Capítulo 2: Al filo del derrumbe
Y mi día continuo siendo inestable.
El calor no ayudaba a la tensión diaria, y la situación de mi padre no abandonaba mi mente. Hiciera lo que fuera, el hecho de tener un hermano nuevo volvía a ocupar mis preocupaciones. De algún modo, tenía que habituarme rápido a esa idea. No tenía que importarme quien fuera su madre y mi relación con ella no debía influirme en mi cariño hacia él o ella.
De solo pensar que podía ser una niña se me formaba una sonrisa. Desde siempre había estado rodeada de hermanos varones y mi relación con ellos había sido bastante particular; con Pietro nos llevábamos tres años y éramos tan diferentes que pasábamos todo el tiempo peleando, en cambio con Matteo y Gianfranco había sido su protectora al ser mayor y no tener a nuestra madre.
La culpa me recorrió estremeciéndome. La vida me había dado la mejor madre que pude tener; amable, atento y bonita. Tras su muerte, nadie volvió a ser el mismo, sobre todo mi padre. Pero incluso él sobrellevó la situación mejor que los demás, ya que al poco tiempo se volvió a casar con Regina quien hasta ese momento solo era una empleada con aspiraciones de socia en la empresa familiar: Materazzi e fratelli.
La muerte de Pietro, años más tarde, fue otro hecho que quebró la familia. Él tenía 18 años cuando lo asesinaron a sangre fría, simplemente para robarle y todo quedó en la nada. Eso creó aún más distancia en la familia, y con 15 años me vi sola intentando sobrellevar todas las perdidas e intentando ser fuerte para los demás. Me volví independiente en el camino y la impotencia ante la injusticia creció en mí, llevándome a estudiar abogacía. Otra razón era también que mi padre quería que fuese alguien que pudiese ayudar en la empresa y él deseaba mandarme lejos de casa.
Francia no es solo mi segundo hogar, es mi exilio.
Las horas de cursada transcurrieron en un gran borrón. Apenas tomé apuntes, ni siquiera presté atención e incluso un profesor me hizo una pregunta que no logré responder. ¡Dios! Necesitaba una mano que me ayudara a trascurrir el día, pero parecía que solo me daba pequeños golpecitos en la espalda para que transcurriera por la senda del caos.
Mis horas en la facultad terminaron con alivio. Nunca me había resultado tan pesado ir a clases, y en ese momento, solo quería volver a mi casa para estar tranquila. Quizás tomar una siesta y volver a empezar con ese día. Salí del panteón I de la Universidad de Paris rumbo al estacionamiento, y una vez estuve dentro de mi coche, lo encendí. ¿Y adivinen qué? Sí, el auto no funcionaba. Lo intenté una, dos, tres veces. Y cien veces más pero nada funcionaba.
En serio. ¿Qué hice para merecer esto? No podía creer mi mala suerte del día.
Abracé el volante y apoyé mi cabeza sobre él, deseando que mi suerte mejorara. Necesitaba pensar en positivo, solo eso. Ese era mi modo de sobrellevar las cosas: pensar positivo y seguir adelante. Busqué mi móvil para llamar a Beau, pero no respondía. Ni siquiera mi mejor amiga Jewel aceptaba mis llamadas.
¡Maldita sea!
Sabía que ponerme de mal humor no iba a solucionar nada, así que tomé mis cosas y comencé a caminar hacia alguna parte.
A paso rápido deambulaba por las calles, sintiendo el vibrante calor. El sonido de mis tacones resonaban con furia sobre el pavimento, y pensaba en cuan tonta fui cuando decidí ponérmelos. A través de Rue Souffiot llegué al Boulevard Saint Michel; me distraje con la belleza de la arquitectura de los edificios y los árboles que custodiaban el paseo. Lentamente, comencé a sentir la preocupación y el malestar irse de mi sistema para reemplazarse por hambre.
Miré la hora y quedaban solo dos horas para mi cita con Beau. Necesitaba llegar a mi casa para tranquilizarme, solucionar el problema del auto y bañarme. «No desesperes» me dije mientras cruzaba la Rue Pierre Sarrazin, y visualizaba un Starbucks. Me sentí en medio del desierto vislumbrando agua.
Iba a ingresar cuando me detuve precipitadamente, y agudicé mi mirada para ver a las personas en las mesas del interior. Una aguda punzada cruzó mi pecho y contuve la respiración. No estaba segura si lo que veía era cierto, pero mi juicio comenzaba a nublarse. Allí dentro había bastantes personas, aun así podía ver claramente a una pareja tras una mesa contra la pared. Ellos lucían enamorados y pasionales, sin quitarse las miradas y manos de encima; como cualquier pareja. No había nada de malo en ellos, si acaso no fueran mi novio con mi mejor amiga.
Ira, traición y decepción. Sentía todas las emociones atravesarme como miles de filamentos punzantes. Sacudí mi cabeza ante la visión de ellos tomados de la mano y conversando como si no existiese nadie más que ellos en el mundo. Pero acá estaba yo, afrontando el pésimo día que estaba teniendo y luchando por mantener unidos los pedazos de mi corazón destrozado.
