XXXIII - Ser familia
Junio de 2017
Elisa entro despacio en la habitación de Anthony. El espacio que hace unos años ocupaba la cama de Aleska ahora tenía un closet y la cama de Kay había dejado una leve marca en la madera.
No encendió la luz pues la ventana permanecía abierta, el frio de otoño entraba en suaves ráfagas de viento susurrante.
Se arrodillo frente al niño que a sus dieciséis años aún conservaba ese maltrecho oso con el que había llegado al orfanato hace tanto tiempo atrás.
Le acaricio suavemente aquella melena negruzca esperando que el niño se tensara al igual que cada vez que alguien lo tocaba. Anthony la miro con esos mares verdes llenos de lágrimas antes de volver a bajar la mirada.
–Yo sé que tal vez tengas miedo–. Carraspeo para aclararse el nudo que le apretaba la garganta. –Que es difícil para ti aceptar todo lo que ha pasado pero... Pero te propongo un trato: ambos estamos solos, no lo voy a negar, pero ¿porque no compartir esa soledad? Tal vez de esa manera nuestra soledad no pese tanto. Tal vez de esa forma nuestro dolor sea solo un poco menos.
Anthony observo a Elisa frente a él y por primera vez se pudo reconocerse en alguien. Claro, ella tenía el cabello claro y ya se le podían adivinar algunas arrugas en las comisuras de los ojos. Tenía dos hoyuelos que el aparentemente no había heredado y su voz suave distaba mucho del tono profundo que ya se entreveía en su voz adolescente. Pero sus ojos, sus ojos verdes tenían la misma profundidad que los de él, la misma calidez tormentosa envuelta en sombras oscuras.
Había pasado por tanto en su vida. A sus dieciséis años se sentía cansado. Había conocido el peor rostro de la humanidad. Había perdido, llorado y gritado cada vez que entrego aunque sea una pizca de su corazón. ¿Y ahora? Ahora esta mujer frente a él, su madre, le pedía una oportunidad, una más, para poder mostrarle que la vida también tenía un lado amable, Que no todo en esta tierra son guerras y penurias.
Elisa Miller no era esa mujer de sonrisa melancólica que un frio día de noviembre pillo desangrada en el baño de su casa. Tampoco era una mujer sumisa que observaba hacia el lado cada vez que su marido levantaba la mano. Mucho menos aquella niña ilusa que dependía completamente de su marido. No. Elisa Miller era un enigma, y al igual que él ese enigma se encontraba envuelto en capas de pesadillas, lágrimas y dolores. Pero en él fondo, tras todo aquel sufrimiento se escondía una niña sonriente abrazada a un oso.
Elisa era tal vez la única capaz de entenderlo completamente. La única que podía mirar más allá del niño abusado y ver el resquicio de su alma que aún conservaba inocencia.
–Eliot está muerto.
–Lo sé.
–Murió por mi culpa.
–No es cierto.
–Lo empuje.
–Tal vez. Aun así no es tu culpa.
–Sera difícil vivir a mi lado.
–Sera difícil vivir conmigo también.
–No quiero volver a sufrir.
–Yo tampoco.
¿Y que más quedaba para decir? En esa conversación casi monosilábica habían desnudado su alma como no lo harían con nadie más. Ambos estaban rotos. Ambos tenían miedos, eran incomprendidos y no sabían bien como tratar con la sociedad.
Pero ahora, después de tanto tiempo, estaban juntos. Y eso era lo único que importaba.
– ¿Tengo que llamarte mamá?
Elena tardo en responder, intentando nivelar su corazón con su mente y comprender las vibraciones que escapaban de su alma. –Creo que no es necesario. –Respiro hondo para continuar suprimiendo las lágrimas traviesas que querían escapar de sus ojos– Si quieres puedes llamarme Elisa, o mamá o incluso señora. No creo que las familias estén compuestas por títulos, es más bien un pacto silencioso. Yo sé qué lugar ocupo en tu vida y tú sabes qué lugar ocupas en la mía. Eso es todo. No necesitamos nada más.
