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PRÓLOGO


PRÓLOGO

Isobel

Mi habitación es la más pequeña del castillo, pero tiene un hermoso balcón en el que puedo plantar todo tipo de flores, excepto rosas Príncipe negro. La leyenda del Príncipe negro cuenta que un hombre trepó hasta el balcón de la princesa que amaba y plantó para ella rosas color rojo sangre. Mi hermano ha enviado a nuestro mensajero a Teruel a buscarme rosas o semillas de ese tipo de flores, pero cuando estas llegan a Bitania están marchitas y las semillas se niegan a crecer en nuestra tierra. Aún así, me quedan las leyendas.

Me gusta leer historias. Sobre todo novelas románticas. Mi madre dice que ese es un rasgo de mujeres insulsas, pero nadie en el reino es más insulso que ella, por lo que no hay de qué preocuparse.

Mi habitación es la más pequeña del castillo, suelo recordarme incansablemente, porque estoy consciente de que esto es así porque soy quien menos importancia tiene entre los miembros de la familia real. Pero miro el lado positivo, únicamente necesito espacio para una cama, un baúl, una cómoda y una pequeña biblioteca. Aunque este lugar sería perfecto si pudiera lograr que en mi balcón crezcan Príncipes negros, o recibir la visita de uno amable y sincero.

A medio día recibo otra carta. Las he recibido todos los días de manos de la misma sirvienta desde hace ya una semana. Ella me las entrega apenada.

—¿Aún no sospechas quién me las envía? —le pregunto.

—No, Alteza —niega, tímida. Sé que no está mintiendo—. El remitente las sigue dejando bajo mi puerta cuando yo todavía duermo.

Aunque dudo acepto la carta.

—Gracias, Helen. Puedes retirarte.

Helen sale de mi habitación después de despedirse con una reverencia. No me gusta que las personas se inclinen ante mí, pero impedírselos nos causaría problemas con la reina.

Soy heredera al trono de Bitania, un reino parte de la Gran Mancomunidad y que se destaca entre los demás por hacer de la justicia un espectáculo público, sirviéndose para esto de la Rota: un anfiteatro con aforo para veinticinco mil personas, en el que, con entretenimiento de tipo circense, se ejecuta a los traidores del reino. Esto se hace llamar Reginam. Aunque cabe mencionar que no estoy de acuerdo con esto. Aunque también cabe mencionar que muchos tampoco están de acuerdo con esto. Pero es aún mucho más importante mencionar que a mi madre, la reina Eleanor, no le importa que estemos en contra de sus métodos de castigo.

¡Hay que proteger a la reina de los traidores!, se justifican ella y el obispo.

Observo la carta. No es una carta cualquiera, cavilo, sosteniéndola entre mis delgados dedos. Es la misma letra sencilla y grácil de las cartas anteriores, y también es el mismo tipo de papel. Sin embargo, es especial. Quien la escribió se tomó su tiempo para merecer mi atención.

Sin más que indagar, rompo el sello que protege la confidencialidad de la postal y la extiendo para leerla.

Mi estimada princesa,

Una vez más soy siervo de la senda que imprudentemente recorren mis sentimientos y, ansioso por acortar nuestra distancia, me atreví a enviarte otra carta. Soy tu vasallo, Isobel. Y aunque no ocurro en el oficio de la poesía, tu candil me guía.

Las horas del día son eternas hasta que puedo encontrarme contigo una vez más. Es más calma la noche que, como buena aliada y amiga, me permite mirarte en sueños.

Hay tanto que quisiera escribirte, Isobel... Pero insisto en que sólo soy un vasallo y ante los ojos del juzgador no doy la talla. Soy un siervo. No te merezco... pero te quiero. Te quiero y por eso te pido que no sientas miedo.

Por favor no te sientas sola. Yo te ofrezco mi alma y mi espada.

Con amor y admiración,

J

—Esta vez firmó la carta —digo en voz baja—. ¿J?

Oh, padre. J sólo puede ser...

Cierro los ojos.

"... no sientas miedo" "Por favor no te sientas sola..." Sé quién me escribió esto. Ayer le platiqué que siento temor de que algún enemigo de mi madre pronto tome venganza contra nosotros. Y también le conté sobre el Príncipe negro. Le dije que me gustan las historias del Príncipe negro.

