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Capítulo 7. Francesca

España, Barcelona. Marzo.

Me miré al espejo por un tiempo. Mis grandes ojos azul hielo resaltaban en mi piel tostada. Llevaba puesto solo el toallón y dejé caer mi pelo hacia los lados. Había salido de mi exilio y estaba dispuesta a luchar contra aquello que me perseguía. Estaba dispuesta a un cambio, e iba a empezar con ello de inmediato.

Suspiré y agarré la tijera, y sin dudarlo corté mi pelo. Sé lo que debes pensar, ¡¿Estás loca mujer?! Quizás sí, o quizás no. ¿Acaso no lo estamos todos un poco?

Oía a Tchaikovski de fondo, proveniente de mi habitación. Me resultaba tranquilizador, y traía buenos recuerdos. Parpadeé varias veces para salir de la nube de pensamientos. Era como si al dejar Argentina, una parte de mi se hubiese quedado allí, junto a la tumba de mi abuela, y otra parte, estaba dispuesta aceptarse tal cual era.

Supongo, que a esta altura de nuestra amistad te habrás dado cuenta de mis grados variables de seguridad, que se mezclan con mis problemas no asumidos de identidad, y el aumento creciente de mi locura mental. ¿Qué quieren que les diga? Soy así.

Al terminar mi trabajo, me quedé admirando mi gran obra. Me veía bien con el pelo por encima de mis hombros, algo mas juvenil pero manteniendo aquel aire conservador. Sonreí y supe que mi trabajo había sido hecho a la perfección para esta nueva yo.

Tras vestirme, dejé mi habitación para ir hacia la sala. Allí, se encontraban Aimée y Jesse. Ambos estaban en sus propios mundos; ella en la computadora y él en la televisión. Como dije una vez, este mundo es chico y la mayoría nos conocíamos. Los tres habíamos formado un gran equipo más de una vez.

Un gritó me hizo exaltar y miré con incierta expresión a Aimée.

— dieu. Qu'avez—vous fait? —dijo entre gritos levantándose y acercándose a mí. Pasaba su mano por mi pelo corto, una y otra vez— asesinaste a tu hermoso y largo pelo. Decime que por lo menos lo dejaste para poder hacerme extensiones.

Lloriqueó como si se tratara de una persona. Yo puse los ojos en blanco y, finalmente, asentí.

— Si, aunque no se para que lo podes querer si tenés el pelo largo —me quejé, pero antes de terminar ella ya estaba metiéndose en mi habitación. Mis ojos se trasladaron a Jesse— ¿También piensas decirme que es un error? —le pregunté acercándome a él, en el sillón.

Él lo meditó y yo lo golpeé. Con una sonrisa negó.

—Sabes bien que todo te queda bien —murmuró. Si, en verdad lo sabía pero me gustaba que me lo recordaran.

— ¿Se sabe algo de tu novio Alex? —pregunté cambiando de tema. La mirada de Jesse se volvió maliciosa y su sonrisa se profundizó.

— Esta en Inglaterra, ¿Por qué? ¿Lo extrañas? —preguntó, y le volví a pegar.

— ¡Chistoso!

A la mañana siguiente, me levanté temprano y me encontré con Jesse y Aimée. Ambos estaban, por alguna extraña razón, despiertos a esa hora de la mañana y comiendo. Mi mente se llenó de preguntas hasta que mis ojos los recorrieron, y la respuesta parpadeó en letras fluorescentes.

Ambos habían salido de fiesta y acababan de llegar, totalmente hambrientos. Ella, llevaba un vestido del mismo azul que su pelo, que estaba atado en un moño; sus zapatos estaban tirados a mitad de la sala, y sus pies desnudos descansaban en una silla contigua. Y él, estaba con un jean y una camisa blanca; su chaqueta estaba colgada tras su silla y la corbata descansaba alrededor de su cabeza como si fuese una vincha.

— ¡Buon giorno! —los saludé tomando una tostada que Aimée acababa de preparar.

— ¡Ey! —se quejó ella, mirándome con el ceño fruncido, y dando un repaso a mi imagen; tenía puesto un jean, una camiseta negra y la campera de cuero.

