
—Lo que sea. Lo he pensado y puedo ser de gran ayuda estando aquí.
—Encerrada todo el tiempo en una biblioteca.
Otra vez las burlas.
—No siempre es así. Isobel quiere que seamos amigas y...
Gavrel me besó.
—Quería. Creo que ahora te odia en secreto.
Me sorprende al decir eso. —¿Qué?
—Isobel —aclara—. No le gustó que prefiera tu compañía a la de ella.
—Eso no es cierto.
—Yo no miento. Al menos no en esto. Ahora sigamos bailando —Nosotros abrimos la pista de baile. Para mí es incómodo, pero Garay, por el contrario, ama ser el centro de atención —. Verás, tu amiga la princesa no nos quita los ojos de encima y su hermano tampoco.
—¿Su hermano?
¿Sasha?
—Detrás de ti, en medio de Rimona y Alenka Doncel.
Disimuladamente miro de quién se trata. Gavrel. Y sí parece molesto.
Es la primera vez que lo miro desde que me besó. Otra vez quiero morir por la vergüenza.
—¿Qué te pasa? —me pregunta Garay, preocupado.
Lo miro. —Nada.
Un Nada poco creíble pero Garay no insiste en ir por allí.
—Te digo que parece molesto —insiste, mirando de reojo a Gavrel.
No me digas. —¿Crees que te reconoció?
—Es una posibilidad.
El alborotador Duardo Garay en el castillo gris. Abrirían la Rota hoy mismo para hacer de su muerte un circo.
Ahora tengo miedo.
—Deberías irte.
—Antes déjame averiguar algo —Garay se aproxima tanto a mí que cualquier aquí pensaría que quiere besarme. Ay no, otra vez no. Me entorpece tenerle tan cerca—. Así que son celos —dice, con su boca demasiado pegada a la mía.
Inmediatamente miro hacia donde está Isobel, ella también está mirándonos.
—Pero te acaba de conocer —digo.
Es Isobel. Porque quiero pensar que Garay se refiere a ella. No puede ser que...
—Eso no significa que en el fondo no le moleste que una sirvienta reciba más atención que ella.
Escucharlo hablar así me enfada. —No sigas con eso. Isobel no es así.
—Todas las mujeres son así, linda.
—Ella no. Ni yo.
Un momento, ¿acaso estoy defendiendo a Isobel?
—Da igual. Cuando te cuestione dile que lo único que hice fue preguntarte por ella. Que pregunté sobre qué le gusta, si alguien la pretende, si tengo alguna oportunidad...
Me echo a reír, lastimando así el ego de Garay. —No preguntará.
—Lo hará y querrá saber si tengo algo contigo.
—¿Por qué pensaría algo así?
—Lo sé. Es una lástima que no suponga que yo jamás te haría caso —Apenas Garay termina de decir eso lo golpeo en el hombro—. ¡Ay! ¿Te podrías comportar? —Él mira hacia todos lados—. Estamos en medio de los culos más limpios de la Gran Isla.
Cierto. —Lo olvidé.
Debemos vernos educados.
—Vamos —Me coge del brazo y temerariamente me saca del Salón de banquetes. Parecemos una de esas parejitas que buscar estar a solas. ¡Puaj!
—¿A dónde vamos? —pregunto, molesta. No me gusta que sienta con derecho a hacer conmigo lo que quiera.
—Sólo quiero confirmar algo.
—Allá dentro pueden pensar mal.
—Lo sé —ríe.
En el corredor afuera del salón, Garay me empuja contra la pared y coloca un brazo sobre mi cabeza.
—¡Garay... digo, Lamar! —lo empujo—. ¿Qué demonios te...
—Sólo danos un poco de tiempo... —pide, mirándome como si quisiera comerme.
—¿De qué... —Mirando sobre su hombro me percato de que Gavrel salió detrás de nosotros. Madre luna. Me asusto al verlo. —Alteza... —intento recibirle, al mismo tiempo que trato de escapar de Garay.