Quería convencerme de una mentira. Decirme que en verdad no me estaban engañando, pero no había nada que pudiese salvar la situación. Ellos tenían una química que siempre la noté pero nunca le di importancia, y que ni siquiera él y yo teníamos.
Estaba destrozada y desesperanzada. Ya no tenía ánimos ni para quejarme o maldecir, mucho menos para pedir un poco de optimismo. Percibí silenciosas lágrimas caer sobre mis mejillas pero no quería llorar por ellos porque no lo merecían.
¿Por qué a mí? ¿Qué había hecho para merecer eso?
Con el optimismo, la paciencia y la comprensión yéndose al infierno, segué caminando a paso rápido. Ya no me detenía a observar pequeños detalles de la ciudad que me parecieran hermoso. Estaba cansada de comprender a todo el mundo, ponerme en sus zapatos para lograr cierta tranquilidad. Quería que las personas me comprendieran a mí y se pusieran en mis zapatos. ¿Era demasiado pedir o me volvía un ser egoísta?
En medio de la furia y el dolor, tropecé con mis tacones y caí al suelo. Esa era la imagen precisa de cómo me sentía; abatida y vencida.
¿Eso era lo que querías suerte? Muy bien, acá lo tienes.
En el suelo, lloraba perdiendo la noción del espacio y tiempo. Una figura se acercó lentamente a mí y entre las lágrimas noté una mano que extendían hacia mí. Quité mis lágrimas con brusquedad, aceptando la ayuda como una tregua del destino hacia mí. Quise recuperar mi compostura en el momento en que contemplé los ojos más bonitos que mi en mi vida; verdes amarillentos, que me recordaban las hojas de los arboles cuando se acercaba el invierno. Había un brillo de tranquilidad y sagacidad que revoloteaban juguetonamente. Y me olvidé por un segundo de todo el horror de ese día.
— ¿Estás bien? —me preguntó en español el chico que me ayudó, mientras sonreía suavemente con animosidad.
Parpadeé para salir del embrujo de su mirada y asentí. Entendía español mejor de lo que lo hablaba. Su sonrisa se profundizó, dejando en evidencia unos hoyuelos en sus mejillas, y buscó con cuidado en mi expresión algo que le confirmara que en verdad estaba bien.
Él era atractivo, pero se notaba que jugaba con ella para su propio bien, como sí lo hacía Beau. Su piel tenía un ligero bronceado que ayudaba que resaltaran sus ojos, con rasgos suaves y cabello castaño bien desordenado. Él mantuvo su mano hacía mi por un instante hasta que me percaté que se trataba de un pañuelo.
¡Cielos! Había olvidado que estaba llorando y moqueando, mi cara probablemente sería un desastre. Realmente le agradecía que no estuviese burlándose de mí.
—Grazie —le dije sin pensarlo, y él miró a nuestro alrededor con expresión incierta antes de intentar irse— Muchas gracias —le repetí en mi mejor intento de español, y nos alejamos.
***
Entonces, con mi cara manchada por el llanto, el pelo desordenado, mi pollera probablemente sucia y mis rodillas raspadas, busco un taxi. Enumeraba los hechos del caótico día cuando me metí al taxi. Prácticamente estaba llorando porque con la suerte que llevaba, esperaba cualquier cosa.
El hombre que conducía me miró como si fuese una ratita con mis dramáticas reacciones, pero él no sabía nada de todo lo que había pasado.
Sentir el andar del auto me tranquilizó y me apoyé contra el respaldo del asiento para cerrar unos minutos los ojos. De pronto, sentí el auto detenerse de manera brusca y una figura oscura interponerse. Mis ojos se ampliaron con horror cuando la puerta del conductor se abrió y él simplemente fue despedido por una mano con mucha fuerza.
La figura oscura ingresó al coche mientras el conductor luchaba por mantener su auto, pero él salió perdiendo al mismo tiempo que yo me metí bajo al asiento para no ser vista. Sí, definitivamente, ese día no pensaba mejorar. Me obligué a no hacer ningún ruido y me moví apenas para identificar a la figura oscura como una chica. Solo pude ver su pelo largo y negro trenzado, y parte de su rostro de rasgos filosos.
No sabía qué hacer. Si abrir la puerta y tirarme, pero probablemente moriría, y lo mismo sucedería si ella me viera. ¿Qué mierda hacía?
Pensé en tirarme, quizás viviría más. Me estiré con lentitud hacia la perilla, estando a un paso de abrir la puerta, cuando mi móvil comenzó a sonar.
—Cazzo —dije sin pensarlo.
—Santa mierda de dios —oí una voz cantarina, hablando en español con un ligero acento que no pude identificar.
Levanté mi vista y me encontré con unos profundos ojos oscuros. La chica era joven, quizás mi edad, con una expresión de precaución y asombro. Yo me vi en problemas, y tenía la seguridad que mi día no podía mejorar.
Estupendo, ¿no creen?
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