—Tengo apuro —le dije tragando el pedazo de tostada.

Ella y Jesse agudizaron sus miradas sobre mí.

— ¿Qué tienes que hacer tan temprano? —me preguntó Jesse.

— No es temprano —rezongué—. Son casi las nueve. Yo no tengo la culpa que tengan el ciclo biológico de un vampiro. Y no pidan más explicaciones —les advertí, tomando un sorbo del café de ella.

¿Qué quieren que les diga? No iba a perder tiempo haciendo mi propio desayuno.

Aimée suspiró y movió su mano hacia mí, dándome permiso para seguir con mi comportamiento infantil.

— ¿Y a donde fueron anoche? —les pregunté. Aimée y Jesse cruzaron miradas antes de sonreír y responder.

— A una fiesta de Michel, un amigo de Toulouse, el cual es muy lindo y tiene preferencias por las chicas excéntricas —me respondió ella dándome un guiño.

— A ti todos te parecen lindos, y no eres excéntrica, directamente eres postulante para una beca en el psiquiátrico —refunfuño Jesse.

Aimée lo miró con veneno en los ojos, y por ultimo sonrió con malicia.

— Tu solo estas de mal humor porque no se te dio nada con la rubia que te gustaba —canturreó ella. La mirada de él se hizo dura, y apretó su mandíbula. Levantó su dedo hacia ella y abrió la boca para quejarse, pero ella lo interrumpió— Oh, no me digas que miento. Eres demasiado blandengue para las buenas mujeres como nosotras —lo retó Aimée—. Ahora, cállate, y come tu desayuno.

Ambos se quedaron en silencio por unos segundos. Yo me detuve a mirar con diversión aquella charla que parecía perteneciente a una pareja de casados. Silencio. Miradas de pistoleros. Más silencio. Y por último, él volvió a comer y ella me miró sonriendo. Si, ella sabia tener los pantalones bien puestos frente a los hombres.

Intentando que mi sonrisa no fuera tan evidente, los saludé a ambos y me dispuso a irme de hotel en que nos alojábamos.

Nos encontrábamos en el centro de la ciudad, por lo que tuve que andar hasta los suburbios para alcanzar mi objetivo. ¿Y cuál era ese objetivo? Frederick Fritzerald. Quiero suponer que estarás pensando que podemos tener que ver él y hoy, y la respuesta es nada. Solo habíamos hecho un negocio, una simple transacción. Él quería algo que yo tenía, y viceversa. Pero eso, me llevó a meterme en serios problemas.

Estacioné el auto que manejaba, un Audi R8 negro, frente a una casa de aspecto rustico y me detuve a observar la casa. Sentía mis emociones alteradas pero necesitaba estar lo más segura posible. Allí, estaba Frederick, quien me había costado encontrar, y eso significaba estar un paso más cerca de mi plena libertad.

Me bajé del auto y caminé hasta la casa con pasos largos y firmes, una vez estuve frente a la puerta me dije a mi misma las razones por las que estaba allí, y finalmente, toqué el timbre. Transcurrieron minutos que sentí eternos hasta que una flacucha joven vino a atenderme. Ella me miró con sus grandes ojos oscuros, algo dubitativa, y sonrió con amabilidad.

—Buenos días, ¿Se encuentra el señor Frederick Fritzerald? —pregunté, mirando hacia el interior en busca de algún movimiento.

Ella dudó y volvió a mirarme de arriba hacia abajo con inseguridad. Mi sonrisa se volvió firme y mi mirada no abandonó su rostro; eso hacía sentir a las personas un poco más confiada ante mí, y debía agradecer a los genes que me dieron la apariencia de ser alguien atrayente para las personas, fueran hombres y mujeres. ¡Y eso, sí que ayuda!

—Sí, ya lo llamo —asintió, desapareciendo tras la puerta.

