Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

XII - La pequeña Katia

Junio de 2010

Katia era una niña. Dentro de todos los parámetros aplicables era solo eso, una niña. Se había casado a una edad en la que recién se comienza a entender lo que es el mundo real. No hubo traspaso de niña a mujer: un día era una joven de 18 años jugando a ser adulta y al siguiente era la flamante esposa de un hombre casi dos décadas mayor.

La herencia latina de Camilo, su leve acento al hablar y su aire de hombre de mundo era todo lo que Katia, hija soñadora de un barrendero y una costurera, jamás conoció.

Se enamoró de él. Se enamoró como cualquier adolescente se enamora de un ídolo: de manera loca e incondicional, sin pensar en consecuencias o en la realidad.

Dejo los estudios, se alejó de su familia, corto todo contacto con sus amigos y a los 20 años era una esposa devota que vivía, respiraba, hablaba y comía única y exclusivamente por su marido.

Creía que Camilo le daría todo. Que él cumpliría sus sueños de niña fantasiosa en los cuales viajaba por el mundo, se compraba lo más caro y era la mujer ejemplar de la sociedad sin mover siquiera un dedo.

Pero la realidad era totalmente diferente.

En los dos años de matrimonio, el entusiasmo de Camilo por la niña de dieciocho años se esfumo y la vida perfecta que había imaginado Katia se caía como un castillo de naipes: carta por carta.

Así que su inestable e infantil mente se aferró a lo primero que hacen las mujeres en todas esas novelas que tanto le gustaban. Quedar embarazada.

Si el destino es sabio o simplemente le gusta contradecir a la gente nunca se sabrá, pero después de meses intentando ser madre la temida respuesta llego como resultado de un examen: estéril.

Katia Bradley jamás podría tener hijos propios.

Y con ese golpe su endeble castillo se terminó de derrumbar.

A los 21 años, le habían diagnosticado depresión severa y recetado varios medicamentos para mantener su ánimo estable.

Pero no era suficiente.

Katia veía como cada día su esposo escapaba más de su lado. En tres años su chispeante actitud y su belleza juvenil habían quedado perdidas entre la desesperación y los narcóticos.

Hasta que un domingo a principios de junio su mundo volvió a tener una luz de esperanza reflejado en un anuncio del diario de la iglesia.

«Orfanato Vicente Miller – Desde 1926 uniendo familias»

Un orfanato. Adopción. ¡Ella podía adoptar!

Camilo no la abandonaría. Después de todo él nunca había sido un hombre de noches de desvelos y cambiar pañales, la adopción les ahorraría todo eso. En el anuncio salían todos los datos para hacer una visita al lugar, solo tendría que hablar con su marido y su vida volvería al camino en que siempre debería haber estado.

En la mente de Katia un niño era la solución perfecta para todos sus problemas. Ya no más temor a que Camilo la dejara. Ya no más escuchar a sus vecinas sobre cómo no era una buena esposa. Criticando su juventud y belleza como si esto fuera un defecto.

La adopción era todo lo que ellos necesitaban.

Sabía que su psicólogo la ayudaría pues su depresión había sido detonada por no poder ser madre. Y su esposo tendría que ver que esta era la oportunidad más maravillosa de sus vidas.

La siguiente semana fue un frenesí en la casa Albert. De pronto Katia había vuelto a ser aquella niña de dieciocho años llena de risas coquetas y miradas misteriosas.

Se necesitaron dos botellas de vino, su mejor lencería y su actitud más provocadora para lograr que su esposo aceptara intentar la idea de la adopción.

Para Camilo Albert, quien era el cuarto hijo de doce hermanos, el que su mujer no pudiera quedar embarazada era no solo una tristeza en su alma sino que una ofensa a su virilidad.

Por casi tres años intentaron ser padres para que todas las pruebas salieran negativas.

El reloj de la vida avanzaba y Camilo no quería ser padre a una edad en que su hijo en vez de llamarlo papá le digiera abuelo.

Cuando Katia comenzó con la idea de la adopción la rechazo inmediatamente. Ningún miembro de su familia había tenido que recurrir a esos métodos para tener descendencia. Todos eran hombres viriles que embarazaron a sus esposas al primer mes de matrimonio. O como su hermano mayor; un mes antes de este.

Pero escuchando a su joven esposa, la idea no parecía tan mala. Él ya había pasado la línea de los cuarenta y el adoptar podría ahórrale un par de años y ganarle la carrera al tiempo.

Después de todo, la gente siempre piensa en los recién nacidos, nadie se fija en los niños crecidos de los orfanatos.

Así que confiando en el juicio de su atolondrada mujer, organizaron una visita al orfanato Vicente Miller.

Elena preparaba otro caótico día de visita. Siempre eran así: dos domingos al mes parejas ilusionadas con formar familia visitarían el orfanato para conversar con los niños y con la gracia de Dios al final del día alguna familia saldría formada.

Aunque desde la última adopción de un cierto niño pelinegro no podía evitar tener miedo. ¿Y si a alguno de sus niños le pasaba algo parecido? ¿Y si se volvían a equivocar? ¿Qué pasaba si alguien intentaba adoptar de nuevo a Anthony?

Elena tenía miedo que Anthony fuera de nuevo adoptado, y se odiaba por eso.

Ella no podía limitar al niño por sus temores. Era solo una intermediaria, una transición entre una familia y otra de todos los pequeños que habían pasado por el orfanato.