—Él, además de valiente, era poeta —le dije—. Enamoró a una princesa plantando rosas en su balcón.

—Lo hizo por amor. Todos haríamos eso por amor —exclamó él, ferviente.

—No todos —respondí yo, apaciguándole—. Porque todos los hombres pierden la cabeza cuando se enamoran. Eso es cierto —dije—. Pero no todo hombre enamorado es caballero. Por eso no todos pueden ser un Príncipe negro.

Él asintió como si en lugar de dejarle en claro algo le estuviera participando un reto.

Oh, mi buen señor... Lo alenté.

Estoy releyendo por tercera vez la carta cuando alguien entra de forma adusta a mi habitación. Es Sasha, pienso sin apartar la mirada de la carta. Porque hablando de hombres que no son caballeros, únicamente Sasha entraría a la habitación de una doncella sin antes tocar la puerta. Aunque esta doncella sea su hermana.

—Hermanita —dice su cantarina pero pícara voz—, estaba pensando en que ya está próxima la fecha de tu cumpleaños...

—No —digo, interrumpiéndolo y sin apartar la vista de la carta.

J quiere ser mi Príncipe negro. Me cuesta creerlo.

—Ni siquiera sabes que te voy a pedir —replica Sasha sin perder la apostura que le caracteriza. Una apostura falsa.

¿Por qué tiene que interrumpirme ahora?

—Lo presiento —insisto—, y mi respuesta desde ya es un rotundo no.

—Isobel —gruñe él, apoyándose en la pared y, aparentemente, dispuesto a no insistir en meter su nariz donde no le llaman.

El aspecto de Sasha es el que se espera tenga todo joven y apuesto príncipe: piel inmaculada, cabellos de oro, un rostro gracejo con nariz respingada y labios bellos. Él y yo físicamente nos parecemos, pero mi temperamento es flemático. Contrario a Sasha que tiene boca rápida y causa un vendaval a dondequiera que va.

—No tienes amigos —me recuerda con actitud altanera—. ¿A quiénes vas a invitar a tu fiesta? —Arquea una ceja en mi dirección—. ¿A las sirvientas?

Tal vez. Aparto la vista de mi lectura:

—Acepté hacer una fiesta, pero no la haré bajo tus condiciones —replico, molesta.

—Me necesitas, Isobel.

—No. Yo sé a quiénes invitaré. Además, tú cumpleaños también está próximo ¿Por qué no puedes esperar?

No lo hará. Sasha ama ser el centro de atención aunque en el camino para conseguirlo tenga que importunar a otros.

—Estás tomando mi ofrecimiento como una afrenta cuando en realidad es un favor —responde mostrándose ligeramente ofendido. Aunque no sé si genuinamente ofendido.

—Que no te he pedido.

—Claro que no —Él camina con garbo por mi habitación. A mi hermano le gusta hacerse notar. Eso lo tengo claro—. Lo hizo Gavrel.

—¿Gavrel? —dudo.

—No quiere verte en aprietos.

Salto. —¿Perdón?

—Hermanita, yo sólo soy el mensajero.

¿Qué tipo de broma es esta?

De inmediato salgo de mi habitación en búsqueda de Gavrel. ¿Por qué me hace esto?

—Está en el Sala de los laureles—informa Sasha, todavía altanero y siguiéndome de cerca. Me tocará hacer cara a Gavrel con Sasha acompañándome.

Nuestro castillo es de piedra, pero los aposentos de la familia real no están lejos de los salones de ocio. Aún así, es un laberinto es un laberinto de retratos y piezas de cerámica de la dinastía Abularach.

—Sí es una mentira... —intento advertir a Sasha, pero él únicamente se ríe de mí.

¿Por qué Gavrel le pidió a Sasha interferir en los preparativos de mi fiesta de cumpleaños? Me duele creer que él me expondría de tal forma. ¿O Sasha está mintiendo? No lo creo. Sasha debió advertir que yo cuestionaría a Gavrel, por lo que una mentira no serviría. Hay algo que no sé.

En la Sala de los laureles, encuentro a Gavrel cómodamente sentado frente a una interesante partida de ajedrez.

—Es increíble que aún no hayas movido —se queja Sasha, entrando a la sala después de mí.

—Necesito tiempo para idear tu caída —protesta Gavrel, concentrado en el tablero.

Igual lo interrumpiré...

