13- Prt I, Barrotes encantados y otras formas de atrapar una bruj
Inglaterra, 1645
Solo se podía oír el goteo de alguna fuga de agua. La mayor parte del tiempo ese sitio era oscuro y solitario. Nadie le hablaba, ni siquiera para decirle el motivo por el cual estaba presa. Eran muy pocas las personas que pasan por ahí que la veían con lastima y se persiganaban.
A veces pasaba tantos días en soledad que se olvidaba como era el sonido de su voz y su única compañía era la tenue luz natural que pasaba por la pequeña ventana sobre su cabeza.
La regla era muy clara, nadie podía hablar con la prisionera.
No era la creyente mas fiel de todas las brujas, una parte suya sentía que las diosas la habían abandonado, o que de alguna forma la castigaban. En algún punto de las noches frías dentro de la oscura celda, se arrepentía de nunca haberle rendido tributo a ninguna como Circe le pidió años atrás.
Una noche, luego de meses incomunicada, escucho algo. Los sonidos que no fueran el del agua escurrir entre las piedras le daba algo en que creer. Quizás alguien iba por ella.
—Hola.— dijo temblorosa al escuchar unos finos pasos acercarse.
Creyendo que podría ser una criada sonrió con cierta esperanzas de que le trajeran algo que le diera un poco de vida a su espíritu maltrecho.
—Que hermosa es la esperanza que fluye en tu cara.— dijo su visitante.
Esbozaba una sonrisa perversa al ver el rostro de desilusión y temor de la bruja presa. Disfrutaba verla así.
—Solo vengo a decirte que mañana se cumplen seis meses de tu encierro, por si lo deseabas saber.— contó.
Se acercó, y tomó uno de los barrotes de la reja. Se inclinó hacia adelante para demostrar una gran sonrisa, tan espléndida que Arabella sintió envidia de solo verla.
La hechicera libre y protegida, sentia una alegrís por el deplorable estado de quien una vez fue su amiga. Le encantaba verla con su chispa apagaba.
A duras penas, contra todo dolor y cansancio, Arabella se puso de pie. Ayudándose con los gruesos barrotes encantados que bloqueaban su magia. Su cabello pajoso, caía sobre su cara manchada, dejando ver la furiosa pero a la vez cansada mirada marrón que carecía de brillo.
—Te vas a arrepentir de esto, tenlo por hecho.— dijo con voz rasposa y cayó de vuelta al suelo.
"Soy una bruja;
Una gran bruja;
Excelente bruja;
Témeme por lo que me haz hecho.
El perdón, el olvido, no son opción
Yo quiero ser, lo voy a ser, es lo mas deseado."
Cantó despacio, mientras su visita se alejaba enojada por la falta de temor que imponía.
Unos meses antes, Inglaterra.
Cuando llegó al castillo del cuál se mando la carta, Arabella traía consigo aires de juventud. Era una nueva oportunidad para limpiar su nombre, y que quien la viera solo la relacionara con alguna que otra bruja bondadosa.
No traía mucho equipajes. Un bolso de mano con una libreta vieja llena de hojas amarillentas, mas una maletas con un solo vestido de campo, sin armazones ni nada, mas otro para dormir. White iba sobre su hombro como una mantis religiosa, que durmió todo el viaje.
Quien la viera diría que era una joven resplandeciente con excelentes ideales.
Fue bien recibida por tres criadas, con las que camino por la extensa entrada.
Una de las criadas, la mayor de las tres, iba delante como guía, explicándole todo sobre aquel castillo antiguo. Detrás iban las otras dos, una al lado de la otra, la que parecía ser la mas joven llevaba la maleta, y la otra con las manos vacías.
—Creíamos que una bruja con su historial traería un poco mas.— dijo la criada mas grande.
—Quizás un carruaje.— agregó la que llevaba la maleta.
—O un marido.— finalizó la última que iba con las manos vacías.
Arabella, que no se sujetaba a las convenciones de la época, se avergonzó ante lo dicho por las tres criadas.
Gran parte de su fortuna permanecía en alguna lado donde nadie podía meter sus mano. Sus largos años de servicio le dieron la comodidad de siempre tener una cama, sin embargo andaba lo más ligera posible. De nada le servía casarse, o formar grandes lazos sentimentales.