Pero Anthony. El pequeño Anthony. Había logrado agarrar su corazón de tal manera que Elena casi soñaba con quedarse ella con el niño.

Quería protegerlo de todo. Y lamentablemente, eso no era posible.

Por las noches, cuando ya todos dormían, se colaba en la habitación de los dos muchachos y observaba el rostro pacifico del pelinegro preguntándose de que tratarían sus sueños.

¿Soñaría Anthony con volver a tener una familia?

Lo que Elena no entendía, o tal vez no quería entender, es que en la mente de Anthony su familia era ella y Kay. Y Teddy.

Elena no quería ver eso, no quería aceptarlo. Porque aceptarlo, transformarlo en real, seria admitir que la única que le negaba la felicidad al niño por imponerle un futuro que no deseaba era ella misma. Y Elena Miller no podía soportar eso.

No podía soportar una realidad en la que ella fuera la causante del dolor de alguno de sus pequeños.

Así que cerró los ojos ante lo que estaba escrito en la mirada del niño y preparo un nuevo día de visita con la esperanza de que Anthony encontrara una familia real.

De cierta manera el canon social del padre, la madre, el hijo y la mascota en el patio de la casa era la peor carga que Elena podía tener. Era la carga que le impedía amar a Anthony como el niño quería y que le impidió en su momento ser madre soltera.

Su hermana era diferente. A Elisa poco le importaba lo que el mundo pensara o digiera mientras ella no dañara a los demás y los demás no la dañaran a ella. Era libre como Elena jamás fue. Independiente y fiel a sus convicciones de una manera que Elena en sus momentos más débiles le daba envidia.

Recordaba, cuando su madre aún vivía, criticando a su hermana y comparándola con ella. Porque Elena siempre fue la hija modelo, la niña ejemplar de buenas calificaciones que iba a misa todos los domingos.

Nunca llevo un novio a casa, a diferencia de los cuatro de su hermana. Nunca peleo con sus padres a diferencia de las tres peleas semanales de su hermana. Y jamás se habría atrevido a ser madre soltera como podría haber sido su hermana si su hijo hubiese sobrevivido. Nunca arriesgo nada porque en su mundo perfecto no existía espacio para los riesgos.

Y ahora en su vida aparecía Anthony.

Y era un riesgo.

Era un desorden caótico de emociones que daba vuelta su mundo y lograba que se cuestionase todas y cada una de las decisiones que había tomado en su vida.

Quería luchar por el niño pero no sabía cómo hacerlo sin involucrarse más allá de lo que sus estigmas sociales encarnados en su piel le permitían.

Así que, como muchas otras veces en su vida, bajo la cabeza, negó sus sentimientos y pensó en lo que ella creía era lo mejor para el niño.

Meses después, llorando silenciosamente en su cuarto, se replantearía su vida preguntándose en qué momento se convirtió en una cobarde.

Katia Bradley y Camilo Albert llegaron a las 10 con 30 minutos de ese domingo. En una mezcla de emoción y miedo se pararon frente a las puertas del orfanato atemorizados por la imponente casa.

Su entrar fue extraño por decir lo menos. En un momento ambos estaban dudando si esa era la decisión correcta y al siguiente estaban sentados juntos en el living del orfanato luego que una entusiasta Elisa Miller los viera en su llegada y los arrastrara con ella.

– ¡Elena, tienes nuevos inocentes! –El rostro de la mujer apareció desde la cocina oculta tras sus grandes anteojos mirando con reproche a su hermana y con cierta compasión a la pareja que parecía asustada.

Se acercó secando sus manos en el delantal y acomodándose el cabello en una cola suelta. –Cuantas veces te he dicho Elisa que no llames así a los futuros padres–. Observo a la pareja y estiro su mano ahora seca. –Discúlpenla, por favor. Soy Elena Miller, encargada del orfanato Vicente Miller, un placer.

Camilo se paró y tomo la mano en un apretón firme. –Camilo Albert, y ella es mi esposa Katia Bradley, un gusto. Y no se preocupe. Si no hubiese sido por ella tal vez todavía estaríamos parados en la puerta.

Elena no mostro sorpresa ante el título de esposo. No era extraño ver de vez en cuando una pareja con un rango notorio de edad entre ellos. Sonrió a la joven y tomo asiento en un sillón al frente para poder conversar cómodamente.

Entre palabras, indicaciones básicas sobre el proceso de adopción y risas en base a historias de los niños, de a poco el salón se fue llenando de los mismos pequeños que tímidos intentaban acercarse a la pareja. Bueno todos menos dos: Anthony Harper y Kayden James.

El primero porque tenía cero intenciones de volver a ser adoptado y el segundo por que vigilaba como perro guardián a cualquier postulante a padre que intentara acercarse a ellos.

Para bien o para mal fue el instinto protector de Anthony que desencadeno todo.

Katia estaba jugando con unos niños mientras Elena y Camilo seguían conversando cuando uno de los pequeños pateo un balón de futbol que iba en dirección exacta de la joven mujer.

Antes de reaccionar Anthony ya se había puesto en medio y eso fue todo lo que se necesitó para que la pareja fijara todas sus atenciones en el niño.

Ese mismo día por la noche, acostada solo un su cama y observando la espalda de un enojado Kay se preguntaría que hubiese pasado si la pelota finalmente hubiera golpeado la cabeza de Katia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro