Capítulo 6. Exilio
En alguna parte de Argentina. Febrero 2014.
6 llamadas perdidas, Memoria llena (borre mensajes), 3 nuevos mensajes de voz.
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"Oh, s'il vous plaît. Puedes responder, y estoy cansada de querer saber de ti y no respondes. Es el mensaje número 50 que te dejo. ¡¡¡Responde!!! Solo quiero saber si sigues con vida."
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"Rebecca, Summer, o como mierda te llames. ¡Responde! Aimée se ha contactado conmigo, me ha dicho que no le contestas. Solo queremos ayudarte ¿Dónde demonios estas?"
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"Disculpe Señora Materazzi, debido a que he llamado y no he recibido respuestas. Paso a informarle por este mensaje que dentro de los tres días siguientes se le enviará a la dirección de email que usted dejo, información sobre el paradero Frederick Fritzerald. Muchas Gracias por usar nuestro servicio de investigación."
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Apagué el celular y lo guarde en el fondo del último cajón de la cómoda.
Con un cansado suspiro salí de la habitación hacia el patio, donde se respiraba el aire veraniego. Era un hermoso día, vaya si lo era. El cielo estaba despejado, bien azul, y el sol quemaba. El viento soplaba calmo, y oía el movimiento de las hojas de los arboles chocar.
Supongo que te preguntaras dónde estoy, como llegué acá y que estoy haciendo. La respuesta es huir. «Siempre huyendo» canturreó mi conciencia mientras yo asentía. Era como si no supiese reaccionar de otra manera. Sucedía algo y yo solo corría. Solo era una cobarde más.
Me aseguré que mi pelo siguiera atado en lo alto, antes de sentarme bajo uno de los tantos arboles que rodeaban la casa en la que estaba. Pinos y eucaliptos; el ambiente era silvestre, veraniego y lleno de aquel aroma de la naturaleza, que me resultaba demasiado embriagador.
Habían pasado cinco meses. Cinco largos y desorientadores meses. Después de irme de la casa de Melisa, corrí al cementerio. Estuve allí por días y noches, y recordé lo estúpida que fui al quedar tan expuesta. Tanto, que había estado a punto de cruzarme con mi antigua familia. Joaquín y Alicia, mis padres adoptivos, se veían como siempre, aunque sin Gael tras ellos. A ella parecía que los años no le pasaban, pero era debido a las miles de cirugías que debe haberse hecho; su rostro estaba tan estirado que tenía una expresión de alarma permanente. Y llevaba tantas joyas que parecía una exposición andante de la corona real. Y Joaquín, que decir. Siempre igual, prestando más atención a su celular para estar contantemente seguro de que sus negocios se hagan bien.
Tras eso, tomé el auto sin rumbo aparente. Anduve y anduve, hasta que llegué a una casa en alquiler, y acá estaba. En el medio de alguna parte de la provincia de Buenos Aires, a kilómetros de distancia de todo aquello. Y ahí, empezó mi exilio.
Una correntada de aire fresco me trajo de vuelta.
Era tan fácil ver mi alrededor e imaginarme por siempre viviendo en este lugar, sola y en paz. Pero al parecer, ninguno de mis pasados me dejaba tranquila.
A la mañana siguiente me levante temprano, como de costumbre, y salí a correr. Se había hecho una práctica casi cotidiana, recorrer el kilometro que separaba la casa de la ciudad más cercana, andar por el parque y luego volver. Y esa mañana, no fue la excepción.
Había mucha tranquilidad en la mañana. Una serenidad que a veces necesitaba pero no lograba obtener. Y a medida que corría, mis pensamientos se alborotaban, y yo intentaba acomodarlos y llegar a una conclusión.
Mi vida, consistía en huir de mis errores, pero ya estaba cansada de eso. Sabía que había cometido muchos, pero no tenía culpa alguna; solo de unos pocos y estaba dispuesta a luchar por aquellos que volvieran para amenazarme. Y ya uno lo había hecho. Un error colosal que había traído más errores colosales, que no solo quebraron mi felicidad sino también la de quienes me importaban.
En mi exilio, había meditado demasiado sobre mi vida. Ya no podía huir más, no quería hacerlo, y sobre todo cuando había salidas. «Todo tiene solución, Francesca» susurró aquella voz que hacía revolver grandes sentimientos dentro de mí. Aquel nombre, no era un nombre más. Era el nombre con el que había intentado ser una mejor persona, y quería volver a aquello, aún sabiendo que ya no había vuelta atrás. Ahora, quería ser valiente e iba a intentarlo a toda costa.
Me estaba quedando sin aliento, cuando estuve a punto de chocar contra alguien.
—Lo siento —escuche una voz femenina. Mis ojos se fueron directo a la chica, quien no vestía con ropa deportiva y llevaba libros y cuadernos entre sus brazos— Lo siento —dijo de nuevo viéndose culpable.
Parecía tener mi edad, quizás era menor a mí, aunque tampoco sabía si yo aparentaba mis 27 años.
—No pasa nada —sonreí—, discúlpame también, no te vi —comentó sacándome el pelo de la cara.
La chica, de pelo castaño y grandes ojos color miel, sonrió con simpatía mientras yo identificaba algunos de los títulos de los libros que llevaba. Todos eran conocidos para mí, que era una gran adicta a la lectura.
— ¿Corres? —le pregunté señalando el camino. Ella miró los alrededores; al verde de los árboles y el gris de las piedras, y negó.
—Solo vengo a inspirarme —dijo mientras yo movía mi cabeza, para no dejar de moverme. Ella siguió mi andar.
— ¿Inspirarte? —pregunté, un poco sin aliento y otro poco confundida.
— Me gusta leer y escribir, y estos lugares tienden a llevarme a otros lados —me explicó, y después me miró con diversión—, espero que no pienses que soy una loca —inquirió, y la verdad, no era quien para juzgarla. Yo misma tengo mi propia voz interna.
Levanté mis manos, como en rendición.
— ¿Y sobre qué escribes? —le pregunté. Ella lo meditó, moviendo sus labios de un lado a otro, como si fuera un conejito.
— Sobre la vida —explicó poéticamente, y luego suspiró—. Ahora mismo estoy escribiendo sobre una ladrona de arte, pero tengo mucha dificultad para un nombre —dijo con molestia hacia sí misma.
Ja, yo tengo muchos nombres para un personaje así, ¿No es una ironía?
— ¿Y cómo es ella? —pregunté. Ella miró hacia el cielo, concentrándose, y suspiró.
— Es una buena persona pero con mala decisiones; es inquieta, divertida, pero le cuesta confiar y dejarse llevar.
Hmmm... Me suena mucho esa historia. ¿A ti no?
—Pero supongo que así es todo el mundo. Todos tenemos nuestros aciertos y errores. Somos impredecibles, y nos volvemos locos por cosas sin importancia. "El pasado nos tortura, y el futuro nos encadena, he aquí porque se nos escapa el presente" —dijo.
— ¿Gustave Flaubert? —pregunté con una de mis cejas, con vida propia, elevadas. Ella sonrió, asintiendo.
¿Se puede estar tan relajada con alguien de quien ni siquiera sabes el nombre? eh... si.
— ¿Y entonces? ¿Qué pruebas tiene que pasar tu protagonista? ¿Y cuál es la lección a aprender? —pregunté, respirando aquel aire. Ella se tomó su tiempo para responder, moviendo sus dedos inquietamente sobre los libros.
— No sé qué pruebas, pero las suficientes como para demostrarse a sí misma que puede ser fuerte aunque no lo crea, y que para ser amada, debe amarse primero a sí misma y no renegar de lo que es —respondió.
Yo detuve mi andar, quedándome paralizada con aquellas palabras que parecían producir algo en mí que me hacia replantearme muchas cosas. ¿Yo podía ser ella? ¿Podía ser que solo estuviese preparándome para ser mejor? ¿Hay posibilidad ante tanto mal?
La chica se detuvo y me miró con curiosidad. Me costó pero sonreí, volviendo a la caminata.
— Por cierto, ¿Cómo te llamas? —me preguntó. Dudé cual de todos mis nombres decir.
—Lara —dije finalmente. Quizás, eso era un pequeño comienzo para mí— ¿El tuyo?
— Solange —respondió, y entrecerró los ojos en detenimiento sobre mí—. Me gusta tu nombre, ¿Me dejarías usarlo? —preguntó.
La ironía... era una bastarda perra divertida.
— Por supuesto —murmuré, con una tranquilidad extraña rodeándome. Miré mi reloj y me di cuenta que era hora de irme—. Debo seguir. Fue un gusto conocerte, y que tengas mucha suerte —comenté.
Solange se detuvo, ladeando su cabeza para que el sol no la molestara.
— Igualmente, y gracias —asintió.
Yo me alejé apenas unos metros y luego me volví. Había algo que había necesitado y esta chica me lo había dado, y eso, era esperanza.
— Por cierto, ¿Puedes hacerme un favor? —le pregunté, y ella asintió sin entender mucho—. Haz que su auto sea un Audi Le Mans rojo —comenté con una sonrisa que no podía borrar.
Solange sonrió, alegre, y me dio la certeza de que haría aquello por mí. Y se lo agradecí porque había hecho por mí, más de lo que podría imaginarse.
Llegué a la casa y lo primero que hice fue correr hacia la computadora. No estaba cansada, ni adolorido, al contrario, estaba con más ánimo que nunca. Revisaba mi email, cuando apareció el cartel de una video llamada, y sin dudarlo, respondí.
— Hola —saludé.
— Oh, Dieu merci. Creí que estabas enterrada en una zanja, desangrada o muerta.... —exclamó Aimée tan fatalista como siempre; y extrañaba eso— ¿Dónde estás? ¿Qué haces? ¿Qué te paso?
Hizo tantas preguntas que me mareó.
— Estoy bien, Aimée. Solo quería estar un tiempo sola, sin ver o hablar con alguien. Necesitaba este tiempo para mí, para acomodar mis ideas... —le aseguré.
— ¿Pero era necesario que fueran 5 meses? ¿No podrías haberte ido a un spa? ¿A un centro de meditación? ¿Hacer yoga? —preguntó. Yo negué, de verdad, había necesitado eso— Lo que tú digas —murmuró ella al ver mi seguridad— Y... ¿Cómo estas, por lo de tu...?
— ¿mi abuela? Ahora mucho mejor que antes —dije. Ella sonrió y se acomodó bien contra la silla en la que estaba.
— ¿Cuándo piensas retomar lo tuyo? —preguntó.
—Muy pronto —respondí, al mismo tiempo que mis ojos se agudizaban sobre ella— Pero, ¿Qué carajo te has hecho en el pelo? ¡Está azul! —Grité, y ella sonrió— Pareces una loca.
Aimée puso los ojos en blanco, sin hacer desaparecer su diversión.
— Ya lo soy, esto, solo lo confirma —apuntó hacia su pelo. Yo negué, sin poder creer lo increíblemente loca que es esta mujer.
— Mi próximo destino es Barcelona, aunque lo sé. Luego te digo —le dije cambiando de tema.
— ¿Eso significa que si te llamo me vas a atender? —preguntó acercándose a la cama, como si no la viera ya con ese pelo al estilo Marge Simpson.
—Si, de ahora en más, voy a volver del exilio —sentencié.
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