—Gavrel —lo llamo. Él aparta su atención del tablero de ajedrez y me observa amable—. Sasha asegura que le sugeriste intervenir en los preparativos de mi fiesta de cumpleaños.

—¿Sugerírmelo? —señala Sasha—. Me lo ordenó.

—Es cierto —responde Gavrel.

¿Por qué?

—Explícame tus razones —demando saber.

Mi nariz gotea y mis ojos parpadean seguidamente. Necesita llorar. Gavrel nunca se había vuelto en contra mía.

—Es la primera vez que madre te obliga a organizar una fiesta por motivo de tu cumpleaños —dice, en apariencia consciente de cómo me debo estar sintiendo—. ¿No te has cuestionado el por qué, Isobel?

—No he querido hacerlo —respondo, sincera. No he querido hacerlo...

Pero en el fondo sé por qué.

—Pues deberías.

Gavrel, serio, vuelve su atención al tablero de ajedrez.

Pues deberías...

¿Eso es todo? ¿Cuándo dejé de ser su hermanita pequeña? La que merece su protección.

Vuelvo mi atención hacia el tapizado de la sala. En la pared principal hay una efigie de nuestra madre.

Sé por qué, Gavrel. Es porque madre puede decidir sobre mí, sobre ti, sobre todos...

—Te quiere casar —responde Sasha por mí y por todos, mirándome desafiante, y con ello ganándose una mirada asesina de Gavrel; una mirada tipo: ¿Esta es la forma de darle la noticia a Isobel?—. ¿Qué? —se defiende él—. Es la verdad. Eleanor necesita mejorar nuestra alianza con Orisol y con Cadamosti. Quiere que Isobel se case con el sobrino del rey Onicio; o, mejor aún, con nuestro abuelo.

Nuestro abuelo, Bin Invain, rey de Cadamosti.

—Qué asco —gruñe Gavrel, palpando tentativamente la cabeza de un peón aún de píe sobre el tablero.

Este es el tipo de noticias que temía enfrentar. Casarme con mi abuelo...

—Pero, pero... yo no me quiero casar —mascullo, mirando de Sasha a Gavrel. Siento unas terribles ganas de llorar.

—No te quieres casar con ellos —valora Sasha—. Porque toda mujer se quiere casar. Sabes, es lo malo de las mujeres...

—Sasha... —lo calla Gavrel.

—No estoy preparada —chillo.

—Es que Eleanor no te está preguntando si lo estás —continúa Sasha—. Porque, aquí entre nos —A continuación mira de reojo a nuestro hermano mayor— a Gavrel también le está buscando celadora.

—¡¿Qué?! —chillo otra vez—. No, ella...

Miro a Gavrel. ¿Acaso...

—Oh, sí. Los rumores apuntan a Beavan —advierte Sasha—. Bitania necesita el respaldo de un ejército valiente. El ejército de Cadamosti lo es, pero Eleanor no cree que el abuelo quiera tomar en matrimonio a Gavrel —Gavrel le dirige otra mirada asesina a Sasha—. ¿Qué? No me mires así. Bien sabes que Eleanor le ofrecería tu culo a ese viejo avaro si la iglesia no se lo impidiera. Un buen culo, en realidad, porque fue todo un espectáculo subastarlo.

—Sasha... —repite Gavrel con tono amenazante.

Para Sasha es un deporte fastidiar a nuestro hermano mayor.

—¿Madre está subastando a Gavrel? —pregunto, aterrada.

—Sí —continúa Sasha, todavía en plan de vocero de Gavrel—. Una duquesa de Orisol quiso pagarle a Eleanor un buen tributo por él, pero Eleanor lo que necesita es soldados.

Soldados para la guerra que se aproxima. Pensar en eso aviva mi temor: morir al filo de la espada de uno de los tantos enemigos que tiene Bitania.

—Madre está vendiéndonos —digo..

—No hables por los tres. A mí no me ha ofrecido.

—Lo hará cuando necesite vengarse de alguien —objeta Gavrel mirando mordaz a Sasha.

Sasha se vuelve a mí otra vez:

—¿Oyes ese tono de voz? O es porque siente que está perdiendo la partida de ajedrez, o porque ya le recordé que Eleanor está subastando su polla.

—Sasha... —El tono de voz de Gavrel esta vez es de advertencia, una seria advertencia.

