María
2018
La lluvia caía sobre el negro asfalto el día en el que, después de años de búsqueda, por fin logre hallar a mi familia o, mejor dicho, parte de ella. Aún me refugiaba en el interior de mi auto (o, para ser precisa el de mi padre adoptivo) cuando, paralizada por el miedo, decidí llamar a mi mejor amigo para buscar algún tipo de consuelo. Él no tardó en responder, pero pude notar en la tranquilidad de su voz que mi falta de convicción le molestaba.
No me sorprendía que no me comprendiera, él no era huérfano, no conocía el extraño sentimiento que vivía en el interior de aquel que no pudo ver jamás a sus progenitores. Era una mezcla peligrosa de curiosidad y miedo, muchas preguntas se alzaban y las respuestas podían ser vistas como un consuelo o, en el peor de los casos, como una verdad que era mejor no saber.
En mi caso, no existían muchos misterios de por medio, pues mi molesta e insaciable curiosidad me había llevado a interrogar a cada hermana del orfanato hasta que, tras invadir el salón de archivos, logré dar con algunos datos sobre mi pasado. Mi madre me había abandonado en la puerta de una iglesia en Jujuy, una de las monjas del lugar la vio y la detuvo para intentar convencerla de no dejarme ahí, sin embargo, no lo logró. No obstante, si pudo conseguir algo valioso: una carta que su hija (yo) debería leer cuando tuviera la mayoría de edad, con la esperanza de que el tiempo fuera benevolente y le permitiera alcanzar algún tipo de absolución.
En aquella carta, ella plasmaba sus deseos para mí: la felicidad y la prosperidad. No solo eso, sino que explicaba la situación: ellos eran demasiado pobres, no podían mantenerme. Además, existía un peligro latente que le impedía intentar cualquier tipo de artimaña para conservarme a su lado. Mi padre, un hombre que ella describió como un "soñador desesperado" no deseaba tenerme, es más, no estaba de acuerdo con la simple idea de que yo existiera.
Para protegerme de mi padre y de la inclemencia de la pobreza, ella se vio obligada a dejarme atrás a cambio de concederme, con un poco de suerte, un buen futuro.
"Estoy segura de que lograrás conseguir una linda familia, eres muy hermosa, que nadie te diga lo contrario. No lo olvides, la belleza es más importante de lo que crees, todos quieren lo bello, quieren estar cerca, protegerlo y atesorarlo, pero también tiene una desventaja: todos desean tenerla. Por eso se que una buena familia irá por ti: porque eres tan hermosa como yo, pero el mundo de los adultos es peligroso para nosotras. Rezo para que puedas crecer con una educación que te permita no desaprovechar tus cualidades".
Tal y como deben pensar, mi madre parecía ser muy superficial, sin embargo, aún con sus defectos, ella intentó protegerme y, por fin, había llegado el momento de agradecerle.
Tras investigar las huellas de mi madre, logré localizar a una persona que, en teoría, estaba emparentada con ella. Su nombre era Eva Valdés, una mujer de clase media que vivía con su familia en una casa humilde ubicada en un pueblo solitario de Balcarce, en el interior de Buenos Aires. Me resultaba extraño tener que buscar a mis familiares en una provincia tan lejana de Jujuy, sin embargo, esa no era la única coincidencia.
Durante mi ardua investigación me topé con algunos datos interesantes, pues, a pesar de que residió por muy poco tiempo en el pueblo donde me abandonó, dejó buenas impresiones en muchos pueblerinos. La dueña del hospedaje en el que durmió la recordaba como una mujer muy bella, alta y de azules ojos que resaltaban de forma singular. Ella le dejó un colgante, uno que contenía una joya preciosa.
Por casualidad (o, quizá, por obra del destino) logré hallar a esa mujer y, al confundirme con mi madre, me regresó el viejo dije que ella le había obsequiado, pues, según sus palabras, contenía algo muy importante que ella no podía aceptar.
Si bien la joya preciosa ya no estaba incrustada en el colgante, en el interior de este se hallaba una foto muy vieja y desgastada, en el que una mujer de larga y ondulada cabellera descansaba sobre las piernas de un hombre apuesto y sonriente. Supuse, por los parecidos, que se trataba de mi madre y mi padre. De hecho, aquel hallazgo casi milagroso fue mi piedra angular a la hora de conducir mi ardua investigación.
