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CAPÍTULO 31: El baile

Aquella sería la primera vez que Brida asistiera a un baile y no podía evitar estar nerviosa.

La noche anterior había acudido a Clotilde en busca de sus consejos, y aunque no le había podido confesar quién iba a ser su pareja, su amiga enseguida se mostró dispuesta a ayudarla. La muchacha tenía una paciencia infinita y no le había importada quedarse despierta hasta tarde enseñándole a Brida los pasos básicos para que pudiera sobrevivir al evento sin hacer demasiado el ridículo.

Fue en aquel rato cuando Brida se enteró de que su amiga también iba a asistir al baile acompañada de un muchacho que había conocido en la boda de Azahar.

Clotilde había quedado con su pareja de buena mañana para ver una obra de teatro y comer juntos y así hacer tiempo hasta que llegara la hora del baile, de manera que Brida se había quedado sola en su habitación. Repasando los movimientos que su compañera le había enseñado y repitiéndose una y otra vez que todo iba a salir bien.

Comenzaba a plantearse la posibilidad de huir y desaparecer cuando alguien llamó a la puerta de su alcoba. Cuando abrió, se encontró con un sirviente al otro lado.

—Le traigo un paquete del príncipe Ervin, mi señora —saludó el muchacho quien, a juzgar por su aspecto, debería tener no más de nueve años. Cargaba con una gran bolsa entre sus brazos y suponiendo que habría recibido instrucciones claras de dejarla en sus aposentos, Brida se apartó y le dejó pasar.

El muchacho se fue tras soltar el presente sobre la cama de la doncella.

Brida enseguida se dispuso a desenvolverlo, pues era tal la curiosidad que sentía por ver aquello que Erivn quería darle que no veía la necesidad de esperar.

De quedó anonadada ante la belleza del vestido con el que se encontró, y no pudo evitar hacer comparaciones. En nada se parecía al que le diera Juler en el pasado para su labor como copera de la reina. Este era discreto sin dejar de ser elegante, Ervin había sabido escoger las telas y los colores adecuados para resaltar su figura sin que hubiera necesidad de atraer las miradas con un escote desmesurado.

Una tarjeta le acompañaba.

Te prometí que me encargaría de solucionar el problema de tu nula capacidad para el baile. Sé que no necesitas elegantes ropas, pues de por sí ya eres hermosa, pero estoy convencido de que este vestido resaltará tu belleza. Así nadie se fijará en tus torpes movimientos.

Vendré a por ti esta noche,

Ervin.

Se notaba que el príncipe había recibido una gran formación, pues el mensaje estaba escrito con una caligrafía casi perfecta.

Una sonrisa iluminaba el rostro de Brida cuando acabó de leer aquellas palabras. Y aunque sabía que aquello que comenzaba a sentir era un gran error, ya era demasiado tarde para frenarlo.

Brida aguardaba sentada en su cama. Incapaz de contener los nervios, había comenzado a prepararse tan temprano que llevaba ya cerca de una hora vestida, peinada y enjoyada sin nada que hacer más que esperar.

Le hubiera gustado poder sumergirse en la lectura de algún libro, pero se había terminado a aquel que había tomado prestado de la biblioteca del castillo y vestida como iba no podía ir a por otro. No estaba dispuesta a que Ervin la viera antes de la hora, y de todos modos tampoco podía subir y bajar por las escaleras de las estanterías de la biblioteca sin temer estropear el vestido.

Así pues, esperó pacientemente encerrada en su alcoba, removiéndose inquieta y toqueteando la hermosa pulsera de oro que decoraba su muñeca. Aquella que antaño perteneciera a la reina Abigail.

Sabía que era muy arriesgado pasearse por la corte con una de las joyas de la antigua monarca, pues existía la posibilidad de que alguien reparase en ella y la identificara, pero decidió jugársela. Podía ser un buen nexo con aquellos que todavía le fueran fieles a sus padres, de modo que igual que podía cerrarle muchas puertas, también podía abrirle otras tantas.

Dolma le había entregado aquel objeto cuando le contó quienes eran sus verdaderos padres y la muchacha no se había separado de ella desde entonces. Aquel era el único vínculo que le quedaba con su antigua vida y en aquellos momentos necesitaba aferrarse a él para sentirse segura.

Estaba a punto de asistir a un baile acompañada del príncipe heredero. Iba a convertirse en el centro de todas las miradas.