Gavrel y Sasha son distintos en todo. Gavrel físicamente es sólido y jayán. Sasha, por el contrario, es tan menudo y enfermizo como lo soy yo. Pero en donde más se diferencian es en los caracteres: Sasha es poco menos que una tarabilla y Gavrel es un mar en calma.

—Ahora que lo pienso deberíamos hacer una fiesta en honor a la polla de nuestro hermano —propone Sasha, todavía dirigiéndose únicamente a mí—. La pobre sólo es utilizada para adornar la entrepierna de Gavrel y para mear.

—Basta, Sasha —pondera Gavrel.

—En serio, Gavrel, el obispo no se enterará de que alguna puta se sentó sobre tu andamio real.

A pesar de las discordancias, Gavrel finalmente hace una movida en el tablero. Un jaque.

—Mierda —musita Sasha, acercándose al juego y evitando mirar la sonrisa triunfal del otro.

No obstante, con otro sutil movimiento, Sasha no tarda en poner otra vez en aprietos a Gavrel.

—Este juego es mío —sentencia.

—Ya veremos —objeta Gavrel, concentrándose otra vez en el juego. Será mejor pensar en un juego que un matrimonio obligado.

Aunque sé que Sasha, artero y poco modesto, no dudará en ponerlo en penitencia cuantas veces hagan falta.

—Madre quiere que esa fiesta trascienda lo mejor posible para presentarte oficialmente en sociedad y disponerte un esposo —dice Gavrel, evaluando qué pieza del tablero mover esta vez. Está dirigiéndose a mí—. Por eso necesitas de Sasha.

Ahora todo tiene sentido.

—Para que la fiesta sea un caos —deduzco en voz alta.

Necesito a Sasha para que los planes de madre se echen a perder.

—Y nadie quiera desposarte —concluye Gavrel.

—Mis fiestas no son un caos —se defiende inútilmente Sasha.

Porque aunque lo niegue sus fiestas suelen ser... inolvidables. Inolvidables de mala manera.

—¿Ahora lo comprendes? —me pregunta serio Gavrel.

Bajo la mirada. —Sí.

—Mis fiestas no son un caos —insiste Sasha con actitud de niño empezando una pataleta.

Gavrel va a decir algo más cuando alguien interrumpe al tocar la puerta.

—Adelante —llamo.

Es una sirvienta.

—Altezas, perdonarme—dice, educada la sirvienta—, su majestad me envía a recordarles que hoy le acompañarán durante la merienda.

—¿Por qué se empeña en arruinar nuestro día? —se queja Sasha.

Gavrel también resopla.

—Gracias por avisar, Marta —agradezco.

Los tres nos dirigimos al Salón del té. La reina no suele invitarnos a tomar la merienda con ella, al menos no a Sasha y a mí, por lo que advertimos que querrá darnos alguna noticia. ¿Una buena noticia?

En la mesa del Salón del té ya están situados madre, padre y el señor obispo; y en pos, custodiándoles de cerca, están de píe dos sirvientas y tres soldados de la Guardia real. Que el obispo esté aquí me permite entrever la importancia de la noticia que nos dará madre. ¿Una mala noticia?

Gavrel, Sasha y yo nos disponemos a ocupar nuestro lugar en la mesa cuando...

—Cielo santo, madre —maldice Gavrel, irguiéndose. Su porte siempre cambia cuando se siente incómodo.

Sigo la dirección de la mirada de mi hermano. Dulce señor del sol... En una esquina del salón yace boca arriba un soldado cubierto de sangre, y de este se están alimentando dos fieras leonas. Las dos fieras leonas mascotas de nuestra sádica madre.

—¿En serio les sorprende? —ríe Sasha, ocupando su lugar en la mesa—. ¿Tantos años y aún no se han acostumbrado?

En parte tiene razón. Tantos años ya de ver caer personas a los píes de Eleanor Abularach tiene que haberme insensibilizado. Pero no.

Trago un poco de saliva y, junto a Gavrel, ocupo mi lugar en la mesa.

Madre no parece afectada.

—¿Quién es? —le pregunta Gavrel, aún incómodo.

Sasha suprime una risa. —Quién era.

—Dijo llamarse Aitor —responde madre, sirviéndose un poco de té.

—¿Por qué? —exige saber Gavrel.

Mi hermano está molesto.

—Malule lo escucho elogiar a las Serpientes.