Por lo visto, esa mujer se llamaba María y venía de Buenos Aires, de una familia muy adinerada, pues guardaba algunas joyas y prendas demasiado elegantes. Sin embargo, su carta y los pocos bienes que conservaba su hermana (única heredera de todo el legado familiar) me indicaban un hecho desconcertante. Por alguna razón, había agujeros en el relato.
Mi madre no podía ser pobre y, al mismo tiempo, provenir de una familia adinerada. De hecho, su hermana vivía en austeridad, lo cual no me hacía mucho sentido. Es ahí cuando hallé una última coincidencia: el hombre de la foto era, en realidad, un artista autóctono proveniente de una familia muy rica. Su nombre era Ricardo Esperanza, el único hijo de un terrateniente que murió de forma prematura de tuberculosis.
También, era el hombre que me había repudiado y forzado a que mi madre me abandonara.
Su mansión se hallaba a tan solo cinco kilómetros de la casa en la que vivía mi tía, Eva Valdés, a quien estaba por visitar, pero, en un acto de cobardía, no me atrevía a confrontar.
Necesitaba saber la verdad, necesitaba que ella me la dijera. Quería saber donde estaba mi madre y, sobre todo, visitar a mi padre para que viera en lo que me había convertido. Esa sería mi venganza.
—No seas tonta, dejá de perder tiempo y andá con tu tía—me retó mi amigo—. Estuviste planeando esto por muchos años, no pierdas más tiempo y andá.
—No, no lo entiendes—intenté responderle.
—No me importa entenderte—me interrumpió—, lo único que sé es que me estás reteniendo por tus inseguridades y yo tengo que trabajar. Realmente nada te puede salir mal, ¿qué podes perder? Ya tenés una familia que te quiere y una carrera importante en la universidad nacional, ¿qué importa lo que digan unos viejos random*?
—Vos siempre tan sincero—le recriminé, enojada por su cruda amabilidad—, ya voy, gracias por ser un idiota.
—De nada, suerte con la vieja, Iris.
Y, tras pronunciar aquellas palabras, él cortó la llamada.
La lluvia no se detuvo a pesar de que yo necesitaba salir. Era obvio, el mundo no me iba a esperar, era muy iluso pensar que podría ser diferente. Decidida, abrí la puerta y desplegué el paraguas para salir a la calle, sin embargo, tan pronto como me detuve frente a la casa, me vi consumida por mis preocupaciones.
¿Qué pensaría de mí? ¿Me aceptaría? ¿Necesitaba su aceptación?
Numerosas preguntas surgieron en mi mente, sin embargo, la puerta de la casa se abrió y, sin que yo hiciera algo, una persona echó a correr desde el interior y, tras un breve lapso, se detuvo ante mi. Una mujer de cabello amarronado y ojos azules me observó por un corto instante, era parecida a mi madre, pero el tiempo la había deteriorado demasiado. Sus manos, arrugadas y agrietadas, tomaron las mías y, tan pronto como establecimos contacto visual, algo extraño nos unió.
Ella negó con la cabeza y, desconcertada, soltó mis manos mientras retrocedía con lentos pasos.
—Yo...¡lo siento mucho! La confundí con alguien más...no hay forma de que seas ella, no tan joven...—masculló—. ¿Qué trae a una jovencita por estos lugares? Está lloviendo...¿no querés pasar la tarde aquí?
Yo volví a tomar sus manos con una confianza que no sabía que podía tener y, tan pronto como la miré a los ojos de nuevo, supe que ella estaba entendiendo quién era.
—¿Eva Valdés? ¿Conoce usted a María Valdés?
Ella asintió con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra alguna.
—Soy su hija, me llamo iris, yo...
Mi tía me rodeó con sus brazos de inmediato y, con lágrimas entre sus ojos, sonrió mientras susurraba agradecimientos al cielo y los santos.
—¡Gracias a Dios! Ven conmigo, tenemos mucho de qué hablar. Yo...sabía que tu María estaba viva.
