Rosa Oscuro.
Aviso: este capítulo toca temas sensibles. No busca romantizar la actitud de los personajes.
Muchas veces la bruja rosa despertaba con cierta aura perversa que no la abandona por mucho tiempo, sin importar que tan bien le haya ido en el día, la semana o en el mes, esta sentía una gran afición por romper algo bueno que no fuera de ella.
La tarde en que supo por buenas lenguas que Hisirdoux se casaría, estaba cubierta, hasta en lo mas profundo de su ser, por aquella oscuridad.
Pese a que quedaron como amigos con el mago, no podía evitar sentir recelo de que la tan perfecta Rebecca al fin lo desposada. Pero lo que mas le hervía la sangre era el hecho de que poseyera a alguien, quien ante la lógica de la bruja, le pertenecía.
Eran tiempos oscuros para la pobre mente de Arabella; las personas dejaban de serlo, y se transformaban en objetos valiosos que solo ella podía manipular, romper, o cuidar.
Todo se hacia a su antojo, al menos se encargaba que así fuera. Lo hacia de forma tan sutil, una sonrisa por aquí, una leve caricias por allá, hasta una picara mirada de reproche, servía para que cualquiera comiera de su mano, que muy pocos notaban sus juegos.
Y su encanto mágico le daba aquel plus que necesitaba cuando la sutileza de sus acciones ya no funcionaban.
No podía dejar que nadie mas tuviera a la persona que mas amaba. Mucho menos sentir que era remplazada. No le interesaba que tan buena fuera Rebecca, Arabella no dejaría que el compromiso sea algo sencillo.
Aun podía recordar lo que sintió aquélla noche en Portugal cuando la vio por primera vez, y sin dudar fue a correr a los brazos de Hisirdoux. Era una extraña mezcla entre confusión y enojo. Y no negaba que sentía envidia, Rebecca era hermosa por donde se la viera, y ella aún no podía sanar las cicatrices de años atrás.
Estaba dispuesta a lo que sea con tal de hacerla sentir mal. Dejar de lado eso que la hacía una persona sensata, y aplastar a alguien inocente.
•
La feliz pareja vivía cerca del puerto en alguna villa pesquera de Marruecos. Mientras que Hisirdoux se embarcaba, Rebecca iba a la capital a su pequeña casa de costura. No era tan solicitada como sus tiempos en Portugal, pero su pequeña clientela la mantenía ocupada.
No siempre iban personas que no fueran de España, o del mismo país, pero las veces en que un turistas que no fuera de la zona llegaba a su tienda, no podía evitar sentirse alegre. Aunque esa mañana hubiese deseando a cualquier otra menos a ella.
Al sentir que tocaban a la puerta, con un alegre repiqueteo, abrió sin dudar. En cuanto la persona en cuestión volteó, su brillante mirada color miel se tornó oscura.
Arabella, pensó al verla. No negaba que le caía mal, no tanto por los exagerados rumores que crecían a su alrededor, sino más bien por la complicada relación que mantenía con su prometido, y la hermana de este.
No la podía quitar de la vida de su nueva familia, pero si podía hacer que en su presencia no sea un tema de conversación. A ella no le importaba nada de lo que la bruja hacia, era alguien que solo no encajaba, y deseaba que así fuera.
—Rebecca.— exclamó Arabella.
Dio una radiante sonrisa, la cual no sirvió para que la otra bruja cambiará de parecer.
—Solo entra.— dijo dando una leve sonrisa.
La rubia lo hizo sin pensarlo dos veces, y camino viendo todo a su alrededor como si ese lugar fuera un sitio mágico, un gran placard. Rebecca podía pensar que ella solo la podía beneficiar si Arabella estaba tan mal de cabeza pero bien de la billetera que le podría comprar cualquier diseño.
—Quiero un vestido.— dijo deteniendo el paso.
—¿Te muestro algo?
—No, lo quiero a la medida.— respondió.
—Bien, pasa, buscaré té.
Rebecca tomo aire, tratando de mantener la calma, y se fue a la pequeña cocina. Allí no pudo evitar expresar su malestar, al menos a su joven compañera de trabajo.
—Bien, has el té, llévalo, y te regresas, no estés cerca.— le explico.—Trama algo, y no es bueno.
