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CAPÍTULO 32: Coraza y compuertas

—Me siento algo mareada —comentó Brida en cuanto regresó junto a Ervin tras el incómodo baile con el rey—, ¿podemos salir fuera?

El príncipe asintió y tras excusarse ante su hermano y la esposa de este, tomó a Brida de la mano y juntos cruzaron el gran salón bajo la atenta mirada de los invitados.

Por fortuna, nadie les siguió.

En el exterior ya había oscurecido y unas pocas y dispersas estrellas iluminaban el firmamento acompañando a la decreciente luna. La música del baile era un eco lejano apenas perceptible y el agradable aroma de la tierra húmeda y las flores le transmitió a Brida una placentera sensación de paz y tranquilidad.

Ervin había estado muy distante en el recorrido hasta el jardín y ella también se había mostrado poco dispuesta a conversar mientras se encontrasen atrapados entre los muros de palacio.

Sin embargo allí, con el frío de la noche acariciando su piel desnuda y sin más compañía que la del príncipe, Brida al fin se sintió capaz de hablar.

—Lamento haberte sacado de la fiesta —comenzó la doncella, acercándose de nuevo al joven del que se había alejado al necesitar sentirse sumergida por completo en la inmensidad de la noche—, pero no aguantaba más. Era capaz de tolerar las miradas y los murmullos mientras estaba a tu lado, pero he llegado a mi límite al verme obligada a danzar con Juler. Sé que es tu hermano pero me incomoda su cercanía.

—No parecías incómoda en la pista de baile —murmuró Ervin en un tono de voz mezcla de resentimiento y esperanza.

—Del mismo modo que tú no te has podido negar a la propuesta de tu hermano, tampoco he podido hacerlo yo —sentenció la joven, acercándose más al príncipe buscando su calidez. Su vestido era demasiado fino para el frío que hacía—. Ambos sabemos que, de haber podido, le hubieras dicho a Juler que no querías que bailara conmigo. Y no me mires con esa cara de asombro, pues resultaba evidente que no te hacía ninguna gracia que tu hermano se acerca a mí. ¿A qué le tienes miedo, Ervin?

Brida sabía que difícilmente se le volvería a presentar una oportunidad como aquella para descubrir a qué se debía el resentimiento que había percibido que el príncipe sentía hacia su hermano. Cuanto más tiempo pasaba al lado de ambos, más convencida estaba de que entre ambos había varias heridas abiertas que, si bien habían intentado curar, no habían llegado a cicatrizar. Y la muchacha tenía la esperanza de poder hacer que Ervin se pusiera de si lado en la lucha contra el monarca si era capaz de reabrir alguna de ellas.

Tal vez aquello fuera una medida desesperada de una joven que en su fuero interno únicamente deseaba no tener que dañar a aquel muchacho al que había ido cogiendo un gran aprecio, pero estaba dispuesta a agotar todas las posibilidades antes de tomar la drástica decisión de acabar con la vida de Ervin.

Si había una posibilidad, por nimia que esta fuera, iba a aferrarse a ella. Aunque debía tener mucho cuidado de no cometer ningún error, pues sabía que cualquier tropiezo significaría perder su propia vida.

—Juler siempre lo ha tenido todo —comenzó el príncipe. Brida tiritaba a su lado, así que la acercó más a él y la estrechó entre sus brazos—. Él se quedó con el amor de nuestros padres, con el cariño de nuestro hermano y con el corazón del pueblo. Me arrebató a mis amigos. Se apoderó de mis maestres y me alejó de mis conquistas. Para él, esto no era más que un juego. Él era el heredero y no se cansaba de demostrar que, si quería, podía arrebatarme todo cuanto poseía. Tampoco le era muy difícil, de todos modos, pues todos le preferían a él.