El peso de aquella joya le recordaba que ella había nacido para eso: ostentosos bailes, grandes festejos y conversaciones vacías con importantes miembros de la sociedad del reino. Si no la hubieran separado de su auténtica familia, todo aquello formaría parte de su rutina habitual.

Volvió en sí al oír cómo llamaban a la puerta.

—Estás preciosa —saludó Ervin en cuanto la doncella le dio acceso a su alcoba. Y aunque el príncipe no se molestó en disimular al contemplar el cuerpo de la muchacha, a ella aquello no le incomodó. La mirada de Ervin más que lujuria transmitía una profunda admiración.

Brida quiso responder, pero no le salieron las palabras. Estaba absorta contemplando al hombre que iba a ser su acompañante aquella noche.

Ervin no se caracterizaba por su belleza. Sus facciones, mediocres, le hacían pasar desapercibido; especialmente cuando estaba junto a su hermano. Y el que usara ropas discretas que mucho distaban de las ostentosas galas con las que solían vestir los miembros de la realeza, no hacía sino más que favorecer el hecho de que pocos reparasen en él. Sin embargo, en aquella ocasión a Brida le pareció que nada tenía que envidiarle el muchacho a su hermano Juler. Con su largo pelo peinado hacia tras y las elegantes ropas color burdeos que había elegido para la ocasión, Ervin estaba imponente Su rostro poco agraciado pasaba desapercibido entre su elegante porte y la gran seguridad que transmitía en sus movimientos.

Tras el asombro inicial, Brida fue capaz de regresar en sí.

—Es difícil no estarlo con tan hermoso vestido. No esperaba que tuvieras tan buen gusto.

—Si te soy sincero, la reina Jimena me ayudó —aceptó él, ligeramente avergonzado—. Sabía que tenía intención de pedirte que fueras mi pareja en el baile, e incluso antes de que aceptaras ya había dado orden a uno de sus sastres de que se pusiera a trabajar en un vestido para ti. Yo únicamente elegí la tela.

—Así pues, cuando me pediste que te acompañara, ¿ya sabías que Jimena iba a concederme el día libre?

Ervin no contestó pero su silencio fue para Brida respuesta más que suficiente.

La doncella sonrió y tomó el brazo que su acompañante le tendía. Hacía ya varios minutos que el baile había dado comienzo y había llegado ya el momento de que el príncipe heredero hiciera acto de presencia. Siguiendo aquello que el protocolo dictaba, Ervin y su pareja debían llegar algo más tarde que el resto de los invitados. Minutos después, lo harían los reyes.

—¿Estás nerviosa? —preguntó él en cuanto llegaron frente a las puertas del salón. Acariciaba con dulzura la mano con la que Brida se aferraba firmemente a su brazo.

—Te mentiría si te dijera que no —respondió. Y aunque parte de ella estaba deseando salir corriendo y ocultarse hasta que la ceremonia concluyera, fue capaz de mantener la compostura.

—Tú sólo mírame a mí —añadió el hombre, tomándola del mentón instándola así a que le mirase fijamente a los ojos—. Olvídate de todos los demás.

Un par de sirvientes abrieron las puertas en cuanto el príncipe dio la orden y la música entremezclada con las múltiples conversaciones enseguida se hizo audible.

El olor de la estancia aturdió los sentidos de la joven, aunque no tardó en acostumbrarse a aquel peculiar aroma resultado de la mezcla de los perfumes, el sudor y el humo de las velas.

Las desordenadas conversaciones se apagaron en cuanto la pareja hizo acto de presencia y aunque la música no cesó, a Brida no se le pasaron por alto los cuchicheos de todos los invitados. Se esforzaban en disimular para no parecer descorteses, pero resultaba evidente a ojos de cualquiera que todos hablaban de ellos.

—¿Bailamos? —preguntó Ervin, ocupando el campo de visión de la muchacha para que así se olvidara de los demás —Démosles lo que quieren y así nos dejarán en paz. Hagamos tiempo hasta que llegue mi hermano. En cuanto el rey y la reina aparezcan, se olvidarán de nosotros.

Brida asintió y manteniendo la cabeza bien alta, se acercó a Ervin para que este la tomara de la cintura. Después, simplemente, se dejó llevar.