—¿Segura que quieres que te deje sola?
—Si, se que no hará ninguna idiotez.
—¿Y tú?
Una pregunta que no esperaba, y la respuesta fue la misma, esperaba no hacer ninguna idiotez.
Volvió al estudio, y sin saber de dónde saco lo que llevaba puesto, Arabella la esperaba en bata.
—Veo que estás lista.
—Si, un poco, aún espero el té.
—Pronto.— sonrió.
Hizo lo mismo que con el resto de sus clientas, solo que en silencio. No tenía mucho que decir y esperaba que la bruja tampoco dijera mucho. Trataba de hacer que el ambiente sea al menos un poco más cómodo, pero tomarle las medidas a la ex de su prometido no era la mejor situación para eso.
Esperaba que la rubia tuviera algo que la pudiera distraer, pero su cuerpo, y la falta de cualquier cicatriz, como los rumores decían que existían, solo le hacía pensar en que era muy hermosa, y no entendía porque le pediría a ella, una pueblerina, que le confeccionara un vestido.
—¿Cómo está todo Bequita? ¿Necesitas que te dé una mano?
Cuando Rebecca subió la mirada, noto a Arabella bastante cerca, y con sus ojos teñidos de otro color. En eso los rumores no se equivocaban, y ese color rosa solo provocaba escalofríos.
Odiaba el apodo El Demonio Rosa pero sentía que de verdad estaba frente a uno. Sentía que la temperatura se alzaba, y su aliento se cortaba. Esa horrible cicatrices en su rostro, bastante disimulada, no le quitaba su encanto.
¿Lo hacía a propósito? Algo estaba tratando de demostrarle, y no sabía que. O al menos eso imaginaba Rebecca.
—No, ya tengo todo.— respondió.
—Que bien.— sonrió.—En tu ausencia vi algunos de los vestidos, son hermosos, tienes manos encantadoras. Espero con ansias el mio.
—Claro.
Dejo sus instrumentos a un lado, y dio un paso al frente hasta quedar cerca de la rubia.
—¿Qué más?— preguntó.—¿Tienes otra intención?
—No, solo vengo por recomendación.— respondió ladeando la cabeza.
Otra vez sonrió, y Rebecca hizo lo mismo. Volteó para dejar que se vistiera pero lo que próximo que dijo Arabella la hizo frenar de repente.
—Así es, Douxie no se equivocó cuando dijo que eras una experta en esto.— dijo con malicia.—Por cierto, felicidades por el compromiso.
Rebecca trago aire, y siguió su paso a la cocina. Cuando volvió Arabella se había marchado, dejando en su lugar una nota que explicaba lo que quería, y a un lado el pago, aunque era más de lo que cualquier vestido costaba.
—Maldita bruxa, ela está tramando algo.— murmuró arrugando el papel (maldita bruja, algo está tramando)
•
Arabella estaba segura que sus palabras habían dado en alguna fibra sensible, después de todo confía en la conversación que tuvo con Circe, quien por despistada, decía todo sin mediar comentario. Ahora sólo le quedaba una pieza.
Luego de la inesperada visita a Rebecca dejo pasar los días, sabía que era más extraño que luego de un suceso simplemente se ausentará. A la semana mando una carta pidiendo que el mago se hiciera presente en su casa de campo.
Aún tenía sus dudas, y nada le aseguraba, más que un deseo, que Hisirdoux se presentara. Podía suceder, pero al notar que no recibía respuesta de ningún tipo, se hizo a la idea de que su plan a fracaso y debía recurrir a otra estrategia.
Sin embargo, para la fecha pactada, con la lenta caída del sol, Hisirdoux llamo a su puerta. Trato de no verse sorprendida, pero no le iba a poder engañar, si lo estaba, y le gustaba verlo ahí después de tantos años de ausencia.
—¿Cinco años?
—Mas bien diez de la última vez.— corrigió.—¿Qué tramas? Rebecca me dijo que fuiste por ella, y tú no eres muy amistosa.
Arabella cubrió su risa, y se hizo a un lado para que entrara. En cuanto volteó para verla, está le ofreció un jarrón lleno de flores coloridas y perfumadas.
