XV - La princesa y el dragón
Agosto de 2010
La casa de Katia y Camilo era una parodia de juventud y despreocupación cubierto en una manta de madurez muy mal puesta, lo cual se debía en gran parte a la edad de Katia y al rechazo de Camilo por afrontar sus cuatro décadas.
Una mesa hippie con diez revistas de moda y un cenicero que hace días no era vaciado. Dos sillones con los intentos de Katia para hacer cojines artesanales. Varias decoraciones del equipo de béisbol que Camilo admiraba y la televisión más grande que Anthony había visto en su vida.
Y así, con una Katia saltando por toda la casa, mostrándole la cocina, el patio, el televisor y un juego de play que le habían comprado a una velocidad que rivalizaba con un niño en alta de azúcar, Anthony se instaló en la casa Albert.
Si su casa eran unas mezcla de recuerdos que realmente no quería recordar y los Spencer eran una sensación amarga en su memoria, los Albert eran, en palabras simples, niños.
Katia apenas cocinaba y Camilo era hombre por lo tanto no entraba a la cocina a menos que fuera por su cerveza de las 17hrs o su café de la mañana.
El orden era un sistema aleatorio que dependía del humor de la dueña de casa y dos semanas después descubrió que las salidas eran algo tan cotidiano como el desayunar cada mañana.
–Realmente es una locura Kay. Creo que yo soy más maduro que ellos dos juntos.
Si bien Kayden no le diría nada y simplemente se reiría de su amigo, en el fondo agradecía que esta adopción no fuera una nueva tragedia. Parecía ser, que era la primera vez que veía a Anthony realmente feliz desde que lo conocía. Y eso en cierta manera dolía. Dolía saber que él era más feliz con su nueva familia que en el orfanato.
Pero entendía. Kay no era tonto. Podía comprender que esto era lo mejor. Ademásaún se veían a diario en el colegio y Anthony le había invitado esa tarde a que jugaran en su nueva play. Elena estaría feliz de recibir información de primera mano sobre cómo estaba viviendo su pequeño.
Anthony era feliz. O por lo menos tan feliz como podría llegar a ser.
Visitaba a Kay tan seguido como este le visitaba a él e incluso Elena había ido un día a la hora de once cuando Marcos en su día libre se había ofrecido a cuidar del orfanato.
No podía creer que de manera tan rápida hubiesen transcurrido dos meses. Parecía un sueño. Un hermoso sueño del cual no quería despertar.
Pero todos los sueños terminan en cierto momento. La realidad se cuela entre los espacios que no vemos y de pronto tira abajo todo lo que hasta el momento creíamos real.
La primera señal fue una discusión a puerta cerrada.
Katia y Camilo tenían la consideración de discutir en silencio cuando creían que él ya dormía. Pero los años habían entrenado a Anthony de tal manera que el más mínimo susurro con olor a problemas le alteraba.
La segunda señal fue el aumento de las salidas. Por separado.
No era extraño que un viernes Camilo saliera con sus amigos o un lunes Katia se juntara con sus amigas. Pero ahora no era un día o dos, eran tres, cuatro o cinco veces a la semana. Incluso el mismo día. Anthony se quedaba con la advertencia de portarse bien, una comida instantánea en el microondas y varios juegos para mantenerle entretenido.
Las alarmas comenzaron a sonar en su mente de forma suave pero persistente.
¿Qué estaba pasando?
La tercera alarma fueron los cambios drásticos de humor de Katia.
Había dejado de ir al médico o tomar cualquier medicamento para su depresión. Después de todo, esta era provocada porque no podía tener hijos y ahora ya tenía uno así que, en su lógica, no eran necesarios.
Era mediados de diciembre. Llevaba ya cuatro meses en la casa de Camilo y Katia y las fiestas de fin de año se acercaban a ritmo alarmante.
Aun no eran las seis paro ya el frio día de Chicago se había oscurecido por completo y una nevada que era más aguanieve que otra cosa caía por donde uno mirara. Anthony estaba en su dormitorio jugando con Teddy cuando escucho los susurros que se colaban por debajo de su puerta.
Supuso que ninguno de los dos adultos se percató que su conversación, normalmente silenciosa, estaba subiendo de volumen a un ritmo alarmante.
La piel del niño se erizo y su cabeza comenzó a doler con los recuerdos que intentaban florecer pese a sus resistencias.
Ni siquiera cinco minutos después se escuchó el primer grito.
El castillo de sueños del pequeño se cayó como un montón de vidrios rotos destrozado por aquel sonido que tan bien conocía, y en una esquina de su mente la realidad reía como maníaca a las pobres esperanzas destrozadas de Anthony Harper.
¿Que creía? ¿Qué podía ser feliz? ¿Que su vida iba ser la de un niño consentido en aquella casa donde ambos adultos no conocían la palabra madurar? ¿Realmente era tan iluso?
Bajo las escaleras con Teddy entre sus brazos para ver a la feliz pareja discutir en el living.
Reclamos y gritos que volaban de uno a otro sin percatarse del menor que los observa desde el último escalón.
Anthony no entendía. No quería entender. Su mente no quería procesar el hecho de que nuevamente sus sueños se venían abajo.
Las señales volvían a sonar en su mente.
Discusiones de trasnoche. Salidas cada vez más continúas. Comidas con silencios incómodos y una Katia cada vez más inestable.
Cuando vio la mano levantada de Camilo su mundo colapso. Corrió ciego ante todo, chocando con el cuerpo del mayor y derribándolo ante el sorpresivo impacto. En su joven mente el rostro de Camilo mutaba entre los ojos cargados de odio de Luciano y la sonrisa infectada de alcohol de Luis.