Gavrel mira de mí a Garay, con todo y sus brazos rodeándome. Luce molesto. Pensará que intentamos follar en el corredor de su castillo.
Garay se toma su tiempo para liberarme y lentamente se vuelve a mirar al príncipe heredero.
—Alteza, que gusto conocerle —Le tiende su mano, pero Gavrel la ignora.
¡Pedazo de animal, tienes que hacerle una reverencia!
Pero Garay no lo hará. Él ha jurado jamás bajar la cabeza ante los Abularach.
—¿Qué pasa aquí? —pregunta el príncipe, demandando una respuesta ya. ¡Pero ya!
A Garay no le importa, está sonriendo.
Yo tengo miedo. Puedo imaginarme siendo llevada a la Rota si Garay no se arrodilla ante Gavrel.
—Oh. Elena es una vieja amiga mía —responde Garay por ambos. Yo soy una piedra—, estábamos... platicando.
—Platicando, claro —repite Gavrel, con un tono que da miedo.
Quizá debí quedarme en la biblioteca.
—¿Eso era lo que hacían? —me pregunta Gavrel. Todo él está hecho un... Ay, ¿me va a pegar?—. ¿Platicaban? —Está exigiendo una respuesta.
¿Qué se cree? ¿Mi esposo? ¿Mi papá?
—Alteza, yo...
Quiero explicarle que Isobel me dio permiso para venir a la fiesta, no obstante sólo consigo balbucear. Por ser quien es me intimida.
Gavrel mira a Garay al no obtener de mí una respuesta. —¿Quién le invitó a la fiesta de mi hermana?
—Le pedí al señor Giordano Bassop traerme, ya sabe, por Elena. Y la princesa me autorizó quedarme.
—Pues yo lo desautorizo y le exijo que se marche.
Yo ya estuviera corriendo hacia la puerta, pero Garay, sin quitar esa sonrisa absurda de su cara, se marcha, sí, pero con la altivez ridícula que le caracteriza. Idiota. Todos dicen que esa actitud le hará terminar en la Rota.
Yo también soy rebelde, pero sé cuándo y dónde debo bajar la cabeza para no perderla.
Lo que haré justo ahora...
Empiezo a hacer mi camino hacia la biblioteca.
—Tú no —dice Gavrel.
Maldita sea.
Lo trato de encarar.
Ay, Madre, mala idea usar un corsé justo ahora. Me falta aire. Apenas me atrevo a verle a la cara después de... Pero él sí me está aguijoneando con su mirada. Se siente insultado, puedo verlo. Ya estoy viendo mi cabeza en una pica. Hasta aquí llegó la Serpiente Elena Novak.
—Alteza, la princesa me pidió que la acompañase hoy —digo, lo más rápido que puedo. Mis piernas tiemblan.
—No la veo por ningún lado —dice él, con tono burlón.
Está acercándose. Mi cuerpo se tensa.
—También dijo que si quería compartir con alguien más podía hacerlo —musito, temblando.
Esas no fueron con exactitud las palabras que utilizó Isobel, pero es lo único que sale de mi boca.
—¿Y también le autorizó liarse con cualquier imbécil dentro del castillo? —pregunta Gavrel, acortando más la distancia entre nosotros.
¿Qué?
Siento la sangre subir hasta mis mejillas. —Gara... Él no es mi novio.
—Entonces por qué... —Va a decir algo, algo que le hiere, pero aprieta los dientes y en lugar de eso da dos pasos más hacia adelante. Dos pasos lo suficiente largos como para poder cogerme otra vez entre sus brazos. Esto se siente tan extraño—. ¿Qué otra cosa puedo pensar si te dejas arrastrar hasta aquí por él y lo encuentro rodeándote como si... —Coge un poco de aire. ¿Cómo si qué, Alteza?—... como si le pertenecieras?
Mi boca cae abierta. —Yo no le pertenezco a él o alguien más, Alteza.