—No tramo nada, solo quería felicitarte por tu próximo paso.— respondió.—Flores como símbolo de mí alegría por ti, digo, por los dos, claro.
El pelinegro chasqueo sus dedos y las hizo desaparecer de sus manos.
—Gracias, pero no me hacen falta tus bendiciones.— dijo cruzándose de brazos.
La bruja ocultó sus manos vacías tras su espalda, y se acercó con sigilo al mago, hasta que no pudo dar un paso más. Se jactó de su expresión y sonrió. Quizás le temía a ella, o a él mismo, lo que sea, a Arabella no le importaba tanto como saber que aún podía provocarlo.
—¿Te quedas a cenar? Cómo celebración de que te casarás con alguien más, haré de comer.— le propuso.—Quiero ver qué te niegues.
—No iba hacerlo.
—Lo se, nadie puede.
Unas horas más tarde, con la cena lista y servida, se encontraba en la mesa, viéndose en un tenebroso silencio. Se podía oír el choque de los cubiertos de plata contra la porcelana, y uno que otro suspiro de alegría por parte de Arabella.
Ella sabía que su juego de silencio y sonrisas era una tontería, pero dentro suyo estaba alegre de verlo, pese al gran ceño fruncido de su invitado. Era claro que estaba enojado por meterse en sus asuntos luego de tantos años de ausencia.
—¿De dónde salió esto?— pregunto señalando la casa en general.
Arabella se levantó de su lugar, para ir a sentarse a su lado.
—Un obsequio de alguien que perdió la cabeza.— respondió.
—Todos los que llegan a conocerte pierden algo, algunos la cabeza, otros su magia.— añadió y se llevó la copa de vino a la boca.
Arabella puso sus dedos sobre la copa para evitar que tocará la boca del mago, y otra vez la dejo sobre la mesa.
—Ellos saben lo que pueden perder al conocerme.— dijo dando una mirada coqueta.
Hisirdoux se hizo un poco hacia atrás, y soltó la copa.
—Tambien perdí algo a causa tuya.— hablo.—La esperanza de que algún día podrías cambiar para bien.
Y antes que Arabella pudiera decir lo que sea para defender, un rayo partió el cielo, irrumpiendo el silencio de la noche, desatando a su paso una fuerte tormenta. Si de algo estaba segura es que ese repentino cambio de tiempo le vino como anillo al dedo.
—Bien, te daré la razón.— dijo.—Pero tú me tendrás que dar la razón si te digo que no te podrás marchar.
Por mucho que le digustara la ideas, tuvo que aceptar pasar lo que restaba del día allí, con la condición de estar en habitaciones separadas.
—Bien, mí cuarto está a dos puertas de este.— señaló.—Espero que así te sientas seguro.
Sin decir nada, cerró la puerta en su cara.
Solo fue cuestión de segundos para quedarse dormido. Había vuelto de un largo viaje antes de ir a lo de la bruja, y la última charla que tuvo con Rebecca, fue más una discusión que un diálogo.
•
Pasada la media noche, Hisirdoux despertó agitado, como si una corriente eléctrica recorriera su cuerpo.
Salió de su habitación, y se dirijo a donde dijo Arabella que estaría. Toco a la puerta, y esta se abrió de inmediato. La rubia lo recibió con una jocosa sonrisa, en un camisón que dejaba al descubierto sus fino hombros.
—¿Necesitas algo?— pregunto.
Hisirdoux dio un paso dentro, haciendo que ella retrocediera. Su ceño fruncido era de temer, y la oscuridad en su mirada ámbar aún más. Con rapidez, y delicadeza a la vez, la tomo del cuello, y la puso contra el muro.
Ese rápido movimiento la tomo por sorpresa, y estremeció su ser, haciendo que tomara aire por la imprudencia.
—¿Qué me hiciste?— carraspeo.
—¿Me harás daño?— pregunto sin dejar de sonreír.
Buscando provocarlo aún más. Sabía que no iba hacerle nada, pero de alguna forma quería demostrarle que los dos estaban hecho el uno para el otro.
Sin soltarla, acorto la distancia, y en simultáneo veía su mirada rosa y sus labios carmesí.
—Claro que no.— respondió en un susurró.