Al llegar a la entrada del castillo fue bien recibida por el rey* del momento. Quien la saludo con un fuerte abrazo, que la tomo desprevenida. Los hombres de poder se limitaban a meros apretones de manos, y miradas de superioridad al que ya estaba acostumbrada.
—Frederic III.— se presentó.—Realmente la creí diferente. Cuando me dijeron una bruja de muchos años, imagine otra cosa.
—Bueno, como bruja tengo mis trucos.— dijo un tanto sonrojada.
—Este te quiere de amante.— le susurro White al oído.—Asi son todos los reyes.— rió al ver lo nerviosa que se había puesto su familiar.
Frederic III la paseo por todo el el castillo hasta el patio de la realeza, para que conociera los alrededores y se amigara con los grandes espacios y la servidumbre.
—Tomate el día de hoy, y ya mañana podrás empezar con esto.— le paso un escrito.
—Una plaga de... ¿Gnomos?— preguntó alzando una ceja.—Espero que me paguen bien por esto, porque son bichos del demonio.— rio.
—Le pagaremos lo que le corresponde y mas de ser necesario mi lady.— dijo con cierta diversión.—Y también podemos armar un cuarto sólo para usted.
—Gracias, me halaga que quiera mi comodidad, pero ya tengo una pequeña cabaña en el bosque.— respondió ante la propuesta, cubriendo su sonrisa con la mano libre.
Hizo una reverencia ante el rey, y se marcho, dejándolo boquiabierto.
Cada día que pasaba iba y venia de la aldea controlada por la mano de Frederic III al castillo. No siempre se quedaba mas tiempo del deseado, puesto que disfrutaba resguardarse en bosque, donde nadie la moleste, escribiéndole a Hisirdoux en secreto o transcribiendo sus idea a su libreta vieja. Tampoco le quería dar la razón a su familiar, y mantener la distancia para que no haya conflictos con sentimientos no deseados.
Ser alguien mas del castillo era la clase de lujos que quería evitar. Según ella ya tuvo su momento para estar dentro de la realeza.
Sin embargo, luego de su último servicio la lluvia cayo con violencia sobre su cabeza, impidiéndole salir del castillo.
—La magia de la naturaleza es mí favorita, luego de la suya.— dijo Frederic III tomando por sorpresa a Arabella que veía como el agua caía sin piedad sobre la tierra.—Creo yo, no soy experto, que no se podrá marchar hoy.
Arabella sonrió ante el sutil cortejo de Frederic.
—Me temo que no.— dijo sin verle.—No voy hacer que me ruegue para que me quede.— voltio a verlo, sin intentar ocultar su sonrisa.—Asi que su majestad ¿Donde dormiré esta noche?
—Muy bien, pero debe cubrirse lo ojos, quiero que sea una sorpresa, después de todo se lo merece.
Accedió divertida, un poco de atención no se le negaba a nadie, menos si hace muchos años nadie se la brindaba. Sin embargo ella seguía negando lo que White le comento semanas atrás, puesto que Arabella no estaba interesada en conocer a nadie nuevo.
Frederic III le cubrió los ojos con un pañuelo blanco, y la guió por los largos pasillos del castillo, indicándole con su voz por donde debía ir, o si había un escalón cada tanto. El lugar se había cubierto con las risas de ambos.
Todos ahí parecían disfrutar junto a su joven alteza. Solo a una persona le disgustaba eso, su mano derecha del rey. No le gustaba para nada que todos ahí confiaran en una bruja con el historial con el que ella cargaba. Por lo cual actuaba a sus espaldas.
—Todos son unos ciegos, ella los encanto con su aroma a flores y vestidos rosas.— exclamó, mientras caminaba de una punta a otra.—Pero tu no eres como ella.— dijo un poco mas tranquillo.
Se acercó a su espectadora, y le sonrió.
—¿Cómo sabes que no soy como ella? Podría traicionarte sin que lo notes.— le cuestionó aquella mujer.
