Vermächtnis
Cuando Gerkeit llegaba a soñar no eran pesadillas, eran simples sueños donde la felicidad reinaba. Últimamente nada cambiaba, pero se terminaba levantando extrañada al sentir que algo malo se acerca, que algo podía salir mal y entonces daba la conclusión de que era por la inminente coronación.
Aunque presente aquello era incapaz de dormir.
Las responsabilidades, los deseos para cumplir de sus superiores y su padre eran muchos. Solo podía contemplar el techo, luego la ventana siendo azotada por algunas gotas de agua y luego se levantaba al escuchar los aullidos lejanos de un lobo castaño. La confusión era clara en ella, pero simplemente no podía evitar levantarse cada que aquellos sonidos la despertaban. Se acercaba siempre que esto pasaba al telescopio simple de su habitación, usado principalmente para observar las estrellas en su niñez y visiblemente lleno de polvo. De pronto veía lobos reuniéndose para celebrar el festín que era la cabra del suelo. Era, siempre que pasaba, una difícil forma de despertar por las nauseas generadas. Al final alejaba la vista, centrándose en su armario.
No pasaba mucho tiempo con el camisón blanco cuyo uso era bastante diario. No, de ninguna forma iba a abrir las ventanas mientras se cambiaba. El ambiente era, de lejos, mucho más helado que de normal gracias debido a la estación del año en la que se encontraban, el complicado invierno. Pasaba el primer tirante verde por su brazo derecho, pensaba en las otras islas y sus necesidades. Luego otro tirante, ahora su cerebro pasaba a recapacitar sobre el Congreso y lo que estos podrían llegar a esperar de ella. ¿Decepción? Era una posibilidad, pero la afrontaba con firmeza. ¿Aquel no era el deber de una princesa, de una futura reina? Suspiro luego de colocarse al completo su vestido, mas no la corona.
Se paseaba por el palacio con elegancia y disciplina pero a la vez sabía que no siempre debía mantener la cabeza baja, pese a lo orgullosa que estaba de su familia. Los Dresks, los malditos Dresks para los rivales que ella ya detectaba de muy joven, habían sido una familia elegida por diez generaciones, tres más que las otras familias que habían gobernado las islas. Algunos pretendían la batalla contra el continente, y en parte nadie dudaba que la extensión de tierra quedaba ya corta con todos los habitantes que había, pero declararle la guerra a aquellos que les habían dado estas extensiones terrestres sonaba muy egoísta y en las islas no son unos barbaros, aunque la opinión general del conjunto de tierras dictase lo contrario.
Y su familia, pese a elegante, se mezclaba perfectamente entre el lodo de los campesinos o asistía donde las fiestas elegantes de los nobles eran celebradas.
Su corazón, o quizás su vista, despertó conforme los rayos de sol igual empezaban a verse en las ventanas de cristal y dejaba paso a colores simples en las paredes, una alargada tela extendida, del color perteneciente al mar y con bordes de un amarillo elegante. Una decoración, por lo pronto, muy buena hasta que podías observar los trofeos que el padre de Gerkeit colgaba con orgullo y ella tanto deseaba quitarlos cuando fuese gobernante de las islas.
Su plan no era cazar animales de otros continentes por presumir, sino por supervivencia y siempre habían conseguido manejarse muy bien con animales pertenecientes a sus territorios. Simplemente asesina por asesinar no era algo que iba a permitir e iba ha hacer que aquello fuese algo eterno, como el reinado que esperaba lograr, aun sabiendo que su padre estaba deseoso por los sonidos de bebes por el castillo.
Cuando llego a la puerta del jardín, y abrió esta, le sorprendió la entrada de una gélida brisa matutina que hizo que sus mejillas se tornasen de un rojizo suave. No, recordaba haberse cambiado pero era raro encontrar esa temperatura cuando el sol ya empezaba a salir. Calculo unos dos grados, lo suficiente para que el atuendo que llevase no fuese a calentarla mucho. Pensó en retirarse de vuelta, ir a la cama y esperar cuando el calor del astro calentase todo el lugar pero prefirió no hacerlo, demasiado esfuerzo subir de vuelta las escaleras.
Ella cerró las puertas, sin embargo, y comenzó a buscar lo que acabo encontrando tras minutos. Un candelabro negro, con cristales algo sucios, quizás no usado desde hace tiempo pero manteniendo la cera intacta aunque no fuese necesaria. Soplo. El polvo comenzó a volar, llego a toser incluso y comenzó a mover su mano, intentando disipar lo que le molestaba.
Comenzó a recitar palabras extrañas, en un idioma olvidado, pero a la vez reconocido como el primero de los monstruos, con su tono dulce y elegante, mientras acercaba sus manos al objeto.
—Lasair Shìorraidh.
Algo escapo de sus manos, un calor que la llenaba, tomando la forma de una llama. Fuego eterno que nunca iba a ceder según aquellas palabras dichas en su lengua, la lengua de sus ancestros y que se hablo por milenios en aquel continente. Su hogar estaba aquí, junto a su familia y su pueblo, siempre presente para guiarlos como así lo hizo la primera Dresk y orgullosa debía estar la mencionada, que fallecida estaba y descansaba en paz, pues todos los Dresks resultaron ser fuertes y apasionados lideres, perfectos para el gobierno de un mundo que cambiaba. Pocos se adaptarían, ella lo haría con mayor facilidad.
La llama se movía de forma lenta, hipnótica incluso y casi pareciendo bailar por el viento que había entrado y se desplazaba con rapidez por el castillo de paredes cubiertas por manteles azules, escudos, espadas y símbolos. Pero entro, llego a su objetivo, y consiguió dar la luz necesaria, junto a la calidez, para que Gerkeit pudiese ya pasearse por el patio exterior, protegido por la estructura pero aun permitiendo el interior de aves por el cuadrado superior presente. Ella suspiro, respiro de forma relajada y se atrevió de vuelta a salir fuera, sintiendo el viento antes de los sonidos propios de un palacio. Susurros, pasos, todo eso se mezclaba en la perfecta dosis necesaria para asfixiar a alguien pero ella se mantenía fuerte. Porque era la futura reina, y una reina necesita representar la fuerza de su pueblo.
Salió. El viento ya no le molestaba. Caminó con sus zapatillas marrones oscuras por las piedras, rodeando la hierba fresca por el agua caída la noche anterior y que aquello debía ser el porque la niebla sobre "Beinn Àrd", aquella alta montaña en las islas que gobernaría en poco tiempo era inminente su coronación, y debía ser como esa montaña que, entre la niebla que había rodeando sus arboles, sus piedras, y su nieve se mantenía firme como ella lo haría cuando aquella corona dorado, con una piedra roja central, acabase en su frente. Gerkeit detestaba el rojo pese a que su belleza en este no fuese algo que en alguien cabrían dudas, era tan bella en ese color como en cualquier decían todos los isleños que solo deseaban un baile con ella, velas y una botella del más fuerte licor a su disposición.
Reía cada vez que alguien se acercaba a ella con esa idea, pues sabía que nadie pasaría del primer pensamiento.
Tomo asiento en un banco de piedra, cerca de un árbol donde las flores blancas habían comenzado a crecer pues ya era primavera. Los cuervos ya no volaban, ni se veían, y ahora los pájaros de colores suaves les habían sustituido para cantar con sus hermosas voces, alegrando el corazón de la Dresk presente en el banco, sentada, y leyendo aquel libro que tomo cuando estaba cerca del candelabro negro que ahora le hacía compañía. Un libro que, según ella, le gustaba mucho porque era de los pocos conservados en el antiguo lenguaje, tan antiguo era que en las islas incluso se hablaba, aunque con diferentes dialectos. Vio el marca páginas, abrió por esa parte del libro y le sorprendió una risa a su lado.
Se estremeció al contemplar un hocico rojizo con blanco a su lado, en si igual lo hizo las pintas del misterioso ser que acaba de entrar en su castillo. Un guardapolvo de color verde, con capucha de la cual poco podía ver su rostro salvo ese hocico largo y aquellos ojos tan diferentes a los suyos, principalmente porque se encontraba ciego y eso ella lo veía claramente por los movimientos corporales del monstruo. Aun se estremeció más al notar la delgadez del ser, que debía llegar hasta su busto. Delgado, no muy alto, y claramente con problemas de higiene. Un vagabundo, pensó ella mientras intentaba recuperar su aliento de la sorpresa e incluso busco un pañuelo con tal de limpiar sus manos.
Otra sorpresa llego, en forma de una mano sobre la suya aunque esta vez la vio venir.
