CAPÍTULO 16: Mi amigo Paulo
Brida apenas pudo degustar los muchos manjares preparados para la ocasión, pues cada vez que se disponía a llevarse un pedazo a la boca aparecía alguien que deseaba pasar con ella unos minutos en aquel día de celebración. Fueron escasas las ocasiones que tuvo para disfrutar únicamente junto a su familia.
-¿Yo también tendré una fiesta como esta? -preguntó Saeneta, quien tras mucha insistencia había logrado que la dejaran sentarse junto a su hermana. Para la pequeña, Brida era un ejemplo a seguir y no se molestaba en ocultar la admiración que sentía por todo cuanto esta hacía.
-Estoy convencida de que nuestros padres encontrarán la manera de hacer que tu decimosexto cumpleaños sea de lo más especial cuando llegue el momento.
Y dichas aquellas palabras Brida tomó a su hermana y la sentó en su regazo. Cada vez le costaba más soportar el peso de Saeneta, quien no dejaba de crecer, pero no estaba dispuesta a renunciar a aquel intimo gesto que llevaban compartiendo desde del nacimiento de la pequeña.
-Pero voy a tener que compartir mi momento con Baduir -se lamentó la chiquilla-, pues ambos cumplimos años el mismo día.
-Deberías alegrarte por ello, dado que esto lo convierte en algo mucho más especial. Baduir siempre estará a tu lado para compartir los momentos felices. Jamás estarás sola: os tendréis siempre el uno al otro.
-Tú también estarás siempre a mi lado, ¿verdad?
-Por supuesto -respondió la mayor de las hermanas acompañando aquellas palabras de una sonrisa. Aunque, en el fondo, albergaba ciertas dudas acerca de si sería capaz de cumplir aquella promesa.
La conversación entre ambas hermanas finalizó en el momento en el que Baduir se les unió reclamando la atención de su melliza. Hacía varios minutos que se habían servido los últimos dulces, y al no encontrar en la mesa otra distracción, el niño quería que su hermana jugase con él. Seneta no tardó en aceptar su propuesta.
Dolma y Raymon estaban ocupados haciendo de anfitriones, distrayendo a los invitados y dándoles conversación. Bien sabido era que aquel tipo de eventos no eran otra cosa más que un baño de gentes en el que se buscaba perpetuar el estatus social de la familia mediante relaciones de amistad o de mera cordialidad entre otros miembros de igual o mayor rango. Y eso era justo lo que estaban haciendo los padres de la joven.
Parecía que al fin, con la barriga llena de comida y los sentidos aturdidos por la bebida, los allí presentes se habían ido olvidando de ella. Brida agradeció el dejar de ser el centro de atención, y después de varias horas manteniendo la compostura se pudo permitir relajarse y liberar parte de la tensión que cargaba sobre sus hombros.
Solo quedaba aguardar a que pasaran las horas para poder volver al fin a la tranquilidad de su hogar.
-¿Te han dejado sola? -preguntó alguien a su espalda. Su voz era claramente masculina.
Al girarse para comprobar quién era aquel que le había hablado, Brida se encontró con Paulo: el hijo mayor de Salomon. Eran escasas las ocasiones en las que habían entablado conversación, y estas jamás habían pasado de un par de meras frases cordiales para cumplir con aquello que establecían los convencionalismos sociales.
Sin embargo, parecía que en aquella ocasión el muchacho estaba interesado en que aquel encuentro fuera más allá de un simple y escueto saludo.
-Eso parece -respondió Brida, mostrándose receptiva a la compañía del joven-. Creo que esta ha dejado de ser mi fiesta, pero me alegro por ello. Empezaba a aturdirme el sentirme tan observada.
-Creí que a las chicas os gustaba recibir tantas atenciones -comentó Paulo, claramente sorprendido, mientras ocupaba una de las sillas que quedaban libres junto a Brida-. El año pasado mi hermana parecía encantada durante la celebración, aunque reconozco que nunca he llegado a entender el por qué le gustan tanto esta clase de eventos. Me resultan de lo más aburridos. ¿Qué necesidad hay de entablar una conversación hipócrita con alguien que ni siquiera te cae bien?
-Si tu padre te oyera decir tales palabras, se escandalizaría -responderá Brida mientras se esforzaba en contenerse para no reír. La muchacha jamás había mostrado interés en conocer a Paulo, pues al ser el hijo del señor de Sudentag se había imaginado que sería mucho más desagradable. Sin embargo, debía reconocer que con aquella conversación le estaba sorprendiendo. -Se supone que eres su heredero, y como tal uno de tus deberes será el conversar y negociar con personas que no necesariamente te van a caer bien.