Confundida, la seguí hasta el salón principal de su casa, donde se lucía un mate y un termo con agua recién calentada. Ambas disfrutamos del feliz instante que supuso nuestro reencuentro, sin embargo, sus preguntas encontraron respuestas que, por lo visto, no esperaba.
Eva creyó que yo era la hija de su hermana con un hombre extranjero y que, de algún modo, había logrado una vida de éxito. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
Le expliqué que era huérfana, que ella me había abandonado en Jujuy y que nunca la pude ver en persona.
Le mostré mi único recuerdo de María: la foto del dije, aquella en la que mi madre descansaba en el regazo de mi padre, un hombre de apariencia apacible, pero de corazón podrido.
—Ah...esos dos. Tu madre amaba mucho a ese chico, lástima que decidió...abandonarlo todo.
Aquellas palabras retumbaron en mi cabeza de forma inesperada, contradecían lo que tenía entendido por las hermanas del convento en la que decidió encomendarme. ¿Acaso era posible que hubiera mentido?
—Tu madre huyó de casa un día y nunca supimos la razón, sin embargo, ahora que te veo...tenés algo de esos dos. Su rostro... Pero ese pelo rebelde es igual al de tu padre.
—Por favor, no vuelvas a sugerir que me parezco a mi padre—le corregí, casi sin pensarlo—. Él no significa nada para mí.
—¿Cómo que no? —inquirió—Ricardo era un buen hombre antes de que tu madre se fuera, pero...algo en él murió el día que María decidió irse.
—Mi madre dejó una carta para mi—confesé—, en ella, decía que mi padre no deseaba tenerme, que incluso la había amenazado. Ese hombre es un monstruo, es todo lo que debo evitar en esta vida.
—¿Tu madre escribió eso? —preguntó—Es extraño, Ricardo...él no hubiera hecho algo así. No puedo creerlo...
—Le creo a mi madre, he visto a muchas otras niñas que, al igual que yo, fuimos abandonadas por tener padres abusadores. La basura así existe, yo...quiero verlo, necesito que me vea, que sepa que he logrado convertirme en alguien mejor que él, sin su ayuda, claro.
—Creo que hay algo que está mal—insistió—, lo digo en serio. Ricardo, él...deseaba tener una familia con tu madre, ella también lo quiso por bastante tiempo, aunque ambos estaban esperando a tener ingresos estables, pero eso nunca pasó. Tu padre...no era muy bueno manejando la herencia de sus antepasados, de hecho, la perdió toda en cuanto María se fue.
—¡¿Sugieres que mi madre miente?!—inquirí, con indignación—No puedo creer que vos...
—Esperá, vas demasiado rápido. No sabes nada, niña, no te sientas en confianza, no podés levantarme la voz en mi propia casa.
Suspiré, ella tenía razón, me había excedido.
—Lo siento mucho.
—No, está bien. Eres igual a tu madre, ella tampoco tenia mucha...paciencia, pero deberías trabajar en eso, no podés permitirte ser tan temperamental si deseas vivir en paz. Mira, mis palabras no valen nada a la hora de la verdad, ¿por qué no vas a preguntarle a tu padre? Creo que sigue vivo...eso espero.
—Escuché que su mansión está a unos cinco kilómetros—le respondí—. ¿Crees que esté muerto?
Ella observó a la calle y vio la lluvia caer por un breve instante. Por lo visto, la realidad de mi padre biológico no era nada buena.
—No lo sé. Dicen que su casa está embrujada, que los exploradores desaparecen, nadie sabe muy bien qué pasa ahí. Incluso la policía ha entrado, pero no hallaron nada más que una gran sala vacía. Es probable que no esté mas y sea un nido de ladrones, yo...no te recomiendo ir, pero no puedo evitar que lo vayas.
—Exacto, no podés—insistí.
—Entonces, dejame acompañarte—rebatió—, necesito...quiero una respuesta. Ricardo siempre fue una especie de...tragedia. No sé como explicártelo, él amaba a tu madre, él hizo muchas cosas por ella, cambió mucho, se esmeró por ser un mejor hombre para darle una vida digna, pero María se fue sin dar explicaciones. Sin embargo...siempre tuve la sensación de que él sabía lo que pasaba.