—No querida, por favor. Guarda el pañuelo, pues necesario no es.—su forma de expresarse recordaba a la realeza, aunque su tono le recordaba a su padre. Fuerte pero apagado por la edad.
—Comprendo que no quieres mi ayuda, señor, pero de verdad que deseo ayudarle. En especial para que luego me pueda decir como ha logrado entrar en mi castillo, y cual es su nombre claro.
—Veo que mi visita es inesperada...
—Y tanto que lo es, caballero. Por poco mi corazón sale al verte, pues cuando mis ojos puse en el lugar donde ahora estoy sentada, no vi nada como usted. ¿Quien es usted?—el misterioso ciego movió su paladar y la saliva de su boca, intentando encontrar las palabras. El sol salía poco a poco.
—En mi vida muchos nombre me han dado joven, tantos que mi memoria de viejo no los recuerda. Algunos me han llamado ciego, otros noble ciego y, como vos me decís, otros me han llamado caballero aunque otros ni un nombre me dieron.—aclaro él, perdido en sus palabras igual que lo hacía la futura reina de las islas. Su vocabulario, aunque gustoso para los oídos contrarios, era complicado de entender.—Pero mi nombre real, vaya que esa pregunta es más difícil. Creo que "El Ciego" es el mejor nombre que me han dicho, porque es el que más he oido.—ella guardaba aun silencio, pensativa y dejando que el contrario hablase.—¿Vos eres la reina de las islas?
—La futura de estas, pero es un honor que ya me consideres como la reina.
—Conozco a los Dresk querida. ¿15 inviernos gobernó tu bisabuela, cierto?—aunque sorprendida, ella asintió afirmativamente. Los registros de su familia nunca llegaban a ser tan exactos, al menos no con la plebe donde aparentaba el señor frente a ella.—Sin duda una piedra perdida en el tiempo, una magnifica gobernante pero, ante todo, alguien realmente amada por su pueblo. Algunas veces llego a preguntarme si alguien podría llenar el polvo que dejo. ¿Si mal no recuerdo fue asesinada cierto?
De la sorpresa cerro el libro, y dirigió aquella mirada llena de confusión al rostro contrario negando levemente sobre las palabras del misterioso ser. No se notaba sorprendido, no había emoción alguna en su rostro ni nada que pudiese ya usar para saber más sobre su persona mas la presencia, el misterioso encapuchado, resultaba ser menos de la amenaza que pensaba sería pues la altura era inferior a la suya, y le enseñaron a que eso era lo que se necesitaba para ganar batallas. Mayor altura es signo de un incremento en la fuerza y la magia que posees en tu cuerpo... ese fugaz, pasajero pensamiento le golpeo su cabeza con tanta dureza que sintió su cerebro querer salir en ese instante pues ninguna magia sintió en este ser. No era humano, no tenía rasgos tan similares a aquellos seres que ella temía aunque les respetase pero los monstruos tienen magia, y este la ocultaba de alguna forma.
Se alzo, acomodo el libro en el banco de piedra y dirigió su mirada amarilla hacia el contrario. Disimulo ahora su impresión con una amistosa sonrisa, contemplando un extraño sombrero lleno de sonidos extraños. Monedas sin duda, pues el sonido de estas era uno que Gerkeit conocía desde su niñez, un sonido tan familiar como la voz de su padre y su madre, madre que conoció gracias a las historias que le contaban antes de dormir. No habían torres, ni dragones, ni caballeros en armaduras metálicas con espadas sino bailes, besos y abrazos y a ella le encantaba todo de esa forma.
No reacciono violento, acerco su cabeza. Vio, con asombro, que la cantidad no era poca sino grande.
—Son muchas monedas las que tiene aquí...
—No tantas como las que manejareis noble reina.—ella aun no le dirigía la mirada. Su aliento era algo repulsivo, olía mal y su peste la sintió por primera vez.—Temes no llenar aquellos zapatos de tus antepasados, lo se. Puedo ver tu alma Gerkeit, y es un alma confusa con su misión. Temes cabrear a la gente equivocada, y esa confusión puede ser tu final... note igual algo oscuro en tu interior, un odio hacia un ser que tanto terror te causo hace años.
