CAPÍTULO 28: Tres
¡AVISO!
Este capítulo contiene escenas sexuales explícitas y gran parte de su contenido no es imprescindible para el desarrollo de la trama.
Si no deseas leer este tipo de escenas puedes pasar al siguiente capítulo.
***
Era ya negra noche cuando se fue el último de los invitados dejando al fin a los recién casados a solas.
El cochero aguardaba para llevarles a su nuevo hogar.
—Brianna me ha contado que ya estás al corriente de lo mío —comentó Paulo estando ya en el interior del carruaje. Llevaba todo el día queriendo hablar de eso con su mujer, pero hasta entonces no se le había presentado la oportunidad—. Yo... Lo siento.
El hombre agachó la cabeza, avergonzado. Azahar le obligó a mirarle directamente a los ojos antes de responder.
—Uno solo debe disculparse cuando ha hecho algo malo.
Paulo acarició con dulzura el rostro de su esposa. Una mirada nostálgica acompañó aquel gesto.
—Desearía poder amarte —se atrevió a confesar.
—Me conformo con que llegues a quererme, del mismo modo que sé que yo te querré a ti.
No compartieron más palabras en lo que restaba de trayecto. Cuando el carruaje se detuvo frente a su casa, la pareja descendió sin decirse nada. No hacía más que unas pocas horas que se conocían y aunque eran ya marido y mujer, la confianza entre ambos todavía no era suficiente como para que los silencios no fueran incómodos.
—Antes de entrar hay algo que debes saber —comentó la muchacha con el rostro ruborizado—. Te he preparado una sorpresa que espero no te tomes a mal.
Tal era la curiosidad de Paulo que apenas se fijó en los detalles del que iba a ser su hogar. Los padres de ambos jóvenes se habían encargado de amueblar y decorar tanto la estancia principal –que hacía a su vez de salón y cocina- como las dos habitaciones para que el matrimonio tuviera todo lo necesario cuando se mudaran tras su enlace. Y a pesar de que agradecían el esfuerzo de sus progenitores, marido y mujer pusieron rumbo directamente a la alcoba principal: aquella que deberían compartir a partir de entonces.
Un hombre de más o menos su edad aguardaba sentado en el colchón de la cama de matrimonio.
—¿Qué significa esto? —pregunto Paulo, confundido. En los escasos segundos que había tardado en cruzar la puerta y llegar a la alcoba, eran muchas las opciones que había barajado como posibles sorpresas por parte de su esposa. Sin embargo, en ninguna de ellas se contemplaba aquella posibilidad.
Una tímida sonrisa se trazó en el rostro de la muchacha.
—He pensado que nosotros también nos merecemos tener una buena noche de bodas.
Y entonces, la perplejidad en el rostro de Paulo fue todavía mayor.
—¿Ambos? —interrogó para asegurarse de que había entendido bien las palabras de su esposa. Esta se limitó a asentir.
Excitado ante la estampa que se le presentaba, Paulo acabó de recorrer la distancia que le separaba de su invitado y se sentó en la cama, a su lado.
Azahar aguardó en el quicio de la puerta.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, dirigiéndose al muchacho.
—¿Realmente tiene importancia? —se limitó a responder— Llámame como tú prefieras.
Y dicho aquello, el muchacho se abalanzó sobre Paulo y apresó sus labios con los suyos. Un beso que nada tuvo de discreto y al que el recién casado no tardó en corresponder.
Pronto sus ropas les comenzaron a molestar. Se despojaron cada uno de su jubón y se sumieron en una danza de besos y lujuriosas caricias estrenando aquella cama.
Por su parte, Azahar seguía en la entrada de la alcoba sin saber muy bien cómo proceder. Contemplaba aquella escena con las mejillas ruborizadas y la respiración acelerada, y sin ser apenas consciente de su actos, dirigió su mirada hacia el bulto del pantalón de aquel invitado al que había contratado para darles placer.
A la mujer se le escapó un discreto gemido y aquello hizo que los dos hombres volvieran a reparar en ella.
El invitado se alejó de Paulo, quien desesperado se deshizo de sus pantalones quedando vestido únicamente con sus calzones, y se acercó a la doncella quien no tenía experiencia alguna en aquellos menesteres.
Él la besó, pero en esta ocasión fue un beso mucho más cauto. Más dulce. La joven le había informado con anterioridad de su virginidad y por ello el muchacho se mostraba mucho más prudente en sus acciones. Quería que ella se sintiera cómoda.
Comenzó a deshacer los nudos que mantenían su vestido bien sujeto a su cuerpo. Y al ver que la tarea se les dificultaba, Paulo se levantó de la cama y se acercó a la pareja dispuesto a ayudar.
Azahar no tardó en quedar completamente desnuda ante los ojos de ambos hombres. Y aunque su interés era para con el otro muchacho, Paulo no pudo evitar reparar en la belleza de la que era su esposa. Tenía un cuerpo pequeño y apenas musculado que podía parecer frágil a simple vista, pero su tersa piel estaba libre de imperfecciones.
