3.5) La invasión de los malliànidos
Día 1
Iliana no podía creer lo que acababa de ver, como podía ser que las cosas se movieran solas, necesitaba respuestas y la única forma que podía obtenerlas sin desobedecer al señor era agudizar sus sentidos. El revoloteo que había en el exterior del baúl iba acompañado de unos extraños susurros.
—Dee-doh, dee-doh
La sirvienta pelirroja no entendía que estaba pasando y esos susurros solo la confundían más aún si cabía. Varios golpes hicieron acto de presencia, y los susurros se transformaron en varias voces gritando al unísono a modo de ritual.
—¡Doo-ay-loo-lah doo-loo!, ¡doo-ay-loo-lah doo-loo!, ¡doo-ay-loo-lah doo-loo!
—No, no puedo. He dicho que no. ¡hoy no!— respondió Leowen.
Iliana se acercó a la cerradura para ver mejor y justo en ese momento una garra se posó en el baúl, haciendo que ella ahogara un grito de horror.
A Leowen se le hizo un nudo en la garganta al escuchar el grito ahogado de la sirvienta pelirroja, pues aún recuerda que le paso al último sirviente que entro a los aposentos cuando los pequeños malliànidos estaban haciéndole una visita.
Hace 2 años
La duquesa no podía de parar de mirar a su retoño, cuando este dormía transmitía una paz abrumadora, a ella le costaba creer que su hijo ya tuviera diez años. Diez años desde que decidieron vivir en la tierra de Zealun, llamadas los jardines de palacio por los habitantes de la comarca de Balzeria.
Leowen abrió sus ojos cansado por el trote del día anterior, lo primero que vio fue la sonrisa de su madre con su larga melena recogida con una rama florecida.
—Buenos días cariño, ¿quieres comer algo?— dijo la duquesa manteniendo su sonrisa.
—No mamá, quiero descansar más.
—¿¡Dormir más!?, pero si acabas de levantarte y tienes que continuar con tus lecturas, la celebración fue ayer no hoy, deberías de levantarte hijo mío.
—Estoy cansado ayer hicimos muchas cosas y ese pastel de cacao que hicisteis Lhynna y tu era muy grande, déjame descansar, !mama por favor!
—Está bien hijo mío— dijo la duquesa rendida ante su hijo -pero recuerda que hoy tienes que leer esos libros— señalándole un atlas que Leowen conocía a la perfección.
Leowen se hizo el dormido cuando su madre salió, pues estando solo era cuestión de tiempo que vinieran, esperaba la visita de unas criaturas peludas que no tardaron en hacer la señal antes de aparecer.
Eran nueve criaturas de diferente colores y formas, pero todas ellas peludas y de pequeño tamaño. Algunas tenían pico, otras garras, otras cuernos pero todas tenían los ojos saltones y eran de los más curiosas.
Leowen las conocía a la perfección pues desde hacia años, le venían a visitar el día después de su aniversario y se ponían a jugar a su juego favorito. Esas criaturas llamaban al juego el juego divertido, aunque a Leowen no le parecía muy divertido, esas criaturas era lo más parecido que tenía a un amigo, así que con gusto corría y saltaba con esas criaturas que estaban más locas que una cabra, pues eran sumamente divertidas cuando entraban en acción.
Allí estaban los diez concentrados en ganar el juego divertido cuando de repente un sirviente entro en los aposentos, era Azabac.
Azabac llevaba poco más de dos años trabajando para la familia, tenía una característica cicatriz en la mano derecha en forma de media luna, su cabello relucía de color negro azabache, era alto y delgado.
Azabac entro gritando en los aposentos, pero Leowen no pudo entender que dijo, intento hacerle gestos para que callara, pero continuó despreciando e asustando a la criaturas.
—¡Boo-dah! ¡boo-dah!— grito Uro de pelo amarillento.
Ita, Obu y Eko respondieron a esos gritos abalanzándose hacia Azabac, se movían igual que en el juego divertido pero de una manera más agresiva, más salvaje. Leowen sabia que eran tímidos y que no les gustaba que nadie más los viera aparte de él. Pero Leowen no sabia cuanto podían llegar a enfadarse hasta ese mismo instante, se quedó con la boca abierta hasta que Uga y los demás lo empujaron para que se escondiera debajo de la cama.
Allí fue cuando vio caer a Azabac con los ojos completamente ensangrentados de los arañazos que le habían creado Obu y Eko. Pero no vio como Ena le quitaba el puñal de la mano, puñal con el que Azabac pensaba atacar a Leowen, y se marchaba corriendo para esconderlo.
Al día siguiente nadie volvió a ver a Azabac, solo quedo de él una carta sellada donde renunciaba seguir formando parte de los servicios del palacio alegando problemas familiares. Nadie supo de lo ocurrido en los aposentos de Leowen.
Obviamente Leowen tardo en volver a confiar en sus amigos, pero ya sabia del mal carácter de las criaturas, y con él era muy, pero que muy, buenos.
*
Por suerte el grito ahogado de la sirvienta pelirroja no sonó muy fuerte, pero aun así Obu el insensato, que se había subido al baúl de un salto miro al mismo extrañado.