Anthony la miro atentamente, intentando descubrir mentiras, intentando desvelar por qué esta mujer le quería a su lado más allá de un aspecto genealógico o mera piedad.
−No quiero irme de aquí. Cada vez... Cada adopción ha terminado en fracaso.
Observo a Teddy aun en sus brazos. Evitando la mirada de frustración y enojo que seguramente tenía Elisa. ¿Ella le estaba ofreciendo una familia y él más encima estaba poniendo condiciones?
−Está bien.
−Espera... ¿Qué?− ¿había escuchado mal? Seguramente había escuchado mal.
−A Elena le encantara que vivamos con ella, me lo ha pedido incluso antes que tú nacieras... Y yo nunca paso suficiente tiempo en mi departamento como para estar apegado a él así que... Está bien.
Anthony no lo podía creer. La situación era absurda. Iba contra todo lo que él había creído posible. Pero tal vez, solo tal vez, ya era hora de dejar de juzgar cada cosa buena que aparecía en su vida.
Aun así quedaba un pequeño asunto que quería finiquitar.
–Eliot me dijo que la tumba de Esteban, mi tumba, está en el Graceland.
Por un momento una herida cicatrizada volvió a sangrar. Extrañamente, no era tan doloroso como antes. –Lo está.
– ¿Me llevaras a verla?
–Cariño no es necesario.
–Quiero conocer de dónde vengo.
– ¿Pero no entiendes? Anthony, tu estas aquí, −Le tomo las manos para remarcar su punto− conmigo. Eso es solo una lápida sin ningún significado.
–No. Por más de quince años fue la tumba de tu hijo, fue importante para ti. Es parte de mi historia. Llévame a verla Elisa, llévame a reencontrarme con Esteban Miller.
Elisa suspiro y tomo al niño de la mano levantándolo de la cama.
–Vamos.
– ¿Ahora?
–Si, antes que me arrepienta.
Anthony tomo a Teddy y marcharon en silencio hacia el último paso para su final feliz.
El camino fue tan silencioso que le sorprendió cuando llegaron. Mirando a su alrededor no estaban lejos de donde se había reunido con Eliot. Incluso, si entrecerraba los ojos, aún podía ver la cinta de seguridad marcando el perímetro donde Eliot había muerto. Un escalofrió recorrió su cuerpo.
Frente a él se alzaba una lápida blanca, simple, sin ningún detalle más allá del nombre, una fecha y una simple frase.
Esteban Miller
11 de septiembre del 2001
Partiste demasiado pronto angelito.
La tumba no tenía flores, pero estaba limpia. Dejada, pero no abandonada.
Se arrodillo frente a ella colocando su mano sobre su nombre.
Mirando las letras curvas que formaban el apellido Miller.
Por un segundo sintió que se ahogaba. La realización de que alguien, por algún motivo, le había hecho pasar por muerto lo golpeo como un tren de carga, causando que su estómago se apretara y la bilis se acumulara en el fondo de su garganta.
Respiro intentando calmarse para volver a mirar la lápida frente a él.
Esa piedra no era él. Él no estaba muerto. Estaba vivo. Más vivo de lo que ha estado los últimos años. Y ahora tenía familia.
En cierta forma sentía pena por Esteban Miller, había muerto tan joven que jamás sabría todo lo que el destino le preparaba, no le habían dado la oportunidad de luchar, de vivir una buena vida. Porque en el fondo, Anthony sabía que él jamás seria ese niño. Esteban Miller estaba muerto, y él, Anthony Harper, se encontraba parado frente a la tumba de un cadáver del pasado.
−Yo no soy él.
Elisa lo miro extrañada pero no intento corregirlo.
−Esteban Miller está muerto Elisa, yo jamás podre ser él. Yo... Yo soy solo Anthony.