-Lo sé -respondió Paulo, perdiendo la sonrisa que hasta entonces había mantenido trazada en su rostro-. Pero que sea mi obligación no significa que deba gustarme.
Se hizo el silencio tras aquellas palabras. Parecía que aquella última oración escondía un significado mayor al que Paulo quiso mostrar, pero Brida no se atrevió a preguntar.
Fue él quien acabó con la tensión del momento.
-¿Qué te parece si nos vamos de aquí? Están todos tan distraídos que no creo que se den cuenta siquiera de nuestra ausencia. Además, no serán más que unos minutos: quiero enseñarte algo.
Paulo se levantó de su asiento y le tendió la mano a Brida. Aguardó pacientemente a que esta se decidiera, y cuando sintió el firme agarre de la muchacha sonrió.
Sin correr, andando tranquilamente y sin soltarse de la mano para no levantar sospechas, la pareja cruzó el recinto en el que tenía lugar la fiesta y enseguida llegaron allí donde el bosque daba comienzo. Los árboles se extendían frente a ellos más allá de donde su vista alcanzaba a ver, y sintiéndose algo intimidada por aquella estampa Brida detuvo el avance.
-¿Nunca has cruzado el bosque? -preguntó Paulo. Sus palabras no escondían reproche alguno.
Brida negó.
-He recorrido esta zona con mi padre tantas veces que he llegado a conocérmela incluso mejor que la propia aldea -añadió Paulo al ver las dudas ensombreciendo el rostro de la joven-. Puedes confiar en mí, prometo que no nos vamos a perder si es eso lo que temes.
Como única respuesta la joven comenzó a andar y enseguida se vio rodeada por la naturaleza. El bosque se hacía más frondoso a cada paso que daba, hasta el punto en que incluso a los rayos del sol les costaba penetrar entre las copas de los árboles para llegar a iluminarles el camino.
Corría una fresca y agradable brisa, y pronto dejó de escucharse el escándalo de la fiesta. Todos los sentidos de Brida se deleitaron con aquella exposición a la naturaleza en estado puro.
-Sígueme -comentó el muchacho agarrando de nuevo la mano de Brida para que no se perdiera. Su voz era apenas un susurro-. Voy a llevarte a un lugar que muy pocos conocen.
Anduvieron varios minutos más, hasta llegar a una zona en la que las ramas de los árboles eran tan bajas que tenían que pasar agachados para evitar que estas hirieran sus rostros. Pronto comenzó a hacerse audible el rumor del agua, y cuando Brida intuyó hacia dónde la estaba llevando Paulo le pidió que aceleraran el paso.
Un caudaloso río y una impresionante cascada aparecieron ante sus ojos cuando llegaron a un pequeño claro. Prácticamente despojada de árboles, decorada únicamente con algunos arbustos cargados de moras, en aquella zona el sol caldeaba el ambiente resplandeciendo desde lo alto del cielo.
-Es impresionante...
-Descubrí este lugar en una de mis exploraciones por el bosque -comentó Paulo sin moverse de su lado-, y desde entonces vengo aquí siempre que necesito olvidarme un poco de mis obligaciones. No había compartido esta ubicación con nadie, hasta ahora.
-¿Y por qué has decidido enseñármelo precisamente a mí?
Paulo se encogió de hombros.
-Me he estado fijando en ti todo el día -admitió el muchacho-. Se notaba que te sentías atrapada, y he pensado que te vendría bien escaparte aunque fueran solo unos instantes.
-Gracias.
Brida no supo qué más decir. Seguía maravillada con la belleza de aquel lugar, y solo deseaba poder permanecer allí hasta que la celebración concluyera y pudiera volver a casa. Sin embargo, sabía que aquello no era posible pues en algún momento u otro sus padres se percatarían de su ausencia e irían en su busca. Estaba obligada a regresar; era poco el tiempo que tenía para disfrutar de aquel paraje, y no estaba dispuesta a desaprovecharlo.
A su lado, Paulo tuvo un pensamiento similar y queriendo sacar el máximo partido de los pocos minutos de los que disponían antes de tener que dar media vuelta, se despojó de sus ropas y se lanzó al río. Vestía únicamente con sus calzones.