Me sentí un paso más cerca de la victoria a medida esperaba. No pasó mucho tiempo para que escuchara pasos que se acercaban y muy pronto apareció frente a mí aquel hombre que recordaba tan vívidamente. Frederick era un hombre grande y robusto, con una presencia que difícilmente pasara desapercibida en cualquier sitio. Su pelo era canoso y sus ojos brillaban de color negro. Noté como su expresión cambió al verme; pasando de la inexpresividad a la sorpresa, y luego, queriendo verse despreocupado. Si en algún momento había tenido la duda de que no me recordara, esto había anulado todas las probabilidades de que eso fuera cierto. La sensación de urgencia y peligro recorrían mis venas con sed de ser calmadas. Estaba cerca, lo sabía.

— ¿Rebecca Bloom? —preguntó.

—Frederick, tanto tiempo —respondí con una sonrisa llena seguridad y vanidad.

En un momento de suma rapidez, él intentó cerrar la puerta pero la trabé con mi bota y me aseguré de meterme en la casa.

—Me parece de muy mala educación que me cierren la puerta en la cara, Frederick —le dije con tono firme, recorriendo el pequeño vestíbulo. Él me miró con enojo aunque en el fondo había miedo, y se acercó a mi agarrándome del brazo— Yo que tú no intentaría sacarme de aquí, solo he venido a conversar —le aseguré en un tono tranquilo.

Los músculos de su mandíbula se acentuaron, al mismo tiempo, que su mirada se oscureció aún más.

— ¿Qué es lo que quieres? —me preguntó, aumentando la presión sobre mi brazo.

—La diadema de esmeraldas —respondí sin romper el contacto visual.

Si había algo importante en esta profesión, son las miradas. Ellas dicen mucho más de lo que crees y de lo que podrías expresar. Y si, por algún motivo niegas una mirada, eso te hace ver inferior. Recuerda: las miradas son mucho más importante de lo que crees.

— ¿Qué quieres con ella? —preguntó bajando la voz y dando un vistazo hacia el interior de la casa. Yo sonreí al ver su inseguridad florecer.

— Quiero negociar contigo, para tenerla de vuelta —le dije.

Quería esa diadema, la necesitaba y no había vuelta atrás.

— No creo que eso sea posible, ya que esa diadema no me pertenece mas —dijo, frunciendo su entrecejo hacia mí. Estaba apurado porque me fuera pero también enojado por mi intrusión en su casa.

Pero yo, sentí mi mundo temblor cuando dijo aquello.

— ¿Cómo que no la tienes? —pregunté intentando verme controlada, pero por la sonrisa de él supe que había fracasado en el intento.

— Lo que oíste, la vendí a mi antiguo socio para obtener más dinero y parte de la compañía —explicó pero eso no era suficiente, necesitaba más, la necesitaba a ella.

«Fallaste Lara, vas a tener que seguir huyendo» oí a mi conciencia. La ira brotó desde mis extrañas, y el impulso de empujarlo fue más fuerte.

— Mierda —exclamé, arrinconándolo contra la pared; yo podía ser una mujer de contextura media con una altura promedio alta, pero tenía mucha fuerza y destreza—, ¿Dime como mierda se llama él? —pregunté agarrándolo por la camisa y atrayéndolo a mí.

Mis ojos flameaban iracundos, y la sonrisa de él no ayudaba en nada. ¡Pero maldita sea! Necesitaba esa diadema para poder salir de mi infierno.

— ¡DIMELO! —grité y no me importó que hubiese alguien más, ni siquiera me importaba que llamaran a la policía. Con el ánimo de perros que estaba construyendo, era más peligrosa que la bomba de Hiroshima.

— ¿Y qué harás con él? ¿Seducirlo con tus tácticas baratas para poder meterte en su vida y robar la pieza? —preguntó con ironía. Un gruñido salió de mí, y mi rodilla fue directo a su entrepierna.

—Ops, ¿Te dolió? —preguntó simulando inocencia, y me acerqué a su oído— Dime. El. Maldito. Estúpido. Nombre. —repetí en un susurro amenazador.

— El nombre es Christopher James —dijo con el dolor en su voz—, pero no creo que tengas posibilidades —advirtió, y lo miré con desafió—. Creo que sé el porqué de este repentino interés, y ten por seguro algo. Él va a encontrarte, y será tu fin —me dijo, creyéndose el mismísimo oráculo de Delfos.