—Li-ku bu to-lu ¿moh-moh?— dijo Iwy el temeroso.
Leowen vio como Obu el insensato y Eko el veloz abrían el cofre, la pelirroja tardo un poco en salir y acomodarse al exterior pues su cara de asombro hacia esas criaturas peludas era realmente considerable. Ni siquiera se dio cuenta de que se le había caído la cofia y Leowen vio por primera vez la larga cabellera rojiza, que al descubierto resaltaba su piel pálida otorgándole un aire de belleza exótica.
—¡Ee-kah boh!— dijo Ume la alegre.
—Te presento a los Fürbysh— dijo Leowen refiriéndose a las nueve criaturas peludas que poco a poco se reagrupaban en el centro de los aposentos. —parece que le has caído bien.
—¿Pero de dónde han salido?— dijo Iliana aun desorientada ante esos hombrecillos cubiertos de bello y ojos saltones.
Se sentó junto a los pies de la cama de Leowen, el Fürbysh de ojos verdes se abalanzó sobre ella con una sonrisa y parpadeando de manera desconcertante a la par que le decía:
—¿¡May-lah!?, ¿¡may-tah!?, ¿¡may-may!?, ¿¡oh-kay doh!?— decía el ojos verdes cada vez más cerca de la cara de Iliana.
—¡Dah-boo oo-nye bay-bee boo-dah!— grito Leowen a la par que apartaba a la criatura de encima de la sirvienta pelirroja.
—¿Sabes hablar su idioma?— dijo la sirvienta sorprendida.
—Si sabia hablar su idioma antes de conocerles, pero no sé el porqué. Ellos siempre vienen a visitarme, no tanto como me gustaría, y el día de después de mi cumpleaños nunca fallan— dijo Leowen con una amplia sonrisa.
—¡Noo-loo dah-noh-lah doo-ay-loo-lah doo-loo!¡noo-loo dah-noh-lah doo-ay-loo-lah doo-loo!— canturreaban los nueve Fürbysh al unísono, mientras danzaban acompasadamente.
—No puedo, ya os he dicho que no puedo.
—¿Por qué? Se les ve alegre y felices de estar aquí contigo, ¿por qué siempre les dices que no?
—Porque no puedo, porque con lo que paso ayer— a medida que sentían la tristeza en las palabras de Leowen se iban subiendo a la cama y posando sus manitas o cabezitas sobre el cuerpo de Leowen, se les veía realmente apenados —ya se acabó, ya no puedo caminar, ni jugar nunca más al juego divertido— los nueve abrazaron a Leowen con fuerza mientras lloraban con y junto a él.
Ese cuadro a Iliana le parecía de lo más tierno y sintió el irremediable impulso de hacer algo, de protegerlo, como hacia con sus hermanos pequeños cuando estaban tristes.
—¿Cómo que no puedes? Eso no lo sabes, a levantarse ahora mismo, vamos a ponerte de pie, ¿verdad ojos saltones?— dicho esto los nueve aludidos empezaron a pegar saltos y a ayudar Iliana a sacar a Leowen de la cama.
Así fue como Leowen a la mañana siguiente del Incidente estaba de pie agarrado a los brazos de la sirvienta pelirroja, tenía dudas, miles de dudas.
Seguía sin sentir las piernas, sin notar el tacto de las telas de seda, sin sentir la vibración del correteo de los Fürbysh.
Tenía dos piernas si, de eso no había duda, pero más que piernas humanas, parecían dos sacos de carne que no hacían más que recordarle una y otra vez, que ya no era el niño que jugaba al juego divertido, que ya no era aquel que recorría los pasillos mirando el jardín por los ventanales.
Jamás volvería a ser aquel que nota el agua recorrer entre los dedos de sus pies, a la par que observa los majestuosos cisnes del lago. Jamás volvería a recorrer descalzo los colores rojizos, dorados y perlados que asomaban entre los brotes verdes de la esponjosa tierra del huerto mientras algún sirviente intentaba atraparlo. Tampoco sería aquel que trepaba hasta las copas de los dragos para ver la caída del sol al atardecer.
Pero porque pese a saber que su vida estaba hecha pedazos, saco fuerzas para decirle a su madre que quería seguir adelante, porque estaba de pie apenas aguantándose por la sirvienta que tiraba de él para mantenerlo erguido. Si lo que quería era seguir adelante por sentía un nudo en su garganta, porque sus ojos seguían rojizos de tantas lágrimas secas, porque tenía miedo a lo que antes amaba.
—No sé cómo hacerlo- se le escapó a Leowen mientras agachaba la cabeza.
—Yo tampoco sabría como hacerlo, pero si dejas de intentarlo jamás sabrás si puedes hacerlo. Señor, puedes llamarme Ily—dijo Iliana con una tranquilidad y dulzura digna de admirar.
Nuevo recorte del ATLAS DE LAS CRIATURAS ETÉREAS DE NUESTROS MUNDOS
~LOS FÜRBYSH~
(recomiendo siempre ir a leer este capítulo del Atlas antes de proseguir con la lectura)
CRÓNICAS DE ZEEHÏRO
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