Vamos dejando eso claro, porque no es como si me hubiera vendido contigo a cambio de recuperar mi caballo.
Gavrel se acerca más. Creo que va a besarme otra vez, sin embargo retrocede cuando está por tocar mis labios.
—Aquí no... —dice, más para él que para mí—. Te veo más tarde en la biblioteca.
¿Qué? Después de decir eso vuelve sobre sus pasos y regresa al Salón de banquetes.
Estoy temblando.
Cuando me calmo lo sigo y dentro busco a Isobel, que ahora está acompañada de Gio y Mina. Espero que no noten lo perturbada que me siento.
Por lo menos Gio está más atento a Sasha, que está sentando en medio del salón frente a un piano de cola y canta a todo pulmón:
—Mama, just killed a man. Put a gun against his head. Pulled my trigger, now he's dead...
Eleanor no se ve contenta.
—Elena —Mina me saluda con una sonrisa radiante—. Te ves hermosa.
—Gracias, duquesa.
—¿Dónde estabas, Elena? —pregunta Isobel, inquietantemente curiosa.
Todavía estoy temblando un poco. —Despidiendo a Lamar. Recordó que tenía algo que hacer y se fue.
—¿Y por qué no te fuiste con él? —Ella enarca una ceja.
Tal vez es cierto que...
—No, Alteza. Él... Él sólo preguntó por usted.
La atención de Mina se vuelve en redondo a nosotras. Sólo la de ella porque Gio continua hipnotizado por Sasha.
—¿Por mi? —preguta Isobel.
—Pero no le dije mucho. No quise ser indiscreta.
—Hiciste bien —me agradece, aunque se le entusiasmada.
Puede Garay tenga razón y ella... No, mejor no pensar en eso.
Eleanor hace sacar a Sasha del piano y, de pie junto a ella, el rey Jorge ordena traer al salón el pastel de cumpleaños para la princesa.
Diecinueve velas. Isobel es sólo un mes más grande que yo.
—No he visto a Farrah por ningún lado. ¿Tú la has visto? —me pregunta, después de soplar sus velas y saludar a más invitados insoportables.
—No, Alteza.
Cierto. ¿Dónde estará Farrah?
—¿Por qué no vino Baron? —pregunta Gio a Mina.
—No quiso —responde ella, pidiendo que le sirvan una copa—. Tuvo una discusión con Gavrel y ahora quiere evitarlo.
Otra vez la conversación es sobre Gavrel. No, por favor...
Gio me mira de reojo. Yo lo confronto a manera de que solo me escuche él. —Sí, seguro estaban discutiendo por ver quién de los dos se casará conmigo.
—Te encanta arruinar buenos chismes. ¿A que sí, Elena? —objeta, indignado.
—Encantada de servirte.
Tengo mi dignidad. Tengo mi dignidad, maldita sea.
Las luces rojas que parpadean siguen llamando mi atención. Olvidé comentarlo con Garay. Aún así le resto importancia, porque él, como es, sabe cómo conseguir información. Seguro ya sabe con exactitud qué son esas cosas.
La fiesta no tarda en salirse de control. Hay mucho alcohol. Isobel está molesta.
Estas personas no tienen pudor. La mayoría disfruta ser el centro de atención: Mujeres prácticamente desnudas y hombres intentando imitar a los acróbatas y payasos que divierten al resto. Circo. Circo. Circo. Hasta la música de tambores y acordeones me recuerda a la Rota.
Comida. Lo que más me enfurece es la gran cantidad de comida desperdiciada. Los comensales la pellizcan y juguetean con ella, pero no la comen toda.
Una vez pregunté a Marta qué hacen con las sobras. A la basura, dijo. A la basura. Aquí desperdician todo mientras mi gente muere de hambre.
Alguien acaba de tirar al suelo una pierna de cerdo por diversión mientras yo me pregunto si mi hermanito cenó hoy.
Miro hacia una de las lucecitas rojas que parpadean. Quisiera que tomase una buena foto de esto.
...