Y solo la beso, con una insana necesidad, como si sus labios fueran a calmar la alarmante sed que sentía. Recorrió su cuello, y el largo de sus hombros como si aquello fuera a resolver ese inhumano deseo que nació en el momento que la vio.
Se dejó embriagar por la hilarante calidez de la bruja, y la dulzura de su tacto. Se olvidó hasta del más mínimo detalle que componía su vida minutos antes de tocar su puerta.
No le importo nada, ni lo idiota que después se sentiría, y dejó que el fuego lo consumiera junto a ella.
Despertó en la madrugada, sintiendo como los finos dedos de su amante aún no soltaban su cabello negro.
Ahora la relación que mantenía con ella pasaba de amiga a amante, y solo podía esperar a que se volviera aún más extraña.
—De verdad, no te he hecho nada.— murmuró Arabella.—Viniste por tu cuenta.— añadió.
El mago abandonó su pecho para sentarse, y Arabella hizo lo mismo. Se quedaron quietos, a una corta distancia, en silencio. Aún llovía, y la habitación bajo su temperatura.
—Ni siquiera te he dejado beber vino.
—No te creo.— murmuró.
Tomo su mejilla, y se acercó a ella.
—Dime algo para saber que no me mientes.
—Seria incapaz de usar mí magia contra ti, lo sabes mejor que nadie.— respondió sin dejar de verle a los ojos.—No podría, tampoco me hace falta.
Paso una mano por sus hombros, hasta llegar a la mejilla del mago.
—Por mucho que lo niegue, nuestra destino es encontrarnos y desatar el caos.— murmuró.
Aún sabiendo que seguir a su lado era una locura, y nada de lo que entre ellos surgía era fácil de detener, la beso, rompiendo cualquier distancia que pudo haber.
Sin embargo se detuvo, aquello solo significaba un adiós.
—Se que me amas, y por eso te pido que me dejes.— musitó.
Beso su frente y salió de la cama.
Se podía oír como otra vez la lluvia retomaba la noche. Pero Arabella no se sentía mal por las palabras de su amado mago, aquel objeto de sus más oscuros deseos, todo lo contrario, logro lo que buscaba. Ella no hablaría, pero estaban segura que él si, y pronto volvería a sus brazos.
O al menos eso es lo que ella imaginaba.
•
No recordaba cuando fue que sucedió todo. Pero algunas noches podía ver con claridad, entre sueños, una imagen que se repetía. Ella abría la puerta, y del otro lado estaba Rebecca, viéndola con furia. El color miel de sus ojos eran de un fucsia furioso, al igual que el aura que la rodeaba.
—Eres mala, y de eso nunca te podrás curar.— repetía mientras caminaba a su alrededor.
Pronto la bruja se convirtió en un torbellino que la envolvía y tomaba su aire, haciendo que despierte gritando algún nombre, entre sudor y lágrimas.
Por suerte las últimas noches la pasaba sola, Zoe tenía otros asuntos en algún país distante, y era esa soledad lo que provocaba los extraños sueños. Extrañaba a su amiga, su compañera en algunas noches, pero más extrañaba era dormir tranquila cuando nadie la cobija.
Una idea fugaz, un tanto imprudente, cruzó su mente. No le importaba mucho como la recibirían del otro lado, estaba segura que no causaría más que una mala cara.
Tomo un par de sus pertenencias, dejo una carta para avisarle a Zoe que pronto se volverían a ver, y fue en busca de una mensajera. Con la ayuda de las brujas, que se encargaban de facilitarle la vida a quienes no podían hacer portales, supo donde vivía su antigua amiga.
Era un continente extraño para Arabella, pero con lo ocupado que tenía sus días en un extenso servicio, estaba seguro que se olvidaría que pisó el suelo americano.
Era de mañana el día que llegó, y fue directo a su casa, tras hacer varias paradas preguntado por ella. Una señora, que decía conocerla mucho, le dijo donde estaba.
Llamo a su puerta, y cuando la abrieron no pudo evitar sonreír ¿Cuándo fue la última vez que la vio? No lo recordaba. Quizás en Londres, o algún pueblo con grandes casonas.
—¿Arabella?— dijo con sorpresa.
—¡Margarita!
La rubia de un salto de abrazo a ella, y luego la soltó para entrar a la casa. Hacía eso con todo el mundo, ingresar sin que le dieran permiso.
