VIII - Cataclismo
Octubre de 2008
No sabe muy bien que fue lo que ocasiono el estallido de Luis. Por experiencia sabe que en personas así no es necesario mucho: una comida fría, una frase mal redactada, una cosa fuera de lugar y de pronto todo el mundo está en llamas.
Lo primero que supo es que Luis estaba ebrio.
Durante los ocho meses que llevaba en aquella casa se había acostumbrado a que dos de cada tres días el hombre llegara pasado a alcohol y con la ira a flor de piel.
Si Luciano cayó en el alcoholismo por la pérdida de su esposa y un pasado que Anthony no conocía, Luis se perdió por culpa de sus propios demonios de hombre miserable e ignorante.
Poco después de su llegada comenzaron los gritos.
Pese a la constante insistencia de Teresa para que se quedara en su cuarto cuando su marido llegaba así, Anthony igual bajo.
No podía ignorar los gritos que se asemejaban tanto a su pasado. No podía dejar sola a la mujer que si bien no se parecía físicamente le recordaba tanto a su madre.
Anthony Harper había madurado a base de golpes e injusticias, su alma había envejecido de una manera que pocos podían comprender, y dentro de aquella madurez se encontraba una impresionante capacidad de abnegación. Tenía el enorme don, o maldición, de poner a cualquier persona por la cual sintiera el más mínimo cariño antes de su propio bienestar.
Iba a mitad de la escalera cuando sonó el primer plato al estrellarse con el suelo.
Atención todo el mundo, tenemos una tormenta tipo dos.
Si Anthony había adquirido algo de su tiempo viviendo con su padre era su sistema de emergencia:
Tormenta tipo uno: Gritos
Tormenta tipo dos: Cosas rotas
Tormenta tipo tres: Golpes
Cataclismo: Bueno, esa categoría se reservaba para cuando la ira de su padre lo dejaba en largos periodos en cama. Accidentes los llamaba él.
Anthony pensó que después de su llegada al orfanato no tendría que volver a ocupar tal sistema. Parece que al destino le encantaba llevarle la contra.
Llego al primer piso con el corazón acelerado. Antes de entrar a la cocina pillo los restos del pobre plato que había sufrido la ira de Luis.
Estaba atravesando la puerta al mismo tiempo que Luis le propinaba una cachetada a su mujer que termino con ella en el suelo.
Atención todos, la tormenta ha subido de nivel, por favor evacuar a mujer y niños. Estamos frente al huracán Luis en plena potencia.
Antes que Luis volviera a arremeter, Anthony intervino. – ¡Detente! –coloco su cuerpo entre el de Teresa y el hombre furioso que se hallaba frente a él.
–Sal de aquí mocoso, esto no es contigo.
Claro que no era con él, pero Anthony sabía que el problema tampoco era con Teresa. El verdadero problema era el cerebro infectado de alcohol de Luis.
–No.
– ¿No? ¿Quién te crees mocoso para desobedecer a tú padre?
¿Padre? ¿Él se creía su padre? Anthony había tenido ya un padre y no necesitaba otro, muchas gracias.
Hablo suavemente sin quitarle la vista de encima a Luis. –Teresa, ve al living por favor.
La mujer negó. –No cariño, está bien. Esto es asunto de adultos. Ve a tú cuarto.
–Teresa. Por favor. Ve al living.
Cualquier persona que escuchara no identificaría que aquella voz, sin ningún sentimiento, provenía de un niño de siete años.
La mujer se escabullo al living dejando atrás al niño enfrentarse solo a la tormenta.
– ¿Dónde crees que vas? –Luis intento seguirla pero Anthony le cortó el paso.
–Sal de aquí mocoso. –El primer manotazo lo alcanzo a esquivar pero el segundo no lo vio venir y su cuerpo cayó con un golpe sordo en la entrada de la cocina.
En lo que se demoró en levantarse, Luis ya había salido de la cocina.
Corrió para alcanzar al hombre que en su ira ciega había derribado la mesa de café y un par de cuadros de la pared.
Tomo el teléfono que se encontraba cerca de él y marco el único número que le había salvado la vida. El número de Marcos Leiva.
Bip... bip... bip... –Inspector Leyva. ¿Quien...?
–Marcos, soy Anthony. Tienes que venir por favor.
– ¿Anthony? ¿Ir a dónde? ¿Qué sucede?
Antes de contestar tuvo que esconderse tras el sofá, si Luis veía que estaba llamando esta tormenta rápidamente evolucionaría a cataclismo.
–Ven por favor, estoy en la casa de los Spencer, apúrate.
