XVII - Elisa Miller
Marzo de 2011
Cuando su hermana le dijo que conocería a un niño muy especial, Elisa no pensó absolutamente nada sobre ello. Elena adoraba a todos y cada uno de sus niños, por lo que adjetivos como especial, único, genio, o hermoso no eran algo que le extrañara o le causara algún rumbo de pensamiento especial.
Elisa iba dispuesta a conocer a otro de los maravillosos niños del Orfanato Vicente Miller, otro angelito por el cual tendría que amarrar su corazón para no querer adoptarlo.
Al llegar todos corrieron a abrazarla. Todos conocían a la tía Elisa, la hermana de mamá Elena, la cual siempre llegaba con galletas, dulces y cuentos para hacerlos felices.
Si los niños del orfanato adoraban a Elena Miller por su amor maternal que desbordaba por cada uno de sus poros. Lo que sentían por Elisa era pura y completa locura.
Observo a cada uno y se dio el tiempo de darles un beso en la frente y preguntarles sobre su día. Escuchar atentamente sus desvaríos infantiles y celebrar a dos niños que en la semana habían perdido un diente y el hada les había traído regalos.
Lo que le extraño fue que todos los niños que la abordaban sin parar eran conocidos, no veía ningún rostro nuevo entre el mar de duendecillos traviesos o en las proximidades del living.
Sintió a su hermana antes de verla. Venía desde la cocina con el delantal manchado de harina y una sonrisa suave en los labios.
Se saludaron cuando los niños permitieron un poco de espacio y después de colocar en la televisión una película pudieron arrancarse silenciosamente a la cocina.
– ¿Y bien? Llevo aquí exactamente una hora y aun no veo al tan especial niño que deseabas mostrarme.
El rostro de Elisa mostraba la clara risa que intentaba contener pero que por pura fuerza de voluntad mantenía guardada. Eso hasta que vio como el rostro de su hermana se había ensombrecido de manera drástica.
–Anthony está en su dormitorio. Le conté que vendrías y prefirió quedarse ahí para no molestar.
– ¿Molestar?
–Así es. Es por eso que quería que lo conocieras. Veras, Anthony es, como decirlo, un niño muy especial. Ha pasado por mucho.
–Como todos los niños de este orfanato Elena.
–No. No hablo solamente de su vida antes de ingresar aquí. Sino de su vida en general. Anthony lleva casi cuatro años viviendo con nosotros.
–Espera un segundo. ¿Cuatro años? ¿Y cómo es que yo me vengo a enterar recién de su existencia? Vine en diciembre cuando volví de mi viaje y él no estaba.
Elena paseo de un extremo a otro de la habitación con las manos arrugando y estirando su delantal en un acto compulsivo. Su hermana había hecho un viaje por Europa de casi cinco años en los cuales había recorrido cada templo, iglesia o cueva que representara una trascendencia espiritual. Elisa siempre había buscada el camino del alma, la libertad del espíritu y el amor de las personas por su prójimo. Había vuelto en junio y Elena no había tenido la fuerza suficiente para tocar el tema de Anthony con ella.
Durante su última adopción fue más fácil omitir el tema, Kay estaba muy sensible y era una buena excusa para no nombrar a su pequeño.
Si la partida de Aleska había sido difícil, la primera y segunda adopción de Anthony habían sido terremotos emocionales para el niño.
−Él estaba aquí la última vez que viniste. ¿Cuándo vino la familia Albert?
−No lo recuerdo. –Elisa miro a Elena con sospecha. –Ese día vine solo de pasada y cuando fuiste a atender a los nuevos padres decidí irme.
−Él estaba muy callado y todo era un alboroto. No te lo alcance a presentar. –Elena desvió su mirada sin querer asumir cuanto le había costado contarle a su pequeña hermana sobre Anthony.
−Bueno, eso explica ese día, ¿pero cómo es que en mis visitas posteriores no lo conocí?
–Fue adoptado–. No sabía cómo explicar correctamente todo por lo que había pasado ese pequeño. –Y devuelto.
– ¿Devuelto?
–Su madre adoptiva intento suicidarse. Es segunda vez que regresa de una adopción.
Elisa quedo en silencio sin saber cómo poder responder a eso –Eso es mala suerte.
–Es más que mala suerte Lis. La madre biológica del niño murió, el padre que era un maldito alcohólico falleció tiempo después, en su casa lo golpeaban y no quiero ni pensar en que más. La primera adopción termino en desastre porque el hombre que le adopto termino siendo igual o peor que su padre y ahora esto.
Elena lloraba de frustración. Esto no era mala suerte. Era un maldito juego enfermo, una historia retorcida con un niño como protagonista.
–Tiene solo ochos años Elisa. Ocho años. Y él... él...
Elisa corrió a abrazar a su hermana cuando la vio derrumbarse entre lágrimas de impotencia y rabia.
No era justo. No era para nada justo. Elena ya no sabía cómo pelear. Como defender al niño que en todos los aspectos estaba a su cuidado.