—¿Qué haces aquí?— pregunto sin dejar de sonar sorprendida.—Digo, me alegro de tu presencia, pero sabes que prefiero que me avisen.
Arabella volteó, y se acercó a ella, demasiado. Tomo sus manos, como queriendo contar un secreto, uno que le avergonzaba decir en voz alta.
—Hice una estupidez, y ahora pago por ello.— murmuró.
—¿Qué hiciste?— preguntó preocupada.
Y antes que pudiera responder, la voz de un niño hizo Arabella se enderezada, y sus ojos dieran un poco sutil brillo color rosa. Volteó para encontrarse con un retoño. Soltó las manos de Peggy y camino con cuidado hasta la criatura que la veía con sorpresa.
—Hola.— le saludo.
Se puso en cuclillas, y se quedó viendo la novedad de grandes y brillantes ojos grises. Cuando esté le sonrió despreocupado, Arabella no pudo evitar chillar de emoción.
De un salto se puso de pie, y comenzó a hacerle ciento de preguntas a la otra bruja, quien no salía de su asombro, o preocupación.
—Margaret, has el desayuno o me lo comeré a besos.— exclamó riendo.—Amiguito tu y yo debemos ponernos al corriente ¿Cómo me dijiste que te llamas?
El niño tomo la mano de la bruja, y comenzó a caminar junto a ella.
—Marius.— respondió con seguridad.
Los dos se puedo al comedor, y Peggy aún en silencio, negó lo que acaba de ver. White salto a su lado, y ambas se vieron.
—Cierto que tú no hablas.— le comento.
—No le hablo a ella, miau.— respondió.—No es nada nuevo por lo que te viene a ver.
Peggy la vio con confusión, necesitaba que alguien la pusiera en contexto.
—¿De que hablas?
—La locura que hizo, ya ha pasado más de cien años de esa vez.— respondió.—Solo que no recuerda que te lo ha dicho.
—¿Tu hablas de la vez en que ella?
White asintió. Todo era cierto. Arabella tenía lapsos donde olvidaba algo y lo volví a repetir. Su mente trabajaba de otra manera, y no soportaba los hechizos mágicos que la ayudaban a limpiarla.
—Pero ella no me ha pedido que, ya sabes, use magia en su cabeza.— dijo Peggy tras pensar en que quizás ya uso de más aquel hechizo sobre su amiga.
White se rió tras el comentario.
—¿De verdad piensas que recurre a ti cada vez que debe olvidarse de algo?— pregunto.—Lo hace por su cuenta y no solo usa magia.
Se hizo un silencio incómodo, ahora Peggy estaba frente a un situación desconocida hasta para su amiga.
—No lo ha hecho en mucho tiempo, con Zoe no hace tantas idioteces.— dijo White.—Sus amigas le hacen bien.
—No creo que eso esté muy bien.— dijo Peggy.
—Lo se, pero es mejor a cuando está por completo sola.— White dio un suspiro de cansancio.—Sabiendo que hay alguien del otro lado, sus días son mejores, y tolera un poco más quedarse sola consigo misma.
Del otro lado se escucho a Arabella llamarlas, y Peggy no evitó sonreír, entendía a lo que se refería.
—Acá siempre serán bienvenidas, no importa el grado de locura.— dijo la bruja, y paso su mano por la cabeza del familiar peludo.
—No te pases brujita.— rió sacando la mano de encima.—Gracias.
★★★
Hola ¿Cómo les va? Espero que bien.
Repito lo de arriba, por las dudas, no busco romantizar nada de nada. No sé cómo decir algo, pero Arabella no siempre estuvo muy cuerda, y sabemos que no fue la bruja más buena.
Lo bueno, es que acá conoció a Marius, o lo conoció antes y no lo recuerda y Peggy le sigue la corriente, no se, ¿Qué dice señora fanfictioner67?
De verdad, pobre Rebecca, en esta historia si es buena, y de verdad gracias al feminismo es que logra perdonar a Arabella. No es joda, es re feminista Becca.
En fin, espero que no les haya gustado, al menos la zona oscura, lo siento, es raro. Pero no me siento mal por haber escrito esto, es algo que debía explorar.
✨Besitos besitos, chau chau✨
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