Tras aquella charla, ambas decidimos partir hacia la mansión donde alguna vez residió Ricardo Esperanza, un caserío gigante que yacía devorado por el forraje y el musgo. Las grandes columnas que sostenían la impactante infraestructura parecían estar por quebrarse, sin embargo, algo las hacía permanecer de pie.
La lluvia no se detenía, no obstante, tan pronto como salí del auto, pude sentir que algo no iba bien. El aire estaba pesado, se me dificultaba respirar, un frío extraño comenzaba a invadir mi cuerpo y una presencia desconocida se alzaba a la distancia. ¿Así era como se sentía estar cerca de un monstruo? ¿En verdad necesitaba ver a mi padre? Cabía la posibilidad de que fuera un hombre peligroso, entrar sola a la mansión no parecía buena idea. Sin embargo, mi tía había declarado que no me acompañaría, prefería esperar para poder dar voces a la policía en caso de que algo malo sucediera. Y, aunque no estaba de acuerdo del todo, ella tenía razón.
Decidida, abrí la oxidada reja que llevaba al jardín delantero, ahora devorado por la maleza, y marché hacia la entrada principal. Las puertas no se resistieron ante mí y me dieron la bienvenida al salón del viejo hogar de mi padre.
El gran recinto lucía desolado, había restos de madera en algunos rincones, como si hubieran asaltado el lugar, y un reloj rústico destrozado todavía se mantenía en pie cerca de la salamandra al fondo de la habitación. Sobre aquella estufa, yacía un cuadro de grandes dimensiones, inmaculado y detenido en el tiempo, como si recién lo hubieran pintado.
Se trataba de un retrato, un bello recuerdo de la gran belleza que alguna vez ostentó mi madre. A diferencia de lo que pensé, en aquella imagen ella portaba un hermoso vestido blanco, una joya de lujo colgaba de su cuello en un armazón muy parecido al dije que la pueblerina me había regresado y, en su dedo, un anillo brillante se lucía con majestad. Su ondulado cabello estaba arreglado con prolijidad, la verdad, mi madre no se parecía en nada a una mujer de clase baja.
—María...
Un susurro me distrajo en ese instante, una voz a mis espaldas me obligó a girar de inmediato ante la posibilidad de que un invasor me hubiera visto entrar, sin embargo, no había nadie. La soledad era mi única compañera en ese horrible lugar que, en retrospectiva, era digno de una persona tan miserable como lo fue mi padre.
Dos escaleras se alzaban a los costados de la salamandra, conducían al piso superior de la casa. Aunque no era buena idea subir, sentía una extraña necesidad de hacerlo. Nada más me llamaba la atención en la planta baja, por lo cual, movida por la curiosidad, decidí buscar algo que me indicara el paradero actual de mi padre, pues no parecía que lo fuera a encontrar ahí.
En el primer piso habían tres habitaciones muy espaciosas con sus puertas cerradas e inmaculadas, como si nadie las hubiera tocado jamás o, mejor dicho, como si alguien todavía viviera en su interior. El primer cuarto tenía un marco que ponía un nombre "Dulci", me llamó la atención el hecho de que fuera la única señalizada en todo el recinto. Con curiosidad, abrí la puerta, pero un ventarrón despiadado se ocupó de romper las ventanas y sacudir mi cuerpo con violencia.
No, eso no era viento, era algo más. El suelo se impregnó de una bruma azulada, oscura y maloliente, el ambiente se volvió frío y mi cuerpo comenzó a estremecerse ante la extraña fuerza que hacía temblar el aire. Una presencia pesada se hizo presente a mis espaldas, no la vi de inmediato, pero podía sentirla.
Sin embargo, tan pronto como pude abrir bien los ojos, logré ver que la habitación en la que me hallaba era, en realidad, el cuarto para una bebé. Había un armario en una esquina, cuando lo revisé, encontré numerosas prendas en su interior, lujosas e inmaculadas, incluso perfumadas. Una cuna yacía en una esquina, con unas estrellas colgando del techo.
Un cajón con juguetes estaba a un costado y, en su cúspide, una muñeca de trapo se mantenía sentada. Sobre ella se lucía un cuadro desgastado por el tiempo y la humedad. En él, una mujer hermosa sonreía con una bebé en sus brazos, la pequeña tenía un nombre grabado en su ropa "Dulcinea".
