XIII - Ángel de cristal
Noviembre de 2005
La encontró con una sonrisa cálida en los labios y la piel de porcelana lavada de cualquier rastro de vida. El agua transparente se encontraba teñida de rosas que se desdibujaban en una vorágine de dolor, cobardía y el mismo peso de una vida mal vivida.
Se quedó congelado en la puerta, observando con horror como la vida de su progenitora se desvanecía ante sus ojos.
A sus inocentes cuatro años de edad, Anthony entendía que aquella escena no era normal. Que aquella imagen extrañamente hermosa cambiaria para siempre su vida.
Se acercó dando pacitos lentos al cuerpo anormalmente quieto. Llevaba abrazado fuertemente a Teddy que se encontraba extrañamente silencioso.
– ¿Mamá?–. Empujo suavemente la cabeza con su mano. – ¿Mami? – ¿Porque no respondía?– Mamá estas asustando a Teddy. ¿Mami?– Pero ella seguía silenciosa y él no supo porque los ojos se le llenaron de lágrimas.
Estaba asuntado.
Teddy también estaba asustado. Mamá no respondía, seguía con los ojos abiertos y eso era lo que más le asustaba. Él no podía estar con los ojos abiertos tanto rato. Le dolía. Le picaban y tenía que pestañar muy rápido para que dejaran de doler. Pero mami estaba con los ojos abiertos hace mucho rato.
Toco el rubio cabello que se encontraba mojado. El agua ya estaba helada. Su mami se iba a enfermar si se quedaba mucho rato en la tina. Y si ella se enfermaba su papá se enojaría.
No le gustaba su papá enojado.
Gritaría y rompería cosas. Le haría daño a mamá y lo lastimaría a él.
Siempre le decía que era porque él era un niño malo.
¿Sería muy malo si dejaba que su mamá siguiera en la tina? Si ella se enfermaba papá lo lastimaría.
–Mami, el agua esta helada. Te vas a resfriar.
¿Porque mamá no responde? ¿Porque seguía con los ojos abiertos? ¿Acaso no le dolía?
No entendía. Y en su ignorancia lo único que lograba era aumentar su miedo.
En el fondo de su mente. En un pequeño y recóndito espacio que albergaba una madurez inaudita para su edad, Anthony sabía que su madre no estaba durmiendo.
Ella no despertaría.
Dejo de acariciar el húmedo cabello para llegar a los ojos nublados y cerrar suavemente los parpados.
–Teddy. Vamos a decirle al tío Marcos que mamá no quiere despertar.
La voz se encontraba rota entre el llanto y el miedo contenido sin embargo la conversación salía de manera natural. Desde que Anthony aprendió a hablar siempre conversaba con Teddy. Él era el único que siempre escuchaba y no le recriminaba nada de lo que pudiera pensar.
Anthony amaba a Teddy. Y Teddy le amaba a él.
Llego a la sala y con esfuerzo alcanzo el teléfono que descansaba al lado del televisor.
Marco los números que sabía de memoria pues Marcos se encargaba de repetirlos en una canción cada vez que los visitaba.
A Anthony le gustaba su tío Marcos. Era policía y se encargaba de proteger a la gente, como su papi antes que el naciera. El no gritaba, nunca olía ni a alcohol ni a cigarrillos. Siempre le cantaba y le traía dulces. Y siempre que su padre no estaba cerca le repetía lo mismo: «Si en algún momento ocurre algo niño, tienes que llamarme de inmediato y yo vendré corriendo a ayudarte»
Espero en línea hasta que escucho la voz al otro lado.
– ¿Quién es?
–Anthony.
–Niño, ¿cómoestás? –la voz del policía siempre parecía traerle calma y esfumar parte de sus miedos.
–Mamá no despierta.
– ¿Como que no despierta?
–Está en la tina. El agua esta helada y no quiere despertar. Se va a resfriar.
El sonido al otro lado del teléfono fue muy parecido a una persona ahogándose.
Marcos no podía creer lo que escuchaba. ¿Qué había hecho Mayra? –Tranquilo niño, ve a tu habitación y espérame hay. Deja que tu mamá duerma y yo llegare en un segundo.
–Se va a resfriar. –Ahogo un sollozo. No quería que su mami se resfriara.
–Escúchame, no se va a resfriar. Yo llegare en un segundo, pero tienes que esperarme en tu cuarto. ¿Alguna vez te he mentido niño?
–No. –La palabra fue tan diminuta que por un segundo se perdió en la línea telefónica.
Mientras hablaba Marcos había escrito una nota furiosa a uno de sus compañeros explicando la situación lo más general posible. Corrió con el teléfono en una mano y su chaqueta en la otra hacia la patrulla y emprendió el viaje de quince minutos a la residencia Harper.
–Niño, escúchame bien. Deja el teléfono donde lo encontraste y ve a tu cuarto. No quiero que bajes hasta que yo llegue. ¿Me entiendes?
–Sí, nos vemos tío Marcos.
La llamada finalizo y Marcos soltó un largo suspiro para después golpear con furia el volante. ¿Qué mierda había pasado en la casa Harper?
Condujo como un verdadero loco ignorando las leyes que el mismo imponía y llego en un tiempo record a la pequeña casa.
