Llegar a la Ciudad del Fútbol de Las Rozas siempre me llenaba de una mezcla de orgullo y adrenalina. Había algo en el aire, algo en el ambiente que hacía que el corazón latiera con más fuerza. A pesar de todos los entrenamientos, los partidos y los títulos ganados, la sensación de representar a España seguía siendo incomparable.

El autobús del equipo se detuvo y, uno a uno, fuimos bajando, saludando a los fanáticos que se habían congregado para vernos. El sol brillaba en lo alto, y el aire estaba lleno de entusiasmo y expectativas. Este año, la Eurocopa significaba mucho para todos nosotros.

Sin embargo, mi ánimo se tambaleó al recordar que, entre la multitud de periodistas que cubrían nuestro entrenamiento, estaría ella: Adriana. La periodista que parecía tener un don especial para sacarme de quicio. No sabía cómo, pero cada vez que estaba cerca de ella, la tensión entre nosotros se palpaba en el aire.

Bajé del autobús y, efectivamente, allí estaba, junto a su inseparable Sara. Adriana, con su cabello rubio recogido en una coleta alta y su mirada decidida, destacaba entre los demás. Incluso a la distancia, su presencia era inconfundible. Y sí, también sentía esa maldita atracción por ella, una atracción que no lograba entender y que me irritaba profundamente.

Entré en la zona de prensa y, como si el destino disfrutara con mi incomodidad, Adriana se acercó para hacerme una pregunta. Mantuve la compostura, pero podía sentir cómo mi cuerpo se tensaba al verla.

--Marcos, ¿puedes darnos unas palabras sobre tus expectativas para esta Eurocopa? --preguntó, su voz firme y profesional, aunque noté un brillo desafiante en sus ojos.

--Claro. --respondí, tratando de mantener un tono neutral. --Estamos muy motivados y creo que tenemos un gran equipo este año. Vamos a darlo todo en cada partido.

Adriana no parecía satisfecha con mi respuesta genérica. --¿Y cómo te sientes personalmente, después de una temporada tan intensa? ¿Crees que estás en tu mejor forma?

La manera en que formulaba sus preguntas siempre me hacía sentir como si estuviera siendo evaluado bajo una lupa. --Me siento bien. La temporada fue dura, pero me he preparado para esto. Todos hemos trabajado mucho.

--¿Incluso después de esa lesión en diciembre? Muchos dudan de si estás al cien por cien. --insistió Adriana, su tono ligeramente incisivo.

Sentí un chispazo de irritación. Sabía que estaba haciendo su trabajo, pero no podía evitar tomarlo como un ataque personal. --Estoy al cien por cien, Adriana. Si no lo estuviera, no estaría aquí.

Hubo un momento de silencio, un cruce de miradas cargado de tensión. No podía apartar la vista de sus ojos, esos ojos que parecían desafiarme a cada momento. Y, a pesar de la irritación, la atracción era innegable, lo cual solo añadía más leña al fuego de mi frustración.

--Gracias, Marcos. --dijo finalmente, su voz más suave, pero aún con esa nota de desafío. --Espero que tengas una gran Eurocopa.

--Gracias, Adriana. Estoy seguro de que harás un gran trabajo cubriéndonos. --respondí, sabiendo que había una doble capa en mis palabras.

Nos quedamos mirándonos un segundo más, hasta que Sara intervino, probablemente sintiendo la tensión entre nosotros. --Adri, ¿podemos hacerle unas preguntas a Ferran ahora?

Adriana asintió y se alejó, pero no sin lanzarme una última mirada. Me quedé allí, tratando de entender por qué alguien podía hacerme sentir tantas cosas al mismo tiempo. Había algo en ella que me atraía y repelía simultáneamente, y esa mezcla explosiva hacía que cada encuentro fuera un desafío.

Me uní al resto del equipo para el entrenamiento, pero mi mente seguía volviendo a esa conversación. Adriana, con su determinación y su actitud desafiante, era un enigma que no sabía cómo resolver. Y la Eurocopa 2024 prometía ser un torneo tan intenso fuera del campo como dentro de él. 

Cuando los jugadores comenzaron a entrenar y la prensa fuimos expulsada del entrenamiento, en el hotel mi amiga me perseguía como una loca por los pasillos. Normal, la tensión en esa entrevista se palpaba en el aire y hasta a través de las pantallas. Había hecho preguntas a maldad y con toda la razón del mundo, el engreído ese tiene muy engañada a la gente y es un gilipollas de manual, que se joda, por mí como si no juega ni un minuto en el torneo que estaría encantada de escribir un artículo sobre la decepción que ha sido la estrella del Atlético de Madrid. 

--Adriana, escúchame coño. --dijo mi amiga visiblemente molesta porque no le prestaba atención. Sé que no te hace ninguna gracia cubrir la Eurocopa y que preferirías cubrir los playoffs de ascenso, pero es lo que nos toca, no puedes estar poniendo contra las cuerdas a un jugador que no te ha hecho nada. 

Aparté la vista. Si ella supiera. 

--Ferran casi que no podía cerrar la boca de la tensión que había, Dios que mal rato he pasado. --se sentó a mi lado. --¿De qué lo conoces? 

--De nada. --Respondí cortante. 

--Mis cojones. Os conocéis de algo y os odiáis es evidente, a mí no me engañas, que vivo contigo. 

Giré mi cabeza hacia Sara molesta porque no dejaba de preguntar y lo que había pasado entre Marcos y yo era algo que nunca nadie sabría jamás. 

--¡Que no le conozco de nada, Sara. Déjame en paz! 

Me puse de pie y salí de la habitación dando un fuerte portazo. Evidenciando a la persona que más me conocía detrás de mi madre, que sí que ocurría algo. 

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Holaaaaaaaaaaaaaaa. 

Cuando pensabais que Marcos Llorente había de moda vengo a recordaros que de eso nada. 

Esta novela es 0% realista en la convocatoria de Marcos y 100% realista en la victoria de España. Joderos ingleses. 

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