—Porque puedo ver en tus ojos que tampoco la quieres, Desdemona Pávlov.— le respondió con cierta suavidad, de repente la tomo con fuerza por el mentón.—Pero si me entero que conspiras contra mi acabaré contigo fácilmente.
Desdemona frunció el ceño, y su mirada azul templada brillo ante el brusco movimiento.
—Puedes confiar en mí, ahora suéltame, desagradable idiota.— gruño zafándose del agarre.—Solo démosle una semana mas para que se instale.
Se levanto, acomodo la falda de su vestido, y camino hasta la puerta.
—Ya haremos que el rey vea a quien contrato.— dijo y se marchó.
•
Mientras tanto, Arabella con los ojos cubiertos, y Frederic III mas risueño que nunca, luego de una larga vuelta por los salones del castillo, llegaron a la puerta de un cuarto, era blanca y estaba recién pintada.
La rubia no podía dejar sonreír nerviosa. La visión era el mejor de sus sentidos y estar con los ojos cubiertos por tanto tiempo no era la mejor de todas las actividades. Con atención escucho la puerta abrirse, y ella solo avanzo, para que luego el rey le quitara la venda de los ojos cafés.
—Esto es asombroso.— dijo impactada por tamaño de aquella habitación.—¿Todo esto es para mi?
Era amplia e iluminada, aún más que su cabaña en el bosque. Los muros iban pintados en claros tonos de rosa, al igual que su cama. Los muebles estaba decorados con algunas muñecas con grandes y pomposos vestidos, y las ventanas cubiertas con largas y finas cortinas.
Era el cuarto de una princesa.
—Así es, para que dejes de caminar a solar por el bosque.— le respondió acercándose a ella por la espalda.—Me haría feliz saber que dormimos bajo el mismo techo.
Arabella traía consigo cierto aire de inocencia, a pesar de la negación en la que se encontraba, odiaba tener que darle la razón a White, el rey definitivamente estaba yendo mas allá de una amistad.
Tomándola desprevenida, Frederic III quiso besarla, sin siquiera haya dado una señal de que también quería. Fue tal la sorpresa que lo durmió con un simple hechizo de sueño cuando el espacio entre ambos fue los suficientemente reducido.
Las conjeturas de la gata eran ciertas, el rey también la quería como una amante.
—¿Qué hice?— se pregunto al verlo dormido en el suelo.
—Bueno creo que es muy obvio.— dijo la gata riendo al ver al rey desmayado.—Si te da un cuarto en castillo es por que quiere que sean amantes oficiales, esta escrito en todos lados.
—Bueno, no leo mucho romance, ya déjalo White.— le reprocho al verla tocar el rostro de Frederic III con sus patas peludas.—Ayúdame a ponerlo en la cama.
Con mucho esfuerzo movieron el somnoliento cuerpo, para acostarlo en la acolchonada cama rosada, mas grande que cualquier otra cama en la que durmió antes.
El efecto del sueño solo duro unos treinta minutos. Cuando el hombre abrió los ojos, se encontró con Arabella a su lado leyendo un libro.
—Por todos los santos ¿Esta usted bien?— le pregunto fingiendo preocupación a la vez sorpresa por el "desmayo"
—¿Qué fue lo que ocurrió?— pregunto tomándose la frente.—¿Me desmaye?
Ella le explico su versión de los hechos. Le sugirió que tomara algo para ese tipo de desmayos, y que duerma mucho. Él le creyó sin dudar de nada de lo que decía, se despidió de ella con un beso en el dorso de la mano.
—Que descanse, Arabella.— dijo sonriente antes de marcharse.
Arabella durmió esa noche deseando que no vuelva a ocurrir lo de esa tarde. Tener que denegar las propuestas románticas de un hombre de poder no era lo mejor que una bruja como ella podía hacer.
En la semana siguiente, Hisirdoux llego al castillo, como dictaban las cartas que pasaría, era solo una visita rápida. Arabella lo recibió saltando a sus brazos, y sin dudarlo dos segundo se besaron por el tiempo que no se vieron.
—Oh, mi noble caballero hechicero.— dijo Arabella mientras se recargaba sobre el brazo de Hisirdoux que la sostenía de la cintura.—Hay que apurarnos a hacer todo lo que esta a nuestro alcance, no hay mucho tiempo.