−Lo eres. –Elisa lo tomo entre sus brazos hundiendo el rostro en la mata de cabello negro−. Eres Anthony. Mi pequeño Anthony.
Y por primera vez, se relajó completamente en el abrazo. Ambos sosteniéndose en aquel mínimo espacio. Uno dejando marchar a la persona que jamás fue y la otra despidiéndose por fin de un recuerdo contaminado.
Cuando estaban por marcharse, después de lágrimas, susurros de perdón y redención que solo ellos escucharían, Anthony miro a su alrededor y le dio a Elisa una suave sonrisa.
−Espérame aquí.
No fue difícil encontrar lo que buscaba, venía con suficiente frecuencia para conocer el camino de memoria.
Se paró frente a la lápida conocida y observo los datos grabados en el frio mármol.
Kayden James
Nacido un 14 de diciembre del 2000
Muerto un 9 de diciembre del 2015
Hermano, hijo y amigo de todos aquellos que necesitaron una familia.
Gracias.
−Han pasado... Han pasado tantas cosas desde que te fuiste−. Respiro hondo tragándose un sollozo−. Ni siquiera sé por dónde empezar. –El mármol se sentía tan frio bajo sus dedos− ¿Sabías que tengo mamá? –La sonrisa que dio fue débil, acuosa− Y no me refiero a que por fin alguien me adopto de manera permanente, resulta... −Trago el nudo en su garganta antes de seguir hablando−. Resulta que mi madre biológica no era Mayra.
Acaricio la tumba aguantándose las ganas de llorar. Era increíble, no había llorado hace años y ahora por una estúpida conversación con una lápida todas sus murallas se venían abajo.
− ¿Sabías que también tengo una tumba en este cementerio? Esteban Miller. ¿Te gusta? ¿Me queda bien?
Casi podía escuchar a Kay riéndose del nombre Esteban, burlándose de cómo ese nombre le quedaba mejor a un enano como el que el nombre Anthony, antes de revolverle el cabello en broma. Extrañaba sus bromas.
−No sé si donde estas puedes ver lo aquí ocurre pero... −Se tragó otro sollozo antes de seguir hablando− pero te contare igual. Me adoptaron. Otra vez. Y yo... Y yo mate a quien me adopto. Él quería matarme también. Y yo supongo... Elisa dice que no fue mi culpa. Elena me dice lo mismo, pero yo, yo no... −Se arrodillo frente a la tumba descansando su frente en la lápida− Realmente estamos jodidos Kay.
Lloro.
Lloro en silencio por su hermano muerto, por la vida que le fue arrebatada antes de saber que tenía una opción, por las familias negligentes por las cuales había pasado, por las cicatrices que jamás curarían. Y por Eliot. También lloro por Eliot.
Después de unos minutos se secó las lágrimas y con una sonrisa temblorosa tomo a Teddy entre sus brazos.
−Te traje algo.
Observo la lápida casi escuchando a Kayden consolarlo suavemente, como en las noches en que ambos terminaban abrazados en una misma cama.
Y como una señal de que aquel pasado por fin estaba enterrado, un real cierre a aquellos dieciséis años de dolor y sufrimiento, dejo a Teddy apoyado en la fría lapida.
–Sé que él no es Bob, pero cuídalo bien ¿okey? No quiero saber que le paso algo porque no lo supiste cuidar.
Toco la fría piedra casi sintiendo la calidez que solía emanar su amigo, y con una última vista a la pálida sepultura, ahora decorada con un viejo oso, Anthony se marchó con una sonrisa en el rostro y con la certeza de que Teddy estaría bien cuidado.
Fue al alejarse un poco de la tumba que sintió como el viento le susurraba unas lejanas gracias.
Y sabia, con el conocimiento de haber pasado a través del infierno y haber vuelto con vida que en algún lugar un niño rubio de ojos azules jugaba con un oso conformado de memorias y sueños.
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