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Capítulo 4 👠 Por camino propio

En medio de la oscuridad, la paciencia se agotaba lentamente. Me sentía inquieta, la desconfianza me tensaba y lamentaba haber tenido que dejar todo en manos de alguien que no conocía.

A las afueras de un taller con apariencia de abandonado, Jesse acababa de estacionar el auto, esperábamos a Alex. Ya no quedaba más nada de nuestra participación, ahora solo restaba esperar a que Alex pudiese cumplir con su trabajo. Que no era otro que obtener la pieza.

— ¿No deberíamos entrar? —pregunté, mirando a Jesse que se veía a punto de tener un enloquecer. Se encontraba recostado sobre su asiento, con las piernas sobre el volante mientras tarareaba una canción.

— Sin Alex, no hay forma de entrar —respondió, y no aguantaba esperar más. Ahogué un quejido y me hundí en el asiento con malhumor.

— Espero que ese niño haga bien su trabajo —me quejé, sintiendo la mirada de Jesse sobre mi. Él sonrió como si mis palabras fuesen algo divertido, y yo lo liquidé con la mirada, sin tiempo para el humor.

— Él es joven pero es bueno en lo que hace, confía en mí —murmuró; sonaba seguro y aunque quería creerle, me resultaba difícil depositar mi fe en alguien que veía por primera vez.

Suspiré pesadamente, deseando disolver la inseguridad, y saqué las llaves que Alex me había dado previamente. El tintineo resonó dentro del auto, quebrando la solemnidad, y los ojos de Jesse se abrieron con sorpresa.

— Quizás deberíamos entrar con estas —dije, comenzando a sentirme recluida allí dentro.

El silencio del interior del taller nos dio la bienvenida. Nuestros pasos resonaban como ecos que repercutían en las paredes, magnificándose.

Una vez que Jesse encontró la luz, me encontré contemplando los numerosos autos deportivos guardados allí. No podía evitar sentirme atraída hacia ellos, del mismo modo que a una polilla le atraía la luz. Eran magníficos y perfectos.

— Llamando a Summer. Llamando a Rebecca, o como mierda te llames —gritó Jesse acercándose a mi oído, rompiendo mi ensoñación y también mis oídos.

— ¿Por qué odias verme feliz? —pregunté golpeando su brazo.

— Me gusta verte feliz pero solo si yo te proporciono felicidad —respondió con voz ronca, girándose para dirigirse hacia un minibar. Él sacó un par de cervezas, y sentándose en un desordenado sillón, me tiró una cerveza.

— Regálame diamantes y vas a hacerme feliz —comenté con una falsa sonrisa, y él puso los ojos en blanco sin dejar de sonreír.

El tiempo fue pasando lentamente.

Las cervezas se fueron agotando y el minibar vaciando. La música fluía, y ya comenzábamos a olvidar la razón por la que estábamos allí cuando el rugido de un motor sacó de la somnolencia.

Mirando hacia la puerta, Jesse y yo nos encontrábamos más despiertos que nunca. La anticipación nos enloquecía, y nunca me sentí tan nerviosa como cuando la figura de Alex apareció frente a nosotros.

Con una sonrisa victoriosa, él los miraba con desdé. Yo gruñí para mis adentros; me resultaba odioso pero debía controlar mi desagrado hacia él. Jesse se acercó a él con prisa, en medio de aplausos y risas.

¿Era necesario todo eso? ¿No se daba cuenta que solo aumentaba su ego?

— Buen trabajo, hermano —exclamó Jesse, abrazándolo con cariño.

— Gracias —respondió Alex, sus ojos posándose en mí.

Dejando mis sentimientos a un lado, decidí unirme a ellos en medio de un suspiro de resignación.

— ¿Sacaste la pintura? —pregunté en tono quedo. Alex emitió un sonido burlón que silencio ni bien vio mi expresión sin humor.

— Sí —respondió, asintiendo débilmente.

— ¿Te aseguraste que nadie te siguiera? ¿Hubo algún problema hasta llegar aquí? —volví a preguntar. Su expresión se tornó soberbia, cruzando sus brazos con actitud defensiva.

— Claro que si, no sucedió nada. Sé lo que hago —insistió, y esta vez fue mi turno de asentir.