HEDDA
¡CERDOS!
Eso son todos ellos. Los Abularach y sus invitados enloquecieron en el Salón de banquetes. Sexo. Chanza. Circo.
Macabeos y yo apenas estamos terminando de instalar los artefactos para edición y video, pero ya somos testigo de lo que las cámaras alcanzan a grabar.
Sasha tenía razón. Es un material excelente.
—Mira esto —dice Macabeos, oprimiendo botones.
Debajo de nuestras manos hay cientos de botones y frente a nosotros televisores de diversos tamaños.
—¿Las cámaras pueden moverse? —pregunto, asombrada.
—Sólo bajo nuestro control.
Sí, eso lo entiendo. —¿Puedes acercarte más a... ella? —pregunto, señalando el televisor que muestra a la Hermelinda Abularach, mejor conocida como Mina o duquesa de Jacco.
La mujer ya está ebria, y como de costumbre, ya incomoda y encoleriza a su hermana.
—Puedo —Macabeos consigue que en una de las pantallas aparezca el rostro burdo de la duquesa. Mientras tanto otra cámara enfoca a Eleanor.
—Esto es increíble, Macabeos.
Quiero aplaudir.
—Practiqué durante horas. Pero han pasado tantos años. Casi olvido cómo usar todo.
—¿Para evitar esto lo prohibió el rey Fabio? —pregunto, mirando con asco lo que sucede en la fiesta.
—No. Fue algo más complicado. En aquel entonces el encargado de el Heraldo se llamaba Balo Sil. Él consiguió filmar a Imelda reunida con un grupo de campesinos, cuestionándose si era correcto o no el trato que daba a ellos el rey.
Imelda Abularach. La reina legítima. Ahora muerta y olvidada.
—Cuéntame todo —le pido a Macabeos—. Por una vez en tu vida cuéntame todo. Quiero saber, maestro.
Macabeos suspira.
—Balo estaba enamorado de Imelda, sin embargo, tras ser rechazado por ella, para vengarse, la vendió con el rey. Por lo que Fabio desheredó a Imelda y la echó del castillo. ¿Qué más hay que saber?
—¿Sólo por cuestionarse un poco y hablar con campesinos?
—Oh no. Eso fue sólo el inicio. Imelda inició el movimiento rebelde.
—Pero ella únicamente quería vengar a su madre.
Quiero saber si me sé bien la historia.
—Que murió envenenada días después de anunciar que apoyaría a Teruel.
¡Qué enredo!
—Cuéntame, Macabeos —suplico y mi maestro asiente.
Teruel empezaba a ser acosada por el rey de Cadamosti. Eso inició la caída de la Gran Mancomunidad. Entretanto, se preguntó a cada soberano a quién apoyarían. Beavan, Orisol y Godreche respaldaron a Cadamosti, pero Bitania optó por tenderle una mano a Teruel. Entonces su reina, Evelyn Abularach, madre de Imelda, Eleanor y Hermelinda fue severamente criticada por Fabio, su marido; y, misteriosamente, murió días después.
Imelda era aún muy joven para ocupar el trono, tenía apenas nueve, por lo que Fabio pidió el respaldo de la Gran Mancomunidad y lo hizo en su lugar. Sin embargo, Imelda heredó la sensibilidad de Evelyn y cuando estuvo preparada para gobernar manifestó su interés en retomar la visión de ella: Igualdad.
Fabio no estuvo de acuerdo, pero atribuyó la inquietud de Imelda a su juventud.
Al mismo tiempo, Imelda contagió con su romanticismo a Eleanor y a Hermelinda, por lo que Fabio, preocupado, empezó a cortarle las alas. La encerró y le prohibió a todos hablarle, o peor, apoyarle.
El encierro le dio a Imelda mucho tiempo para pensar y cuestionarse, cuestionarse la misteriosa muerte de su madre. También encontró la manera de escaparse del castillo, así que iba y venía del Callado a la Gran isla, hasta que Balo la grabó.
Entonces Fabio, molesto, la echó y nombró a Eleanor la legítima heredera al trono.
Después pidió que la Gran Mancomunidad se reunira y entre todos los soberanos, presionados por Fabio, decidieron prohibir radios, televisores... todo lo que necesitase electricidad.
Todo eso debía desaparecer para siempre. La intención fue, claro está, salvaguardar sus secretos y no correr el riesgo de ser expuestos.
Balo se negó. Peleó a los gritos con Fabio, pero el rey ya lo tenía en la mira por haberle vendido a su hija. Así que lo llamó insubordinado públicamente y lo quemó en la plaza de la reina, en medio de los miles de televisores y radios.
Los nobles del reino estaban aburridos ante la falta de entretenimiento, ahí fue cuando surgió la idea del anfiteatro la Rota y, con el tiempo, todo aquel que no estuviera de acuerdo con el Tratado del silencio, junto con los alborotadores y traidores, era enviado a la Rota. Pero esa historia ya la sabes.
En la Rota he visto morir a muchos de mis amigos, pero yo sigo vivo por haberme quedado callado. El respetado el Tratado del silencio. Estoy vivo por ser sumiso.
—Pero gracias a eso podremos desenmascarar a Eleanor.
Yo veo el lado positivo.
—Sí —dice Macabeos, triste. Quizá recordando a Balo y a sus demás amigos.
—Lo haremos, Macabeos —lo animo—. Míranos. Ya logramos que Eleanor rompiese el Tratado. Primero con la radio, ahora con la televisión...
Macabeos mira un punto lejano. —Me pregunto por qué la Gran Mancomunidad no se ha pronunciado al respecto.
—Le tendrán miedo. Nosotros sólo esperemos el momento adecuado. Continuemos el legado de Imelda, la reina legítima.
—Imelda... —Macabeos suspira nostálgico.
—¿Cómo sería todo si ella hubiera ocupado el trono?
Me estoy atreviendo a soñar.
—Diferente, Hedda. Todos la seguían le creían. Ya te platiqué que incluso Eleanor y Hermelinda dudaron gracias a ella. Por eso la callaron. Y ya no queda nada de ella. Nada.
—Tú. Tú eres parte de su legado.
—No soy más que un cobarde —niega mi maestro—. De ser valiente como lo fue Imelda, estaría tan muerto como ella.
—Ya. No digas eso —lo abrazo—. Eres mi maestro, Macabeos. Tú, viejo canoso y terco.
—Ya. Ya —Él sonríe tontamente—. Bajaré al Salón de banquetes con la videocámara de mano. Tal vez Sasha quiera grabar más de cerca algún culo.
¡Así se habla!
Me carcajeo. —Oye, eso me da otra idea.
—No. No. No. No más ideas, Hedda —ríe Macabeos, preocupado—. Sé una niña buena y sigue monitoreando. Solo eso.
Cuando Macabeos se va reflexiono sus palabras. Igualdad. Eras grande, Imelda. Me pregunto qué pensarías sobre tu hermana, la reina sanguinaria.
Tengo un par de botones frente a mí. Un par de botones que, de ser oprimidos enviarían una señal en vivo a los cincuenta y dos televisores que instalamos en Bitania Macabeos Malone y yo; y también a las pantallas gigantes en la plaza de la reina y en la Rota. Los plebeyos morirían de rabia al ver a los nobles desperdiciar la comida y comportarse como cerdos.
Pero... todavía no. Macabeos tiene razón. Hay que saber esperar.
Sé una niña buena, Hedda.
...
Elena
Gavrel me vigila el resto de la noche como si tratara de recordarme que tenemos una cita más tarde. ¡Como si pudiera olvidarlo! ¿Debería ir? ¡Como si tuviera opción! El señor así aquí lo que quiere, excepto mandar a Eleanor.
¿Qué quiere de mí? No te hagas la estúpida, Elena, tú sabes qué quiere.