Ella no hablaba. Su mente viajaba por esos vagos recuerdos, recuerdos que aun guardaba en su memoria pero que esta intentaba que nunca saliesen a la luz porque ella así lo quería, pues no quería recordar los cabellos negros de su hermana mayor que ahora no estaba con ella para jugar ambas, pese a sus violentas juegos. Su mama, aquella de cabellos castaño parecidos al rubio, no estaba ya para cantarle su canción favorita y ahora su polvo estaba en el aire. Y ese horrible ser, de vestimenta roja fue quien la hizo madurar antes de tiempo. En ese entonces igual llevaba rojo, se acabo rompiendo, y algo malo le paso a ese ser, a ese monstruo pensante... a ese hombre monstruo que pensaba era intocable.
Gerkeit viajaba, viajaba por su mente buscando volver pero la mirada del extraño la mantenía en esa posición, en la posición vulnerable donde estaba con su rodilla derecha sobre el césped. Y aun con la fija mirada en las monedas. Contaba 30 de estas.
—Tiempos complicados se avecinan Gerkeit, tiempos los cuales enfrentarás sin miedo y te encontraras con alguien que te hará temerle. Las islas nunca se han rendido, tú nunca harás eso y al final eso será la salvación de tu mundo porque tú, Reina Gerkeit, tienes el carácter de la mejor reina del mundo. Perduraras, incluso cuando fallezcas, no como un recuerdo sino como una leyenda.
Luego de eso cayo desmayada y pudo contemplar una energía mágica abrirse, un misterioso colgante dorado de forma circular y al contrario monstruo ciego desaparecer por esa alta concentración de magia.
...
Aunque con un dolor de cabeza despertó por el sonido de las voces en su cabeza, voces que reconocía como las de su padre que la llamaba a gritos, siempre repitiendo que volviese a su vida para que nadie le abandonase de vuelta. Ella volvía, le dijo que ya iba y salió de la oscuridad, y cuando lo hizo recordó como el calor de su padre le rodeo, como su vista amarilla la tranquilizo y como sus ropajes azules la calmaron. Ella le abrazo de vuelta.
Desde su habitación contemplo la misma montaña de hace unas horas, aunque ahora ella se encontraba tendida en la cama y los rayos de luz permitían ver aquello que la oscuridad ocultaba. Ahora su traje verde había sido cambiado por un camisón blanco, no quiso cuestionarse mucho como acabo con ese pero supuso que su padre mando a alguien a cambiarla. Admiraba el cadáver de la oveja, ya en descomposición y como algunos cuervos bajaban desde las alturas, animales tan comunes como los lobos que tanto le daban miedo... y aun así recuerda que fue al bosque una vez para coger flores y hacerle una corona a su madre. Nunca un lobo la ataco, solían evitar a los monstruos desde que medidas fueron tomadas en contra de estos pese a lo escurridizos que sean.
Un nuevo sonido le llamo la atención, dejo de prestarle atención al zorro que ahuyentó a los cuervos. Se centro en la puerta de madera con metal oscuro, negro.
—Puede pasar. La puerta esta abierta.
Un ser grande entro. Gerkeit sintió sus tripas retorcerse y como agonía subía por su garganta para expulsar el nulo alimento que había comido, por esa misma razón acabo no haciendo eso. Su pelaje dorado, blanco y con rayas negras era visible, parecía incluso que no pretendía esconder su apariencia de ella y por lo pronto volvió la seguridad. Se encontraba vulnerable, por eso se encontraba temeroso o con sentimiento extraños con Tigrerion, aquel capitán de su guardia que la visitaba para acostumbrarse a la belleza de esta. Gerkeit, aunque encontraba esos comentarios bastante elegantes, no le salvaban en acabar con el resto... aunque era extraño que igual sintiese algo por el misterio gigante.
Quizás fuese ese aura de misterio común en los tigres, o la confianza que siempre tenían. El poder quizás, pero a ella nunca le intereso el respeto y su gente, sin embargo, valoraba la fuerza antes que el cerebro. Claro que no todos, pero algunos preferían medios convencibles, como el miedo y Tigrerion, aunque pocas cicatrices tenía su aspecto corpulento, su altura y su hocico tan estrecho daban el miedo para que todos se replanteasen las palabras hacia el padre de Gerkeit, el gran Gin, y posiblemente igual afectaría a como todos la tratarían a ella.
—Tigrerion, toma asiento tranquilo. Estaba... admirando el paisaje. Beinn Àrd sin duda se ve mucho más... especial cuando acaba de salir el sol.