Sus pies se movían con gran torpeza, pero aquello no pareció molestar al príncipe quien en ningún momento se quejó de los pisotones de la joven. Se limitó a acercarla más a él y haciendo gala de su gran destreza, la dirigió de tal manera que a ojos de los invitados parecían uno solo en mitad de la gran pista de baile que habían dejado vacía para verlos danzar.

En cuanto la pieza llegó a su fin la pareja se detuvo y tras romper el contacto que les mantenía unidos, se dedicaron el uno al otro una escueta reverencia.

Tomándose nuevamente de la mano le regalaron al público un saludo que fue respondido con una gran ovación y en cuanto los vítores y los aplausos se fueron silenciando al verse opacados por la nueva melodía que los músicos habían comenzado a entonar, la pareja se retiró a la mesa que habían dispuesto para que la familia real pudiera descansar cuando no se encontraran en la pista de baile o conversando con los invitados.

—No ha sido tan grave, ¿verdad? —inquirió el príncipe tras tenderle a la muchacha una copa de vino. A pesar de que seguían siendo muchas las miradas que se mantenían fijas en ellos, parecía que parte del público había perdido el interés tras verlos bailar y aquello permitió a Brida sentirse ligeramente más aliviada.

La doncella tomó la bebida que él le ofrecía.

—Me atrevería incluso a decir que me ha gustado.

—¿Qué es lo que te ha gustado? ¿Qué todas las mujeres te estuvieran mirando presas de la envidia?

—Iba a decir que me ha gustado bailar contigo —se sinceró la muchacha. Y queriendo seguirle el juego al príncipe, añadió: —, pero supongo que parte de mí también ha disfrutado al sentir sus celos. Es normal, si yo fuera ellas también desearía ser tan hermosa como yo lo soy.

—Yo lo decía más bien por el hecho de que te has presentado acompañada del heredero de la corona —continuó Ervin—, pero está bien. Acepto también tu punto de vista.

No hubo ocasión de seguir bromeando, pues justo en aquel momento entraron en el gran salón el rey Juler y su esposa, la reina Jimena.

Y si Brida había pensado que Evin estaba deslumbrante, se quedó sin palabras al ver a Juler. El odio que sentía por él era tal que anulaba cualquier posibilidad de llegar a sentir por el monarca una mínima mota de aprecio, pero aquello no le impedía reconocer que el rey era muy atractivo.

Sus gráciles movimientos acompañados de la finura de los de su esposa Jimena en mitad de la pista de baile, les dejaron a todos embelesados. Ambos monarcas eran conscientes de la admiración que despertaban en sus vasallos y sin lugar a dudas sabían cómo sacarle provecho.

—Lamento que te haya tocado el hermano feo —comentó Ervin, medio en broma medio en serio, en cuanto los reyes pusieron fin a su actuación en la posta de baile y los aplausos acallaron todos los murmullos.

—Juler puede ser atractivo, pero es también una persona horrible. Prefiero al hermano de corazón noble —replicó Brida antes de que los monarcas llegaran hasta ellos.

Ervin y Brida se levantaron en cuanto el matrimonio real llegó a la mesa y les dedicaron el saludo que su posición dictaba. Después, ocuparon de nuevo sus puestos y se dispusieron a disfrutar de la velada.

—Es un hermoso vestido el que llevas, Brianna —comentó la reina rompiendo el incómodo silencio que se había hecho dueño y señor de la mesa.

—Muchas gracias, majestad —replicó la muchacha, leyendo en la media sonrisa de la monarca las segundas intenciones de aquellas palabras—. Vos también estáis radiante.

En aquella mesa circular, ambos hermanos se habían sentado de lado. Juler no tardó en embotar sus sentidos con una exagerada cantidad de vino. Ervin sostenía todavía su primera copa.

—No sabía que tenías intención de venir tan bien acompañado, hermano —comentó el rey. Los efectos del alcohol comenzaban a percibirse en su voz—. ¿Dónde quedó la época en la que me contabas todos tus secretos?

—Supongo que la dejamos de lado en cuanto ocupaste el trono —replicó Ervin, acallando su reseca garganta con un poco de vino. Sus palabras habían querido sonar despreocupadas, pero Brida había percibido en ellas aquel atisbo de rencor que sospechaba que el príncipe sentía hacia su hermano.

Unos sirvientes les acercaron una bandeja con varios dulces, pero a Brida apenas le dio tiempo de catarlos antes de que Juler decidiera acabar con la frágil armonía que habían conseguido instaurar.