Lo peor. Lo que más le dolía a Elena, es que Anthony no la dejara luchar. Casi cuatro años después de haber llegado al orfanato y Anthony Harper aun creía que sus batallas eran exclusiva responsabilidad de él.
Había retrocedido. No de manera drástica, pero se notaba el cambio. La confianza adquirida con el apoyo de Aleska y Kay se había atenuado. Las pesadillas habían vuelto. La timidez. La soledad.
La maldita soledad.
Durante dos horas y tres tazas de café, Elena le conto entre llantos y arrebatos de rabia todo lo que sabía del enigmático Anthony Harper. Desde cómo había llegado solo al orfanato con su oso Teddy en una mano a como la había esperado en la comisaria a la mañana siguiente del accidente de Katia. Le conto como el oso inseparable estaba en sus brazos, como la mirada estaba tan pérdida que Elena dudaba que él la reconociera y como finalmente cuando la miro le dijo con una sin ningún tono: volvamos a casa.
–No supe que hacer Elisa. No supe que decirle. Simplemente lo tome de la mano y caminamos hasta acá. ¿Qué podía decirle? a veces me asusta. Parece un adulto encerrado dentro de un cuerpo diminuto. ¿Qué hago?
Y por primera vez en sus treinta años, Elisa Miller no supo que responder.
Cuando Elena se había calmado, respirado y salido de su pequeña crisis de pánico fueron a ver al origen de aquella visita, Anthony.
La pieza estaba oscura y una suave melodía salía de la radio que se encontraba entre ambas camas.
Kay estaba durmiendo su siesta de la tarde y Anthony leía ayudado de una pequeña lámpara que le habían regalado para navidad.
Su pasión por la lectura comenzó con Mayra y era una de las únicas cosas que conservaba de aquella mujer que con el pasar del tiempo se había difundida en su mente hasta transformarse en un recuerdo casi onírico.
Ahora leía para escapar de la realidad, para esconderse entre cada página de un mundo que parecía hacerle daño a cada paso. Leía con el único motivo de escapar de sus demonios.
Elisa observo al niño desde la puerta y no pudo evitar que por un instante su corazón se apretara. Era como esos libros que había leído sobre que cada alma está unida a las almas que la rodean y se llaman entre más cerca estén.
Pareciera que el cuerpo sobre la cama la llamara, como si un lazo invisible tirara de ella hacia el pequeño lector. Era el mismo sentimiento que tenía cuando tuvo a su hijo, la misma desesperación de verlo, de tocarlo que sentía en aquel hospital antes que el doctor le digiera que el niño había nacido muerto.
–Anthony, cariño, ven un momento–. El niño levanto una mano y siguió leyendo otros tres minutos antes de cerrar el libro con una sonrisa satisfecha y un aura de calma a su alrededor.
– ¿Terminaste el libro?– El niño asintió enérgicamente antes de percatarse de la tercera persona en esa mini reunión.
Elisa miro al niño intentando sacar de su mente la insistente sensación de que le conocía.
–Hola, mi nombre es Elisa, ¿El tuyo es Anthony?– el niño asintió retrocediendo unos pasos y de manera casi inconsciente tomando a Teddy entre sus brazos.
–Cariño, ella es Elisa, es mi hermana. ¿Recuerdas que les he hablado de ella?– El pequeño asintió nuevamente. Parecía ser que todo lo que salía de él eran asentimientos o negaciones con su cabeza de cabellera negra.
Salieron en silencio de la habitación para no despertar a Kay, quien aunque hubieran gritado tampoco se hubiera despertado.
Al volver a la cocina, que parecía ser el salón de reuniones de aquella casa, Elena preparo café para ella y Elisa y un té con galletas para Anthony.
No fue mucho lo que conversaron. El niño era casi mudo ante los desconocidos y Elisa no quería abrumarlo con todas las preguntas que se amontonaban en su mente.
Cuando llego la hora de marcharse, apenas si habían conseguido tres frases seguidas del niño. Elisa se marchó con más preguntas que respuestas en su mente.
Aquel niño había movido sentimientos que hace años no sentía. Descolocando su mundo de una manera que no creía posible.
Le había devuelto sueños que tenía antes de perder a su hijo. Cuando aún soñaba con un niño de cabellera negra y ojos verdes.
Cuando su novio la había dejado, el mundo de Elisa se había aferrado a esa vida que crecía en su interior, esperando que el niño que naciera conservara aunque sea uno de los rasgos de aquel hombre que ella había amado.
Meses después, la triste realidad la había golpeado hasta dejarla agonizando, su esperanza había muerto en una estéril sala de hospital y todas sus ilusiones de mantener vivo aquel amor se habían extinguido aquel día.
Le había costado años y un viaje por toda Europa el dejar de llorar cada noche y despertar gritando cada mañana.
Y ahora, después de toda aquella odisea, este niño llegaba a reactivar todos aquellos sentimientos que creía haber enterrado.
Realmente Anthony Harper era un niño muy especial. Y pese a que Elisa no lo supiera en ese momento, era una de las piezas fundamentales de su caótico futuro.
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