—Aunque poco seguro, si se me permite su alteza.—aclaro Tigrerion. Tomo asiento de una de las dos sillas a los laterales de las ventanas. Sin embargo, se sentó cerca de Gerkeit.—A esas horas cosas raras suceden en las islas. No recordemos que hasta hace poco, en estás tierras, seres salvajes y gigantes de aspecto aterrador se paseaban por aquí, como nosotros hacemos por las calles. Y los humanos...
—Los humanos nunca han sido un problema de las islas.—hablo ella. No se notó disconforme con la presencia del contrario, pese a lo cerca que estaba.—Hemos tenido nuestros choques, pero menos que en el continente y planeo que eso cambie. Una tregua con los humanos, solo piensa en que podríamos hacer las dos razas juntas "Tirr"—apodo cariñoso que ella le dio al gigante dorado desde que lo conoció cuando no era tan grande, y cuando era más tímido.
—Me alegra ver ese entusiasmo que el consejo aun no destruyo.
—El consejo ayuda al gobernante, pero este decide que hacer y que no hacer. Después de todo, como reina, hago lo creo que es mejor para todos, incluso para ellos.
—Pero aun así intentarán detenerte.
—Son bienvenidos a intentarlo. La verdad dudo que algo me detenga para lograr lo imposible... ¿piensas en las apariciones? Ya sabes, esos espíritus vengativos con apariencia de monstruo que volvieron a la vida para ir atormentando el sano juicio de los seres pensantes. Esos seres de las leyendas...
—Nunca te tome por alguien con ese tipo de opiniones. Pero yo creo que sí, después de todo vivimos en un mundo donde existen monstruos que razonan, que construyen y... bueno, hacemos las mismas cosas que los humanos.
—No. Ellos no han sido corrompidos del todo por el poder. Apenas hace más de 1.000 años que instauraron su poder real en el norte. Nosotros no somos como los humanos, no por nada en especial sino porque ellos aun no saben que es la corrupción, pese a los años. Esa Utopía... es maravillosa, es liberal, es la libertad de los humanos.
—Y un refugio que algún monstruo puede usar para atacarles.
—Lo dudo. Cuentan con el apoyo del Este. El único reinado que pudo hacerles frente ha perdido fuerzas desde entonces, y el sur no es un reinado aun tan fuerte para enfrentar a los humanos.—sintió el calor de la mano de Tigrerion acercándose. Intento alejarla levemente.—El Este es un reinado igual que el norte, solo que hay monstruos, humanos y esqueletos caminando por las calles. En el norte solo hay humanos, esqueletos pocos y polvo de monstruo en arboles como advertencia para los intrusos que no sean "amigos" aunque el término ambiguo sea.
Un calor recorrió su cuerpo, una fuerza misteriosa la tenía presa y contemplo la mano blanca con dorados pelos sujetando la suya, la suya que era blanca como la nieve de la montaña. Alzo la vista, un rojizo estaba en sus mejillas y aunque suave fuese podía verse, podía sentirse el calor, la sangre bombeando con mayor velocidad y sus latidos tan rápidos. Se lamentaba en su interior por no poder negarse a aquel ser, con esa mirada tan perdida en la suya, porque no estaba bien. Ella lo amaba, sí, pero a la vez sabía que la relación era mala y extraña. No, ella si quería pero a la vez sabía que nadie iba a permitir eso, ni siquiera en toda su sabiduría su padre aceptaría. Nadie lo haría...
—¿Que estás haciendo?—cuestiono cuando el hocico apretado se acerco a ella. Se zafo con éxito, alejándose un poco pero eso solo permitió que el contrario se sentase en la cama.—Si que eres persistente... y paciente.
—Tú misma fuiste quien me dijo que si querías esto, que si deseabas tenerme.—se escucho una suave maldición, una típica de Gerkeit pues no gustaba de nadie escuchando maldecir a alguien. Su imagen se dañaría, aunque la fuesen a seguir viendo como una buena mujer y la excelente reina.—Y ahora serás reina. Cuando te sientes en ese trono... tú misma dijiste que valorabas las opiniones del consejo pero que, a la larga, actuarías conforme quisieses.
—Yo dije que actuaría en beneficio a mi pueblo, y un matrimonio ahora mismo no ayuda en nada. Mi objetivo es concentrarme en el reinado que mis padres me han dejado, por algo... es mi destino.—su voz sonó fuerte, más de lo habitual.