—¿Me permitirías tener un baile con tu acompañante? —preguntó el rey por pura educación, pues sabía que no le era necesario pedir permiso— Estoy convencido de que a Jimena no le importará acompañarte. ¿Me equivoco, mi reina?

Jimena le regaló una sonrisa a su marido, una que no llegó a reflejarse en su mirada, y negó.

—Está bien —respondió Ervin, resignado. Sabía que de nada serviría negarse a los deseos de su hermano—, pero tan solo una pieza, hermano. Todos conocemos tu gran destreza para el baile y no quiero que después le sepa a poco danzar conmigo.

Brida supo que aquellas palabras que Ervin había tintado con un deje de ironía y despreocupación escondían mucho más de lo que deseaba mostrar. Cuando estaba junto al rey, la seguridad del príncipe desaparecía casi por completo y a la muchacha —a quien aquel detalle no se le había pasado por alto— no le quedó ninguna duda de que la relación entre ambos hermanos no era tan buena como querían aparentar ante los demás.

No tuvo más tiempo para detenerse a pensar en las implicaciones de todo aquello, pues Juler enseguida reclamó su mano para sacarla a la pista de baile.

—Debo avisarle de que no soy muy diestra en el baile, mi rey —anunció la muchacha al sentir la mano de Juler en su cintura.

—¿En qué quedamos la última vez, dulce Brianna? —replicó el monarca— Nada de formalidades cuando estemos a solas.

—Juler, entonces —añadió muchacha intentando esconder sus nervios en aquellas palabras. Le incomodaba la cercanía del rey. Su contacto le resultaba de lo más desagradable y lo último que le apetecía era tener que bailar con él.

Durante la eternidad que duró la pieza, Brida se permitió divagar acerca de las múltiples maneras en las que podría acabar con la vida del rey en aquel preciso instante. Y mientras giraba entre los brazos del monarca, dejando que él dirigiera su cuerpo como le viniera en gana, llegó a la conclusión de que la mejor opción era clavarle un puñal en la garganta.

A ella la apresarían y en el mejor de los casos la encerrarían de por vida, por lo que jamás podría llegar a reclamar la corona. Pero Juler estaría muerto, la vida de su familia vengada y Ervin se convertiría en el nuevo rey.

¿Tan mala era aquella alternativa?

En aquellos días se había preguntado múltiples veces si realmente estaba preparada para ostentar el peso de la corona. No había recibido formación ninguna en aquellos menesteres. Sus conocimientos bélicos eran nulos y los de política escasos.

¿Realmente era ella la monarca que el reino necesitaba? ¿No sería Ervin acaso una mejor alternativa?

Sin embargo, todas sus dudas al respecto se disiparon ante las palabras que Juler le dedicó antes de que la pieza llegara a su fin.

—Parece que al final te has decantado por el eslabón más débil —gruñó el monarca mientras, con disimulo, deslizaba la mano que descansaba en su cintura hasta rozar levemente sus glúteos—, pero todavía estás a tiempo de cambiar de opinión. Yo puedo ofrecerte mucho más de lo que puede darte mi hermano, Brianna.

La pareja se separó en cuanto los músicos entonaron la última nota de aquella canción y tras dedicarse el saludo de rigor, se dispusieron a regresar cada cual con su acompañante.

En los últimos meses el rencor que Brida sentía hacia la estirpe de Francis se había ido disipando, pero aquellas últimas palabras del monarca lo habían reavivado.

Matar al rey no era suficiente para saciar su sed de venganza.

Solo podría dar por vengada a su familia cuando se sentara en el sillón del trono, con la corona sobre su cabeza, sus súbditos postrados a sus pies y el cadáver de Juler pudriéndose bajo tierra.

Algunos me estabais pidiendo alguna escena Brida-Juler, así que aquí os dejo una que aunque breve, dice mucho. Parece que los encuentros de la muchacha con el rey nunca acaban demasiado bien.

Nos vamos acercando poco a poco al final de la segunda parte (¡Ahora se viene lo mejor!) y por ello, del mismo modo que hice con la primera parte, me gustaría preguntaros:

¿Cuál es vuestro personaje favorito por ahora?

¿Y el que menos os gusta?

¡Espero que os haya gustado este capítulo! Creo que con sus más de 3.000 palabras es el más largo por ahora...

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