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XXX - Incertidumbre

Mayo de 2017

Mayo llego cargado de inquietud. El miedo a las sombras que en cada esquina parecían formar la figura de Eliot. El miedo a las noches que repetían una vez tras otra el trágico suceso. El miedo por el niño al cual el destino parecía odiar.

No habían tenido noticias del prófugo doctor desde el accidente, Anthony llevaba ya varios meses en el orfanato y a pesar del constante apoyo de Elisa y Elena aún se sentía culpable por la muerte de Sophie.

Pensando con lógica, el verdadero culpable eran todos los actos y decisiones que Eliot había tomado en su vida. Ese era realmente el propulsor del trágico final que encontró la doctora Newman.

Pero para Anthony, quien había visto la muerte, la destrucción y el dolor en su vida incluso antes de poder comprender esas palabras, la muerte de Sophie fue un nuevo peso sobre su espalda.

Si él no hubiese aparecido tal vez ella no habría muerto. Porque mientras para todo el mundo el fallecimiento de aquella mujer era un castigo a sus crímenes y los de su esposo, para aquel niño que aún se culpaba por cada cosa mala que pasara a su alrededor, aun cuando esas cosas malas le pasaran a gente igual de mala, esa muerte, de una loca y desquiciada manera, era su culpa.

Fue una de esas tardes, en las que Anthony parecía perdido en su memoria, inconsciente al mundo que le rodeaba e insensible a la preocupación de Elena, que Elisa llego al orfanato acompañada del comisario Marco Leiva.

Estaba nerviosa, se le notaba en el rostro, en la postura, incluso en la forma de respirar. Aún no podía creer lo que había arrojado las investigaciones, su mente no lograba coincidir la realidad, su realidad, con aquellas palabras grabadas a fuego en los documentos oficiales de la policía de Chicago.

Pero todo era real. Y si bien en un impulso ya le había dicho a Anthony, el cual desde esa conversación no le dirigía la palabra, no le había dicho nada a su hermana.

Elena sirvió café e intento dilucidar que ocurría con Elisa. Desde que eran pequeñas siempre había tenido la capacidad de descubrir con solo una mirada lo que pasaba por la loca y atolondrada cabeza de su hermanita. Pero ahora, la bruma era tan espesa que por un segundo creyó estar mirando a Anthony. Ante sus ojos, su hermana se cubría lentamente en capas de misterio, de incertidumbres, de secretos. Lentamente escapaba a mundos lejanos que solo ella tenía acceso.

Y al observar esa lenta metamorfosis, Elena tuvo miedo.

Muy pocas veces había visto a su hermana escapar de esa manera de la realidad, y la última había sido una tragedia familiar: la muerte de su único hijo.

Parecía ser que Anthony y Elisa compartían el mismo sistema de defensa, el poder ocultarse en su mente cuando el mundo se convertía en demasiado para ellos. Lo que más asustaba a Elena no era él hecho que Elisa escapara a esa dimensión que solo ella conocía entre los pasillos de su mente. No. Lo que realmente le aterraba era saber que noticia era tan fuerte como para causar este estado en la pequeña Miller.

Se sentaron en la cocina. En la misma mesa que acumulaba tantas conversaciones como pequeñas manchas sobre su superficie.

El café se sirvió en silencio.

− ¿Entonces...?

−He estado el último año investigando a Eliot Hoffman−. Los ojos de Elena se abrieron para mirar a su hermana que hacia todo lo posible para ocultarle la vista−. Venta de niños, en eso puedes resumir su vida.

− ¿De qué estás hablando Lis?

−Lo que escuchaste Elena− Esta vez fue Marcos quien respondió− Elisa llego hace dos días a mi casa con tres carpetas de informes, una lista de personas que accedieron a dar su testimonio y 5GB de videos y audios con dichos testimonios. -Se pasó la mano por el cabello aun sin creer todo eso− El hombre lleva años, casi dos décadas, vendiendo bebés de madres que no quieren tal responsabilidad. Lo peor es que hay casos en que ha dado a los bebés por muertos y los ha vendido.

−Tú no estás sugiriendo que...

−Anthony es mi hijo Elena. -Los ojos de Elisa eran una tormenta teñida de verde: Ira, dolor, alegría, amor, miedo... Tanto miedo -Anthony es Esteban.