Jalo de su brazo, haciendo que caminara tan rápido como ella.
—Hagamos que cada segundo valga, dama de cabellera color sol.— le siguió el juego mientras iba detrás de ella.
Como si fueran dos jóvenes amantes, se escabulleron al cuarto de la bruja en el castillo.
El rey que lo vio llegar no le gustaba ver a su "amada" con otro hombre, menos que este lograda hacer sonreír con mas rapidez de lo que él lo logró.
Pronto lo que vio se transformó en un escándalo en su corazón y mente.
Guiado por unos celos irracionales, fue hasta el cuarto, y la llamo tocando la puerta con suavidad, escuchándose una que otra maldición del otro lado.
—Lamento la interrupción.— dijo este cuando Arabella abrió, un tanto nerviosa y algo agitada.—Pero surgió un servicio, y me gustaría que fueras a resolverlo, por favor.
—¿En mi día libre? Claro, puedo hacer una excepción.— resoplo un poco indignada.
Arabella cerro la puerta, y se recostó sobre esta, un tanto frustrada por el nuevo acontecimiento.
—Odio cuando White tiene razón y los hombres creen que pueden hacer cualquier cosa con mi tiempo.— se quejo mientras cubría su rostro con sus manos.
Hisirdoux se acerco a ella, tomándola por la cintura, viendola con cierta angustia.
—Este trabajo te consume, deberías dejarlo.— le aconsejo, llevándose una mirada un tanto rabiosa por parte de la aconsejada.—Igual no te preocupes, tu me escribes y yo vuelvo por ti, puedo ser tu príncipe azul una vez.—
Le beso en la frente para luego ver todo a su alrededor, algo le causo escalofríos.
—Este lugar me da mala vibra.— pensó en voz alta.
—Para mi esta bien ¿Desde cuando te guías por las vibras?— pregunto en torno burlón, abrazandolo por los hombros para verlo mas de cerca.—No me voy a quedar mucho tiempo, quizas un mes mas, por ahora esta bien este lugar, señor asustadizo.
Se despidieron, con la promesa de verse o escribirse. Él se fue, y ella salió a cumplir con un nuevo servicio.
Hisirdoux no era alguien que se guiará por los malos presentimientos, pero cuando se trataba de Arabella, era algo para preocuparse. Sin embargo decidió confiar en la voz que rondaba en su cabeza, hacerle caso a la bruja en no preocuparse.
Llego esa misma noche, bastante cansada. En la entrada del cuarto había un sobre muy grande.
"Para mi querida Arabella." Rezaba una nota.
Lo llevo dentro, y con mucho entusiasmo rompió el envoltorio. Para su agrado era una pintura de ella misma, nunca le habían hecho un presente tan llamativo como ese.
Lo coloco sobre la chimenea, donde cualquiera que pudiera entrar viera esa pieza de arte. Sin comer, con mucho sueño, tras quitarse el collar, se metió en la gran cama, y White se acostó a sus pie. En minutos ambas se durmieron muy profundo, llenas de calma y paz.
Pero aquella sensación duro muy poco.
La guardia del rey entro a la habitación, golpeando con gran fuerza la puerta, haciendo que Arabella saltara del susto en la cama. No le dieron tiempo a decir nada, que dos hombre la inmovilizaron, mientras que otro le ponía un especie de bozal que no le dejaba decir ninguna palabra.
Sus mirada tembló al sentir que alguien se acercaba. Alguien que cargaba con magia terrible y conocida.
Con toda su gloria, por la puerta, entro Desdemona, con una gran sonrisa victoriosa en su cara.
—Buenas noche Arabella.— la saludo.— Tanto tiempo sin vernos.
En ese momento, con solo ver esa perversa sonrisa, la bruja supo que nada bueno saldría de eso.
★★★
Muy buenas a ti, que lees esto ¿Cómo estas? Espero que bien.
Me disculpó por este capítulo, tan, tan agridulce, mas agrió que dulce.
Creo que el sábado subo la 2da parte.
Besitos, besitos, chau, chau.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro