XXVII - Familia Hoffman
Entre mayo de 2016 y enero de 2017
El vivir con los Hoffman en pocas palabras era...Desconcertante.
Sophie era un amor de persona, siempre pensando en el demás, siempre preocupada por él, por su recuperación, por cómo se estaba adaptando a una nueva adopción. Por otra parte, Eliot era la figura paterna que creyó jamás conseguiría. Le ayudaba en las tareas, jugaba con él los fines de semana e incluso se preocupaba de pasar a darle las buenas noches cuando no tenía turno en el hospital.
Ambos parecían seguir un guion de familia perfecta que le desconcertaba y francamente le asustaba.
Sus anteriores experiencias jamás habían llegado a buen término cuando la gente aparentaba tratarlo bien e incluso años después de esa adopción, Anthony sería incapaz de comprender porque la gente tiene esa predisposición tan natural a mentir.
Las primeras semanas andaba paranoico, sus defensas al máximo preparándolo para cualquier desastre. Las alertas en su subconsciente recitando de forma maniática sus categorías para los desastres.
Pero una semana se convirtió en dos, y esas dos se convirtieron en un mes para luego dar paso al siguiente y antes de darse cuenta ya llevaba tres meses viviendo con los Hoffman y aún no ocurría nada.
No hay gritos.
No hay golpes.
No hay botellas de alcohol mal ocultas, ni conversaciones en susurros cuando creen que él duerme.
Absolutamente nada.
Y para principios de agosto, Anthony había bajado sus defensas y asumido que quizás esta vez el destino si le sonreiría.
Tal vez por fin había conseguido una familia permanente a la cual no la mediara el dolor y la tragedia.
Pero agosto termino, y con él se fue la tranquilidad y el idilio de una familia.
¿O tal vez no?
Después de todo, Eliot había sido muy razonable en explicarle que es lo que ocurría.
Él se había portado mal, había roto una maceta jugando con una pelota cuando claramente recordaba a Sophie pidiéndole que se alejara de las plantas si es que iba a jugar.
Eliot, quien estaba en casa, le había tomado del brazo y llevado al sótano. Lo había colocado en una esquina donde no llegaba la luz de las pequeñas ventanas y le había amarrado las manos sobre su cabeza. Había puesto un reloj que brillaba vagamente en la oscuridad frente al él y le había explicado que pasaría una hora en esa posición como castigo.
Eso era razonable ¿cierto?
Después de todo los padres castigan a sus hijos cuando tienen mal comportamiento y él se había comportado mal.
Y aunque el castigo fuese extraño, no lo estaba lastimando. No eran gritos, no eran golpes. Simplemente estar parado una hora en completa oscuridad y silencio.
Eso no era malo. Era preocupación, Eliot era ahora su padre y tenía que corregirlo cuando la situación lo ameritara.
Y si más adelante los castigos se volvieron más recurrentes. Si la hora se convirtió en dos, luego en cuatro y después en seis. Si los castigos comenzaron a aparecer por las cosas más pequeñas, bueno, eso también estaba bien. Después de todo ellos solo querían criarlo para qué fue una persona de bien.
Y si más adelante, comenzó a tener pequeños ataques de pánico cuando estaba en lugares oscuros o a escuchar el tic-tac del reloj en los lugares más extraños, como cuando visitaba a Elena o se distraía en clases, eso era completamente su culpa, después de todo, él era el que dejaba que las cosas le afectasen de esa manera.
−Vamos abajo Tony.
Y si un escalofrió recorría su columna cada vez que escuchaba el diminutivo, también era su culpa.
−Sí, papá− bajo con la cabeza gacha, preguntándose en que se había equivocado. Tenía su tarea hecha y había lavado los platos luego de la cena. No había nombrado ni a Elena ni a Elisa en días porque parecían alterar a su padre y había hecho los recados que le había pedido Sophie.
− ¿Sabes porque te traje aquí?
−No, papá.
Eliot se pasó la mano por el rubio cabello, como si le cansara el hecho de tener que tratar con él. –Tony, te he dicho millones de veces que no me gusta que ocupes el teléfono de la casa para llamar al orfanato, para eso acordamos los días de visita.
−No llamaba a Elena, estaba conversando con Marcos.
− ¿El policía?
−Sí.
− ¿Y tú crees que yo pago el teléfono para que tú llames a tu amigo policía?
Eliot se estaba enojando, no se notaba pues su voz seguía calmada, pero Anthony con el tiempo había logrado descubrir los pequeños detalles: como se tensaba la mandíbula, como los ojos se entrecerraban o la respiración parecía más dificultosa.
−No, papá. Lo siento. No volveré a llamar desde la casa.