Sin darse cuenta de ello la presión con la que Ervin mantenía a Brida aferrada a su cuerpo, fue incrementando; pero ella no rechistó. Le había costado demasiado conseguir que el príncipe se mostrara dispuesto a sacar todo el rencor que albergaba en su interior y no osaba interrumpirle, pues temía que de hacerlo Ervin volviera a encerrarse en aquella coraza que había construido para protegerse.

—Cansado de sufrir tantas pérdidas —continuó el hombre—, llegó un punto en el que me aislé de todo y de todos, pues si no poseía nada, si no me importaba nadie, no había nada que Juler me pudiera arrebatar. Y así estuve viviendo todos estos años, hasta aquella noche en la que te encontré desangrándote en mitad del pasillo. Cuando te salvé la vida no podía llegar a imaginar que me lo pagarías salvándome la mía, pues fue tu luz la que me sacó del pozo de oscuridad en el que había permanecido oculto. Y cuando esta noche Juler te ha pedido salir a bailar, me he convertido de nuevo en aquel niño que se escondía mientras su hermano acababa con todo cuanto poseía. No podía permitir que te alejara de mí y te apartara de mi lado, pero no he sido capaz de reunir el coraje suficiente para enfrentarme a él. Temía perderte, pero tampoco he hecho nada por evitarlo.

El joven aflojó un poco su agarre y aquello permitió a Brida separarse de él lo suficiente como para poder mirarle. Enjugó una lágrima rebelde que se escurría de uno de los ojos del joven y a continuación, tras ponerse de puntillas para salvar la distancia que les separaba, posó un casto beso en sus labios.

No fue más que un leve roce repleto de inseguridad al que Ervin, incrédulo, no fue capaz de responder.

—Para mí tu hermano jamás podría ocupar tu puesto —susurró la doncella, avergonzada. Aquel había sido su primer beso y no sabía cómo reaccionar ante el rechazo—. A mis ojos Juler no es más que un monstruo incapaz de ganarse ni un insignificante pedazo de mi corazón. No le tengo al rey ninguna estima ni siento por él aprecio alguno. Y por mucho que me pese, pues me prometí mantenerme alejada de la realeza, no puedo decir lo mismo de ti.

Ante aquellas palabras Ervin al fin reaccionó. Posó su mirada, hasta entonces perdida, en la de Brida y tras regalarle a la muchacha una breve sonrisa, unió sus labios. Un contacto que no tardó en profundizarse y con el que se dijeron mucho más de lo que hubieran sido capaces de contarse con meras palabras.

Aquel sí que fue el primer beso que Brida siempre se había imaginado y del que tantas veces le habían hablado. Un simple gesto que removió todo en su interior y que derribó las compuertas tras las que permanecían encerrados aquellos sentimientos que hasta entonces se había negado a aceptar.

¿De verdad había sido tan estúpida como para cometer el gran error de enamorarse de su enemigo?

Ervin rompió el contacto antes de que fuera demasiado tarde para ponerle fin.

—Por mucho que me pese tener que decir esto, deberíamos regresar —susurró el príncipe junto al oído de la muchacha con un tono que dejaba claro que aquello no le hacía especial ilusión—. Te acabarás helando si nos quedamos aquí mucho rato más. Y aunque no hay nada que desee más en este momento que permanecer a tu lado, a solas, estoy convencido de que no tardarán en venir a buscarnos.

Brida asintió. Ervin llevaba razón y aunque a ella tampoco le apetecía tener que regresar, después de aquel acercamiento entre ambos se sentía capaz de soportar durante lo que restaba de ceremonia.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó la doncella, queriendo poner las cosas en orden antes de que aquel breve instante de calma llegara a su fin, pues sabía que en la corte momentos como ese eran escaso— ¿A dónde nos llevará todo esto?

—No lo sé —admitió Evin—, pero ahora mismo no me importa. Sólo intento ser feliz. ¿Qué te parece si lo intentamos juntos?

