Nuestro joven Leowen trota los jardines de palacio con su pura sangre, sabe qué le prometió a su madre esa misma mañana no hacerlo más sin haber aprendido pero Lord Ignorosc su nuevo maestro de hípica le dejó marchar con el caballo por la tarde, después de haberle dado sus primeras enseñanzas de hípica. Shoan le aseguró que no había ningún peligro que él lo observaría desde el mirador de las acacias.

Leowen no había tenido un cumpleaños igual en toda su vida y la tarde se presentaba magnífica, pero sin esperarlo el trote del caballo avanzó colocándose detrás del rió de los bambús  donde Shoan Ignorosc los perdía de vista, no supo controlar a Sargento Lockheart para volver a ponerse en un lugar visible, escuchaba los gritos de lord Ignorosc que esperaban una respuesta:

—Leowen no te alejes tanto— observando que el señorito se alejaba irremediablemente —¡Leowen vuelve a aquí!— lo último que pudo ver a través de las cañas de bambú fue el rostro aterrorizado del muchacho seguido de la cola de pura sangre —¡Leowen!, ¡Leowen!— corrió tras él sin pensárselo dos veces —¡Leowen!.

Nuestro príncipe no pudo responder se quedo boquiabierto al verlos otra vez después de siete largos años. Su corazón no podía latir más fuerte estaba cumpliendo su sueño cabalgar y además hacerlo junto a ellos, junto al jinete de melena negra y al caballo blanco perla.

Los siguió como pudo sin que ellos los vieran parecía que su pura sangre, el sargento Lockheart, obedecía sus pensamientos. Le encanto revivir aquellos momentos de su infancia pero esa vez eran más intensos notaba la vibración del galope, el aroma que desprendía de la naturaleza, el aire que corría por todo su cuerpo y las formas perfectas que creaban sus melenas.

Llegaron a la colina donde el jinete y su corcel se dieron cuenta de que los seguían, la expresión del jinete fue de sorpresa pero de pronto cambió y alzó la mano en señal de que hiciera parar al pura sangre, el purasangre Sargento Lockheart se alteró algo vio que le puso nervioso.

Leowen no supo como  tranquilizarlo ni evitar que fuera en dirección contraria, el purasangre tropezó con varias piedras que le hicieron perder el equilibrio junto al precipicio, Leowen que no se lo esperaba estuvo a punto de caerse de la montura. Se aferró con fuerza a su corcel, pero eso sólo provocó que el poco equilibro que mantenían se perdiera, provocando la torcedura de una de las patas del purasangre, acto seguido ambos cayeron precipicio abajo.

CRÓNICAS DE ZEEHÏRO