Gracias a los cielos que Mayra tenía la manía de dejar una llave de repuesto bajo el macetero de la entrada. Sabia por experiencia anteriores que la casa permanecía las 24 horas del día con llave. Una extraña manía que Luciano había adquirido en sus años de servicio.
– ¿Anthony? Niño ya llegue. –La carrera de pequeños pies bajando la escalera fue la primera señal de lo preocupado que estaba el pequeño. Lo segundo fueron los pequeños brazos envueltos en torna a su torso que vinieron segundos después. ¿Anthony lo estaba abrazando? El niño no tocaba a nadie. Era extremadamente tímido como para generar contacto por voluntad propia, y ahora ¿le abrazaba?
–Tío Marcos, tío Marcos. Mi mami no quiere despertar. ¡Se va a resfriar!
Las palabras salían con un tono más agudo de lo normal demostrando la ansiedad del niño.
–Tranquilo niño, ya estoy aquí. –le acaricio suavemente la espalda para luego alejarlo con delicadeza. –Siéntate en el sillón junto a Teddy y yo voy a ver a tu mamá.
El niño obedeció con resistencia pero al final hiso lo que se le dijo.
Subió las escaleras hasta el dormitorio del matrimonio y se dirigió al cómodo baño que tenían sus amigos.
La escena fue inmediata y el corazón se le rompió al comprobar sus temores.
–Oh Mayra, ¿qué has hecho?
Se acercó para comprobar lo que ya sabía. La piel se encontraba helada y húmeda con el cabello, antes de un vibrante rubio, ahora opaco.
De alguna manera, pese al poco tiempo transcurrido, el baño estaba inundado ya por el opresivo olor de la muerte.
Metió las manos en el agua y tomo con delicadeza el pequeño y desnudo cuerpo de Mayra. Observando cómo su cabeza caía hacia atrás en una mala parodia de una muñeca.
Los brazos desangrados cayeron a su lado, balanceándose lentamente a los compas de los movimientos de Marcos.
Le llevo a la cama y la deposito con la suavidad con que se trata a una niña dormida. La tapo con su manta favorita y tomo entre sus grandes y callosas manos la pequeña mano de ángel que insistía en escapar del cobijo de la manta.
– ¿Que has hecho Mayra? ¿Qué hará el niño sin ti?
Las lágrimas pinchaban en la comisura de su ojo intentando escapar pero Marcos no se derrumbaría. Ya podría llorar en la noche junto a una botella de cerveza y una caja de cigarrillos. Ahora debía ser fuerte. Por él, por Mayra y por el niño que aguardaba en el primer piso a su madre.
Bajo las escaleras con la cabeza gacha intentando discernir en su mente como explicarle a un niño de cuatro años que su madre no volvería a despertar.
– ¿Despertó mi mamá?
Su corazón se partió y una mezcla entre un sollozo y un grito de dolor quedo atorado en su garganta. Cayó de rodillas frente al pequeño que lo observaba con ojos tristes y comprensivos. ¿Cómo decirle? ¿Cómo explicarle lo que había hecho su madre?
–No va a despertar, ¿cierto?
Levanto la cabeza de golpe y observo ese bosque infinito que eran los ojos de Anthony Harper –Anthony... tu mamá...
–Tranquilo tío Marcos, mamá siempre decía que un día se iría y que yo debía ser fuerte. Solo no pensé que se marcharía tan luego.
No entendía. ¿Quién era este niño frente a él? Hablándole de muerte y entendiendo el suicidio como si albergara todo el conocimiento del mundo.
– ¿Crees tío que en algún momento la volveré a ver?
Abrazo el joven cuerpo y descanso su frente en el hombro de un niño que sin realmente comprender cuál es el significado de la muerte entendía que su mamá ya no estaría más con él.
¿Qué criaste Mayra?
Horas después, vigilando a un destrozado Luciano, quien había reaccionado con todas las emociones que su pequeño no había expresado y sosteniendo en sus brazos a un dormido Anthony se preguntó una vez más quien era el niño que descansaba en sus brazos.
Y aun más tarde, cuando la muerte se había asentado en los sobrevivientes de la familia Harper, cuando el cuerpo de Mayra había encontrado su descanso final y el tiempo parecía por fin haber vuelto a su cauce, se encontró frente a la tumba de Mayra Anderson-Harper intentando descubrir que había llevado a tan bella mujer al suicidio.
¿No era acaso feliz?
Luciano le había dado todo, un hogar, un hijo, una pequeña familia en los suburbios de Chicago.
E intentando arrancarle a esa fría lapida respuestas que jamás obtendría descubrió la carta escondida al mundo entre dos floreros.
La levanto como algo sagrado, con las manos temblando ante el presagio de verdades que no se quieren descubrir.
Horas después, aun sentado frente a la tumba de Mayra, con el corazón encogido por la conversación entre un niño y su madre muerta entendió. Entendió como se entiende un libro luego de leerlo cien veces. Vio las piezas unirse en su mente y se reprendió por no ver la imagen completa antes.
Marcos entendió en ese momento que quizás todo el mundo estaba herrado. Quizás la muerte de Mayra no había sido un suicidio sino más bien un asesinato. Una muerte provocada por la negligencia del mundo que tiende a ignorar todo aquello que no quieren ver.
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