Pero por favor, ¿se creen que le tengo miedo a las advertencias de un viejo decrepito como ese? Quizás debería tenerlo pero no. Eso solo me da más ánimo para seguir con mi cruzada.

—Eso ya lo veremos —murmuró alejándome de él y escapando de allí.

Como podrán imaginar, para cuando volví al hotel mi humor era de perros. Estaba dispuesto a gruñir, ladra, rasguñar y morder... sobre todo morder. Mis ojos flameaban rayos fulminantes a todo lo que se interpusiera en mi camino. Y cuando entre a la suite, lo primero que se interpuso fue Aimée —quien extrañamente aún no se había ido a dormir.

— ¿Por qué nunca me dijiste que tienes un hermano? —me preguntó, sin dejarme siquiera entrar a la sala.

Confundida y aturdida, la miré con el ceño fruncido y una expresión de tosquedad. Ella puso los ojos en blanco y se movió del medio de la puerta para dejarme pasar. Y solo tuve que dar un paso hacia el interior para que mi día empeorara estrepitosamente.

Sentía la sala girar alrededor mío, mientras mis ojos se detenían en la figura sentada junto a Jesse en el sillón. El suelo cedía bajo mis pies y me sentía caer. Era como una ilusión, un universo alternativo o una maldita broma del universo que hizo que por alguna razón, Gael Estrada estuviese en la misma habitación que yo después de tantos años.

— ¡Lara! —oí su voz, y un escalofrío me recorrió.

Aquel nombre, aquel rostro, aquel pasado de nuevo a golpeándome. ¿Qué había hecho yo para merecer esto?... cierto, ya recuerdo todas las cosas que hice.

Permanecí inmóvil ante la visión de mi hermano levantándose y caminando a mí. Él se veía igual que siempre, pero al mismo tiempo, diferente; más maduro y más apuesto. Alto y de contextura mediana, sabía llevar un traje con cotidiana elegancia. Su rostro era rectangular, con rasgos masculinos y pronunciados. Sus ojos eran oscuros y profundos, y su pelo, un mar de cabello castaño que peinaba hacia atrás. Era una versión más joven y más atractiva de Joaquín, no podía negarlo.

A solo unos pasos de mi, Gael sonrió casi maquiavélicamente, y se aproximó rodeándome con sus brazos para abrazarme. Olía su perfume, que inundaba mi nariz mientras sentía su tacto y su calor. Ese abrazo era tan similar a antiguos gestos de afecto que habíamos compartido, de aquella vida que supimos tener en los buenos momentos. Cerré mis ojos conteniendo los sentimientos que sobresalían.

— ¿Qué haces acá? ¿Cómo me has encontrado? —pregunté aún sin moverme.

Él se separó apenas de mí, recorriendo mi rostro con una mirada en que creí ver sentimentalismo y esperanza. Pero no podía haber aquello en alguien a quien apenas había importado.

— No sabes todo el tiempo que he estado buscándote desde que te fuiste—dijo. Mis cejas se elevaron; ¿Eso podía ser verdad? No sabía que creer— ¿Por qué? —preguntó, en un tono que rosaba el ruego.

— Esa familia no me pertenece, nunca lo hizo —respondí en un susurro.

Aunque sabía que Aimée y Jesse nos observaban, era como si los hubiese suprimido de aquel escenario. Éramos solo Gael y yo. Noté el enojo brillar en sus rasgos y su mirada, volviéndolo más serio.

— No sé qué es lo que pasó por tu mente para creer eso, pero ten por seguro que sí te pertenece. Sos una Estrada tanto como yo —asintió con una seguridad que me dejó pasmada.

Era incomprensible, incluso para mi, poder ver aquella actitud en él con respecto a mí. La alegría cosquilleaba en mi estomago mezclándose con la desconfianza, el remordimiento y el miedo. No dejé de verme inexpresiva ante él, para no sucumbir a como me sentía en verdad.