Todo a su alrededor se había detenido, ambos adultos observaron sorprendidos al niño que se agarraba la cabeza y gemía en el suelo como un animal herido.
Escena tras escena atacaban su dañada psique con ilusiones irreales de peleas que no había ocurrido pero que la costumbre le hacía esperar.
Tenía miedo.
Su respiración alterada, el miedo corriendo por sus venas, los gritos resonando en sus oídos, las imágenes de una madre muerta que apenas recordaba y los golpes que aun ahora marcaban su piel. Todo caía. Todo se derrumbaba a su alrededor. Las paredes se cerraban en torno a él y el aire dejaba de pasar por sus pulmones. Su mente se trisaba en miles de fragmentos desparramados por un suelo que de pronto olía a cigarros y alcohol.
Grito.
Su garganta ardía en un grito interminable que fue cortado de un momento a otro por la oscuridad absoluta.
Parecieron segundos en un silencio absoluto lo que se demoró en abrir nuevamente los ojos que no se había dado cuenta que había cerrado. Bosques verdes se encontraron con las paredes azules de su recamara y una irreconocible Katia lo observaban casi con miedo.
¿Miedo de él?
No entendía nada.
– ¿Qué...? –Su garganta estaba seca y ardía. Como si hubiese estado gritando por horas. Le costó tres intentos formular la pregunta que deseaba– ¿Que sucedió?
Al parecer por la mirada preocupada de Katia, no quería decirle que había ocurrido.
Después de un largo silencio, más miradas incomodas y un niño cada vez más desesperado, finalmente decidió responderle.
Y por primera vez la máscara de madurez que Katia Bradley intentaba llevar ante todos cayó completamente.
El desconcierto ante la pequeña y llorosa figura ante él fue tanto que por un instante casi se pierde las palabras de Katia.
Casi no escucha aquellas palabras que acabaron de golpe con todo anhelo que pudiera sentir su corazón.
–Camilo se fue.
Y su idilio de familia feliz exploto en mil pedazos.
– ¿Qué? ¿Por qué?
La explicación fue simple. Increíble pero simple. Camilo no estaba hecho para ser padre. La responsabilidad de una familia le estaba ahogando. Katia le tacho de inmaduro. Le catalogo como un bueno para nada que simplemente se aprovechó de su juventud y ante la menor responsabilidad había huido como el cobarde que era.
La discusión, de la cual poco a poco le llegaban momentos borrosos a su consiente, había sido el quiebre de un matrimonio caprichoso de casi cinco años.
El ataque. Porque había tenido un ataque, el cual años después sería catalogado como una crisis de pánico por experiencia traumática le había hecho ver a Camilo que él no estaba preparado para afrontar la paternidad. Menos aun de un niño como él.
No podía darle la estabilidad que necesitaba.
No era lo que él requería.
Y un montón de escusas más que Anthony dejo de escuchar porque solo una palabra resonaba en su mente: Ataque.
Camilo se había ido porque había tenido un ataque.
Su estúpida mente trastornada no solamente había conseguido joder su vida sino que un matrimonio que a su punto de ver era perfecto.
¿Porque cómo podía un niño al cual toda su vida le habían dicho que era un error, darse cuenta que aquello no era su culpa?
Esa noche durmieron los dos juntos, abrazados en una mezcla de culpas inmerecidas y rencores mal dirigidos.
Ese año no hubo navidad. Solo una noche llena de gritos de una mujer que cada día se perdía más en su locura y un niño que no sabía cómo rescatar a su supuesta madre.
El final de Diciembre y el comienzo de enero fue un cambio radical en la vida que, de alguna u otra manera, se había acostumbrado a llevar en los últimos meses.
Camilo ya no estaba en casa, de la bulliciosa Katia solo existía una sombra triste que vagaba por los pasillos todo el día y para él, habían vuelto las pesadillas.
Había dejado de visitar el orfanato por miedo a que Kay o Elena se dieran cuenta de su depresivo ánimo y la escuela se había convertido en un horror en el cual intentaba por todos los medios evitar a su mejor amigo.
La situación era insostenible y al final todo termino por colapsar.
Bajo las escaleras lentamente, la oscuridad de la casa parecía pegarse a cada una de las paredes y el silencio era tan espeso que incluso su respiración parecían pequeños gritos.
Llego a la cocina con la sensación de terror absoluto. Por un momento no vio nada, por un momento la cocina se encontraba vacía y era solo otro día desde que Camilo se había marchado, por un momento, por un solo momento, tuvo tranquilidad.
Luego vio el cuerpo tirado en el piso.
Se lanzó al cuerpo de Katia rogando porque aun respirara. Las pastillas repartidas por el suelo eran una macabra parodia de una niña rodeada de caramelos.
25 minutos después el auto de Marcos y una ambulancia se estacionaban afuera de la casa.
La gente corría, el temblaba de manera incontrolable y los fuertes brazos del comisario Leiva intentaban evitar que su pequeño cuerpo se desarmara en miles de fragmentos en aquella caótica casa.
No recuerda mucho de aquel día. Palabras sueltas como intento de suicidio, hospitalización, shock emocional y volver al orfanato giraban en su mente de forma casi compulsiva.
Marcos y Elena le intentarían explicar que no fue su culpa. Que Katia jamás debió dejar su tratamiento y que debería haber dado aviso cuando Camilo se marchó.
Le dirían una y mil veces que no era su culpa.
Pero era culpa suya, él lo sabía. Sin el Camilo seguiría en aquella casa. Sin la Katia no habría tomado esa decisión.
Anthony solo tenía una explicación para tal dramático desenlace: su padre tenía razón, él era un maldito error.
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