Un último beso le puso fin a aquel encuentro. Después, la pareja se dispuso a volver al gran salón en el que la fiesta transcurría a pesar de su ausencia.

De nuevo en el gran salón, la pareja se disponía a regresar a la mesa en la que todavía estaban Juler y Jimena cuando alguien les instó a detenerse.

—¡Brianna! —exclamó Clotilde. Un muchacho, apuesto aunque de cara aniñada, la acompañaba.

—¿Este es el joven del que no me habías hablado? —inquirió Brida tras llegar junto a su amiga. Ervin se había quedado algo rezagado saludando a un viejo conocido.

—Soy Sylvad —se presentó el muchacho—, Clotilde me ha hablado mucho de ti. Es un placer poder conocerte al fin.

Tras las presentaciones iniciales Brida se permitió analizar a aquel joven al que acababa de conocer. A juzgar por su aspecto apenas habrían pasado un par de años desde que rebasara la edad adulta, pues sus facciones así lo evidenciaban. Sin embargo, parecía bastante maduro para su edad y Brida no pudo evitar pensar que mostraba la templanza necesaria para equilibrar el nervio y la espontaneidad de su amiga. No sabía si su relación llegaría a buen puerto, pero a priori le parecía que hacían una bonita pareja.

—Tú tampoco me habías dicho que te ibas a presentar al baile del brazo del heredero al trono —se defendió Clotilde—. Ahora entiendo por qué no me quisiste decir quién era él cuando me pediste que te enseñara algunas nociones básicas de baile.

—¿Le pediste a tu amiga que te enseñara a bailar? —preguntó Ervin al unírseles.

Clotilde se sonrojó al percatarse de que el príncipe había oído sus últimas palabras.

—Es un verdadero honor tener la oportunidad de entablar conversación con usted, mi príncipe —comenzó la doncella con voz atropellada y claramente nerviosa. No le dio a su amiga la oportunidad de responder.

—Preferiría que me llamarais por mi nombre si no es mucha molestia —intervino Ervin, acompañando sus palabras de una sonrisa con la que esperaba poder calmar los nervios de la muchacha—. Y ahora, si me lo permitís, me gustaría poner en práctica las clases de baile que ha recibido Brianna.

Ervin posó su mano en la espalda de Brida, a la altura de la cintura, y tras despedirse de Sylvad y Clotilde la sacó a la pista de baile a pesar de sus quejas.

—¿No te he pisado antes suficientes veces que quieres todavía más? —preguntó la doncella instantes antes de que los músicos dieran comienzo a la nueva pieza.

Ervin sonrió.

—No te vas a librar, Brianna —fue su respuesta—. Si necesitabas clases, sólo tenías que pedírmelas. Voy a enseñarte a bailar.

—¿Aquí frente a todos? —respondió Brida, asustada.

Ervin no respondió, pues la música dio comienzo y se dedicó a darle instrucciones a la muchacha, marcándole cómo debía moverse. Y aunque a Brida le costó seguirle el ritmo, al final fue capaz de dejarse llevar y disfrutar del momento gracias a la seguridad y a la calma que el príncipe le transmitía.

—No lo has hecho tan mal —susurró este a su oído en cuanto la pieza concluyó. Y tras dedicarse el saludo de rigor, se alejaron de la pista de baile y se dirigieron allí donde habían dejado a los amigos de Brida.

En los minutos que había durado el baile, Azahar y Paulo se habían unido a la otra pareja.

—Tienes suerte de que al príncipe se le dé tan bien bailar —saludó Paulo en cuanto llegaron a su lado—, pues tú eres un absoluto desastre.

—No es justo, él lleva preparándose toda su vida para esto —refunfuñó la afectada—. Este apenas es mi primer baile.

De esta manera transcurrieron el resto de las horas. Con las tres parejas conversando animadamente, con los sentidos ligeramente aturdidos por el alcohol y saliendo a bailar sin importarles las miradas curiosas.

