XXIII - Demonios y reconciliaciones personales
A principios de marzo, 2016
Dos meses. Dos largos meses dentro de hospital y Anthony estaba seguro de que si su estadía se alargaba solo una semana más se volvería loco.
Elena lo visitaba a diario y el comisario Marcos por lo menos una vez por semana. Elisa le había visitado cuatro veces y una de ellas había sido en compañía de todos los niños del orfanato.
Fue esa visita la que más le impacto. Ana, una pequeña de cinco años que había llegado hace tres al orfanato fue la primera en lanzarse sobre la cama de hospital y entre llantos y una mala pronunciación preguntarle si él también se marcharía. Igual que Kay.
Kayden.
Gran parte de los niños del orfanato tal vez eran muy pequeños para comprender la palabra muerte, pero incluso ellos podían entender que esto era muy diferente a una adopción. Incluso ellos sentían el aura de dolor y tristeza que rodeaba la palabra.
A pesar de los meses que su amigo llevaba muerto aún esperaba verlo atravesar la puerta de su cuarto. Con aquella chaqueta negra y el pelo desordenado que le daban ese aire de adolescente sin causa del cual se jactaba tanto. Y si él, que conocía a la perfección el significado de la muerte aún esperaba que su hermano regresara, ¿cómo explicarle a una niña de solo cinco años que Kay se había marchado para ya no volver más?
Encerrado en ese antiséptico cuarto, después de aquella visita, Anthony había revaluado la muerte de Kay. Aún sentía que en cierta manera era su culpa, pero ya no se atormentaba cada segundo por lo sucedido. En poco más de dos meses, había entendido que todos quienes rodearon a Kay, incluso el mismo Kayden, tenían su parte de culpa en su muerte, pero también, que buscar culpables no le devolvería a su hermano ni tampoco apaciguaría su alma.
Tal vez el hecho de ya haber visto la muerte de seres queridos, de haber pasado por dos lutos anteriores que si bien no fueron algo muy real para su joven mente seguían siendo perdidas, le ayudo a afrontar de mejor manera la perdida de Kay. Tal vez fue eso lo que le salvo de la propia autodestrucción que la pérdida de su amigo ocasiono en su vida. O simplemente fue el hecho de que hace años Anthony había descubierto que el ser humano tiene una predisposición natural para sufrir. Fuese lo que fuese, desde esa sala de hospital, una vez más Anthony Harper se reconciliaba con sus demonios.
En otra parte del hospital también existían demonios que volvían del pasado para mostrar sus crueles sonrisas.
Sophie Newman no sabíacómo afrontar la situación que estaban viviendo. Su cabello había perdido brillo y su esbelta figura se resaltaba por la pérdida de peso.
En un primer instante no lo había creído. Era imposible. ¿Cuantas casualidades tenían que compenetrarse para crear esta situación? Era fantasioso pensar que algo así podía pasar en la realidad, pero de la misma forma en que ella insistía en pensar que todo era una coincidencia, el destino insistía en demostrarle que todo era real.
Si, en la vida de Sophie había aparecido un demonio para recordarle su pasado. Un demonio con nombre y apellido: Anthony Harper.
Refugiada en los brazos de su marido, Sophie no comprendía como es que pudieron errar lo suficiente para que esta situación se diera.
Sus planes siempre fueron perfectos. Eliot era una mente maestra. Se preocupaba de cada detalle y no dejaba ninguna variable al azar. De esta manera ambos habían forjado un lucrativo trabajo a expensas de sus carreras médicas que por año aumentaba significativamente su cuenta bancaria.
Salvaban la vida de los niños, le recordaría Eliot en sus momentos de duda. Les buscaban hogares amorosos a pequeños que terminarían en la calle, le mencionaría luego de una crisis de moral.
Y durante años, jamás habían tenido problemas con este trabajo caritativo.
Pero ahora, el niño amenazaba sin saber todo ese equilibrio que había forjado en su perfecta vida.
No quería reconocerlo, menos aún a su marido que tanto hacia por ella, pero ante los innegables hechos, por primera vez desde que comenzaron aquel lucrativo negocio, Sophie estaba asustada.
¿Y si alguien descubría quien era él niño?
¿Y si Elisa Miller reconocía a su marido?
¿Y si...? ¿Y si...? ¿Y si...?
No soportaba la angustia. No podía tolerar la presión de cada día mirar sobre su hombro. De desconfiar de todo el mundo. Y de temer constantemente a que la verdad saliera a la luz.
Pero al igual como había sido siempre, en su momento de más debilidad, apareció su marido.
–Adoptemos. Al niño. Convirtámoslo en nuestro.
La palabra resonó en la sala de descanso, rebotando en cada pared antes de penetrar en la mente de Sophie. ¿Adoptarlo? – ¿Que...?
– ¡Es perfecto Sophie! El niño es huérfano y nosotros no tenemos hijos. Tenemos una excelente situación económica y tu eres pediatra. Si le adoptamos no habrá posibilidad de que investiguen. Después de todo la idea siempre fue encontrarle familia. Nos demoramos, pero ahora podemos dársela.
¿Darle una familia?
¿Sería esa la solución?
Nunca habían hablado de tener hijos, porque de alguna manera, los niños no eran parte del idilio que habían creado ambos. En el matrimonio perfecto de Sophie Newman los niños no encajaban. Los dos trabajaban todo el día, ambos estaban muy ocupados para compartir los pocos momentos que tenían a solas con un tercero.
