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CAPÍTULO 22: Un día en Sudentag

Brida corrió a abrazar a su padre.

Raymon había ido a por ella aprovechando que a la joven le habían concedido el día libre. Dieciocho jornadas habían transcurrido desde que se convirtiera en sirvienta de la reina, y a pesar de que sus muchas tareas apenas le dejaban tiempo para pensar, echaba de menos su hogar.

Había encontrado en Clotilde y en Azahar un fuerte apoyo que le ayudaba a hacer más livianos los días, pero dicha amistad jamás podría suplir el vacío que había dejado en Brida el tener que separarse de su familia.

Su único consuelo era saber que todo cuanto hacía era por un bien mayor.

—¿Va todo bien? —preguntó el padre tras quedarse a solas con su hija en el interior del carruaje que les llevaba de vuelta a casa.

Brida asintió.

—Mamá y tú no debéis preocuparos. Creo que tanto mi institutriz como la propia reina están contentas con mi trabajo, y además he hecho un par de buenas amigas. Os echo de menos, pero estoy bien.

El hombre pareció satisfecho con aquella respuesta, pues no volvió a tocar el tema en lo que restaba de viaje. En su lugar se dedicó a contarle a su hija anécdotas del día a día en la casa. Historias que, en su mayoría, tenían a los gemelos de protagonistas.

Cuando el característico aroma a especias inundó sus fosas nasales y oyó los gritos de su madre reprimiendo a los dos pequeños por alguna de sus travesuras, Brida fue realmente consciente de lo mucho que había añorado su hogar.

—¡Brianna! —exclamó Saeneta al verla entrar. La pequeña estaba deseando correr junto a su hermana, pero temía que aquello molestara a Dolma quien, hasta hacía tan solo unos instantes, les había estado regañando por haberse comido todos los dulces que la mujer había preparado para celebrar que su hija mayor volvía a casa. Aunque fuera tan solo por un día.

Dolma, a quien aquella trastada ya no le parecía para tanto, fue la primera en ir a abrazar a su hija. Y los gemelos interpretaron con aquel gesto que ellos también tenían permiso para saludar a su hermana.

La familia volvía a estar completa.

Tras los saludos iniciales se sentaron alrededor de la amplia mesa que descansaba en el centro del salón. Así, después de tantos días separados, pudieron comer todos juntos igual que hacían antes de la partida de la hija mayor.

No hablaron de las nuevas obligaciones de Brida, ni de nada relacionado con la corte. Tampoco se tocó el tema de los nuevos negocios de Raymon. Eran pocas las horas de las que disponían para estar juntos y no sabían cuándo se les presentaría la oportunidad de volverse a reunir. No querían que ninguna discusión opacara el recuerdo de aquel día.

Era media tarde cuando, a pesar de sus insistencias por quedarse, el maestro pasó a recoger a los gemelos para sus clases diarias. En la aldea eran solo ocho los niños que tenían la misma edad que los hermanos de Brida, y sus padres –incluyendo a Dolma y a Raymon- habían contratado a un maestro que cada tarde se encargaba de su educación.

Así fue como Brida se quedó a solas con sus padres. Y queriendo aprovechar la ocasión para resolver algunas de sus dudas, no tardó en sacar el tema que a ella le interesaba.

—Madre, ¿tú sabías que la reina Jimena había sido doncella de Isabel?

A Dolma aquella pregunta le pilló por sorpresa. Permaneció un buen rato en silencio, valorando si debía decir la verdad.

—Lo sospechaba —respondió al fin—¸ pero no estaba segura de ello. Cuando se anunció el matrimonio del por entonces príncipe Juler, era poco lo que se sabía de la mujer que iba a convertirse en su esposa más allá de su nombre. Y aunque una parte de mí no dejaba de repetirse: ¿por qué tendría que ser la Jimena que tú conoces? Es un nombre de lo más común, podría ser cualquiera, en el fondo sospechaba que se trataba de la doncella de Isabel. ¿Por qué sino se habían tomado tantas molestias en ocultar sus orígenes?