Eso era todo lo que necesitaba saber, así terminé murmurando una felicitación con desgana, obligando a mi ego a calmarse.

En cuestión de horas la pintura fue entregada a su compradores y cada uno de nosotros tuvimos nuestra recompensa. Al final, tuve que reconocer que todo resultó tal cual se planeó. La seguridad del control me daba tranquilidad.

El sol resplandecía en Los Ángeles mientras me preparaba para irme. Tiré del bolso que contenía mis pocas pertenencias, con un presentimiento que crecía en mi interior junto a una voz en mi cabeza que me advertía susurrante que era hora de lidiar con ciertos temas.

— Espero que ésta vez no pase tanto tiempo para vernos nuevamente —dijo Jesse despidiéndose de mi. Cerré el baúl, encontrándome con un inesperado abrazo que alegro mi espíritu.

— Lo intentaré —dije sin promesas, porque mi palabra hacía tiempo había perdido su valor.

Odiaba las despedidas. La melancolía que traía, el cosquilleo incomodo y molesto. En mi mundo las despedidas no eran afectivas aunque solía pasar que si pasabas mucho tiempo con las mismas personas, el lazo era inevitable.

Lo bueno era que nuestro mundo era pequeño, y era usual cruzar caminos con frecuencia.

Sacudí el pelo de Jesse, sonriendo, y él se quejó más allá de disfrutarlo. Y pasé de su sonrisa a la seriedad de Alex, que me miraba analítico.

— ¿Podemos hablar? preguntó.

Evalué la situación. Ya no había trabajo por medio, y aunque podría haber rechazado la oferta, la realidad era que tenía curiosidad por saber qué tenía para decir.

Caminamos varios metros en silencio. El ambiente me distraía de la tensión que crecía, mientras él observaba el suelo. Nos detuvimos para sentarnos, y esperé hasta que él decidiera hablar aunque el silencio comenzara a incomodarme.

— Sé que no me conoces y no te conozco. Entiendo tu desconfianza pero no soy un mal tipo, solo que no sé cómo actuar en algunas situaciones —dijo, frotando sus manos con nerviosismo. Él sonrió con pena y yo intenté devolverle la sonrisa—. Estoy en este negocio toda mi vida, nací en Madrid, en una de las mejores familias. Pero luego mis padres murieron y terminé en varios hogares, hasta que fui lo suficientemente mayor como para arreglármelas yo mismo.

La tristeza se dibujaba en su rostro. Sus ojos negros reflejaban la verdad oculta bajo la coraza, y pude verme reflejada en él, por primera vez. Ambos huérfanos, solos, creciendo sin contención y terminando en esta vida.

— Sé que no tengo porque contarte ésto, pero Jesse te respeta mucho, y yo respeto mucho a Jesse —murmuró.

El pasado apareció de nuevo frente a mi. Visiones, voces y recuerdos. «No eres tan fuerte como te crees ¿Por qué no te dejas ayudar?» preguntó mi conciencia. Cerré los ojos con fuerza, mis manos enterradas en la piel de mis piernas para canalizar mis emociones.

La culpa y el remordimiento envenenaron mi sistema, un gusto agrío en mi boca me recordaba lo mal que podía ser a veces.

— Lo siento —susurré, sintiéndome patética.

— Yo también lo siento, no soy fácil de tratar —dijo él con una media sonrisa.

Compartimos una mirada, esta vez sin asperezas ni malhumor. Se sentía extraño estar relajada junto a él. Pese a aquella personalidad, había más tras eso y había algo que me recordaba a momentos felices de mi pasado. «¿De verdad, no sabes qué es?» preguntó mi voz interior, que era tranquilizadora, seductiva y, al mismo tiempo, insoportable.

El camino de vuelta fue más tranquilo aunque igual de silencioso. A solo unos pasos de mi auto, él me dedicó una sonrisa junto a un tímido saludo antes de correr hacia el interior de la casa de Jesse con la promesa de volver a trabajar juntos en mejores términos en el futuro.

Yo permanecí contemplando la puerta con ensoñación, hasta que mi mente me recordó que era necesario seguir. Me alejé de ellos, mi pasado negocio y de Los Ángeles. Pero acercándome a mi pasado, que cada día parecía más presente que nunca. 

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