—Eso lo dudo —murmuré casi para mí misma.

Gael negó con la cabeza, y esbozó una pequeña sonrisa que se vio sincera.

— Sos mi hermana, y siempre lo serás, pase lo que pase —reconoció, apretando sus brazos con fuerza en su abrazo.

No respondí, porque no sabía que decir o que hacer. Gael se alejó bruscamente de mí y me asusté. ¿Cómo podía tener miedo de él? Me pregunté mientras lo miraba observar su reloj.

— Debo irme, tengo asuntos que solucionar, pero quiero que hablemos más tranquilos —explicó sacando del bolsillo de su saco una tarjeta y acercándola a mi. Yo la tomé, inconscientemente—. Por favor, llámame —dijo acercándose de nuevo para darme un beso en la mejilla, su mano peino mi pelo hacia un lado, y lo vi casi emocionarse—. Nos vemos hermana —susurró alejándose de mi.

Quedé de pie y con la mente en blanco. No supe nada de nada, hasta que Jesse y Aimée aparecieron en mi campo de visión. ¿Cómo podía ser que tras tomarme tantos esfuerzo me hubiese encontrado? ¿Qué había sido de ese chico vanidoso, fiestero y lleno de una personalidad que parecía florecer lo peor de las personas?

Dudaba si aquel discurso era verdadero, pero algo, una voz interna me decía que si. Y que Gael quisiera ponerse en contacto conmigo para hacer las cosas bien, me daba aún más temor.

«Cazzo ¿Puede ser posible que tengas miedo a ser feliz?»

— ¿Qué acaba de pasar? —preguntó Aimée, mirándome desorientada. Jesse, a su lado, suspiró.

— Lo que pasa —murmuró él viéndose realmente tranquilo—, es que se le acaban de mezclar las vidas —dijo, y creo que ni yo misma lo hubiese explicado tan bien.

Decir que ese día fue tortuosamente largo, agonizante y un desastre, creo que es poco.

Estuve todo el maldito día dándole vuelta a todos mis asuntos. Porque sí, resulta que tengo varios problemas sin solucionar porque siempre estoy huyendo. Maldita sea, mi maldita costumbre.

— Entonces, el resumen sería —oí la voz tenue de Aimée cerca mío. Yo me encontraba recostada ocupándome toda la cama, y ella encontró un hueco para sentarse—, que tus padres murieron y te adoptó una familia de ricos, con los que no tenias nada en común y a quienes detestabas, entonces huiste —terminó de hablar y escuché un suspiro cansada de Jesse, sentado en otro hueco de la cama.

Mi mirada estaba centrada en el techo, donde las imágenes mentales de mi vida pasaban como viejas películas.

— ¡Por fin entendió! —exclamó Jesse, y Aimée le dedicó una mirada venenosa a la que él no le hizo caso.

—Así que Lara, de quien conocemos toda su vida ahora, ¿Por qué pareces tan indecisa de verlo de nuevo? Parece ser alguien normal y sin maldad —me dijo ella. Yo asentí, sabiendo que ese era el problema. Siempre esperaba peligro, mentiras y traiciones.

Me encogí de hombro, viéndome como una niña.

— Y Lara —dijo Jesse diciendo mi nombre como si estuviese aprendiendo a asociarlo conmigo—, ¿Hay algo más que no nos hayas contado y sea importante saber de ti? —preguntó.

—No —respondí rápidamente. La risa retumbó en mi mente como un dulce veneno;

« ¿Segura?» preguntó mi voz interna.

— ¡Genial! —Exclamó Aimée poniéndose de pie y dando pequeños aplausos—. Ahora propongo que hagamos algo para salir de todo este drama —dijo, y la miré de reojo con desdén—. ¡Vamos! Que pareces un muerto viviente —asintió.

Gracias Aimée, realmente aprecio tu amistad sincera y despreocupada...

— ¿Y qué propones hacer? —preguntó Jesse. ¡Pero qué pregunta más tonta!

—Vayamos a una fiesta —sonrió ampliamente. ¿En verdad no lo vieron venir?