– ¿Anthony? ¡Anthony!
La llamada se había cortado y Anthony salía de manera presurosa para quedar entre Luis y Teresa.
La mujer se encontraba llorando acurrucada en el suelo intentando hacerse una con la pared.
–Te he dicho mil veces mocoso que no te metas. –Luis dirigió la mirada perdida al niño con los ojos inyectados de sangre.
El primer golpe fue a dar en su cabeza. Un puño cerrado que lo dejo atontado por varios segundos. El segundo lo derribo al suelo. Lo que vino después fue una mezcla de golpes de Luis, gritos de Teresa y la plegaria mental de Anthony porque la policía se apurara.
Se levantó a penas, basándose exclusivamente en su voluntad para proteger con su cuerpo el de Teresa que pese a sus gritos y el llanto no se había movido de la pared.
Luis resoplaba furioso, se movía como un animal acorralado intentado sacar al niño que le impedía llegar a su esposa.
¿Quién se creía el mocoso que era? Solo tenía siete años y se paraba hay, frente a él, mirándolo con sus ojos acusadores.
¡No era culpa de él!
Era culpa de su esposa. Si la maldita mujer dejara de hacer tantas preguntas y se dignara a aprender su lugar nada de esto estaría pasando.
Cuando Marcos llego la casa era un completo desastre y los gritos se escuchaban desde el inicio del antejardín.
La llamada había dejado a Marcos a punto de un colapso nervioso. Anthony lo había llamado solo una vez para pedir ayuda y era lo que había derivado en que fuera llevado al orfanato. ¿Y ahora?
Incluso después que la llamada terminara podía escuchar los gritos de fondo.
¿Cómo podían haberse equivocado tanto?
El niño ya había sufrido suficiente como para que ahora por una negligencia de ellos volviera a pasar por lo mismo.
Pero parecía ser que al destino le encantaba jugar con la vida del pequeño Anthony.
Las fuerzas de la policía de Chicago entraron como una tormenta en la pequeña casa, la puerta callo con un golpe sordo sumándose al caos que ya era el interior de la vivienda.
En primera escena se encontraba Luis. Perdido, enfermo y delirante Luis. Como un toro embravecido intentando atacar a su esposa.
Al fondo de la habitación se encontraba Teresa. Llorando y temblando en terror absoluto frente a la implacable ira de su marido.
Y en esa vorágine de sentimientos extremistas, de personas perdidas en su papel de víctima y victimario se encontraba como guerrero frente a una batalla, Anthony.
Tenía los brazos abiertos y su postura tensa. Se encontraba frente al cuerpo de Teresa intentando protegerla con toda la fuerza que le podían otorgar sus siete años de edad.
Su labio sangraba levemente, su ceja izquierda se encontraba partida y un moretón oscuro ya comenzaba a teñir toda la zona de ese mismo ojo. Sin embargo la mirada de acero representaba cualquier cosa menos la imagen de un niño abusado.
Era una imagen bizarra. Una ironía de la vida. Un niño protegiendo a un adulto, cuando debería haber sido completamente al revés.
Todo paso de manera tan rápida, que al veterano policía le costó separar una escena de otra. Tiempo después aquella escena se repetiría en su memoria una y otra vez entre mezclada de tal manera que no sabría que tanto fue real y que tanto pertenecía a su mente.
En un momento Luis estaba a punto de golpear a Anthony para sacarlo del camino y al siguiente era detenido por dos policías armados.
Teresa, aun en su estado, gritaba por compasión por su marido, a quienes los oficiales ya habían esposado y le leían sus derechos.
Anthony, entre toda la confusión se había apartado transformándose en un simple espectador de tal caótica escena.
Marcos se acercó con cautela al niño, confiando en sus sub-alternos para manejar el resto del procedimiento. – ¿Anthony? –Se agacho para quedar a la altura del pequeño colocando suavemente su mano sobre uno de los hombros. –Hijo, ¿estás bien?
–Bien.
Pero pese a la afirmación, Marcos no pudo obviar el estremecimiento del niño cuando le había tocado. Decidiendo dejar al niño por la paz, se paró sacudiendo levemente su pantalón. –Vamos niño. Vamos a que un médico te revise antes de llevarte a casa.
Anthony levanto la vista a punto de protestar cuando se percató de la frase completa. – ¿Casa?
–Vamos a llevarte con Elena–. Marcos jamás olvidaría como los ojos del niño se inundaron en lágrimas y una acuosa sonrisa se dibujó en sus labios.
–Por favor, llévame a casa.
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