Tal vez es mi oportunidad para... No. No está bien. Por mi padre. Por Thiago. Incluso por Farrah. Ella no merece que le haga eso.
Miro a Gio venir corriendo hacia mí. Se ve feliz.
—¡Me miró, Elena! ¡Sólo fue un segundo pero me miró! —Está saltando en un pie.
Sonrío. —¿Quién?
Ya sé quién pero él se muere por contarme.
—Sasha —chilla—. Vio en redondo el salón, pero sus ojos se detuvieron en mí. ¡En mí! Fue un segundo mágico.
Lo abrazo. —Es que te ves apuesto, Gio.
—No te burles.
—Hablo en serio —Lo miro a los ojos—. El verde es tu color.
—¿Tú crees? —Él gira sobre sus pies, soñando—. ¡Entonces ahora sólo vestiré de verde! —declara.
Le creo. —¿Por qué no te acercas a hablarle?
Gio prácticamente cae desmayado. —¿Estás loca? —me pregunta, con horror—.¿Y si me odia?
Es una posibilidad. —Al menos lo sabrás.
—No. No. Prefiero vivir de esperanza. Tan bello que es amar de lejos.
—Eso es de cobardes —lo regaño.
—Por eso los valientes mueren jóvenes.
Já.
En la fiesta se presentan todo tipo de espectáculos. Juglares. Contorsionistas. Bailarines... Suspiro. Si todo el dinero que se usa para esto los Abularach lo donaran a hospitales o escuelas nosotros viviríamos mejor.
Sé que insisto una y otra vez con eso, pero es que nosotros no podemos darnos el lujo de hacer lo que querramos. ¿Por qué derrochar en lugar de compartir? Es indignante.
Eleanor se toma el tiempo para saludar a los nobles más importantes, porque hasta entre ellos los hay más importantes. Aún así, Gio está seguro de que la mitad de ellos la odian y ella también los odia. ¿Entonces por qué fingen? Es parte del teatro, supongo. Es parte del circo.
La condesa de Vavan tampoco está en la fiesta. Quizá esté acompañando a Farrah. ¿Por qué no habrán bajado? El vestido quedó bien.
Un jaleo causado por Mina interrumpe mis pensamientos. Acaba de caerse sobre una torre hecha con copas de cristal. Eleanor está furiosa y exige que la saquen del salón.
Gio y yo cogemos a la duquesa de ambos brazos y la obligamos a salir. Mina está ebria.
—Llevémosla a su casa, Gio —propongo.
Él asiente. —Buscaré a su cochero para que traiga su carruaje.
Espero a Gio y cuando este regresa como podemos sacamos a la duquesa del castillo para después montarla en un carruaje.
—Mi vida es un desastre —llora Mina camino a su casa.
—No digas eso, galletita —intenta animarla Gio. Estamos recorriendo la Gran isla—. Aún eres joven y bella.
—De ninguna manera. No cómo él me conoció.
—¿Él? —pregunto.
¿Quién? Le dirijo una mirada inquisidora a Gio.
—Su esposo —me aclara.
—¿El duque?
—Ese asno nada tiene que ver —niega Mina—. Cuéntale la verdad, Gio
—No, galletita, porque mañana te arrepentirás de hacerme hablar. Ya hemos pasado varias veces por esto.
Acepto que siento curiosidad. Saber más de Mina es saber más de Eleanor
La casa de Mina es tres veces más grande y fastuosa que la de Gio. Una sirvienta nos abrió la puerta y nos ayudó a subir a Mina hasta su habitación.
Baron nos encontró tendiendo a su madre sobre una cama.
—¿Otra vez? —suspira,triste.
—Sería mejor que la acompañaras —lo amonesta Gio.
—Hoy no pude —musita él, sintiéndose herido.
Por culpa de Gavrel.
Baron y Gio salen a hablar al corredor en lo que yo desvisto a Mina y le pongo la ropa de dormir.
—Soy un desastre, Elena —llora.
Tal vez pueda hacer hablar.