—María...
Tan pronto como volví a escuchar esa voz, decidí enfrentar a esa persona que, con seguridad, se trataba de mi padre. Estaría bien, tenía un plan de emergencia en caso de que las cosas salieran mal, llevaba gas pimienta en mi abrigo y un cuchillo escondido en mi bota. No tenía ningún tipo de remordimiento por ese hombre, si se atrevía a tocarme, lo pagaría por su vida.
Y nadie se preocuparía por él, al final, se trataba de un pobre desamparado que lo había perdido todo.
—¿Por qué me dejaste?
Tan pronto como giré, me topé con la presencia de un hombre de ropas andrajosas, barba larga y cabello blanco, con dos grandes ojeras bajo sus ojos que, consumidos por la oscuridad, poseían una apariencia enfermiza e incluso sobrenatural. Si bien pensé en matarlo sin mediar palabra, estaba tan asustada que ni siquiera pude moverme, sin embargo, él no hizo nada más que mirarme desconcertado.
—No eres maría—masculló—, invadiste lo último que me queda...mi tesoro, lo que tanto me esforcé por proteger. ¿Qué querés de mí? ¿Qué te hice? ¿Venís a robarme lo poco que me queda de Dulci? No...no dejaré que vos...
—He regresado—le interrumpí—, no soy María, soy tu hija. Vos me abandonaste hace años, pero... ¿qué es todo esto? ¿Esta habitación...era mía?
Una lágrima se cayó de su ojo derecho, su mano helada se apoyó sobre mi rostro y una mueca perdida se asomó en su cara. Sin embargo, había algo en este lugar que lucía mal. ¿Acaso el estaba defendiendo esta habitación? Si debía guiarme por los cuadros, hubiera pensado que ese cuarto era mío, que la mujer con la bebé en sus brazos era mi madre y la pequeña era yo. Por lo visto, no estaba muy equivocada.
—No...imposible, no puedes ser ella. Esto debe ser una broma cruel... ¿María te dijo que vinieras? Ustedes dos...se parecen demasiado, ¿ya ha encontrado a alguien que si la hiciera feliz? Pero, si es así... ¿Por qué te envía para atormentarme? ¿Tan malo he sido?
—Vos... ¡Vos me abandonaste! Nos dejaste a mi madre y a mí, ella se fue, muy lejos, no la pude hallar. Antes de desaparecer, me dejó en un orfanato, ¿tienes idea de las cosas que he visto? ¿Lo que he sufrido? ¿Sabes lo que se siente no tener padres? Todos me miraban, para ellos no era más que "la huérfana" era distinta, ¡distinta solo porque ustedes me dejaron!
Su mirada cayó al suelo, se lo veía triste, sin embargo, aún no había dicho todo.
—Es tu culpa, pero, sabes qué, no dejé que tu estupidez me marcara. He terminado la escuela con honores, estudio medicina en la UBA*, soy una de las mejores en mi curso. ¡Miráme! ¡¿Ves en lo que me he convertido?! ¡Nunca te necesité, así como vos nunca nos quisiste a nosotras! He logrado todo esto...¡sin ayuda de nadie, lo hice sola, absolutamente sola!
Una sonrisa se dibujó en su rostro y, por alguna razón, la oscuridad alrededor de su cuerpo se comenzó a disipar con lentitud. Sus oscuros ojos comenzaron a brillar y, por primera vez, pude ver sus marrones ojos.
—Ya veo...me alegro por ti, hija—respondió—. Lamento haberte causado tantas...cosas malas, aunque...es algo triste que estés orgullosa de haber logrado todo en soledad. Lo siento mucho.
—No quiero tus disculpas, no me importa lo que un hombre como vos pueda decir.
—Entiendo...no merezco tu perdón—masculló—, pero...
Él caminó con lentitud hacia mí, extendió ambos brazos y, tan pronto como intentó abrazarme, procuré rociarlo con gas pimienta, sin embargo, mi reacción no llegó a tiempo. Su cuerpo gélido me rodeó y, con su mano derecha, acarició mi cabello mientras una extraña luz envolvía su figura. Su silueta se desintegraba, sus restos se volvían como luciérnagas y, tan pronto como se desprendían, flotaban hasta desaparecer cerca del techo.
