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10. Máquina de helado

HEDDA

Que Eleanor y su bandada de buitres no sepan nada sobre electrónica da a Macabeos un ilusorio poder sobre ellos. La reina sanguinaria no sólo aceptó colocar pantallas gigantes en la Rota, sino que pidió que le mostremos algunos de los mejores artefactos que mandó a confinar su padre, el anticuado rey Fabio. Eleanor quiere decidir si vale la pena desempolvar algún otro artilugio.
Macabeos y yo elegimos seis aparatos para mostrarle. Entre ellos, un televisor.

Estamos reunidos en el Salón del trono con parte de la familia real, que están sentados uno al lado del otro; también está aquí el perro sarnoso de Malule y dos soldados de la Guardia. Macabeos y yo estamos de pie frente a Eleanor, a merced de ella, pero llevamos esperanza dentro de nosotros. Aún así, tenemos que esperar a que ella termine de atender otro asunto.
Malule le está mostrando una cabeza.

—Es él, Majestad.

—Era —se burla Sasha.

—Eso no puedo saberlo, Malule. Nunca le vi, sólo le escuche mencionar. Bien podrías haberme traído a un vagabundo que yo no lo sabría.

—Puedo asegurarle, Majestad, que pronto recibirá más cartas enfadosas del rey de Godreche. Este era el hombre.

Otro soldado de Godreche.

Malule está sosteniendo entre sus dedos la cabeza de un hombre que todavía tiene los ojos y la boca a medio cerrar. La imagen es grotesca, pero no puedo fluctuar frente a la reina.

—He de creerte entonces —dice ella, aburrida—. Ahora, aleja esa cosa de aquí.

Cosa.

—¿Se la doy a Olimpia y Giogela, mi señora?

Qué barbaridad.

—No —Eleanor sacude su melena—. A mis bebés sólo les gusta la carne fresca. Comerán más tarde algo si alguien más me hace enojar.

Alguien más. Ahora nos está viendo a nosotros. Macabeos y yo trepidamos un poco.

Malule hace que uno de los soldados se lleve la cabeza.

—Acércate, Macabeos —pide Eleanor—. Veamos qué quieres mostrarme esta vez.

—Usted dirá que artefacto quiere ver primero, Majestad.

—Es evidente que no tengo la menor idea de cómo se llama cada cosa, Macabeos. Usted decida qué me mostrará primero.

Elige bien tus palabras, Macabeos Malone, o seremos el desayuno de Olimpia y Giogela, las dos leonas que están a los pies de su señora.

Macabeos coge una bocanada de aire en lo que prepara el primer artefacto. Los ojos de todos están sobre él
—Consideré que mi señora querría ver artilugios que le faciliten la rutina —dice, aunque no podemos distinguir si la elección de Macabeos agrada a Eleanor, pues su semblante altanero nunca cambia—, por eso, decidí traer un calentador de agua —Macabeos coge entre sus manos el objeto cilíndrico—. Sirve para calentar agua.

—Lo deduje por cómo lo llamaste, Macabeos.

—Si me permite, Majestad…

—Te dije que primero presentaras la cosa, Macabeos —interrumpe Sasha, con actitud donaire—. Ya sabes el… —hace un movimiento espiral con su mano—. Esa cosa.

—¿De qué habla, Sasha? —pregunta con desagrado la reina.

Macabeos se encoge de hombros. —El príncipe insistió en ver los artefactos antes que usted, mi señora.

Eleanor lanza una mirada de furia a su hijo. —¿Siempre tienes que saltarte el protocolo?

Sasha reacciona ofendido. —¿Así es cómo me tratas por arriesgarme a ver que ninguno de esos armatostes ponga en peligro tu vida?

—Busca una mejor excusa.

—Me lastimas, Eleanor.

—Tú. Sobre todo tú, no tienes el más mínimo interés en protegerme —La reina está echando humo por la nariz—. Tú, que no ves más allá de tu culo.

—Si lo piensas bien, madre, no puedo ver más allá de mi culo. Ahora bien, si hablamos de mi polla…

Eleanor está a punto de perder la compostura. —Eres mi penitencia, Sasha.

—¿Gracias?

—No lo olvides.

—Como si me lo permitieras.

—Una vez más maldigo la hora en que naciste.

—Mamá… —Gavrel intenta detener la ridícula discusión.

—Maldigo el poco carácter que tuve para no abortarte.

—Cielo santo, mamá —Gavrel otra vez.

—Tu vida sería aburrida sin mí. Admítelo —ríe Sasha.

—Tú, escupitajo de Satanás. ¡Demonio íncubo!