Brida asintió. Comprendía el por qué su madre había decidido no contarle nada. Por aquel entonces todo aquello no eran más que conjeturas que nada positivo le hubieran aportado, aunque ahora que se había demostrado que todo cuanto Dolma imaginaba era real, había algo que preocupaba a la joven.

—¿Crees que podría llegar a reconocerte si te viera?

Dolma negó.

—Ella era hija de una noble familia, mientras que mis orígenes eran mucho más humildes. Cumplíamos con tareas muy distintas. No coincidimos más que un par de veces, y la verdad es que dudo que ella reparase en mí. ¿Qué interés podía tener una joven de alta alcurnia en una simple sirvienta? A sus ojos, yo era poco más que una esclava.

—Nunca me has contado cómo llegaste a estar al servicio de la reina —comentó Brida, cambiando de tema.

—Hasta ahora no me habías preguntado.

Raymon carraspeó, haciendo notar su presencia. Hasta entonces se había mantenido al margen de la conversación.

—Ya tendréis tiempo de poneros al día más adelante —comentó el hombre. Y dirigiéndose a su hija, añadió: —Ahora me interesa más saber cómo has llegado a descubrir todo esto de la reina Jimena.

—Ella misma me lo contó —se limitó a responder Brida—. Como ya te he comentado de camino a casa, creo que me he ganado su confianza.

Aquella respuesta no acabó de convencer al hombre, y aunque le hubiera gustado seguir preguntando, prefirió confiar en su hija y no entró en más detalles.

—Ve con mucho cuidado, Brida —añadió Dolma, haciendo uso del auténtico nombre de la muchacha—. Conociéndote, sé que estarás valorando a Jimena como una posible aliada. Y puede que tengas razón, no lo descarto, sólo te pido que estés del todo segura antes de dar un paso en falso. Desconozco cómo Jimena acabó convirtiéndose en la esposa de Juler. De momento lo único que sabemos seguro es que, de convertirte tú en reina, ella se vería obligada a renunciar a la posición de poder que ostenta y sus hijos perderían todo derecho a ocupar el trono. Por ahora, tiene más motivos para ser tu enemiga que tu amiga.

Era ya bien entrada la noche, pero Brida seguía sin poder dormir.

Los gemelos se habían acostado en cuanto hubieron acabado de cenar y los dos adultos, aunque se quedaron un rato más con su hija mayor para hacerle compañía, también sucumbieron al sueño.

Hacía ya un par de horas que todos los miembros de la familia dormían profundamente. Todos excepto Brida.

Sabiendo que de nada le iba a servir permanecer tumbada en su cama estando completamente desvelada, la joven se cubrió con aquella bata que antaño fue de su madre y caminó hasta la habitación de sus hermanos. Sonrió al ver que Saeneta se había dormido abrazada al pañuelo que había bordado para ella y que le había entregado durante la cena. Baduir, completamente destapado, babeaba encima de su almohada.

En cuanto se cansó la muchacha salió cerrando la puerta tras de sí. Y aunque le hubiera gustado ver los rostros relajados de sus padres, a su habitación no entró. Raymon y Dolma eran todavía muy jóvenes y eran muchas las noches en las que se demostraban su amor en la intimidad de su alcoba. Brida temía encontrárselos desnudos al otro lado de la puerta, por lo que optó por pasar de largo.

Sin saber qué más hacer, la muchacha se abrigó y tras calzarse salió a la calle. La luna, que no era más que un pequeño trazo en la inmensidad del cielo, no podía hacerle frente a la oscuridad de la noche; y las lámparas de aceite que descansaban en las ventanas de las casas hacía rato que se habían apagado.

En cuanto la vista de Brida se hubo acostumbrado a aquella penumbra comenzó a recorrer las calles de la aldea. No tenía rumbo alguno, únicamente buscaba cansarse lo suficiente como para ser capaz de dormir antes de que volviera a salir el sol. Su padre iría a despertarla en cuanto los primeros rayos de luz tiñeran el horizonte, pues debía volver a palacio para seguir con sus obligaciones como doncella de la reina.

El crujir de una rama la alertó. Supo que no estaba sola antes de que el otro individuo se decidiera a hablar.