No podía ser real, algo estaba mal.
—Yo...siempre soñé con este día—masculló—, tantas veces...eres incluso más hermosa de lo que pude imaginar, eres...toda una mujer—sentenció, con lágrimas en sus ojos—. Perdón...tenés razón, es mi culpa que hayas vivido todo eso, pero...yo siempre te amé.
—¡¿Acaso abandonar a tu hija es una forma de amar?! —le grité.
—Yo...nunca te abandoné.
Dichas esas palabras, su cuerpo se desintegró en cientos de luciérnagas y, tan pronto como pude huir de aquella luz, estas ascendieron al techo para desaparecer.
—Yo...siempre te amé, Dulci.
De pronto, la habitación se sintió fría, vacía, muerta, aquella presencia asfixiante desapareció y toda la luz que surgió del cuerpo de mi padre se desvaneció junto con él. La puerta a mis espaldas se abrió y, de algún modo, otra al final del pasillo me invitó a curiosear. Una habitación gigante, llena de pinturas, se lucía ante mi, era como un cuarto de exhibición. Logré contar un total de diez lienzos, cada uno pintado con dedicación y esmero. Tenían algo especial, pero era imposible saber qué era con sinceridad.
Al mirar con atención, me di cuenta de que era como una película, cada una retrataba un momento preciso en la vida de los protagonistas, en sentido cronológico.
La primera mostraba a dos jóvenes en un prado, el muchacho llevaba un traje de gala, elegante y blanco como la nieve, mientras que los ropajes de la joven a su lado eran sencillos e incluso se lucían desgastados. Ambos reían, se los veía felices, solos frente a la inmensidad del campo. El cuadro se llamaba: dos jóvenes enamorados.
En el segundo se lucían esos mismos jóvenes en la plaza del pueblo, danzando frente a la multitud que aplaudía ante ellos. En la esquina derecha, se hallaba la sombra de una mansión gigante, desde la cual un grupo de personas de vestiduras lujosas observaba, con mala cara, las acciones de la pareja enamorada. A la izquierda, un hombre, una mujer y una niña vigilaban disconformes la fiesta, bajo el techo de un rancho que apenas podía mantenerse de pie. El cuadro se llamaba: familias incompatibles.
El tercero se ambientaba al anochecer, en la misma plaza en la que antes habían bailado. El muchacho llevaba consigo con atril, lienzos y pinturas, ropas andrajosas y era perseguido por la sombra de unas personas con sombrero. Mientras tanto, la muchacha corría hacia él con sus brazos abiertos, mientras de la oscuridad surgían manos que intentaban tomarla por los pelos. El cuadro se llamaba: el amor duele.
El cuarto exponía a la pareja en la plaza, el muchacho pintaba obras que le gustaban a la gente y, por lo visto, todos ellos hacían fila para pagar por su trabajo. Entretanto, su fiel pareja cosía prendas cerca de él, mientras unas mujeres esperaban frente a ella. Sin embargo, unos muchachos sombríos la observaban de lejos. El cuadro se llamaba: juntos, pudimos con todo.
El quinto era más sombrío que los anteriores, en él, el hombre pintaba mientras observaba a su amada que, tras abandonar el tejido, charlaba con un grupo de muchachos bien parecidos y de vestiduras lujosas. Las sonrisas de aquellos se veían retorcidas y las sombras se expandían a sus espaldas. Por otro lado, nadie esperaba los tejidos de la muchacha, pues ya no había vuelto a trabajar. El cuadro se llamaba: invasores.
El sexto mostraba al joven con su cabeza baja frente a un ataúd y con la luz de su mansión a su diestra, ya lucía ropajes más elegantes, pero lloraba en solitario. Por su parte, la muchacha estaba en la otra esquina del velorio, charlando con un hombre desconocido. El cuadro se llamaba: te necesitaba.
El séptimo mostraba a la pareja reconciliada, ambos abrazados en lo que parecía ser el salón principal de la mansión. Él llevaba un traje negro de lujo, ella un hermoso vestido blanco y una joya brillante en su cuello. Sin embargo, una sombra se alzaba junto a ellos desde una ventana, parecía tratarse de un hombre. El cuadro se llamaba: matrimonio feliz.