Las Serpientes, el grupo civil que quiere sacarnos del poder a los Abularach.

—Pero...

—Sírvete un poco de té, Gavrel —ordena madre—. No esperes a que enfríe.

Por costumbre, Gavrel hace de inmediato lo que le ordena madre, pues ella, además de parirnos, es reina de Bitania y señora de la Gran Mancomunidad.

—Debiste esperar el siguiente Reginam —añade mi hermano, aún irritado. No dudo en que conociera personalmente al soldado.

—Me alteré —responde con una sonrisita madre, sin duda harta de que la estén cuestionando.

Pero sólo a Gavrel le permite cuestionarle. Aprender a gobernar es un derecho del príncipe o princesa que está en primer lugar en la línea a ocupar el trono. A Gavrel le sigue Sasha y a Sasha le sigo yo. Pero eso no le importa a la reina. Para ella sólo Gavrel es importante.

Un sonido casi inaudible pero tedioso nos distrae un momento a todos. Es la taza de té del obispo, que está temblando contra otra porcelana en lo que este intenta servirse un poco de té. Claramente el hombre está nervioso. ¿Qué tuvo que escuchar o ver antes de que llegáramos nosotros? ¿A la reina le tomaría mucho o poco tiempo sentenciar a muerte al soldado?

—No se acongoje, señor obispo —dice de forma socarrona Sasha—. Usted también debería de estar acostumbrado. Y agradezca al Padre sol que no es principio de mes y no le ha venido la regla a Eleanor. Porque si no...

—Suficiente, Sasha —protesta madre y se vuelve hacia las sirvientas—. Ustedes dos saquen eso de aquí antes de que empiece a oler mal.

Eso.

De inmediato las dos sirvientas muestran temor por tener acercarse al alimento de las fieras. Aunque al mismo tiempo también muestran temor de no hacer de inmediato lo que ordenó la reina. Ambas me miran suplicantes. Me piden en silencio abogar por ellas.

—Madre... —susurro, temiendo desafiar una orden de su majestad.

—Bien sabes que primero tienes que alejar a tus mascotas —resopla molesto Gavrel a madre en mi lugar.

Así ella, escondiendo otra sonrisa, chasquea sus dedos hacia las dos leonas que responden a los nombres de Olympia y Giogela, y estas se alejan del cuerpo inerte del soldado.

¿Por qué madre es tan perversa? Nunca ha sido de diferente manera.

Para evitar verla observo distraídamente el forillo del Salón del té. La entrada se esconde detrás de una cortina y el tapiz es rosetón. Todo el castillo se asemeja a una enorme jaula de oro. Irónico. ¿Cuántas veces no he escuchado a doncellas decir que les gustaría ser princesas y vivir en un castillo de oro? He de decirles que este no es un privilegio cuando Eleanor Abularach es la reina.

—Ustedes tres, ayuden —ordena Gavrel a los tres soldados de píe detrás de nosotros. Estos de inmediato cargan con lo que quedó de su compañero mientras las dos sirvientas se disponen a limpiar el baño de sangre.

—Pastelillos rellenos de mermelada de fresa —elogia Sasha a madre cogiendo para sí mismo otro pastelillo—. Tú siempre tan creativa, Eleanor —añade, mirando burlón del relleno de mermelada a la sangre dispersa sobre el alfombrado del salón.

Así, termina por darme asco el postre que cogí para mí.

—Háblame de tu día, Gavrel —solicita madre ignorando a Sasha.

Así ha sido siempre. Así será siempre. Gavrel es su primogénito y ante sus ojos su único heredero.

—Por la mañana supervisé la admisión de cincuenta jóvenes a la Guardia —responde Gavrel—. Ya están instalados en las caballerías. Su primer trabajo será vigilar el Callado. Después trabajé con el maestro Adnan en el diseño de un nuevo andamiaje que fortalecerá las columnas de la Rota... Ya te había comentado esto último.

Madre no dice nada, pero su semblante denota que se siente conforme con la respuesta de Gavrel. Yo la observo como quien evalúa una rara obra de arte, porque ella, la reina, posee una belleza escalofriante: cabello rubio peinado a manera de parecer una melena, y sobre este está colocada una pequeña corona con forma de cascabel de serpiente. La constitución de madre es casi cadavérica: su piel es pálida y sus ojos, a pesar de ser bastante expresivos, se ven cansados. Lo que es abrumador porque ella no es tan mayor. Madre viste enormes vestidos perfeccionados hasta el último detalle, pero más que respeto inspira miedo. A pesar de su elegancia y su porte aparentemente anémico, la reina Eleanor da miedo.

—¿A Isobel y a mí no nos vas a preguntar cómo fue nuestro día? —le pregunta Sasha con una sonrisita.

—Isobel es un mueble en el castillo y tú un inútil para resolver cualquier problema de Bitania. ¿Qué más necesito saber? —responde ella.

—Auch. Y yo que te iba a dar un ojo flotando en cloroformo el Día de las madres, Eleanor.

Bajo la mirada a modo de no representar una amenaza. —Yo quiero ayudar más —musito.

—Lo sé. Por eso te vas a casar —arguye ella—. ¿Qué mejor contribución puedes dar a tu reino que un reino aliado? Lo que me recuerda... —Ella se vuelve a Gavrel—. Gavrel, ya decidí con quién te desposaré. Será Lady Farrah, la sobrina del rey de Beavan.

Alguien de Beavan tal como todos esperaban...

—El rey Vadin aceptó mis exigencias y yo las de él —continúa madre, haciendo caso omiso a las miradas de desconcierto que le dirigimos los demás en la mesa—. Irás a Beavan en un mes a presentarle tus respetos a Vadin y a su sobrina. Y en diez meses ella vendrá a Bitania para desposarles. ¿Alguna pregunta?

—¿Lady Farrah? —pregunta Gavrel, aturdido.

—Dice Vadin que es un encanto —continúa madre—. Es inteligente, prudente, juiciosa...

—¿Y si es un encanto por qué no se ha casado? —le cuestiona Sasha.

Madre se vuelve a mirar a Sasha: —Tú cállate.

—Sasha —dice padre, hablando por primera vez desde que llegamos—. La sobrina favorita del rey no se va a casar con cualquier plebeyo. Pero tu hermano es nuestro heredero.

Sasha codea a Gavrel:

—¿Escuchaste que entre los atributos de Lady Farrah no mencionaron "guapa"? No quiero alarmarte, hermanito, pero...

—Que te baste saber que no ha recibido a nadie en su cama —dice madre a Gavrel, dirigiendo una mirada de advertencia a Sasha.

—¿Por lo menos puedo saber qué edad tiene? —reclama Gavrel.

¿Cómo pueden desposarle con alguien que desconoce?

—Te lleva algunos años.

—¿Cuántos?

—Cinco o siete.

Gavrel cierra los ojos. Se siente abrumado.

—¿Tiene más de veinticinco y es virgen? —canturrea Sasha, irritando más a madre—. Debe ser aburrida y plana como una tabla.

Gavrel rueda los ojos.

—Sasha... —amenaza madre, molesta.

—Y yo que pensé que iba mal mi día —añade Sasha.

—¿Va mal tu día? —pregunta padre a Sasha.

—Creo que se me encarnó una uña. ¿Puedes creerlo? ¿A qué sirvienta me recomiendas pedirle un pedicure? —Se vuelve a nuestro hermano—. Gavrel, a ti también te puedo pedir un pedicure. Y quizá también un masaje. Te noto tenso.

—¿Tienes alguna objeción? —pregunta madre a Gavrel. Porque sí, se le ve bastante tenso.

—¿Puedo tener alguna objeción? —replica él.

—Pensé que estaba claro que los intereses de Bitania estaban por encima de los intereses personales de cualquiera sentado en esta mesa —alega madre—. Nacer con derecho a ocupar una corona no sólo trae privilegios, hijo.

Me encojo en mi asiento. Ninguno de nosotros pidió nacer como princesa o príncipe heredero. Y ahora tendremos que vender nuestra felicidad a cambio del bienestar del reino.

—De acuerdo —replica Gavrel—, pero ¿si ya me tienes un comprador a mí, por qué insistes en desposar a Isobel?

Vuelvo la vista hacia mi hermano mayor. No, no lo hagas...

—¿Comprador? ¿Cuál es tu problema, Gavrel? ¿Desde cuándo te quejas? —le amonesta madre.

Gavrel aparta un par de migas de su camisa. Él no ha cogido ningún pastelillo, pero Sasha le ha fastidiado al arrojarle las migas que le estorban a él.