Eliot suspiro sonoramente antes de acercarse al niño. –Está bien, Tony. Solo quiero que entiendas que esa ya no es tu vida, si te sigues apegando a ellos jamás vas a poder avanzar. Sé que tuviste un pasado difícil pero si no intentas superarlo nadie lo hará por ti.
Anthony lo miro asintiendo. Eliot tenía razón, si él seguía llamando todos los días a Elena, Elisa y Marcos, jamás lograría superar su pasado.
−Ahora Tony, manos arriba, vas a estar aquí tres horas.
− ¿S...seis?
−si muchacho. No es primera vez que te digo que no llames desde la casa pero pareciese ser que te encanta contradecirme.
−No, papá. No es así.
−Entonces demuéstramelo. Cumple tu castigo como un buen niño.
El reloj se acomodó frente a él, con los números brillantes y el segundero emitiendo un desesperante tic-tac. Por un momento quiso luchar con la cuerda que rodeaba ásperamente sus muñecas. Luchar contra la tensión que se provocaba al conectarlas con otra que estaba unida al techo. Luchar para que le soltaran porque él no había hecho nada malo.
Pero Eliot termino su amarre, le dio una suave caricia en la cabeza y se marchó.
Dejándolo con el reloj y con el dolor que sabía llegaría más temprano que tarde.
La cuerda apenas le permitía tocar correctamente el suelo con los pies, tirando de sus brazos y la articulación de una manera que pronto se volvería insoportable.
Anthony lo sabía.
Sabía que cuando se cumpliera una hora sus brazos estarían entumecidos.
Que al cumplirse dos horas sus muñecas estarían rojas por la inevitable fricción.
Que a la tercera hora comenzaría a ver sombras que no estaban ahí, a escuchar ruidos que no eran reales.
Sabía que para la cuarta hora, el dolor comenzaría a bajar por su columna como fuego líquido.
Que para la quinta hora estaría llorando, con la cabeza levemente caída sobre su pecho intentando no sucumbir al dolor.
Una vez se había quedado dormido, o caído inconsciente, y el peso de su cuerpo casi le había dislocado los hombros y las muñecas.
Él sabía todo eso. Pero era su culpa, él había cometido una falta y merecía castigo. Después de todo Eliot era bueno con él. No le gritaba, no lo golpeaba. Ni siquiera subía la voz cuando él había cometido alguna infracción, simplemente le decía «Vamos abajo, Tony»
Este dolor, este miedo al silencio y a la oscuridad era toda su culpa.
Eliot es un buen hombre.
Es un médico.
Y los buenos hombres, en especial los buenos médicos, jamás hacen cosas que atenten contra la salud de alguien más.
Si le dolía es porque es débil.
Si el dolor permanecía días después del castigo era su culpa.
Y si a la siguiente visita, Elena le preguntaba extrañada porque ahora no tomaba a ninguno de los niños menores en brazos, bueno, la respuesta era sencilla: entre los estudios y la vida cotidiana, él estaba cansado.
Elisa siempre lo miraba raro después de frases como esa. Como si no le creyera.
Como si supiera que había algo más.
Pero que le iba a decir; me duelen los hombros porque estuve castigado ayer seis horas por haberte llamado. No, eso no sonaba bien.
Además sabía que se preocuparían innecesariamente. Y él no quería eso.
Estaba bien, por primera vez tenía una familia que le quería y se preocupaba por él.
Es por eso que cuando se juntó con Elisa a principios de enero no le creyó lo que ella le decía.
¿Cómo iba a ser posible que ella fuese su madre biológica? Mayra estaba muerta hace muchos años. Además ¿para qué guardar silencio si la historia que le contaba era real? Eliot jamás haría nada para dañarlo.
La historia era tan ilógica que por un momento creyó que estaba bromeando con él. ¿Secuestro de niños? ¿Hacer pasar a niños vivos como muertos? ¿Adopciones ilegales?
Todo era tan absurdo.
Pero la mujer frente a él estaba llorando, contándole la historia entre sollozos rotos como si todo fuese real.
No. Elisa mentía, ella estaba inventando una historia fantasiosa porque nunca había logrado tener hijos y porque él cada vez visitaba y llamaba menos. Eliot le había advertido que no se apegara a su pasado, que solo le haría daño. ¿Pero esto? La historia de Elisa era irreal. Él tenía derecho a enojarse y marcharse antes que ella le siguiera contaminando la mente con ideas absurdas.
Y si días después, cuando lo castigaron por haberse juntado con Elisa después de clases en vez de irse para la casa lloro más de lo normal, si considero por un momento la historia como algo factible y si por primera vez sintió pánico real cuando escucho los pasos de Eliot bajando al sótano, bueno, eso era mera consecuencia de las absurdas historias de Elisa Miller.
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