−Eso es... Es imposible.

Las siguientes tres horas el policía y la hermana menor pasaron derrumbando cada negación de Elena para demostrarle al final que si, si es posible. Anthony Harper es su sobrino.

Al otro lado de la casa las sombras se convertían en verdaderos demonios.

El teléfono sonó una, dos, tres veces antes que Anthony contestara. Era normal que cuando Elena estaba en la cocina él se encargara del teléfono. «Son los únicos momentos que tengo para mí Anthony» le había dicho la primera vez que le pidió que contestara él.

La voz al otro lado de la línea fue un balde de agua fría sobre su cabeza. De pronto ya no se encontraba en el orfanato. Estaba en la casa de Eliot, mirando la oscuridad de su esquina de castigo, tiritando de frio y de cansancio con los brazos sobre su cabeza y el incesante tic-tac frente a él.

-Tony, cariño. ¿Cómoestás? ¿Extrañas a Papá?

La bilis subió de manera instantánea para acumularse en su boca y una arcada sacudió todo su cuerpo.

Papá.

Aún recordaba cómo después de cada castigo le obligaba a decir: gracias por educarme papá.

Y durante un tiempo lo hizo.

Porque durante un tiempo, demasiado largo, realmente le creyó a ese hombre que todo lo que hacía era por amor.

Pero después de la conversación con Elisa le había agarrado repulsión a esa palabra. Al significado que llevaba. Y al hombre que por interminables días le obligo a decirla.

Eliot reía al otro lado de la línea.

−Eli...Eliot− odio que su voz tartamudeara de esa forma.

Sabía que Marcos estaba en la casa y que lo más lógico era llamarlo. Pero no podía. No podía moverse. El terror lo tenía preso de sus garras y no lo soltaría.

−No. No. No. Dime papá. Soy tu padre Tony. Los niños no deberían tutear a sus mayores.

La voz sonaba enferma, distorsionada. Casi podía saborear la locura desde el otro lado de la línea.

No entendió mucho de la llamada. Solo palabras sueltas: Cementerio, mañana, tarde, solo. Lo que más se le grabaron fueron las dos últimas frases: papá te ama, papá quiere verte.

Al terminar la llamada corrió al baño y soltó todo lo que su estómago tenia, si lloraba de miedo, frustración o por las arcadas que aún sacudían su cuerpo, no lo sabía.

Recordó la conversación que había tenido con Elisa y las palabras ahora de Eliot: no se te ocurra decirle a tú mamita.

A sí que era verdad. Elisa había tenido siempre la razón. Su madre estaba viva y bajo el mismo techo que ahora habitaba.

Por un momento pensó en ir a decirles, pero inmediatamente se arrepintió. Eliot estaba loco. Si él iba y les contaba ahora, no le dejarían ir a ninguna parte y correrían tras Eliot para encarcelarle. ¿Pero y si se les escapaba? Ya no confiaría en él para llamarle, perderían esa oportunidad y se arriesgarían a caminar a ciegas con una persona tan peligrosa como Eliot Hoffman.

No. El no pondría en peligro a su familia. Él podía hacer esto. Se había enfrentado a cosas peores cuando era pequeño, podía luchar con este demonio y vencerlo.

Camino a la cocina y se para cerca del umbral en una posición donde podía ver sin ser visto.

Elisa estaba llorando y por un momento quiso correr a abrazarla, pero no ahora. Aún no era el momento.

Él lucharía por esa chica bulliciosa de vestidos de colores y ojos verdes.

Lucharía por la mujer que parecía madre incluso antes de realmente conocerla.

Y por el hombre que jamás lo traicionó.

Lucharía por las personas que sin saberlo le habían enseñado el significado del amor.

Las hermanas Miller y Marcos, en el tiempo que él llevaba viviendo en el orfanato le habían dado la lección más importante de su vida: como se sentía ser amado de manera incondicional. Sin límites, sin condiciones, sin expectativas. Amor puro y libre.

En ese momento eligió luchar por ellos, amarlos a ellos.

No por una condición. No por cumplir con los esquemas de la sociedad. Fue su decisión, la primera decisión real en su vida.

E increíblemente fue el acto más liberador del mundo.

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