—No diga eso, duquesa —la consuelo—. Ya oyó a Gio. Aún es joven y bella.
—No. Mírame. Estoy más obesa que una vaca. Qué vergüenza —chilla. Así que esto es cosa de vanidad—. Mi madre era esbelta, Imelda también y Eleanor todavía lo es.
¿Imelda?
—Pero usted es buena, duquesa —digo, segura. Al menos Mina no me mira sobre el hombro como lo hace Eleanor.
Mina cierra sus ojos. La cubro con una manta creyendo que intenta dormir, pero no. La duquesa está llorando.
—Hace mucho tiempo perdí mi oportunidad de ser feliz —dice con voz de dolor.
Me estruja el pecho. —No diga eso, duquesa. Usted es una mujer alegre y...
—Y borracha. Una ebria. Avergüenzo a Baron. No merezco que sea mi hijo. Y Él.... Él y Ella no me lo perdonarían jamás.
—Él se preocupa más por usted que por lo que la gente diga de él, duquesa. Me consta.
—No me refiero a Baron. Él no está aquí, Elena. Él y ella jamás volverán.
¿Él y Ella?
—¿Quiénes, duquesa?
—Él, el padre de Baron.
—¿El duque de Jacco?
—Ese imbécil no —Mina se sienta en su cama y me pide sentarme a su lado—. El duque de Jacco no es el verdadero padre de Baron.
¿QUÉ?
—Duquesa, no tiene qué contarme...
No puede tenerme tanta confianza. ¿O sí?
—No seas, tonta —niega, dándome la razón—. Es un secreto a voces en Bitania. Por eso mi padre murió odiándome y Eleanor no me respeta. Me embaracé de un hombre bueno, pero mal tipo a los ojos de mi padre; y para ocultarlo ellos le pagaron una buena suma de dinero al duque de Jacco para que se hiciera cargo.
Madre pura...
—Duquesa, no sé qué decirle.
Mina suspira. —Se buena y tráeme otro trago —pide, mirando suplicante la botella de licor sobre la mesa junto a su cama.
—Tal vez no debería...
—Es una orden.
Le entrego la botella.
—Eres buena, Elena —llora. No, no lo soy—. ¿Qué te puedo dar? ¿Joyas? ¿Dinero?
—Estoy bien, duquesa.
—Le gustas a Baron —dice, sorprendiéndome—. Lo sospecho por cómo pregunta a Gio por ti.
Claro, aquí está Elena Novak y su culo para divertir a la realeza.
—Yo...
—Si quiere casarse contigo, yo no me opondré —suelta ella, llorando. Ay no—. Te lo prometo, Elena. Aunque Eleanor enfurezca yo los apoyaré
La condesa besa mi mano.
Esto es tan... irreal.
Titubeo. Tal vez lo dice porque está ebria. —Gracias, duquesa —río—. Aunque dudo que eso suceda.
—Ayúdame a volver a creer en las historias de amor, Elena —suplica y me vuelve a entregar la botella. Aunque ahora está vacía. Viéndose destruida, Mina se recuesta sobre su almohada. —Dormida no pienso. Dormida no recuerdo —susurra.
—Descanse, duquesa —digo, acariciando su cabellera. Un momento—. Sólo una cosa —pido saber. Mina asiente—. ¿Quién es Ella?
Mina sonríe triste. —Imelda.
Sí, la mencionó en el Velo, en medio de otra borrachera.
—Imelda —repito.
—Sí —suspira ella, nostálgica—. Nosotras pasaremos a la historia como Imelda la valiente, Eleanor la sanguinaria y... Hermelinda la gorda y borracha.
Me quedo con ella hasta que se duerme.
Afuera del dormitorio me espera Baron. —¿Se durmió? —pregunta.
—Sí.
—Te debo un favor por ayudarme a mi madre, Elena.
Él se acerca. Sin embargo me intimida menos que Gavrel. Muchísimo menos.
—No tiene por qué, Excelencia.
—Un día te compensaré.