Tomándola de la mano, el invitado acompañó a Azahar hasta la cama y la instó a tumbarse. Él se colocó encima y tras acallar sus nervios con un par de besos más, comenzó a trazar con sus labios una ruta hasta sus pequeños pero bien torneados pechos. Su lengua, juguetona, se distrajo con sus pezones. Y tras comprobar que la muchacha se mostraba receptiva, los atrapó con su boca y succionó.
Azahar soltó un gemido de placer.
Paulo contemplaba la escena desde el borde de la cama. Desesperado ante la presión que ejercía su miembro, se había liberado ya de sus calzones y se masturbaba con suavidad esperando a que llegara su turno de intervenir.
Él también comprendía la importancia de empezar con calma para hacer que Azahar se sintiera cómoda en aquella situación.
El invitado fue el último en despojarse de todas sus ropas. Y cuando su miembro endurecido fue liberado, tanto la mirada de Azahar como la de Paulo se dirigieron a él.
El muchacho sonrió y separándose de Azahar se acercó al hombre. Sosteniéndole la mirada, lamió el glande del recién casado degustando la gota de semen que resplandecía en la punta de este, hasta que sin previo aviso se metió todo el miembro en el interior de su boca. De golpe y hasta el fondo.
Paulo gimió y se dejó llevar por la placentera sensación que le proferían los rítmicos movimientos del muchacho.
Azahar, excitada, no quiso quedarse al margen. Tras incorporarse se acercó a su marido y le besó, un beso que nada tenía que ver con el lujurioso contacto del invitado. Era un beso repleto de respeto y de cariño.
Y después de eso la joven se agachó hasta que el pene del invitado quedó a la altura de su rostro. El seguía concentrado otorgándole placer a Paulo y Azahar, queriendo demostrar que se había fijado en sus movimientos, comenzó a darle placer a él. Con su lengua fue trazando círculos alrededor de su glande hasta que se atrevió a meter parte del miembro en el interior de su boca. No estaba acostumbrada a ello y le sobrevinieron un par de arcadas que la obligaron a detenerse. Sin embargo persistió en su intento y poco a poco se fue acostumbrando a aquella invasión. Al final el ritmo de los movimientos de su cabeza incrementó y cuando se metió el duro miembro hasta el fondo, el invitado se vio obligado a liberar el de Paulo para poder soltar un gruñido de placer.
—Y yo que creía que serías una virgen tímida y recatada —susurró el muchacho mientras, alejándose de Paulo, se concentraba en la joven que permanecía arrodillada en el suelo con su duro miembro en el interior de su boca. Posó ambas manos en su cabeza y comenzó a mover su cadera con movimientos cada vez más bruscos, penetrando con rudeza la boca de la muchacha.
Azahar sentía su intimidad cada vez más húmeda.
El invitado no se detuvo hasta que Paulo lo agarró, obligándole a separarse de su mujer. Le hizo ponerse a cuatro patas contra la cama. El recién casado escupió en su mano, mojó sus dedos e introdujo dos de ellos en el interior de aquel joven que en ningún momento se resistió. Y en cuanto creyó que estaba preparado, le penetró.
No hubo delicadeza ninguna en sus movimientos. Paulo no se detuvo y el invitado tampoco le pidió que lo hiciera. Tampoco rechistó cuando el recién casado le propinó un par de cachetadas.
Paulo profirió un gemido, que sonó más como un gruñido salvaje, al correrse. Y sintiéndose ya satisfecho y sabiendo que era el turno de su mujer, se tumbó en la cama y se limitó a observar.
La excitación del invitado rozaba ya el límite de la locura. Su miembro palpitaba deseando eyacular. Y a pesar de ello, el muchacho supo contenerse.
Instó a Azahar a tumbarse en la cama, junto a su marido, y a pesar de que en su cabeza únicamente podía pensar en penetrarla, tuvo la delicadeza de comenzar primero introduciendo únicamente un par de dedos para que la muchacha se acostumbrara a la intrusión. Solo cuando ella comenzó a contorsionarse, sabiéndole aquello a poco y pidiéndole más, se dispuso a acabar con su virginidad.
Introdujo primero únicamente el glande y fue entrando el resto del miembro poco a poco esperando que el cuerpo de ella fuera aceptándole. Cuando lo supo preparado, comenzó a acelerar el ritmo y no paró ni siquiera cuando vio fluir la sangre. El rostro de Azahar demostraba que apenas sentía el dolor, por lo que no paró hasta asegurarse de que ella había alcanzado el clímax.
Y solo tras cerciorarse de que les había dado placer a ambos miembros del matrimonio, el invitado se permitió pensar en él.
—Ven —gruñó, dirigiéndose a Paulo.
El hombre, entendiendo cuáles eran sus intenciones, enseguida obedeció. Y en cuanto estuvo frente al invitado este penetró su boca y persistió en sus bruscos movimientos hasta correrse.
Paulo no le hizo ascos. Se tragó el semen y sintiéndose agotado al ir disipándose el efecto de las endorfinas y de la adrenalina, se tumbó junto a su esposa y la rodeó en un cariñoso abrazo.
El invitado no tardó en tumbarse también a su lado.
—Gracias —pudo susurrar Paulo al oído de su mujer antes de quedar profundamente dormido.
Azahar, satisfecha, no tardó en rendirse también al sueño.
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