Y despees, cuando a la ecuación se agregó el otro trabajo de ambos, ese que solo ellos sabían y entendían, los niños desaparecieron aún más de su difusa imagen. Después de todo, ellos buscaban niños para que necesitados padres les adoptaran, no para ellos mismos. Jamás para ellos.
¿Pero sería tan descabellado?
¿Acaso sus sueños de infancia no se componían de una casa blanca, tres niños y un perro?
Anthony Harper no era el bebé inocente que albergaba su inconsciente. Ya estaba crecido, pero aun así seguía siendo un niño. Un niño que necesitaba una familia, un niño que requería un hogar ¿Y si ellos le daban un hogar?
Observo el rostro de su esposo sintiendo por primera vez en diez años de matrimonio el deseo de tener a alguien más que el a su lado. Un niño. Un pequeño con su apellido que heredara su legado cuando ellos ya no estuviesen. Un joven que los enorgulleciera durante su vejez.
Y en aquella austera sala de hospital, Sophie y Eliot decidieron adoptar a Anthony Harper. Porque a sus ojos jamás habían hecho nada malo. A su parecer solo se habían demorado en encontrarle el hogar ideal.
Dentro de sus cegadas mentes no se daban cuenta como aquel autoproclamado trabajo, casi divino, de reubicar niños según su mejor criterio, sería la pieza final para su autodestrucción.
El ser humano es ciego. Jamás se da cuenta que está errando hasta que las consecuencias se estrellan contra su vida como una bola demoledora, arrasando con proyectos, ideales, sueños y esperanzas.
No fue difícil hablar con Elena. La encargada del orfanato siempre escucharía a una pareja con deseos de adoptar, aunque esa pareja le causase mala sensación y el niño a adoptar fuese su pequeño Tony.
–Hablen con el niño. – Dijo Elena. –Él ya es lo suficientemente grande como para tener una opinión respecto a su futuro. Si él desea ser nuevamente adoptado y ustedes cumplen todos los requisitos, comenzaremos los trámites cuando le den de alta.
Y así fue. Una semana después ya de alta y de vuelta al orfanato, Eliot, Sophie, Elena y Anthony conversaban sobre el futuro del pequeño.
–Acepto.
La palabra salió tan rápido del niño que todos quedaron mirándole por un largo rato antes que Elena comprendiera la afirmación.
– ¿Aceptas?
–Si. – después de todo, que más daba. Kayden ya no estaba. Las paredes del orfanato estaban cargadas de recuerdos que solo parecían oprimirlo más cada día. Y estas personas eran doctores, salvaban vidas. Tal vez su buen karma sería suficiente para romper la maldición que portaba sobre sus hombros incluso antes de nacer.
Elena, quien estaba segura de que el niño se negaría, tuvo que reprimir la ola de preguntas que se atoraban tras su lengua ¿por que aceptaba? ¿Acaso ya no le gustaba vivir en el orfanato? ¿Acaso ya no le agradaba estar con ella? ¿Acaso la culpaba por la muerte de Kay o su propio accidente?
Respiro profundamente, eliminando todas aquellas barbaridades de su mente. Anthony no era su hijo. No tenía derecho a querer apropiarse de él o sentirse traicionada porque el pequeño anhelara una familia.
Así que se rindió, bajo sus banderas de protección y propiedad que sin darse cuenta había levantado por el niño y con una suave sonrisa firmo todos los papeles para que Anthony nuevamente fuese adoptado.
Las semanas siguientes a eso fueron una neblina borrosa de burocracia y de preguntas. Siempre la misma pregunta.
– ¿Estas segura que desea ser adoptado?
–Sí.
–Y esta pareja es realmente confiable.
–Sí.
– ¿Estas segura que no lo hace para no ser una carga? Sabes como es.
–Sí.
– ¿Estas lista para verlo marcharse una vez más?
–Sí.
Pero era mentira. No estaba lista, nunca lo estaría. No después de haber perdido a Kay y casi haberlo perdido a él. No después de la adopción de Katia y ver su cara culpable después que la mujer intentase suicidarse. No después de la primera adopción y del hematoma que permaneció durante semanas en el rostro del niño. No después de haberlo visto solo, parado afuera del orfanato, con solo cinco años y su oso en brazos. Elena Miller no estaba lista para verlo marcharse. No quería volver a verlo salir por esa puerta sin la seguridad de que el mundo por fin le diera la vida que el niño merecía.
¿Pero quién era ella para decidir la vida del niño?
Era solo una tutora, una guardiana mientras la verdadera familia del pequeño lo encontraba. Así que siguió respondiendo con un si a las preguntas que le hacía Marcos, que le hacía su hermana y que incluso se hacía ella misma en la noche cuando ya todos dormían.
¿Estaba lista para dejar ir a Anthony Harper?
No. No lo estaba. Y tal vez nunca lo estaría.
Pero no era su decisión, el niño merecía ser adoptado por alguien que lo quisiese.
Así que Elena se tragó todos sus "no" y siguió adelante con el trámite de adopción.
Y si por las mañanas abrazaba al niño solo un poco más fuerte, si por las noches su almohada se humedecía o si al firmar el último papel había derramado una lagrima nadie podía culparla. Después de todo, ella estaba feliz por la nueva vida de Anthony Harper.
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