No quiero estar a solas con él. —. ¿Y Gio? —pregunto, mirando de lado a lado.
—El cochero lo llevó a su casa hace un rato —responde Baron. hijo de... ¡Me dejó a propósito! ¡Quiere chisme!—. Le dije que yo te llevaría a ti... si estás de acuerdo.
Baron me ofrece una sonrisa.
¿Qué otra opción tengo? —Gracias.
Al salir, Baron me ayuda a subir al carruaje y le pide al cochero ir al castillo gris... aunque por el camino más largo. Cielo santo.
—Me quedé esperando su visita —digo, para romper el hielo.
—Últimamente no soy bienvenido en el castillo —dice él, con actitud cómplice—, pero podemos salir mañana.
¿Qué? —Yo...
—Si quieres.
El rostro de Gavrel viene pronto a mi mente.
—No sé...
¡Un momento! ¡Él no me a decir qué hacer! ¡No es mi marido!
Me siento más recta.
—Hagamos algo —propone Baron, antes de que yo diga algo—. Este mismo carruaje te esperará mañana a medio día en la puerta trasera del castillo. No tienes que venir si no quieres, pero si te animas podemos ir a las Caballerías de la Guardia.
Siempre he querido conocer las Caballerías.
—De verdad me encantaría, aunque... no sé si me darán permiso.
¡Hablo de Isobel, no de Gavrel!
—Sé que eso le corresponde a Isobel y ella no es ninguna tirana.
Lo pienso un poco. —Cierto.
Además, es una gran oportunidad para sacarle información a Baron. Hablar con él es más fácil que con Gavrel y también puede tener información de la Guardia real. Después de esto Garay deberá aceptar que si puedo serle útil al Partido.
Baron me deja en la misma puerta en la que mandará a recogerme mañana. Es atento y educado. Quizá tiene mucho que ver que se sabe bastardo, pues ser desairado por ello le obligó a madurar. ¿Es por eso que me mira como una igual?
No olvidé que tengo una cita con Gavrel. Lo que sucede es que no quiero encontrarme con él.
¿Quién se cree para decirme qué hacer?
Es el futuro rey, Elena.
Podrá ser, pero ¿y si no quiero ir? ¿Y si no quiero tener que ver con él? Que se joda.
Hago mi camino hasta mi habitación. Afortunadamente esta vez nadie me espera.
Las horas pasan. No puedo dormir. Doy vueltas en mi cama pensando en el beso que me dio Gavrel, y también pienso en que quizá moriré mañana. ¿Cómo pude dejar plantado al heredero al trono de Bitania?
Pensar es gratis, Elena.
Me apresuro a salir de mi cama y me visto otra vez. Prácticamente corro hasta la biblioteca. Llego jadeando.
No hay nadie. ¿Qué esperaba? Son las dos de la mañana. Gavrel me citó a eso de las seis y la fiesta terminó antes de media noche.
Me alejo de la biblioteca, y aunque una parte de mi espera encontrar a Gavrel en el corredor. Nada. Sólo escucho algunos ladridos. Quizá sea su perro.
Ya qué.
Transmisión de La H.
¡Hoy estamos de fiesta! Bueno, nosotros no, la Gran isla. Es el cumpleaños de la princesa Isobel, ¿te invitaron a la fiesta? ¿No? A mí tampoco.
Sé de buena fuente que no estuvo aburrida. No obstante, no son los chismes de la nobleza lo que nos interes, sino cuánto le cuesta al pueblo este tipo de fiestas.
¿Por qué Eleanor Abularach permitirá que sus hijos celebren fiestas por su cumpleaños cuando sabe que más de la mitad del reino vive en extrema pobreza?
Me repugnas, Eleanor.
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Un capítulo largo :O ¿Les gustó?
¿Recuerdan que ya habíamos mencionado antes a Imelda y al Tratado?
Las románticas que aman la tensión sexual amarán el siguiente capítulo :)
¡Gracias por sus votos y comentarios!
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