Brida compartió con Ervin varios bailes más y cuando acabó de perder del todo la vergüenza, gracias a la bebida y a la euforia síntoma de la placentera sensación de felicidad, le concedió a Paulo algún baile, e incluso se animó a compartir uno con Sylvad.

Por su parte, el príncipe también tuvo la osadía de pedirle un baile a las dos amigas de la muchacha. Y tras contar con la aprobación tanto de las jóvenes como de sus parejas, las sacó a la pista sin importarle qué pudieran pensar los invitados al verle mezclado con personas de un rango tan inferior al suyo.

Cuando las tres parejas se dispusieron a irse, el salón se había vaciado considerablemente. El rey y la reina se habían retirado hacía ya varias horas alegando que la monarca precisaba descansar debido a su embarazo y ante su ausencia, se retiraron también la gran mayoría de los invitados.

—No pasaré la noche en nuestra habitación —informó Clotilde tras tomar a Brida de la mano y apartarla del resto, quedando las dos a solas—. Voy a irme con Sylvad.

—¿Estás segura de ello?

La doncella asintió. Entendía que su amiga se preocupara por ella, pero no albergaba dudas sobre su decisión.

—No vamos a hacer nada —añadió—, me lo ha prometido. Sylvad tiene intención de pedir mi mano en matrimonio pero debe esperar a que yo cumpla los dieciséis, pues hasta entonces no seré considerada una mujer. Sólo vamos a dormir, pues ambos queremos esperar a estar casados.

Un abrazo le puso fin a aquella conversación. Después, regresaron junto a los demás y tras despedirse cada pareja puso rumbo a su hogar.

Ervin decidió acompañar a Brida hasta su alcoba.

—Me agradan tus amigos —sentenció el príncipe, extrañándose a si mismo por ello—, hacía tiempo que no me sentía tan bien. Me alegra que estés rodeada de gente que te tiene en tan alta estima, Brianna.

—Y a mí me alegra que te lleves bien con ellos —se sinceró la muchacha—. Para mí son muy importantes y no me agradaría tener que mantener separadas a las personas que me importan.

—¿Eso significa que para ti yo también soy importante?

Habían llegado ya frente a la alcoba de la muchacha y se habían detenido, quedando frente a frente y contemplándose fijamente el uno al otro.

—Más de lo que me atrevería a admitir —afirmó la doncella.

Y aprovechando que estaban a solas en mitad de aquel pasillo desierto, Ervin la besó. Un contacto que empezó siendo dulce, pero que poco a poco fue adquiriendo tintes de desesperación y de deseo.

Cuando se separaron, sus respiraciones estaban aceleradas. Ervin deseaba tomar a la muchacha entre sus brazos, llevarla hasta su cama y despojarla de aquel hermoso vestido que él mismo le había regalado. Quería poder contemplar los perfectos trazos de su cuerpo, sin embargo no hizo nada de aquello.

Se limitó a besarla de nuevo y en cuanto aquel placentero contacto que le supo a tan poco llegó a su fin, se separó de ella y dijo:

—Jamás voy a olvidar esta noche. Dulces sueños, Brianna.

—Que descanses —se despidió ella. Y dicho aquello, entró a su alcoba y cerró la puerta tras de sí.

Todavía podía oír el retumbar de las pisadas del príncipe alejándose cuando, tras tumbarse en su cama, susurró: yo tampoco voy a olvidarla.

Su mente era un auténtico caos. Aquella noche había desbaratado todos sus planes y debía reordenar sus ideas.

Tenía mucho en lo que pensar pero estaba demasiado cansada para ello.

Se despojó de su vestido, se puso su ropa de cama y no tardó en quedarse dormida.

Lamento no haber actualizado el viernes, me fue imposible. Espero que la espera haya merecido la pena con este capítulo ♡

Para compensar, esta semana habrá una actualización extra el miércoles.

¡Estoy deseando leer vuestras impresiones!

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