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3.6) El tiempo y sus caprichos

Día 1

El ser del tiempo. Un ente veloz para algunos y pausado para otros; bondadoso o perverso; apreciado, repugnado o ignorado pero sin duda es incorpóreo, único y escaso.

El tiempo recorría con su revoloteo los cabellos rubio platinos, deseando caer en esos ojos púrpura. Buscaba de alguna manera hacer acto de presencia, pero los suspiros pausados, pesados y estirados lo apartaban haciendo que se paralizara, o eso quiso hacerle creer el tiempo.

Para la duquesa el tiempo era el peor de los males, y no por el transcurso del mismo sino por los retales que este dejaba a su paso. Retales rubí con brillo azabache que la habían hecho alejarse de su familia cuando era muy joven; retales de tierra púrpura el día que por primera vez sostuvo a su hijo en brazos; retales de olor canela y azafrán; retales que cantaban la ausencia y que aún desprenden su aroma, el aroma de su amado; retales de azufre agrio que nacen ahora cuando una de sus lágrimas tiñe el papiro que sostenía en sus manos.

El mismo papiro que consumo dolor ella selló hace más de 4 años, papiro que la forzó a tener que asumir la muerte de su amado, del hombre por el cual había estado dispuesta a remover la ética de cualquier homínido existente.
Apenas podía creerse que no lo volvería a ver jamás, pero el tacto de ese papiro se lo recordaba, le recordaba que su amado estaba en un viaje sin retorno, ofrecido por el destino. Destino cruel que dejaba siempre en libertad la osadía del tiempo, pues fue este ente y no otro el que condeno a Leowen a crecer sin un padre a muy temprana edad, eso perturbaba los sueños de la duquesa mucho más que la falta de su amor verdadero.

La duquesa sabía que nada era seguro respecto a la recuperación de Leowen pero que madre evade las preocupaciones hacia sus retoños, que madre no quiere siempre la mejor opción para sus hijos. Sin duda ella temía el futuro de su hijo, pues el destino cogido de la mano de la crueldad contemplaba a sus lacayos, la osadía y el tiempo, bailando un vals de rebeldía por los jardines de palacio.


Al atardecer un carruaje recorría los caminos de la tierra de Zealun, caminos repletos de belleza sin igual en todo su entorno. En uno de los cruces el carruaje torció a la derecha, dejando a sus espaldas el imponente paisaje donde horas más tarde la puesta de sol teñiría el lago remarcando así la elegante siluetas de los cisnes, una tintineante sonrisa asomo por los ventanales del carruaje tan solo recordarlo.

Al frente del carruaje estaba Melion, que aunque no trabajaba en las caballerizas este como amo de llaves y guardián de la Riva tenía acceso a los caballos y obviamente a los carruajes. Melion dirigía a los caballos sin saber exactamente hacia donde, la voz que salía dentro del carruaje le indicaba el camino a seguir, pero tenía ciertas sospechas de cuál era el destino.

-Melion haga parar a los caballos ya llegamos- dijo Lhynna antes de bajar del carro con una velocidad asombrosa -quiero continuar sola, vuelve a la Riva si quieres.

-¿Vas a ir a verlo verdad?- dijo Melion con la certeza en su rostro. Lhynna cerro los ojos e inclino la cabeza en señal de que él estaba en lo cierto -dale recuerdos de mi parte.

-Sabes que no puedo hacerlo- contesto ella apenada.

-Eso no importa, dime que vas a hacerlo- dijo Melion con una sonrisa

-Está bien lo haré- dijo Lhynna antes de taparse con la capucha de su túnica y seguir montaña abajo.

-Te esperaré- se apresuró a decir Melion sin saber si sus palabras habían sido escuchadas.

Melion observo como Lhynna bajaba por la montaña que coronaba el bosque de dragos, no había ningún camino que atravesara dicho bosque, por eso para ir en carruaje hacia el punto más cercano debían rodear el bosque de dragos y subir por la cara sur de la montaña donde apenas había estos árboles tan característicos, los dragos.

Al llegar a una rama de drago que emergía de la tierra Lhynna supo que había llegado a su destino, normalmente entraba por la entrada principal pero ese recorrido solo podía hacerse caminando o a caballo, pero se tardaba mucho más que si se iba en carruaje, dado que el bosque de dragos estaba repleto de grandes piedras grises que complicaban el paso. Al avanzar un poco observo las grietas, se introdujo con cuidado en ellas llegando a la densa copa de este enorme drago. Busco con esmero algún claro al no encontrarlo saco una pequeña daga que uso para apartar algunas ramas. Con gran velocidad y agilidad se deslizó por las ramas y el tronco de este, llegando a la superficie de la cueva. Tras dejar su túnica que estaba cubierta de savia de drago, fue detrás del gran drago, busco una grieta, poso su palma en la fría piedra después de un largo suspiro.

Melion sabía que la espera seria larga, pero no se perdonaría jamas que Lhynna volviera sola caminando a Palacio si él podía hacer algo para remediarlo, sus tareas en la Riva tenían que esperar, además siempre tenía momentos sin nada mejor que hacer que pasar el tiempo en el torreón. El sol aún se alzaba iluminando los Jardines de palacio cuando una gran ventisca subió hasta el carruaje, lo que provocó que Melion se refugiara dentro del carruaje a la espera del regreso de Lhynna.

Lhynna recorría uno de los pasillos de piedra hasta llegar a una acogedora estancia muy similar al interior del hogar de las hadas, pero de un tamaño considerablemente superior, al observar que no había nadie allí empezó a recorrer todas las cavidades.

-¡Onawa!¡Onawa!¡donde te has metido Onawa!¡Onawa!- gritaba Lhynna cada vez más preocupada.

-Estoy aquí en la sala de lecturas- dijo una voz infantil.

La Dama Lhynna se acercó a la sala y lo vio tumbado en el suelo, pero aquella voz no provenía de un niño, al menos no de un niño humano.
Su piel era completamente verde, sus pies eran grandes con algo de bello, sus orejas eran puntiaguda, tenía unas uñas similares a garras de un color negro igual que sus cabellos y de su labio inferior le salían dos pequeños colmillos.

-¡ay Onawa! ¡qué susto me has dado!- corre a su lado y le ayuda a incorporarse -¿qué te ha pasado cariño?

-Estaba decidiendo que iba a leer por la tarde cuando note golpes en todo mi cuerpo- dijo Onawa algo asustado -lo siguiente que recuerdo después de eso es escuchar tu voz llamándome- Lhynna se quedó pensativa tras esas palabras.

-Mira Onawa te he traído algo- dijo Lhynna con una sonrisa intentando animarlo.

-¿De verdad? ¿para mí? ¿qué es?- dijo Onawa con asombro mientras abría la tela que cubría el paquete, al ver el interior -¡me encantan!- en su mano sostenía una figura tallada de un ave rapaz y un collar con una piedra preciosa.

-Me alegra que sean de tu agrado- dijo Lhynna abrazándolo con fuerza.

- ¡Gracias mamá!

CRÓNICAS DE ZEEHÏRO

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