—Por lo menos quería evaluar opciones...

—Farrah de Beavan es la mejor opción para Bitania —indica madre.

—Para Bitania —repite burlón Sasha.

—Y cuando le presentes tus respetos al rey Vadin —añade padre— te vas a mostrar conforme y feliz de tomar como esposa a su sobrina.

—Conforme —repite Gavrel—. Y no objetaré nada más sobre este tema si, y sólo si —reafirma, aún irritado—, esperan más tiempo para buscarle un esposo a Isobel.

La reina no parece creer que su hijo la esté retando:

—¿Y por qué objetarías?

—Para mostrar al reino que al menos tengo un poco de dignidad.

—Si sirve de algo —objeta Sasha con el mismo tono burlón de siempre—. Hace mucho que no creen que la tengas.

Madre se vuelve otra vez a Sasha. —¿De qué...

—Estás decidiendo sobre la mujer que llevaré a mi cama, mamá —agrega Gavrel interrumpiendo a madre—. Por lo menos he de defenderme un poco.

Madre mira de Sasha a Gavrel y de Gavrel a mí:

—¿Y cuál es la sorpresa? Mi padre decidió con quién me casaría yo y con quién se casaría vuestra tía... Y me casé a la edad de Isobel —agrega, molesta—. ¿Estaba feliz? No. Tu padre era un cerdo pervertido, además de vicioso, vil y deshonesto. Pero, aún así...

—¿Era? —ríe Sasha.

—Estoy aquí, familia —dice con una sonrisa padre.

Es evidente que no somos una familia modelo.

—Pero, aún así —puntualiza madre—, cumplí con mi obligación.

—Y yo que pensé que se habían casado por amor —comenta con aparente desilusión Sasha—. Papi, ¿no le llevaste chocolates y flores a mami?

—Ya cállate, Sasha —gruñe el rey.

—¿Alguna otra pregunta? —demanda la reina dirigiendo también su atención al obispo.

Este no dirá nada. Él teme desafiar a la reina.

—¿Puedo poner cortinas rosa en mi habitación? —pregunta Sasha.

—Sasha... —empieza madre.

—¿Sí?

—Lárgate.

—Pero, mami...

—¡YA!

Y ahí perdió los estribos...

Sasha se pone de píe. —Qué aburridos son todos.

El obispo coge un poco de aire.

—Sasha, quiero que nos reunamos más tarde en mi habitación —pide Gavrel a nuestro hermano en lo que este se dispone salir del salón.

—¿Para qué? —pregunta expectante madre, sin duda cuestionándose si pretenden fraguar algo en contra de ella.

—No, Gavrel, no te voy a conseguir putas aunque me insistas —dice Sasha.

La reina enarca una ceja hacia su heredero.

—Está bromeando —responde Gavrel con un tinte rojo en sus mejillas.

—Igual espero que aún estés consciente de que de tu voto de castidad depende que siga de píe esta familia —objeta madre.

—Aún lo estoy, madre —gruñe Gavrel—. Aún estoy consciente.

—Y de tu capacidad para encarar una guerra y a la vez engendrar un heredero —continúa la reina.

—Veamos: Capacidad de conservar su castidad, de encarar una guerra y de engendrar otro heredero—ríe Sasha desde la puerta—. Vaya, quién diría que todo lo que necesita esta monarquía lo tiene Gavrel dentro de sus huevos.

—¡QUE TE LARGUES! —grita madre otra vez a Sasha haciendo retumbar la sala.

Pero Sasha no se va sin antes agregar:

—Admitan que alguien tiene que ser la oveja negra de esta familia.

—Pensé que eso ya era trabajo de Mina —ríe padre ganándose también una mirada asesina de madre.

Miro mi taza de té en silencio. Sé que le debo mi tranquilidad a mi hermano, porque madre no se arriesgará a no aceptar la petición de Gavrel de aún no casarme. Pero, ¿cuánto tiempo más tendré que esperar? ¿Estará bien retrasar lo inevitable?

Y también estoy preocupada por mi hermano. ¿Qué se sentirá estar comprometido con alguien que no conoces?

Algún día lo sabré.

Miro con tristeza a mi hermano mayor. ¿Alguna vez se habrá enamorado Gavrel? me pregunto. ¿Le interesará alguna doncella? ¿O qué si se enamora antes de la boda?