—Soy el más cuerdo de los cinco. Sólo digo.

Eleanor no se rinde. —¿Tienes claro que estuve a punto de librarme de ti?

—¿Mala suerte?

—Pero me convencieron de darte una oportunidad, y pese a eso, ¡casi me matas en el parto!

Pensar que la discusión empezó por pasar por alto el protocolo.

—¿Tan poco me faltó para ser merecedor de un busto en el centro de la plaza de la reina?

—Basta, Sasha —insiste Gavrel.

—Ya, en serio. Sería el príncipe más querido de Bitania.

Eso es cierto.

—Sasha…

Pero Sasha no se rinde:

—Los bardos harían canciones con mi nombre y los criados harían una fila para rascarme los testículos..

Gavrel presiona con fuerza el puente de su nariz. —Ya hacen eso, bestia.

—¡Pero no lo harían obligados!

—Te odio. Eso lo tienes claro —sigue Eleanor.

—Y acepto que encuentro cierto placer en ello.

—¿Podemos continuar con la presentación, por favor? —pregunta Gavrel con urgencia a Macabeos.

—Siempre tienes que interrumpir nuestros momentos familiares, Gavrel —reclama "ofendido" el otro—. Todo te molesta si no eres tú el centro de atención.

—¡Ya basta, Sasha! —ahora es Jorge el que lanza una mirada de advertencia a su hijo.

—Continua, Macabeos —insiste Gavrel, mientras Eleanor parece estar contando mentalmente del uno al diez.

Qué familia.

Macabeos está conmocionado, pero finalmente encuentra su voz.

—Como usted mande, Alteza. Si me lo permiten, ahora les mostraré un microondas.

—¿Un qué?

—Microondas. Sirve para calentar comida. Incluso es posible tenerlo en la alcoba para evitar que la servidumbre…

—¿Qué te hace pensar que quiero facilitarle la vida a la servidumbre? —pregunta molesta Eleanor.

Macabeos se estremece.

—Ni pensarlo. Andarían por ahí sonriendo y agradeciendo por un día más de vida.

—Sasha…

—Y el alma de Eleanor, que se alimenta de la amargura y desgracia de los que la rodean, perecería. No puede haber paz en Bitania.

—Sasha, querido —dice Eleanor, entre dientes y con un tono de voz amenazante—, si vuelves a interrumpirme, te juro que haré que Olympia te arranque la polla.

—Siempre tienes que amenazar a todos con lo que más quieren —lloriquea exageradamente Sasha.

—Responde, Macabeos Malone —insiste Eleanor—. ¿Qué te hace pensar que quiero facilitarle la vida a la servidumbre?

—Podrían dedicarse a otras actividades, Majestad —Macabeos está temblando.

—Que mis súbditos se arrodillen para servirme es un adeudo. Es una declaración de inferioridad. Les da algo en qué pensar.

Siento nauseas.

—Majestad…

—No los volvamos perezosos.

Vaca inflada.

—Majestad, yo…

—Aleja el microlardas, o lo que sea eso de mi vista, y muéstrame lo que dice Sasha.

—Como usted ordene, Majestad —Macabeos me pide encargarme de esconder el microondas y coge entre sus manos el siguiente objeto—. El artefacto al que se refería el príncipe…

—No le digas príncipe a ese malogro de mi vida.

Sasha se carcajea. Cualquier otro se hubiera ofendido, pero él no, él disfruta enojar a su madre a costa de su propio honor. Lo respeto un poco por eso.

Macabeos titubea un poco. —Él hablaba de esto, Majestad —Otro objeto que luce extraño para ellos—. El propósito de este artefacto es satisfacer un placer culposo.

Eleanor se vuelve a Sasha. —¿Por eso te gustó tanto, amor?

—Me pillaste, mami.

Gavrel se remueve en su asiento. —Se ve más complejo que los otros dos artefactos. ¿Qué es?

—Una máquina para hacer helado, Alteza.

Eleanor roda los ojos.

Sasha salta. —La amé. ¿Puedo quedármelo, mami? —repite, haciendo un ridículo mohín—. ¿Sí, por favor? ¿Puedo? Eso y una monísima guitarra color rosa que también vi por ahí.

—Siguiente, Macabeos —ordena Eleanor, ignorando a Sasha.

—Bueno… —por fin Macabeos coge entre sus manos el objeto que nos dio el valor para exponernos a esto—. Lo siguiente, Majestad. Bueno, esto… esto es… un televisor.

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¿Qué tal la actitud de la familia real? :O

¿Qué opinan de Hedda?

Poco a poco los iremos conociendo a todos.

Gracias por estar votando y comentando :)

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