El octavo exponía un momento feliz. El muchacho, ya hecho un adulto, besaba el vientre abultado de su esposa mientras numerosos cuadros se acumulaban a sus espaldas. Por su lado, ella mostraba una mueca llena de preocupaciones. Su sombra tenía una forma distinta a la esperada, se podía ver su silueta sosteniendo a un bebé. El cuadro se llamaba: miedo.
El noveno retrataba una pelea de pareja, la mujer se veía enojada, preocupada, tenía unas pocas monedas en la mano y el hombre, por su parte, lucía apenado mientras un montón de cuadros se amontonaban a su diestra. La sombra de su esposa también se veía distinta, le daba la espalda al hombre y, entre sus brazos, protegía a la pequeña. El cuadro se llamaba: problemas financieros.
El décimo mostraba al mismo hombre cargando con una montaña de lienzos podridos a su diestra, pinturas desparramadas y un atril hecho pedazos. Estaba solo en el cementerio, contemplando como enterraban un ataúd muy pequeño mientras él lloraba. El cuadro se llamaba: todo acaba en la muerte.
Y, si bien no lo había notado en un principio, aún quedaba otro lienzo más, sin embargo, este lucía todo negro, con la silueta gris de una persona en medio de toda esa oscuridad. Aquella forma oculta era tan difícil de ver que solo pude percatarme de ello cuando un relámpago iluminó la habitación. El cuadro tenía nombre, se llamaba: la verdadera soledad.
La puerta del cuarto emitió un rechinido y, tan pronto como pude percatarme de ello, me asomé para observar a la persona que me estaba vigilando. Se trataba de mi tía, Eva, quien lucía una mueca apenada.
—¿Estas...bien? —murmuró preocupada—No podía dejarte sola aquí, fue una imprudencia de mi parte, pero...imaginé que él te protegería. Sin embargo...siento que ya no está aquí.
Confundida, voltee mi vista hacia los cuadros, sin embargo, estos habían comenzado a podrirse y verse consumidos por la humedad, como si, de golpe, el tiempo recién estuviera haciendo efecto en ellos.
—Parece...que sí se ha ido—masculló—, esos cuadros fueron su último trabajo. Nunca más volvió a pintar, aunque nunca me dejó verlos. Él no dejaba entrar a nadie a este lugar, ni siquiera a los saqueadores.
—¿Le dijeron que había muerto?
—Todos pensamos que estabas muerta, tu madre un día desapareció y, como podrás imaginar, todos perseguimos a tu padre. Pensamos que le hizo algo, nunca se sabe cuando te tocará, por suerte, no era el caso. Al final, ella llamó un día y dijo que habías muerto durante el parto. Esa noticia devastó a tu padre, cerró las puertas de la mansión y no se lo volvió a ver.
—Ella...¿tenia un amante? —pregunté.
—No creo, al menos yo nunca lo supe, pero tu padre era muy celoso, aunque hay que admitir que sus observaciones pocas veces fallaban—admitió—, era muy perspicaz, supongo que tenía motivos para sentirse amenazado por otros. Aún casada, mi hermana seguía rodeada de pretendientes, no amigos, pretendientes muy descarados, no tenía la valentía para rechazarlos, creo que disfrutaba de la compañía. Aun así, Ricardo era muy tolerante, nunca se quejó al respecto y el pueblo pensó que se trataba de un "hombre resignado", aunque eso hizo enojar a tu mamá y...digamos que se peleó con todos.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro. No pude evitar pensarlo, yo hubiera hecho lo mismo.
—¿Qué pasó entonces? ¿Por qué ella...?
—Creo que es mejor no saber ciertas cosas, pequeña—se apresuró a responder—, si ella hubiera querido que todos lo sepamos, lo habría dicho.
—Y...¿qué pensás de mi mamá? —inquirí, pues mi curiosidad había sido lastimada y, a decir verdad, ya no sabía en qué creer—Vine creyendo una cosa y...ahora no sé que pensar, ¿mi madre me mintió o mi padre vivió una fantasía? No lo sé, no sé que es real de todo esto.