—¿Brianna? ¿Qué haces dando tumbos por la aldea en plena noche?

La muchacha enseguida reconoció aquella voz. Sonrió.

—Podría preguntarte lo mismo, Paulo.

—El ambiente en mi casa está cada vez más enrarecido —explicó el muchacho mientras acababa de recortar la distancia que les separaba. Estaban tan cerca que podían verse sus rostros a pesar de la oscuridad—. Son demasiadas las propuestas de matrimonio que he rechazado, y mi padre empieza a sospechar sobre mi virilidad. Las noches son el único momento en el que puedo escaparme de mi casa para.... Bueno, para ser quien realmente soy.

A Brida no le costó comprender el significado de aquellas palabras, y no pudo hacer más que compadecerse de aquel al que consideraba su amigo. Ella mejor que nadie sabía cuán complicado era el tener que ocultar tu identidad por miedo a las represalias.

Era muy triste que Paulo tuviera que escaparse de su casa en plena noche para poder yacer con el hombre que le gustaba.

—No podía dormir —comentó ella, respondiendo a la pregunta que Paulo le había formulado al encontrarse—. Debo volver mañana al castillo, y supongo que una parte de mí quería aprovechar al máximo el día, aunque fuera para recorrer las desiertas calles de la aldea en plena noche, pues no sé cuándo regresaré.

Anduvieron en silencio de vuelta a la casa de la muchacha. Brida no necesitó que Paulo expusiera en voz alta que tenía intención de acompañarla, pues resultaba evidente que al joven le preocupaba su seguridad y no le parecía una buena idea dejarla sola.

Brida agradeció su compañía.

—Creo conocer una manera con la que acabar con tus problemas —comentó la joven cuando se encontraban a unas pocas calles de su casa—. He conocido a alguien en la corte que, estoy segura, no tendría inconveniente en desposarse contigo.

—Agradezco tu preocupación Brianna, pero como ya te dije no deseo condenar a nadie a un matrimonio sin amor —intervino Paulo, interrumpiendo a la muchacha en su discurso.

Ignorando su comentario, Brida continuó exponiendo su idea. Ralentizó sus pasos, pues estaban cada vez más cerca de su casa y quería contarle aquello a Paulo antes de llegar.

—Sus padres la enviaron a la corte para que la reina le organizara un matrimonio que resultara beneficioso para su familia. Y desgraciadamente, Jimena se lo ha encontrado: un hombre que le triplica la edad y con el que le espera una desdichada vida. ¿De verdad crees que él es una mejor opción que tú? Quizás no puedas amarla, pero estoy convencida de que llegarías a apreciarla del mismo modo que ella lo haría contigo. La conozco, y sé que no te juzgaría por cómo eres. Si le ofreces un matrimonio estable y le prometes respeto, no te impediría seguir con tus escapadas nocturnas.

—¿Y qué pasa con la descendencia?

—Si no te ves capaz de yacer con ella, igual que tú puedes encontrar el amor fuera de vuestro lecho también podría hacerlo ella —se limitó a responder Brida. Se encontraban ya fuera de su casa—. Tanto tú como ella sois hijos de familias nobles. Tenéis mucho que ofreceros, y vuestros padres no se opondrían a vuestra unión. Podríais refugiaros el uno en el otro, y huir juntos de esta asquerosa sociedad que os impide ser felices. Piénsatelo, pero toma una decisión antes de que sea demasiado tarde.

Y sin dejarle a Paulo tiempo de responder, Brida entró en su hogar. Estaba convencida de que su amigo haría lo correcto.

Quedaban apenas cinco horas para que amaneciera cuando la muchacha se dispuso a dormir.

¡Necesito vuestra opinión!

Tengo un pequeňo problema, y es que en tooooodas mis novelas me da por aňadir capítulos extras con las historias de los personajes más secundarios para que así el lector pueda conocerles mejor.

Por eso os pregunto: ¿creéis que debería escribir un capítulo contando la historia de cómo se conocieron Juler y Jimena? ¿Os gustaría? ¿Os parecería interesante?

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