-¿Se puede saber qué haces? -exclamó Brida, escandalizada -Si por casualidad alguien viniera y nos encontrara así, no sé qué llegarían a pensar de nosotros.
-Nadie conoce este lugar, Brianna. Y aunque nos encontraran, no estamos haciendo nada malo: no es más que un chapuzón. ¿Por qué no te animas?
La muchacha se sonrojó ante la ocurrencia del joven al que iba empezando a considerar su amigo. ¿Desnudarse ante un hombre mayor que ella para bañarse juntos en el río?
A final optó por levantarse únicamente las faldas de su vestido para poder así remojar las piernas.
Soltó un suspiro ante el placentero contacto del agua fría, pero cuando se encontró con la atenta mirada de Paulo, no pudo evitar ruborizarse.
-Te aseguro que no tengo interés alguno en hacerte nada malo, Brianna. No veo en ti más que una amiga.
-¿Y cómo puedo saber yo que tus palabras son ciertas? A penas nos conocemos.
-¿Te planteas esto cuando ya estamos a solas en mitad del bosque y medio desnudos? -se limitó a responder Paulo, acompañando sus palabras de una sonora carcajada -A mí me gustan los hombres, Brianna. Jamás me he sentido atraído por ninguna mujer.
-¿Lo sabe tu familia? -se atrevió a preguntar la joven una vez superado el asombro inicial.
Él negó.
-No lo sabe nadie, solo tú. Y no me preguntes por qué te lo he contado, pues ni yo mismo lo sé. Supongo que estaba harto de tener que guardar un secreto como este y necesitaba compartirlo con alguien. ¿Puedo confiar en que no se lo dirás a nadie?
-Puedes confiar en mí -sentenció la joven, convencida de sus palabras-. Sé cuán difícil puede ser guardar un secreto: no se lo voy a contar a nadie.
-Gracias. Da gusto poder hablar de esto con alguien -admitió Paulo. Después de aquellas palabras salió del agua y se sentó junto a Brida, permitiendo que los rayos de sol secaran su piel para así poder volver a enfundarse en sus ropas antes de regresar-. Soy consciente de que jamás podré expresar mis sentimientos libremente. No estaría bien visto, en especial dada la posición social de mi familia. De hecho, mi padre ya me está buscando esposa.
-¿Y dónde queda tu felicidad en estos planes?
-Hay casos en los que la felicidad individual no importa. Mi deber es forjar mi propia familia y engendrar vástagos que en un futuro puedan heredar el negocio que yo heredaré de mi padre, igual que antaño hizo él tras la muerte de mi abuelo. Hace apenas un par de jornadas estuvimos hablando de esto en mi casa y, ¿quieres saber algo?, tú eras una de las principales opciones de mi padre para convertirte en mi esposa. Reconozco que en su momento me escandalicé y lo taché de locura, pero tras conocerte he de admitir que ya no me parece tan disparatado. Creo que podría llegar a ser feliz compartiendo mi vida con alguien de corazón tan noble como tú, Brianna.
-¿Es por ello por lo que te has acercado a mí hoy?
-Sólo en parte -admitió él-. Es cierto que después de hablar con mi padre sobre todas tus virtudes, mi curiosidad hacia tu persona creció. Sin embargo no hay nada de lo que debas preocuparte, pues mi familia está entre dos candidatas y no te hallas entre ellas. Y me alegro. Eres una persona encantadora y no podría evitar sentirme culpable desposándome contigo y sentenciándote a una vida desdichada. Prefiero poder ofrecerte mi más sincera amistad.
Un abrazo puso fin a aquel discurso y marcó el comienzo de una bonita amistad que perduraría durante muchos años más.
-Deberíamos regresar -comentó finalmente Brida mientras se levantaba y recolocaba la falda de su vestido.
Con mucho pesar Paolo se vio en la obligación de darle la razón a la muchacha, y tras vestirse de nuevo con sus elegantes ropas tomó a la joven de la mano y juntos volvieron al lugar donde la gran ceremonia tenía lugar.
-¿Se puede saber dónde estabas? -cuestionó Dolma en cuanto les vio llegar. No se molestó siquiera en saludar a Paulo, y sin importarle que sus movimientos parecieran bruscos tomó a su hija de la mano y la instó a acompañarla hasta una de las mesas alrededor de la cual se habían reunido una gran multitud. -El rey Juler nos ha honrado con su visita. Desea conocerte.
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