Tigrerion se retorció en su interior, sentía la necesidad de saltar por la ventana y dejar que la gravedad le asfixiase para dejarlo caer, que cayese y con suerte jamas se podría alzar de vuelta. Su amor por ella sabía que tenía que ser correspondido, y sabía el poco interés que ella siempre tuvo en relaciones con hombres. Afortunado, sin duda, debía sentirse él luego de los incidentes que sucedían cada que un hombre se pasaba de listo con la reina Gerkeit pues ella, sin duda, era una montaña fría cerca de un volcán. Directa, firme y en su estatus de respeto puro hacia el contrario les iba a salir lejos de su castillo, lejos de sus tierras y Tigrerion supo que jugar a las malas con Gerkeit era jugar como una espada, con una filosa espada con dos hojas.
La visible, sin duda, era la belleza por la que se la conocía en el oeste y en las islas, una belleza tan grande como una flor blanca que era indestructible, que era un símbolo de fuerza. Pero Gerkeit no era la cara bonita que todos sabían era, escondía verdaderos sentimientos que la diferenciaban de aquellas caras bonitas por la contundencia de sus palabras, por su forma de expresar aquellas ideas que en su mente no eran pensamientos vagos ya que los escribía, los dictaba y el mundo se maravillaba por estas. La seguridad era algo que igual se le antojaba a Gerkeit.
Siempre la cabeza en alto, confiada, segura de sus pensamientos. Los rumores de su bonita cara y su otra personalidad... bueno, no eran falsos aunque ella tratase de pensar que no existía tal personalidad corrupta, odiosa y egocentrica que ella oculto de forma inútil.
—Tu destino es reinar, no hacer caso a nadie.—aseguro, pero ese comentario no fue uno deseado por Gerkeit.
—Si no fuesen por las normas que mi propia familia hizo hubiésemos perdido el control en las islas y nadie respetaría la autoridad de los lideres. Entiendo la falta de paciencia que tienes, créeme que a mi igual me gustaría tener una familia, un niño... pero no quiero. Mis obligaciones me preocupan más.—las palabras del zorro entraron en su memoria. Acarició su rostro, movió sus manos por este y echo su cabeza hacia atrás.—Por favor... necesito tiempo a solas. Quiero concentrarme y leer algo.
El contrario se alzo, dio un quejido cuando su mano acaricio el frío metal negro de la puerta y movió la manilla hacia abajo con lentitud. Esperaba algo, esperaba aquellas disculpas salidas de la boca de su amada reina, desesperada por mantenerle ahí... vagas eran sus esperanzas, pues salió de la habitación decepcionado por la falta de empatía de ella, por su firmeza y contundencia en sus palabras. Porque ella era fuerte, con o sin nadie a su lado, y Gerkeit, aunque aun firme se mantenía, no pudo dejar escapar una lagrima por su ojo derecho, luego fueron unos sollozos y al final el grito de agonía suave.
Sabia que tenía miedo, miedo de sentir algo en su interior que no amaba, miedo de temerle a quien entrase por esa puerta y miedo del rojo. Del rojo, rojo que le quedaba bien pero nadie sabía porque odiaba y así debía quedar.
Si vienen tiempos complicados que vengan aseguro en su mente, limpiando sus lagrimas con un pañuelo blanco que encontró. Que lo hagan, que vengan, aquí les esperaré para enfrentarlos porque si yo no mantengo las islas en orden, si yo no demuestro ser aquello que piensan, nos hundiremos todos en el mar del olvido y yo no quiero mojarme para luego ahogarme. Siguió su lectura aquel día.
H O W D Y
¿Se sorprenden de encontrarme? Honestamente luego de la poca actividad que mantengo aquí pos no me sorprendería si alguien no me recordase pero estás aquí, llegaste aquí. Me siento orgulloso de este relato y de la persona que llego abajo del todo. Se les quiere mucho.
¿Que digo más del relato? Pues que me encanta como mantuve ese misterio del ciego (no, no tiene nombre) y como parece tener química con Gerkeit. Spoilers, al ciego no le importa nada y creo que eso fue evidente cuando menciono, de forma abierta, el asesinato de la bisabuela de Gerkeit. Es importante, no por lo que afecta a la
historia, sino por lo que hizo antes. De nuevo gracias por leerme, me animan mucho a seguir adelante :"3
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