Ella me sonrió y, tan pronto como regresó su mirada a los pútridos cuadros de mi padre, me respondió:
—Éramos hermanas, nos queríamos y nos contábamos todo, pero ella siempre se reservó algo. Siendo sincera, pensé que se había cansado de él, no era mal tipo, pero sí un cabeza hueca. Osea, ella nunca estuvo con otro hombre, se casó muy rápido...parecían Romeo y Julieta, pero más boludos. Creí que salió para comenzar de nuevo y buscar un mejor futuro en soledad, ella era el tipo de mujer que haría eso, pero es solo lo que sospeché en su momento, realmente no lo sé. Nosotros... Nuestra familia, nunca estuvo muy de acuerdo con su relación con tu Ricardo, siempre fue muy imprudente con su forma de ver la vida, era un artista, los artistas están todos locos.
—Ella me mintió—espeté con impotencia—. Dijo que mi padre no me amaba y él...
Mi tía dejó caer su mano sobre mi hombro y, con una bella sonrisa, logró apaciguar el fuego que había nacido dentro de mí. Estaba confundida, pero, a pesar de todo, al fin había encontrado a mi familia biológica.
—Yo...le dije cosas horribles.
Ella sonrió y me abrazó con fuerza, mientras la humedad comenzaba a corromper la casa que, por alguna razón, parecía estar pudriéndose.
—¿Qué te parece si vamos a casa y tomamos unos mates? Tengo bizcochuelo, lo hice ayer, pero quedó mucho, mis nenes no son de comer mucho, se llenan rápido. ¿Querés venir conmigo?
Sonreí y acepté la oferta, no tenía razones para rechazarla.
Afuera llovía y, mientras el mundo continuaba como si mis problemas no existieran, una sola pregunta se alzaba en mi mente: ¿Qué es lo que debo creer?
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Random: es obvio el significado, en la capital es más normal hablar con palabras del inglés (se hace muchísimo más), en el resto de Buenos Aires puede que se use alguna que otra palabra. Desconozco el resto de las provincias, no estuve tanto tiempo en ellas como para saberlo, pero supongo que también hablan spanglish ?)
UBA: La universidad de Buenos Aires es la mejor universidad que tiene el país (tomen ese dato con pinzas, porque resulta que para estudiar ingenierias, por ejemplo, otras son mejores [achis, UTN, achis]. El prestigio lo tiene por los rankings mundiales que se basan en un montón de factores que no vienen al caso, pero en planes de estudio e incluso infraestructura parece que, objetivamente, le ganan otras). Todo el mundo aspira a estudiar en la UBA, el tema es que queda un toque lejos si no sos de la capital (y bueno, ventajas/desventajas, así es la vida, el mundo no tiene la culpa de que yo no haya nacido en capital).
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¿Qué les pareció? Tardé un toque en editarlo, este tiene menos lunfardo (palabras argenticas) que los otros y es, más que nada, porque la protagonista es de Jujuy/Capital Federal. Si hablaba un poco distinto (tonada, palabras autóctonas), la capital se lo borró F. Suele pasar, en las escuelas te matan por hablar distinto (los nenes).
Curiosidades: la protagonista de este capítulo es la amiga desaparecida del prota del primer relato, si leyeron con atención lo sabrán. Puede que nunca haya regresado de la casa de su tía, motivos a saber, teoricen.
Que no se note que me inspiré un poquito en Romeo y Julieta (versión conurbano con alfajores de maicena, mates y bizcochos), aunque lo cambié un poco para añadir confusión ah.
El objetivo de este relato no es agarrar a María como saco de boxeo, sino exponer lo que hacen las mentiras, confunden y hacen que no puedas creer en la primera versión, por más lógica que pueda sonar. La versión de maría es distinta a la de Ricardo y la de Eva es un poco diferente a lo que han dicho los dos porque basicamente no sabe qué pasó. Por su parte, Iris (o Dulcinea, como quieran) solo sabe que su madre mintió, pero no hasta qué punto.
Ustedes deciden a quién creerle, es simple.
No volveré a retomar la vida de María (creo ah), tampoco daré la versión oficial de lo que pasó porque la gracia del relato es quedarte con tu propia versión.
No sé de qué tratará el próximo capítulo, pero se me antoja suspenso de nuevo, pero más hard.
¡Nos leemos!
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