Igual madre lo forzaría a casarse...

Cuando termina de caer la tarde empiezo el recorrido de regreso a los aposentos reales. Necesito recostarme. Sin embargo, en el camino encuentro a uno de los soldados que custodian el castillo. ¿Quién eres?

Que no seas J, que no seas J, ruego al Padre sol en silencio.

Las lámparas de gas que alumbran tenuemente el corredor consiguen confundirme un poco. ¿Quién eres? No obstante, para mi mala suerte, reconozco a Jakob.

Primero resuelvo fingir no darme cuenta de quién es, pero su mirada sobre mí es demasiado intensa como para poder evadirle.

—Isobel —lo escucho llamarme.

Mis manos sudan. Visto un sencillo vestido de seda, pero frente a Jakob me siento como si no llevara puesto nada.

—Hola, Jakob —lo saludo, forzándome a ser valiente.

Él se acerca sin pensarlo, siendo este el problema por el que suelo evitarlo: Él no mide el peligro de estar interesado en una princesa. Además, confía en que yo no seré capaz de rechazarle.

Cuando Jakob por fin está frente a mí, sus ojos brillan y su hermoso rostro se ilumina más allá de la luz de las lámparas.

—Princesa —musita, inclinándose ante mí con una modesta reverencia.

—Eres tú el que me ha estado enviado esas cartas —digo seria.

No puedo hacer esto de forma amable.

Jakob se muestra apenado. —Sí, yo...

¿Por qué, Jakob?

—Ya no lo hagas —ordeno, a pesar de que pensé que no sería capaz.

Tal vez Jakob llegó a pensar que yo me mostraría interesada, o eso demuestra con esa mirada abatida.

—Está bien, Alteza —responde en voz baja.

Alteza. Sí, eso somos, Jakob, plebeyo y princesa.

Estoy por irme cuando él insiste en que me quede un minuto más:

—Para la princesa —dice, sacando tras de sí una hermosa rosa roja. Con asombro miro de él a la rosa, y de la rosa a él otra vez—. No es una rosa Príncipe negro —agrega—, pero te prometo, Isobel, que no encontré una más bella.

—Jakob...

—Yo no soy un Príncipe negro...

—Basta, Jakob —ruego, acariciando la rosa pero sin atreverme a aceptarla.

Nunca debí alentarte, Jakob... Aunque no fue mi intención. Pensé que podríamos ser amigos.

Dándole una última caricia a la rosa, continuo mi camino viéndome cruel por fuera, pero sintiéndome miserable por dentro.

No debo mostrarme amable con ningún otro soldado...

Ahora lloro en silencio.

Madre jamás permitiría algo entre Jakob y yo. Ella buscaría la manera de enviarlo a la Rota y sentarme en primera fila para verle ser destrozado en Reginam por alguna de sus fieras mascotas. Ella elegirá con quién debo casarme. Es inútil ilusionarme con alguien, y menos un plebeyo.

Mis pensamientos me atormentan. Estoy condenada, me repito hasta el cansancio.

Una hermosa pero triste melodía de piano pronto interrumpe mi monólogo interior. Sé que viene desde alguno de los salones de ocio, y busco de cuál hasta encontrarlo.

Ahí está él, sentado en un taburete frente a un piano.

Gavrel.

Y se le ve triste, pero resignado. Tal vez sí se ha enamorado... Aunque en nuestra posición es mejor dar por muerto al ser amado de considerar desafiar por este a Eleanor Abularach.

Así son las cosas aquí.

En la privacidad de mi habitación cojo entre mis manos las cartas que me envió Jakob y enciendo una vela para quemarlas todas. No obstante, tras esperar el momento oportuno, no encuentro el valor para hacerlo. Y por eso, en lugar de quemarlas, me siento en mi cama a leerlas todas por enésima vez.

Jakob...

Despacio extiendo mi mano derecha y lo miro. Un pétalo. No cogí la rosa que me quiso regalar Jakob, pero si le arranqué un pétalo. Un solo pétalo.

Lloro en silencio. Lloro en silencio y también amo en silencio.

Así también dejaré de ilusionarme con que algún día me visitará un caballero como el Príncipe negro.

Gracias por leer.


Ya pueden añadir esto a su biblioteca o seguirme en todas las redes sociales como "TatianaMAlonzo" para esperar cualquier tipo de aviso.

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