Jesse sonrió y yo puse los ojos en blanco. Que mas daba, mi día no podía mejorar de todas formas.

—Está bien —me resigne, levantándome y caminando hacia el baño.

— ¡¿Podes dejar de mirarte de una vez?! Vamos a llegar cuando la diversión se terminé —insistió Jesse a Aimée, que se acomodaba el maquillaje, por la ventanilla del auto.

Nos encontrábamos a las afueras de una gran casa, en alguna parte de la ciudad, donde los vecinos parecían no tener ningún inconveniente con que alguien estuviese tirando la casa por la ventana.

Yo me encontraba apoyada contra el auto, con los brazos cruzados, mirando el cielo nocturno con alguna que otra nube e iluminado por las luces multicolores de la casa, mientras oía la discusión seudo-marital de Jesse y Aimée.

—Ya terminé, ya terminé —dijo ella, guardando su lápiz labial en la cartera, y saliendo del auto—. Odio que me apures, yo no tengo la culpa que prefieras estar como un mendigo y yo como una reina —se quejó.

— A ti no te alcanza la vida misma para estar lista —le reprochó él.

— Par dieu. Si tan apurado estas, hubieses entrado. No te necesito, soy una mujer independiente —exclamó a punto de estallar.

Él se rió a carcajadas y ella lo miró iracunda. Los conocía bien a ambos, y no dudaba en creer que faltaba poco para que esto pudiese convertirse en una masacre.

—Emm... si van a seguir peleando, mejor me voy —dije en un tono que los obligó a mirarme fijamente a ambos.

— Ni se te ocurra —sentenció Aimée. Ok, ahora parte de su enojo con Jesse se había trasladado a mí, genial.

— ¿Entonces? —pregunté retóricamente.

Jesse y Aimée se miraron, volviendo a hacer las paces sin intercambiar una palabra, y yo sonreí señalando el camino a seguir.

Como creí, la casa estaba repleta de personas que se movían en masa de un lugar a otro. Algunos conversaban, otros bailaban y otros merodeaban. Según Jesse y Aimée llegamos en el mejor momento, a lo que para mí es el momento para correr hacia la barra más cercana. Y eso hice.

«Sabes que no necesitas tomar para estar relajada y divertirte un poco» me advirtió mi conciencia, a la que no le hice caso. Estaba cansada de oírla, ya no quería sentir más esa tortura agonizante. Mi corazón dolía y la culpa no era de nadie más que mía.

Para distraerme, bebí un par de cocteles, tragos y todo lo que pidieran Jesse y Aimée. Bailé con ambos y con un par de extraños, y cuando sentí que ya no daba más, me alejé de ellos y me refugié en el patio. Casi pierdo la mitad de mi cuerpo en querer salir, pero cuando estuve afuera, sentí el alivio de respirar el aire fresco.

Intenté enmudecer la música que salía de la casa y me senté en mi propia voz interna. Me apoyé contra la pared, cerrando los ojos y necesitando ese momento solo para mí.

— Siempre tan sociable —oí otra vez la voz de mi conciencia hablarme puramente en italiano, pero no le preste atención— Igual que siempre, nunca escuchándome cuando llevo la razón —habló nuevamente con tono divertido—. Francesca, Francesca, nunca cambies por favor —agregó en un suspiro.

Me quedé inmóvil ante aquello. La voz de mi conciencia, ya no venía de mí. Solo había una cosa podía significar, y la respuesta no es que estaba loca, sino que estaba en otra agonía. Cerré mis ojos con fuerza rehusándome a ver lo que deseaba ver, pero mi debilidad fue mayor.

Mis ojos fueron directamente hacia el origen de aquella voz melódica, profunda y que se filtraba en mi conciencia en todo momento. Y era él. Alto y delgado, con elegancia y picardía. El rostro más bello que una vez pude observar; pómulos sobresaliente y mandíbula con una fina barba, unos brillantes ojos pardos con una de las miradas mas penetrantes del mundo, nariz recta y labios gruesos. Su pelo era ondulado, con apariencia de ser suave, de color castaño claro, que a la luz del sol, recordaba verlo dorado oscuro.

No lo podía creer, y no quería tampoco. Que él estuviese ahí significaba muchas cosas, y ninguna de esas era buena para mí ni para él.

— ¿Tiziano? —pregunté incrédula, aunque sabía que era él. No había otro como él, lo sabía y ese era mi padecer.

Él caminó hacia mí, a paso lento y depredador, con la mirada oscurecida recorriéndome de pies a cabeza. Ahora, viéndolo frente a mí, me parecía una muy mala idea haber venido con un jean y una blusa. ¿Cuando mierda me había vestido tan normal?

— No —respondió tomando un sorbo de su vaso—. Soy su alma errante, que vino a vengarse por el abandono que ha sufrido. Decide mujer como prefieres morir: rápido y sin dolor, o lento y tortuosamente —dijo volviendo su voz más profunda, casi ronca que hizo que mi corazón dejara de latir por unos segundos.

Creo que en este momento, preferiría hacer rápido y sin dolor, pero no pretendo responder a eso.

— No cambias más —me quejé, acercándome a él con duda. Él sonrió y una parte de mi alma chispeó con vida.

— El muerto se ríe del degollado —murmuró. Hice un gesto de disgusto, la verdad tenía razón. La mayor parte del tiempo tenía razón, pero nunca lo admitía. Nunca.

— Y, ¿Cómo has estado? —le pregunté solemnemente. Tiziano se encogió de hombros despreocupadamente, como si no fuese extraño que nos viéramos después de lo ocurrido.

— Como perro con dos colas, imagínate —tomo un sorbo de su trago, y me dio bronca que se comportara así, siempre lo hacía.

— ¿Puedes hablar en serio alguna vez? —le dije elevando mi voz. Sus rasgos se oscurecieron y caminó un paso más cerca de mí.

— ¿Qué quieres que diga? ¿Que he estado sufriendo, he sido un mar de lágrimas, no he comido por meses y estuve internado por depresión, y todo ese tipo de payasadas? —preguntó a la defensiva.

La culpa volvió a mí, y no pude evitar desviar mi mirada. Si, lo sé. Sé que no hay q sentirse inferior a nadie, pero con él era diferente. Siempre lo es.

—Solo quiero la verdad —le dije mientras oía pasos alrededor nuestros. Su mirada se aligeró sobre mí, igual que sus rasgos. No dijo nada de inmediato pero pude ver que le daba vueltas al asunto, yo también lo hacía.

—Estoy bien, de verdad. Aún sigo vivo —dijo—. ¿Y tú? —me preguntó. Qué puedo decirle, ¿La verdad? Para nada. Solo asentí y él hizo el intento de sonreír, sin éxito alguno.

Incomodidad, extrañeza y todo tipo de sentimiento nos rodeó en aquel silencio. Todo era por mí, por mi maldita culpa. ¿Cómo puedo ser tan mala para tomar decisiones?

—Lara —oí la voz de Aimée, y me giré hacia ella, que se encontraba con Jesse. Los ojos de ambos terminaron en Tiziano, y el rostro de ella se vio asombrado— ¿Tiziano? —Preguntó, ladeando su cabeza como un perrito— ¿Ustedes se conocen? —preguntó de nuevo.

Tiziano y yo nos miramos. Yo dudaba y él sonreía. Sabía que le divertía ver mi duda y tenía curiosidad por mi respuesta. Él era muchas cosas, y un bastardo maquiavélico también era.

— ¿Se acuerdan cuando me preguntaron si tenía algo más que decir de mí? —le pregunté a ambos, y asintieron— Bueno, me faltó de decir que soy casada —respondí.

Vi sus miradas y escuché la risa de Tiziano.

— ¡¿Casada?! —Ambos respondieron inauditos— pero ¿con quién? —preguntaron con sus voces mezcladas.

Me giré hacia Tiziano que miraba hacia otro lado, haciéndose el distraído. Le golpeé el brazo con suavidad para llamar su atención mientras Jesse y Aimée lo observaban boquiabiertos.

— Perdón,¿me hablaron? —preguntó con aire inocente.

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